En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 31 de julio de 2023

Castillos de fuego - Ignacio Martínez de Pisón

 


        Aunque resulta desolador, al hablar de la Guerra Civil y sus barbaridades los bandos siguen existiendo, casi siempre con memoria y desmemoria selectivas. Sobre la posguerra, en cambio, aparte de la cantinela sobre su dureza (que las más de las veces alude exclusivamente en la escasez de todo lo básico), los legos apreciamos un enorme manto de silencio. Sospecho que quienes quieren romperlo no encuentran cómo, y que el resto prefiere que las cosas sigan en el olvido. No es sencillo hacer luz sobre un periodo de poder opaco y omnímodo en el que ningún suceso destacó de tan generalizadas como fueron penurias y represalias, amén de por la ausencia de prensa y oposición libres e independientes.

        No hace mucho leí la biografía de Franco escrita por Paul Preston, una de las obras canónicas sobre el dictador. Al exterminio sistemático del «rojo» Franco lo llamaba, eufemísticamente, «redimir España». Si, durante la Guerra Civil, incluso la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini se habían quejado de la brutal represión en la retaguardia, la salvaje represión de la posguerra siguió provocando numerosas quejas internacionales. Solo el cambio de rumbo de la Segunda Guerra Mundial atenuó la ferocidad de la represión para dar al régimen una imagen más moderada.

        La posguerra en Madrid, 1939 y los primeros años 40, es el marco temporal de Castillos de fuego, obra que intenta mostrar retazos de aquella época dramática. Se trata de una historia de historias, o novela coral. La obra dedica sus casi setecientas ambiciosas páginas a glosar las peripecias de personas corrientes en situaciones variadas: quienes combaten al régimen desde la clandestinidad, por convicción o para vengar al hermano muerto; quienes desean estar de perfil, pero se ven arrastrados por sospechas infundadas e injustas; los que medran sin rubor ni escrúpulos; los que lo hacen indignamente gracias a la justa o injusta caída en desgracia de otros; los que cambian de chaqueta con la desatinada fe del converso para dejar claro que son lo que ahora dicen ser y no lo que eran; los que animados por un espíritu justiciero contra el régimen se transforman, sin darse cuenta, en alimañas; los que ven, observan y callan… Todo en una sociedad corroída con el odio, el miedo y la corrupción rampante, donde todo hijo de vecino puede ser un chivato o un mentiroso que hunda tu vida a cambio de bien poca cosa; un estado policial en el que la única dinámica del poder es el exterminio del adversario real o potencial, y en el que el verdugo encuentra el consuelo de su crimen de la prebenda. Una época, también, en la que distintas facciones se disputaban el poder y la influencia, provocando cierta lucha de «familias políticas» y un sinfín de conductas estratégicas.

        La mayoría de los personajes son jóvenes, aunque al fin de la novela, tan solo seis años después del momento en que comienza, todos parecen ancianos.

        El ritmo es bueno, sin prisas, sin pausas. El lenguaje, claro, rico, diáfano, eficaz, sin estridencias. No busca impactar con las palabras sino con las situaciones narradas. Hay poquísimas apreciaciones: solo hechos. Uno tras otro. En el mejor estilo de Ignacio Martínez de Pisón, de quien no me canso de repetir que es uno de los mejores autores españoles vivos.

        El lector sigue la obra sin sobresaltos, pero con tristeza y desasosiego: es posible encontrar en ella muchas conductas solidarias, pero ni una sola que permita albergar la esperanza de un futuro más justo; incluso, en el colmo de la amargura, la bondad y la solidaridad a menudo acaban disueltas en el temor. Castillos de fuego es, por tanto, una novela dura, porque enfrenta al lector a realidades de las que solo puede sacar una cosa positiva: el recuerdo, a efectos preventivos, de cómo es capaz de comportarse el ser humano cegado por cualquier ilusoria certeza.

        Una novela para reflexionar sobre los dramas derivados de creerse en posesión de la verdad, y de olvidar que el objetivo de la democracia no es establecer la dictadura de la mitad más uno sobre la mitad menos uno (un sistema, por tanto, en el que para sentirlo legítimo «deben» ganar los míos), sino la convivencia en paz entre diferentes.




jueves, 13 de julio de 2023

El arte de envejecer - Cicerón

 



        Compré este librito por azar. Caí en la tentación al verlo en el mostrador de la Librería Anónima. Lo compré pensando que el tiempo pasa tan rápido que, dentro de nada, salvo que un arrechucho lo remedie, me sentiré un vejestorio cuyo paso siguiente encontrará el vacío de la fosa, y pensé que algún consejo podría darme Cicerón para dar ese paseo tranquilamente.

        Quién iba a pensar dónde acabaría su lectura: en un hospital, junto a una persona a la que acababan de dar entre 24 y 48 horas de vida y junto a otra sobre la que existían fundados temores de que no viviera mucho más tiempo.

        Y las circunstancias en que lees las cosas cambian las lecturas. Os lo aseguro. Esas últimas páginas, las que hablan de la muerte, fueron muy intensas.

