Casi cuarenta churumbeles ven
como sus padres invierten una considerable cantidad de dinero en una tontina.
Para quien lo ignore, el juego consiste en que toda esa pasta y sus rendimientos acumulados se la llevará quien sobreviva a los demás. Algo así
como «¿apostamos a ver quién vive más?».
Una manera como cualquier otra de
incentivar que el personal se cuide y, a la vez, de otorgar a cada uno cierto
poco saludable interés en la suerte del resto. Esto último, claro, cuando los jugadores no alcanzan una edad tan provecta que ya les importe un pito cobrar o no la
tontina, que es lo que sucede en esta novela breve y humorística de Robert
Louis Stevenson publicada en 1888: los dos «finalistas» son dos hermanos tan
entrados en años que, a diferencia de alguno de sus herederos, ya no están
interesados en el vil metal.
¿Y quiénes son los herederos? Dos
hermanos algo tontainas (y aspirantes a tontinos), sobrinos de ambos «finalistas», y el hijo de uno de estos. Mientras
que este último es un abogado de prestigio, bien acomodado, bromista despendolado y al que la
tontina también le importa poco, no sucede lo mismo con sus primos, que achacan
al tío a cuyo cargo quedaron al quedar huérfanos haber dilapidado parte de su herencia,
desaguisado que podría remediarse si este buen hombre, dueño de una empresa de
negro futuro dirigida (hacia el abismo) por esos dos sobrinos, sobrevive al otro hermano vivo y cobra la tontina.
O, dicho de otro modo, a ojos de
los dos hermanos –sobre todo del más lanzado de ellos- tanto interés tiene su
primo en ocultar la muerte de su padre como ellos en ocultar la del tío bajo
cuya tutela quedaron. El primero que se muera, pierde. Salvo que su cadáver no
aparezca. Y como uno de los ancianos no aparece ni vivo ni muerto no es
cuestión de que aparezca el otro cuando sus sobrinos lo dan por muerto. Es aquí
cuando realmente comienzan las aventuras del cadáver al que alude el título,
porque un cadáver cuya aparición implica la pérdida de un dineral, es un
cadáver muy inconveniente. O muy conveniente, según quién mire.
Stevenson construye un enredo en
el que las triquiñuelas de unos se complican con hechos imprevistos provocando
resultados cómicos, cercanos al humor negro, apoyándose en un elenco de
secundarios que le permiten sortear las limitaciones derivadas de la simpleza
de algunos de los protagonistas; entre estos secundarios, «la chica de la
película»¸ el vecino que queda prendado de ella y, también, un buen señor y mal «artista» que pasaba por allí y se ve sorprendido con cierto regalito non
sancto cuando esperaba otro tampoco mucho más decente. Una historia, como
muchas veces ocurre en el enredo, en la que las casualidades juegan un papel
importante y jocoso. Una comedia cercana a la novela juvenil, pero divertida a
cualquier edad, muy clara pese a lo complejo de algunas de las cuestiones mercantiles que se apuntan, y que, a pesar de parecer un mero divertimento poco o nada
ambicioso en lo literario, muestra la variedad de registros de autor que forma
parte de la historia de la Literatura.
Una breve, interesante y
sorprendente novela de humor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario