(Colomba Caselli y Dante Torre, 2)
Las críticas de la solapa (que
ya se sabe que no suelen ser independientes) son desmesuradamente buenas, un
ejemplo de exageración que en nada beneficia a una novela que por sí sola consigue lo que pretende: entretener al lector enganchándolo con una
trama compleja donde el discurrir de los acontecimientos no deja un momento de
tranquilidad, pues ni uno solo de sus breves capítulos se cierra sin dejar en
el aire lo que parece el interrogante definitivo. Es decir, un buen thriller, que peca, eso sí, de incurrir en numerosos «más difícil todavía», pero lo hace
de modo que cuanto se pierde en realismo y verosimilitud se gana en emoción.
Siendo fast food, no es una hamburguechuela solitaria y chuchurrida, sino uno
hamburguesón bien gordo y rebosante de ingredientes.
Los protagonistas, la comisaria
Colomba Caselli y el brillante y claustrofóbico lunático Dante Torre, son los
mismos que los de No está solo, y parte de la trama de aquélla se traslada a
esta nueva entrega, jugando a crear, junto al caso concreto de cada novela, una
historia a largo plazo que ayude en la venta de los libros, como ocurre (con
mayor brillantez) en la saga de Sebastian Bergman, firmada por Michael Horjth y
Hans Rosenfeldt.
La novela comienza con un
supuesto atentado islamista en el tren de alta velocidad Milán-Roma. A Colomba
la habían enviado pensando que solo había un muertecillo de lo más normal, pero
el vagón de clase club aparecen todos gaseados. Lógicamente, el caso queda
fuera de sus competencias, y «lógicamente», en la lógica de este tipo de novelas,
Colomba se empeña en hacer la guerra por su cuenta, para lo que vuelve a
apoyarse en un Dante Torre que, en un periquete, es capaz de encontrar una
aguja entre un millón de pajares. Cómo no, los procedimientos de Colomba se
vuelven contra ella, laboralmente hablando, para dar más emoción al asunto y
dejar a los héroes solos ante el peligro, y conducen de nuevo a los dos
protagonistas a la clandestinidad, bien que apoyados por los tres agentes que
dependen de la comisaria y, sobre todo, por un guapetón del que, para disgusto
de Dante, Colomba se siente atraída.
Ocurre que todo es más complejo
de lo que parece, y que el «ángel de la muerte» que da título a la novela sí tiene
sexo y, para colmo, unas habilidades que ríete tú de James Bond y cuanto malo
haya pululado alrededor del agente 007. No lo cito por citar: al igual que en la
primera novela (No está solo), las historias de la guerra fría y los misterios
de esa época que tanto juego han dado en las novelas de espionaje reaparecen
aquí. Y, con ellos, el maniqueísmo de los malos muy malos y los buenos muy
buenos.
Para dar algo más de color, en
lugar de pasarse la novela dando tumbos por Roma, Colomba y Dante también
acaban en Milán, Venecia y Alemania. Los «decorados» son a menudo conocidos, lo
cual, aunque no deje de ser un fácil truco para hacer sentir bien al lector, se
agradece.
Y el final, movidito, en plan
película de acción, y sorprendente. Quizá, incluso, demasiado sorprendente,
aunque, a la vista de cuanto he dicho, quizá no tanto, pues más tiene que ver
con el efectismo que con la verosimilitud, y no digamos ya con el realismo.
Volviendo al principio, dentro
del fast food literario, una buena comilona.
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