(Colomba Caselli y Dante Torre, y 3)
Final
de la trilogía protagonizada por Colomba Caselli y Dante Torre, y menos mal,
porque aunque El Rey se lee rápido y bien y es entretenido, el caso de fondo
que sirve de enlace entre las tres novelas (No está solo, El Ángel y El Rey) se
le ha ido un poco de las manos a Sandrone Dazieri, como a esos guionistas
(Dazieri lo es) a los que exprimir el éxito les lleva a retorcer las historias en
un constante «más difícil todavía» a cada instante hasta acabar desvirtuando el
espíritu original de la historia. Es lo sucede con El Rey, donde el «factor
sorpresa» que dio buenos réditos en No está solo e implicó un final abierto
clara y desdichadamente comercial en El Ángel, está llevado al límite.
¿Y
quién es ese rey? Obviamente, el nuevo malo malísimo que algo tiene que ver con
la figura del Padre, que se arrastra desde la primera de las novelas.
Dazieri
juega mucho en esta ocasión con los sentimientos del lector (al que presupone fiel, pues para eso
ha llegado a la tercera entrega), y quizá por eso se esfuerza menos en dar
verosimilitud a lo irreal, confiando en que las desventuras de los protagonistas
oculten esa dejadez provocando la angustia del lector; craso error, porque el
lector ya sabe que de los protagonistas no se puede prescindir, así que, soponcios, los justos.
Colomba,
tras el desaguisado del final de El Ángel, está recluida en un pueblecito de
montaña, curando sus tripas heridas y su espíritu maltrecho. Lógicamente, tiene
clavada la espina de la desaparición de Dante. Pero, antes de reaparecer el
mencionado personaje-espantajo de mente tan brillante como extravagante,
aparece por ahí perdido un joven autista. Y junto a él, un crimen. Y junto al crimen, las fuerzas del orden locales. A partir de aquí, todo el mundo
creado por Dazieri en esta trilogía comienza a converger en el pueblecito, sin
que llegue a quedar del todo claro un motivo distinto a las «exigencias del
guión». Desde ese refugio Colomba va y viene donde haga falta, hasta conseguir
su objetivo (de un modo y en unas circunstancias mejorables) y, a partir de él,
ambos se ven arrastrados por los hechos -algunos de ellos verdaderamente exagerados- hasta dar por zanjado por fin, o al
menos eso se supone, el asunto del Padre. Menos mal (para Colomba), que en esta
ocasión Dazieri le concede un recurso poco usado en la novela negra: ser la
protegida de esos servicios secretos tan ajenos a las normas como puede
suponerse.
Un
final, más que un colofón, que, si la trilogía da de sí comercialmente lo
suficiente, no es descartable que lo sea solamente «del caso del Padre», lo
cual permitiría cumplir lo de la trilogía y resucitar, en nuevos casos, a la
pareja de investigadores. Sin son fieles a los orígenes, merecerá la pena. Si lo son a esta última entrega...
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