En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

sábado, 3 de noviembre de 2018

El día que se perdió la cordura - Javier Castillo




              Un amigo me prestó El día que se perdió la cordura. La leí impulsado por la curiosidad de comprobar la calidad de una novela que había triunfado como autoeditada hasta el punto de ser «fichada» por el mayor grupo editorial y de haber alcanzado unas ventas astronómicas, según la faja: 150.000 ejemplares.

              Y me he encontrado con una novela que tiene una cosa muy buena, excepcional, y dos muy malas, malísimas, horrorosas.

              ¿El balance? La leí en dos días, así que supongo que es bueno, aunque, eso sí, El día que se perdió la cordura solo da para entretenerse, lo cual no es poco pero no basta para situar a esta novela en un nivel digno en cuanto a calidad.

              ¿Qué es eso tan bueno que tiene? El dominio de la curiosidad del lector. Capítulos breves que abren y cierran continuamente interrogantes de los que parece depender la suerte de la historia. Esa es la clave: crear misterios que el lector desea resolver de un modo acuciante y producir la continua sensación de que la solución de tanto enigma está en la página siguiente. Una habilidad que, en cierta medida, recuerda a El código Da Vinci. Los escritores que han querido usar la técnica que hizo famoso entre otros a Dan Brown y han fracasado se cuentan por millares. Javier Castillo, en cambio, ha demostrado una maestría notable, ayudado, solo en parte, porque lo que durante muchas páginas parece solo una novela de misterio acaba rozando, para mantener el suspense, con lo paranormal.

              ¿Cuáles son las dos cosas horrorosas?

              La primera, el pobrísimo lenguaje. No es simple, ni sencillo, ni llano. Es pobre. Demasiadas reiteraciones incluso de expresiones simplísimas. Incluso utiliza mal algún términos.

              La segunda, un ineficaz uso de la gramática que hace sobrar cantidades ingentes de pronombres, artículos y otros términos que no aportan belleza y sí información redundante, aludiendo varias veces a una misma cosa en una sola frase. A pesar de lo cual, en la sección de agradecimientos en autor agradece la edición realizada. Cómo sería antes.

              En definitiva, que por más que la novela se haya vendido tanto sigue arrastrando los peores vicios de la autedición, y justifica el repelús que a tantos lectores y con toda lógica, dadas sus características, nos produce el invento.

              El argumento entrelaza varias historias que se alterna por capítulos: la derivada de la aparición, en Boston, de un caballero que va por la calle desnudo, ensangrentado, y con una cabeza en la mano, situación que ocurre en la década actual; otra, situada en los años noventa del siglo XX, en un pueblecito norteamericano más o menos turístico, en el que se suceden cosas extrañas y aparentemente inexplicables; la del caballero de la cabeza en los momentos previos a su actuación estelar; la de uno de los personajes de la historia de los noventa casi veinte años después y, finalmente, la historia de uno de los psiquiatras que intervienen. No descubro nada si digo lo evidente en todos estos casos: que todas las historias tienen algo en común y terminan convergiendo. Una estructura muy de moda desde hace tiempo.

              Quién ha muerto, quién ha de morir y, sobre todo, el misterioso por qué, son el motor del argumento.

              Ya digo: una novela fantástica para entretenerse, pero pésima para disfrutar de la literatura. En los primeros capítulos esto último me indignó tanto que a punto estuve de dejar de leer, cabreado como una mona, y de mandar el libro al diablo; sin embargo, terminó enganchándome.


              

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