        El librito, concebido como una especie de discurso/conversación de Catón, habla, en realidad, de dos cosas: de la vejez ajena a la decrepitud y de la muerte. En la primera las facultades físicas están mermadas, pero no totalmente, y las mentales siguen en su sitio. Cicerón aboga por utilizar la vejez para disfrutar de la belleza de lo cotidiano y de la sabiduría, olvidando pasiones y ambiciones. Sobre la muerte dice muchas cosas de sentido común. Hubo una que se me ha quedado especialmente gravada, a saber por qué: el adolescente no hace lo que el niño, porque se ha cansado de hacerlo; el joven no hace lo que el adolescente, porque se ha cansado de hacerlo; por el mismo motivo el hombre maduro no hace lo que el joven, ni el viejo lo que el hombre maduro. Y de este modo llega el momento en el que uno se ha cansado de hacer todo: así de sabia es la naturaleza para que, llegado el momento, partamos, como dijo Machado, ligeros de equipaje.


lunes, 3 de julio de 2023

Contando atardeceres – La Vecina Rubia

 




No sé si existe la «literatura para mujeres»; ni siquiera sé si es políticamente correcto mencionar esta posibilidad, pero lo hago porque la autora siempre habla en femenino cuando se dirige a su público. Es relevante, porque cuando algo se destina a una determinada idiosincrasia es lógico que, por término medio, quienes no la tengan algo se pierdan en el camino.

Y como es probable que sea mi caso, me disculpo de antemano. Es probable que se me hayan escapado mil cosas.

          Sea como sea, el segundo libro de la Vecina Rubia me ha parecido, en muchos puntos, mejor que el primero, el cual, por cierto, conviene haber leído previamente para familiarizarse con los personajes y por las continuas referencias que se hacen a él. Contando atardeceres es, como La cuenta atrás para el verano, un libro injustamente tratado por la «crítica», si puede llamarse así a quienes ignoran dos de los libros más vendidos, porque ignorar lo que se vende es ignorar a los lectores.

Si definí La cuenta atrás para el verano como una especie de biografía emocional de juventud, Contando atardeceres, que es su continuación aborda un periodo mucho más corto: un par de años en la vida de la protagonista, casi recién llegada a la treintena. Al ser más breve el lapso temporal, ocurren menos cosas, pero como el libro es igualmente extenso, se narran con más detalle.

Por no reventar el argumento me limito a señalar que, como es lógico, lo narrado tiene mucho que ver con lo que le sucede a cualquier persona de la edad de la protagonista: cuitas amorosas influidas por lo laboral y la distancia, relaciones de amistad y problemas de variable gravedad. Seguramente la Vecina Rubia conecta tan bien con el lector porque lo «enfrenta a un espejo», como suele decirse, pero acompañando el reflejo con conclusiones, reflexiones y admoniciones de su cosecha que dan masticadito casi todo cuanto se puede sacar de la lectura. En cuanto a los hilos argumentales, hay dos y son sucesivos: el primero, el amoroso, es dueño aproximadamente de la primera mitad del libro, hasta que se diluye en otro en la segunda mitad (ese nuevo hilo argumental lo sabrá quien lea el libro) para reaparecer el final.

El uso del lenguaje es algo más eficaz, aunque sigue habiendo acotaciones innecesarias por evidentes que restan agilidad; el humor es algo más sutil y discontinuo; y hay menos guiños lingüísticos al personaje de las redes que firma el libro. Este último factor hace este libro más independiente de la coyuntura de la popularidad que el primero, con el que comparte, no obstante, la afición a los consejos y sentencias para ahorrarse disgustos y sofocos. Por último, la autora juega magistralmente con el misterio que la rodea, sorteando con toda naturalidad cuanto dato alguien pudiera vincular, con razón o no, a la autora-personaje, creando una divertida relación de tira y afloja con el lector.

En un blog como este tengo que detenerme un poquito en el humor, no tan presente como en el primer libro: ya he dicho que es algo más sutil y discontinuo, salvo en las conversaciones entre las protagonistas, en las que un punto del humor está en el ingenio y dos en el grosor de los «piropos» que se dedican. Hay, también, una intencionada tendencia (un poco a lo Woody Allen) a coronar los ejemplos serios con otros banales, aunque el efecto no es el mismo cuando antecede una situación más o menos grotesca que cuando no. Creo que la autora algo ha temido al respecto, porque en uno de estos casos, ya hacia el final del libro, justifica las superficialidades. Ya me gustaría saber lo que pasó por su cabeza al explicarse.

La segunda parte de Contando atardeceres me ha resultado más interesante que la primera, en la que, me temo, hay un trecho en el que el tedio ibicenco que afecta a la protagonista ha sido desarrollado con tal éxito que se traslada al lector. Fuera de eso y del abuso de términos como «perfecto», «por supuesto» y «naturalmente» para indicar el favorable juicio de la narradora sobre la predisposición de los personajes ante diversas situaciones, la novela se lee bien, es interesante, aporta una visión enriquecedora del enfrentamiento a según qué problemas y, eso sí, cada cual, en función de su experiencia, tendrá su opinión sobre si alguna de las situaciones o reacciones resulta o no excesiva o si algunas relaciones resultan demasiado ideales. Lo que deja cierto poso de algo que no sé definir ni valorar, es que en este libro no hay ni un ápice de algo tan frecuente en la realidad que su ausencia en estas páginas se nota: la maldad. No hay nadie ni siquiera un poquito malo. Lo más parecido es un personaje algo cobardica y comodón. Otros autores que han elegido esta carencia la han compensado con críticas agudas o mordaces (a personajes, situaciones o realidades sociales), que no son maldad, pero que ponen el punto de enfrentamiento que provoca dinámicas entre personajes o directamente con el lector.

