A lo largo de la historia, y nuestros
tiempos no son precisamente una excepción, se ha primado el saber práctico,
entendiendo por tal el que nos procura un beneficio inmediato -o al menos
previsible- en términos económicos o de comodidad. Expresión actual de esa
tendencia es la progresiva postergación de los estudios humanísticos o el modo
en que ciertas expresiones artísticas -cuya apreciación exige un esfuerzo-
sucumben ante el entretenimiento facilón.
La utilidad de lo inútil es un
breve ensayo, muy documentado, en el que apoyándose en las palabras y vida de
un buen número de escritores y pensadores se defiende la utilidad del saber por
el saber, del conocimiento por el conocimiento, como una práctica no solo
genuinamente humana sino exclusivamente humana o, incluso, definitoria de lo humano.
Una práctica, también, de la que acaban derivando, aunque no sean buscados,
innumerables saberes prácticos. Es imposible leer sus páginas sin acabar con la
emocionante sensación de que la vida solo tiene sentido -o, mejor dicho, solo
tiene más sentido que la de un macaco- cuando dedicamos nuestros mejores
esfuerzos al saber que no nos hace más ricos sino que nos hace mejores, a satisfacer la curiosidad desinteresada, a
admirar la belleza. Solo comprendiéndolo podremos advertir lo cerca que estamos
de poder dar sentido a nuestra existencia y de lo erróneo de nuestros
desaforados esfuerzos para tener mucho más de lo necesario y para aparentar. La utilidad de lo inútil aboca a pensar en la la diferencia entre el tener o el parecer y el ser; la
mayoría de los estudios y los trabajos que buscamos y hacemos están orientados, erróneamente, hacia ese utilitarismo del que solo salen tripas llenas, sofás calientes y la frustración de acumular bienes o experiencias sin evolucionar. Frente a la clarividencia de descubrir la utilidad de
lo inútil actúan fuerzas descomunales, alimentadas por mayúsculos egoísmos que
a su vez se aprovechan de los egoísmos más torpes, comodones o con más escrúpulos, fuerzas
que promueven algo tan inútil -para todo lo que no sea su bolsillo o posición- como
lo útil, sabedores de que con un anzuelo adecuado hay muchas personas decididas
a entregar el tiempo de su vida a cambio de ser uno
de los más ricos del cementerio de su ciudad, de su pueblo, de su vecindario o,
simplemente, de su pequeño entorno social.
Poco más de ciento cincuenta
páginas donde podréis encontrar un modo de vivir que de un modo u otro a lo largo de los siglos han
defendido personalidades como Keynes, Victor Hugo, Shakespeare, García Márquez,
Dante, Petrarca, Tomás Moro, Robert Louis Stevenson, Marx, Aristóteles, Kant,
Ovidio, Montaigne, Leopardi, Baudelaire, García Lorca, Cervantes, Dickens,
Heidegger, Ionesco, Zhuang-Zi, Italo Calvino, Cioran, Einstein, Tocqueville,
Herzen, Bataille, Euclides, Arquímedes, Poincaré, Séneca, Diderot, Rilke… y un
breve y lúcido ensayo final de Abraham Flexner.
¿No hay ninguna mujer entre tanto pensador? Que extraño.
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