Y termino con el final. La promesa implícita en su última página aventura una tercera parte bastante distinta, por su temática e interés, lo cual siempre se agradece. A fin de cuentas, tan atractivo como el personaje de las redes (o más, al menos para mí) resulta saber cómo una persona lidia desde el anonimato con un éxito apabullante y cómo se relaciona con su propio personaje. Parece que hacia ese rumbo apunta esta «biografía de una famosa desconocida».





jueves, 15 de junio de 2023

lunes, 12 de junio de 2023

Franco, Caudillo de España – Paul Preston

 



Para navegar por la historia, mejor ponerse en manos de historiadores profesionales de prestigio que dejarse agarrar por las zarpas de periodistas, tertulianos, escritores de novela histórica y demás fauna. ¿A que sí?

Paul Preston es catedrático de Historia Internacional de la London School of Economics and Political Science. Es, también, uno de los más renombrados hispanistas.

Señalo esto porque a la enorme expectación que despertó la publicación de Franco, Caudillo de España en 1993 (desde entonces libro calificado de «canónico» por muchos otros historiadores) ha seguido un débil (por falta de justificación) pero permanente (por interesado) cuestionamiento de esta obra basado en razones ideológicas y no historiográficas. Quien lea este libro podrá comprobar que las fuentes se citan con exhaustividad y que la información y la conjetura quedan siempre claramente delimitadas; además, las conjeturas nunca se producen sobre cuestiones mollares.

De los dictadores que surgieron en casi toda Europa en el periodo de entreguerras, Franco batió tristes récords de permanencia en el poder, pero ha sido, curiosamente, uno de los menos estudiados (no así la Guerra Civil, analizada hasta la extenuación por su relación con la II Guerra Mundial). Casi cuarenta años en el poder, con pocos medios de comunicación (y todos sometidos a censura previa durante décadas y solo al final a censura a posteriori), con un dominio absoluto del sistema educativo y un poder omnímodo ejercido bajo pena de represión que en algunos periodos llegó a ser generalizada y brutal, permitieron alumbrar una «versión oficial» de la historia y de la figura de Franco que, debido a ese larguísimo tiempo (¡casi dos generaciones de españoles apenas recibieron otro influjo!) calaron tan hondo en la sociedad que aún hoy, todo aquel que no se ha preocupado de informarse con un poco de rigor, sigue influido por ella. Como puede suponerse, toda aquella manipulación tenía por finalidad justificar todo lo hecho y, de paso, exaltar la figura de Franco, cosa a la que él daba suma importancia por la visión que tenía de sí mismo y de su papel en la historia.

Franco quiso presentarse ante la sociedad del momento y ante la historia como un líder providencial (esto es, enviado por la Providencia) y clarividente. Generoso impulsor de lo bueno, astuto advertidor de lo malo, hábil sorteador de problemas y brillante vencedor de retos. Pero la realidad siempre es más prosaica. Paul Preston la analiza fantásticamente en esta biografía que como libro de historia se limita a ser eso, una biografía, por lo que los acontecimientos históricos no se analizan salvo cuando es necesario para entender las acciones y omisiones del biografiado.

El periodo clave de la vida de Franco fue la Guerra Civil -que usó para encumbrarse, aunque no fue uno de sus instigadores, puesto que solo en el último momento secundó la rebelión (la cual, por cierto, pretendía restaurar la monarquía)- y la parte de la posguerra que coincidió con la Segunda Guerra Mundial. En ambos periodos jugaron un papel clave las relaciones con Alemania e Italia (con su decisivo apoyo a los sublevados) y con Estados Unidos y el Reino Unido. Cuento esto porque la catarata de información, de cartas, informes, peticiones y mensajes intercambiados por todos los gobiernos entre sí y con sus respectivas embajadas es de tal magnitud que las fuentes de información son muchas, precisas, de calidad, y ofrecen enormes posibilidades de contraste. Son la fuente principal que utiliza Preston.

De algún modo la biografía de Franco tiene tras partes: la primera, desde su nacimiento y hasta la decisión de apoyar el golpe de estado de 1936; la segunda, la Guerra Civil y la posguerra, que le sirvieron para auparse al poder haciendo equilibrios entre los generales que habían promovido el golpe (con cualquier objetivo menos el de encumbrar a Franco) y la Falange y otras fuerzas de derecha (que tenían sus propias ambiciones); y, la tercera, las décadas siguientes, una vez anclado al poder, manteniendo los equilibrios entre esas fuerzas, viéndolas venir ante una realidad cada vez más compleja y fuera de su comprensión, hasta unos años finales en que la decadencia política del régimen corrió pareja a la de Franco. El periodo intermedio es sin duda el más apasionante, aunque todos son interesantes.

El libro está muy bien redactado, es claro en la exposición de los datos, en su ordenación, en la argumentación, y es evidente cuándo se da información y cuándo se hacen conjeturas (que, insisto, jamás afectan a lo esencial). El resultado, cuando desaparece la costra de bellas falsedades con que el que todo poder tiende a adornarse, es una visión de las cosas muy distinta y en la que los intereses personales morales e inmorales, las mezquindades, la mediocridad y todos los Pisuergas que acaban pasando por Valladolid desnudan la realidad mostrando de qué cosas tan vergonzantes depende el devenir de las naciones e incluso la barbarie más cruel, salvaje y repugnante.

Dicho lo cual Preston, como buen historiador, no juzga a Franco, aunque lógicamente tenga una cualifícadísima opinión sobre él. A Franco debe juzgarlo el lector a partir de los hechos claros, ordenados y fundados que Preston expone. A la vista de lo cual cada lector obtendrá su propia visión del personaje. Una visión, a mi juicio, imposible de resumir en una palabra; una visión, también, que inevitablemente tropezará con la mucha o poca información y desinformación previa de cada lector, e incluso con sus prejuicios. Sobre estos, mejor dejarlos de lado, para lo que quizá convenga saber que son muchas las personas relevantes de todo el espectro ideológico que han calificado esta obra como la mejor biografía de Franco jamás escrita. 

          El mayor fallo se encuentra en el final (al menos en la edición que yo he leído, que ha sido la primera): contrariamente a lo que previó Preston en 1993, a estas alturas sigue siendo difícil hablar de Franco en público sin causar división. E incluso sin que alguien lo justifique. Algo estamos haciendo mal.



lunes, 5 de junio de 2023

Hijos de la fábula - Fernando Aramburu


Un éxito tan aplastante como Patria tiene un problema para su autor: para muchos lectores se convierte en la vara de medir el resto de tu obra. Probablemente por eso Fernando Aramburu, un tipo bastante listo, se apresuró a advertir algo que ha cumplido a rajatabla: le gusta cambiar de registro.

Digo esto porque comentar en las redes Hijos de la fábula y leer unas cuantas comparaciones con Patria ha sido inevitable. Y lógico, claro. En el fondo, ¿quién es capaz de no buscar paralelismos con la obra más famosa de un autor? 

De hecho, a pesar de ser consciente de las enormes diferencias entre esa obra e Hijos de la fábula, no he resistido la tentación de buscar puntos comunes, sobre todo porque hay uno que salta a la vista: Hijos de la fábula gira, también, en torno al final de ETA, lo cual implica, además, identidad temporal con Patria, al menos parcialmente. La otra para mí evidencia –pero creo que no tan evidente para muchos lectores- es que también contiene un elevado componente crítico, solo que en esta obra Aramburu usa el humor para intentar dar el descabello a cualquier tentación de resurrección del terrorismo. Es meridiano a través de las páginas, y llega al culmen cuando los dos asendereados protagonistas llegan como pueden a San Sebastián, lugar ocupado por el enemigo en su concepción del mundo, y se indignan porque, en lugar de a hacer la revolución, todo el mundo se dedica a vivir como Dios.

El humor de esta novela es corrosivo, porque ridiculiza sin ofender; no se hace con saña, pero sí con intencionalidad. Los protagonistas están tan fuera de la realidad que ingresan en ETA pocos días antes de que, a efectos prácticos, desaparezca. Enviados a una granja en Francia, cercana a Albí, permanecen más o menos ocultos a merced de la infinidad de pollos que allí se crían, del frío y del matrimonio que regenta el lugar; especialmente están en manos de la granjera; la única que chapurrea español y que a su condición de fortachona y no muy limpia une cierta querencia por el sexo. Allí se quedan los dos jovencísimos terroristas que nunca lo han sido, digo. Abandonados y olvidados por todos, a la espera de que alguien los reclame para iniciar su formación en la lucha armada. Si la situación resulta ridícula, aún lo es más verlos comportarse como fugitivos cuando nada tienen que temer, porque no han cometido crímenes ni colaborado en ellos. Podrían hacer lo que quisieran. Pero, en lugar de volver a la vida normal que han llevado hasta entonces, viven ocultándose como ratones temerosos y siempre sin un céntimo. Pronto, ante la evidencia de que nadie contacta con ellos, en lugar de volverse por donde han venido su quijotismo les hace convertirse en sus propios profesores e improvisan su formación terrorista usando medios que acentúan lo ridículo de su situación y lo patético de sus personas.

Ambos son jóvenes, unos diecinueve años al comenzar la novela. Uno de ellos, Asier, asume el papel de don Quijote: siempre está cantando las alabanzas de la revolución, forzando estériles sacrificios en interés de la patria y vigilando la estricta observación de las esencias, amén de regular los exiguos recursos económicos de que disponen. Tan voluntarioso como chapucero, Asier no ha conocido el afecto y lo necesita como un cachorro apaleado. El otro protagonista, Joseba, que poco después de marcharse de su casa para emprender la aventura habrá sido padre aún  no sabe si de un hijo o una hija, hace las veces de Sancho Panza: más grueso que Asier, más apegado a las comodidades, se deja arrastrar con el líder con un ojo puesto en todo lo que se está perdiendo. Para completar el cuadro, incluso aparece cierta Dulcinea del Toboso que, como la falsa Dulcinea de Cervantes, tiene más de labradora que de princesa, aunque al menos es guapetona; como parte del ridículo, no van a ser los caballeros andantes los que le resuelvan las cuitas, y el desenlace de la historia de los dos héroes con la heroína tiene también un elevadísimo componente grotesco y simbólico; esto último tanto por la identidad de los personajes que intervienen en ese momento como por el modo en que actúan, más próximos a la colleja que a otra cosa.

Dos muchachos transformados, por la ignorancia, en dos idiotas. Dos idiotas convertidos, por el ambiente en el que viven, en terroristas. Dos terroristas que no llegan a estrenarse como tales y que, además, acaban convertidos, por la realidad, en dos pobres mamarrachos. 

   Quieres ser terrorista y la realidad te convierte un hazmerreír. ¿Cabe crítica más contundente? Difícilmente. Otra cosa es que el tono humorístico disimule la dimensión del sopapo.

Quizá lo más suave, o poético, sea el título: Hijos de la fábula parece aludir a quienes se dejar arrastran como ratones por cualquier flautista de Hamelin hasta acabar ahogados en el río de la realidad.



jueves, 1 de junio de 2023

Ganas de vivir – Joaquín Berges

 


Me lo he pasado en grande con este libro cuyo título hace honor al contenido y resulta contagioso. Y no porque Ganas de vivir sea especialmente alegre, sino porque enfrenta al lector a unos personajes acostumbrados a discurrir rutinariamente por la vida hasta que un buen día algo sucede, no necesariamente bueno, que les hace enfrentarse a ella de una manera apasionada.

El título es también una broma, porque la familia que protagoniza la historia es propietaria de una funeraria en Zaragoza, negocio que no sé si da muchas ganas de vivir a los dueños, pero que parece poco propicio para desear la vida eterna al personal. 

Son tres las generaciones que se nos presentan: Cosme, el fundador. Un hombre ya mayor, viudo y con ciertas pintorescas costumbres en torno a la muerte. Su retraído hijo Matías, criado entre cadáveres y deudor de esa crianza. Y el nieto, Tristán, un joven, obsesionado con una chica que le recuerda a Maureen O´Sullivan, y que cae bien por cómo mezcla obsesión, pedantería, raciocinio y tenacidad.

A estas tres generaciones se unen sus respectivas parejas y sus entornos: Francisca, la esposa de Cosme, apenas tiene papel; mucho más interesante es el de Rita, la esposa de Matías, de quien sabemos cómo fue «reclutada» y qué vida ha llevado; también juega su papel en cuanto a sus ganas o desganas de vivir; y conocemos también a Gracia, la Maureen O´Sullivan de Tristán, una joven zaragozana huérfana de padre y cuya madre, Deli, tiene una peluquería en un barrio popular. Gracia tiene también un hermano, Lucas, con un problema psiquiátrico que no le impide razonar de modo brillante, pero sí comprender las diferencias entre el mundo real y el suyo propio, lo que tuerce de raíz sus razonamientos.

Conocemos también las andanzas de un «sin techo» y, en medio de todos ellos, el narrador se va infiltrando en la novela desde una posición omnisciente hasta acabar convertido en un personaje más.

La acción transcurre íntegramente en Zaragoza y solo un poquito en Salou (localidad conocida en Zaragoza como «la playa de Zaragoza). ¿Y en qué consiste? Para empezar, en los amoríos de Tristán pescador, que no deja de echar el anzuelo a Gracia, para él culmen de toda beldad e inspiración. Estos amores y desamores ponen en contacto a las familias de ambos jóvenes, y lo que sucede después lo sabrá quien lea la obra, porque aquí solo puedo limitarme a señalar que esta relación introduce una serie de cambios en la vida del resto de los personajes. Las situaciones y soluciones han sido hábilmente trabajadas por Joaquín Berges y cada personaje descubre, con cada buena o mala sorpresa, que puede optar entre mirar al pasado o al futuro. A la vista del título está claro hacia dónde eligen todos dirigir su vista.

Ganas de vivir está escrita con una prosa ágil, clara, con capítulos y apartados cortos que hacen sencilla la lectura, con planteamientos diáfanos que enfrentan al lector y a los personajes a dilemas insorteables, a sorpresas y decisiones constantes, que a su vez sirven de base a nuevos cambios. Un libro muy bien escrito, muy bien medido, muy bien estructurado y que deja un poso alegre pese a tratar muchos temas que hacen caminar con pie y medio en la melancolía.

Una lectura muy, muy agradable de un autor que sabe contar historias y que tiene algo que decir. Por ejemplo, que tener ganas de vivir ayuda a hacerlo. Y esta novela las contagia.




lunes, 29 de mayo de 2023

La conciencia de Montalbano - Andrea Camilleri

 

 

              Cuando hay un céntimo por medio pocos son los editores que respetan la voluntad de ningún autor. La codicia puede más que el respeto, la memoria y quizá que la amistad. Lo digo porque Andrea Camilleri anunció varios años antes de morir (y se repitió hasta la saciedad) que tenía preparada la novela –a publicar tras su muerte-  que daría fin a su personaje, Salvo Montalbano; y, una vez que Camilleri falleció y esa novela (Riccardino) se publicó, todos los lectores, con pena, dimos por finiquitado al comisario de Vigàta.

              Es lo que había querido su autor. Y el destino que dio a Montalbano obliga a pensar que no quería verlo de nuevo por el mundo. Y por algo mató Cervantes a don Quijote.

              Aunque La conciencia de Montalbano contiene seis relatos que de una u otra manera habían visto la luz en vida de Camilleri (cuatro en antologías de su editorial original, otro en una edición no venal para Unicredit y el sexto como colaboración en fascículos en un nuevo proyecto periodístico), no formaban parte de la colección «oficial», por lo que la mayoría de sus lectores no los conocíamos. Su aparición ahora en ella, después de la publicación de Riccardino, no sé si es una traición a la voluntad del autor o, simplemente, tomársela a pitorreo.

O tomarse a pitorreo a los lectores.

              Me permito conjeturar que, por razones mercantiles, ningún editor quería dejar pasar demasiados años entre la muerte de Camilleri y el anunciado libro que pondría fin a Montalbano, y que una vez hecho esto se están apresurando a explotar cuanto resto encuentran.

              Para los devotos de Camilleri, como yo, ha sido un dilema optar entre la fidelidad al autor y la fidelidad a su personaje. El modo en que yo lo he resulto está claro: he leído el libro. A fin de cuentas, me había familiarizado con Montalbano, no con Camilleri, pero este circo me hace sentir mal. Como un vil traidor.

              El lector que no vaya a ser fiel al deseo de Camilleri, y que no haya leído aún Riccardino, puede, dentro de esa infidelidad, ser más fiel a la memoria de Camilleri de lo que yo lo he sido. ¿Cómo? Leyendo La conciencia de Montalbano antes que Riccardino. ¿Cuánto antes? Poco, porque si bien es cierto que el primer relato está situado –por referencias musicales- en la década de 1980 (lo cual, por cierto, no concuerda con la edad del comisario en el resto de la saga) los restantes tienen lugar cuando el personaje anda por los cincuenta y muchos; es decir, próximo al final de la serie.

              La edición incluye una nota con el origen de los relatos, situando su aparición, si no recuerdo mal, entre 2007 y 2018. Sin embargo, el primero –que transcurre temporalmente en los años 80- se distingue por su redacción, algo torpe y prolija comparada con el conjunto de la obra; ese dato y que la acción pueda fecharse cuando he dicho permite sospechar que quizá Camilleri lo tenía redactado bastante antes de su publicación en 2013.

              Ese primer relato comienza con el descubrimiento de un muerto, aparentemente por sobredosis, en la playa de Vigàta.

El segundo aborda los problemillas de un bodeguero para pagar el pizzo a la mafia.

En el tercero, homenaje a Hitchcock y escrito para poder ser publicado en pequeñas partes, Montalbano está en Roma y, por una vez, sigue siendo él mismo a pesar de estar fuera de su ambiente. Su afán de meter las narices en todo le hace cotillear; y, el cotilleo, le hace investigar.

El cuarto es un pequeño divertimento, sin investigación propiamente dicha, que gira en torno a la plaga de invitaciones a cenar en Nochevieja recibidas por Montalbano, y el modo en que intenta escaquearse de cuanto no le interesa.

El quinto gira en torno a una infidelidad y un «no delito», y en cierta medida es, como el sexto (que sirvió de base a una de sus novelas y es una versión reducida de la misma) una novela pequeñita. En la primera se ventila un robo y en la segunda un asesinato.

Con la excepción del primer relato, que parece redactado en otro momento, todos los demás son puro Camilleri: diálogos ágiles y acción expeditiva, si bien, posiblemente por las razones de su redacción, quizá haya un exceso de sobreactuación en las manías y rarezas de los personajes. Al fin y al cabo, como iban de invitados, debían hacer lo que de ellos se esperaba.

Y esto es cuanto tengo que decir sobre la aparición del fantasma de Montalbano.

 

 

miércoles, 24 de mayo de 2023

Elizabeth Hardwick - Noches insomnes

 



Tras dos novelas fallidas a los 29 y a los 39 años, Elizabeth Hardwick (1916-2009), a los 63, cuando nadie la conocía más que por su faceta de crítica literaria y ensayista, (y por haber fundado The New York Times Book Review) sorprendió a todo el mundo publicando Noches insomnes, una novela que, a decir de muchos, es una obra maestra. 

Hardwick estuvo casada con uno de los más famosos poetas norteamericanos del siglo XX, Robert Lowell. Fue un matrimonio complicado por las andanzas y locuras de Lowell, que falleció en 1977. Noches insomnes vio la luz en 1979, y se inicia con la recuperación de la libertad de la narradora. O, más que con la recuperación de su libertad, con una visión algo tenebrosa del mundo, como si la muerte del marido fuera el principio del fin de todo, razón por la cual el libro es un largo mirar atrás con sabor a evaluación y despedida.

A lo largo de Noches insomnes el lector se asoma a la memoria de la narradora (que tantos puntos en común tiene con la autora) en forma de recuerdo de varias personas. Anónimas unas. Célebre alguna otra.

El libro está maravillosamente escrito. La prosa es limpia, concisa, clara, distinguida y elegante. Se diría que cada palabra, cada párrafo y cada capítulo han sido planificado con precisión científica, calculado y revisado hasta dar con la palabra exacta. El tono es el que he señalado antes, entre la memoria, la reflexión, la despedida y la evaluación de si la vida ha merecido la pena. Nada más. Y nada menos. No hay una trama, sí un argumento.

Gran libro, digo, pero también una obra exigente para el lector: requiere buena concentración, intentar ver más allá de la literalidad de las palabras e imbuirse de un ánimo algo oscuro para mirar atrás, a través de los personajes retratados, con no mucha satisfacción y tampoco demasiada esperanza.

Un gran libro triste.


lunes, 22 de mayo de 2023

Solo humo – Juan José Millás

 



Juan José Millás tiene admiradores y detractores, y unos y otros lo son por lo mismo: porque en pocos autores como él se cumple el dicho de que se pasan la vida escribiendo el mismo libro. En consecuencia, si te gusta, como es mi caso, estás encantado; y si no, no puedes con él.

¿Qué es lo recurrente en Millás? Los personajes que andan buscándose a sí mismos incluso en los utensilios más corrientes, siempre perdidos y siempre topándose con sus propios miedos y anhelos a la vuelta de casi todas las esquinas; y el andar con un pie en la realidad y otro en la irrealidad, cuando no son los pies los que están en un sitio y la cabeza en otro.

Solo humo lo protagoniza un chico de dieciocho años que apenas ha conocido a su padre, con el que tiene cuentas pendientes porque lo abandonó a él y a su madre, pero del que hereda un pisito en Madrid.

¿Qué hay en el piso? Aparte de una vecina, cercana a los cuarenta, muy pimpante, y un amago de novela de su padre, hay un montón de libros entre los que se encuentran los cuentos de los hermanos Grimm. El protagonista nunca ha leído, pero estos cuentos lo subyugan de tal manera que se disocia entre su yo real y el que anda metido en cada cuento, donde, además, se proyecta su subconsciente. O su consciente. O vaya usted a saber qué, porque estamos hablando de Millás.

Así que el chaval viaja de este mundo al otro y del otro al uno, teniendo además el aliciente de que en ese otro mundo de vez en cuando se topa con un fantasma como él: su padre. El reencuentro del lector con varios cuentos famosos, y el sorprendente encuentro con su versión original, también animan la lectura.

La figura del padre está presente de modo constante, aunque el lector no acaba de saber bien para qué lo busca el protagonista: ¿Para conocerlo? ¿Para entenderlo? ¿Para congraciarse con él? Quien lea la novela no lo sabrá hasta el final, y le sorprenderá. Lo importante es que a ese fin a un tiempo claro y difuso se dirige la vida del protagonista creando paralelismos nunca sabemos si orientados por el destino o por el subconsciente. Lo único cierto, como podrá comprobar el lector, es que la mejor manera de vencer a los fantasmas es hacerles frente, para lo que hay que salir en su búsqueda.

El desenlace, que no voy a contar, permite a los lectores menos perezosos hacer un análisis de las razones del protagonista que sin duda condicionará la interpretación de la novela, enriqueciéndola. Quien no se moleste en hacerlo simplemente habrá pasado un buen rato de lectura con un escritor con un enorme dominio del lenguaje y la escena.

Me parece prodigiosa la capacidad de Millás para sumergir al lector en sus mundos con apenas unas pocas líneas. Los capítulos son muy breves. Las ideas y la exposición de las cosas son diáfanas y concisas. Máxima información con las mínimas palabras, sin perder la capacidad para ambientar.

Un lujo, Juan José Millás.


martes, 16 de mayo de 2023

Carmen María Machado – Su cuerpo y otras fiestas

 


Vaya libro de relatos, el de Carmen María Machado. Muy bueno, aunque no siempre fácil de leer.

Son ocho los relatos incluidos en el libro. El primero, el de una mujer que siempre va con una cinta atada al cuello, es al que alude la portada; interesante por el modo en que crea el suspense en torno a la cinta y por lo inesperado del desenlace, resulta engañoso no por sí mismo, sino porque poco tiene que ver con el resto de relatos, entre los que destaca el más largo, «Especialmente perversos», en el que el lector acaba construyendo una historia de dos policías, hombre y mujer, sobre la base de una secuencia de retazos de información sobre actividades, problemas, aspiraciones, etc. Aunque al principio me desorientó, al final le cogí el tranquillo. Más normalito y asequible es el relato sobre la escritora que acude a una especie de retiro perdido en el bosque, cerca de donde, de pequeña, participó en campamentos. Del resto ya sabrá quien lea este libro.

Siendo historias independientes, no hay más hilo conductor que los elementos comunes: protagonistas femeninas homosexuales, frecuentemente casadas con otra mujer; el sexo, liviano, rutinario, no muy encantado de haberse conocido; problemas psicológicos latentes, visiones y alucinaciones, reacciones inesperadas y soledad incluso cuando se está en compañía. Relatos, en definitiva, protagonizados por personas problemáticas encerradas en sí mismas, que miran el mundo desde dentro de su mente sin acabar de ser capaces de integrarse en él.

Una buena lectura, a veces algo exigente. Más para disfrutar de la literatura que para pasar el rato.




sábado, 6 de mayo de 2023

La isla del doctor Schubert – Karina Sainz Borgo

 

 

Karina Sainz Borgo me ha dejado pasmado con esta obra bellísima, que solo puede escribir alguien que vive en la Literatura como otros en su casa, y que solo debe ser leída por quienes saben que afrontar una lectura sin buscar nada en ella es la mejor manera de encontrar cuanto sus páginas ofrecen. Hace poco comenté en este mismo blog que C. S. Lewis, en La experiencia de leer, señalaba que, si el lector «no literario» es el que pasa la obra por el tamiz de sus propios objetivos, el «lector literario» es quien, sin objetivos, se pasa a sí mismo por el tamiz de la obra. De resultas, la obra cambia al «lector literario». Es así como debe experimentarse el arte.

              Lo que no recuerdo es si Lewis dice que hay obras que solo pueden leerse como «lector literario», porque de otro modo nada de ellas encaja en ningún sitio y te pegas un tiro. La isla del doctor Schubert es un ejemplo.

              ¿Qué sucede cuanto pasas por el tamiz de esta obra?

              Pues que cada vez que luego piensas en ella te entra un súbito relax y te quedas sonriendo con la cara un poco pánfila de quien se abstrae rememorando una mezcla de suave levitación y dulce sueño. Y más si la lees un día luminoso de primavera, con una luz tan semejante a la balear. Así de bonita es.

              Cosa distinta es que me resulte fácil o posible explicar de qué trata. La isla del doctor Schubert no es una historia, ni una reflexión, ni nada que tenga un nombre. Es una especie de sueño escapado de una biblioteca y atracado en una cala balear. Una mezcla de fantasía y evocación, comenzando por el título; una mezcla en la que Schubert, su isla y todo lo que hay, no hay o pudo haber en ella parece llegado del confín de los tiempos literarios y en tránsito hacia el sueño de todos los lectores que han sido y serán. Leer esta obra es como pasear por una biblioteca donde las imágenes de novelistas, filósofos e historiadores se fugan de los libros para mezclarse y crear otras, bellas, extrañas, armónicas y efímeras, delante de tus narices, aunque de inmediato se disuelvan para que sus restos alimenten otras. Solo de vez en cuando encontramos una referencia que ancla la isla y al lector en algún lugar del Mediterráneo y del presente; pero es un lugar singular: una nueva isla balear capaz de fundirse con las reales, de escindirse de ellas, de crecer y achicarse, de mutar en el tiempo y en el espacio, una isla donde sabes que detrás de cualquier piedra puede estar Homero sesteando en soledad, imaginando una Odisea aún no escrita, aunque sea para sortear luego a los turistas y tomar un avión. Ni siquiera las tres furias en libertad son capaces de hacer mediocre una línea. La isla del doctor Schubert, bien lo sabe la copista, es un canto de sirena.

              No soy capaz de saber qué ha querido hacer Karina Sainz al escribir esta obra, aunque sospecho que si algo la ha motivado ha sido dejarse llevar y disfrutar. Lo que sí sé es que un texto así está al alcance de cuatro gatos. O de dos o tres. El cambio de registro respecto a sus anteriores libros es tan extraordinario y el extraño resultado es tan bello y equilibrado que impresiona. Me la imagino escribiendo esta obra, con el bolígrafo convertido en batuta, con los gestos de quien dirige una orquesta.

              Es grande Karina Sainz Borgo.





jueves, 27 de abril de 2023

Dioses menores – Terry Pratchett

 



No hay dios sin creyentes. O, si lo hay, su influencia en la conducta humana es tan minúscula que bien cabría calificarlo de «dios menor».

Sobre esta idea edifica Terry Pratchett una magnífica parodia de las religiones monoteístas partiendo de un dios, Om, cuyos muchos fieles han desvirtuado tanto su figura con el paso del tiempo que, en realidad, creen ya en otra cosa y, como ya nadie cree en el verdadero Om, el pobre lleva una existencia muy arrastrada. La casualidad le lleva a encontrar en un muchacho torpe y tonto pero de prodigiosa memoria (Brutha), la única esperanza para volver a ser, para no desaparecer disuelto en el olvido. O, lo que es lo mismo, si el pueblo debe conocer al verdadero Om -quien solo así recuperará su lozanía-, quien lo dé a conocer será su profeta. 

El principal problema al que se enfrenta Om –aparte las peculiaridades y limitaciones de Brutha y de que los profetas anteriores no estuvieron muy atinados- es el planteado por sus propios defensores. Los defensores de las esencias rara vez están abiertos a cambio alguno, y en esa cerrazón destaca Vorbis, parodia de gran inquisidor, un tipo astuto, cruel y ambicioso, pero a la vez austero y, a su modo, ascético.

Los equivocados seguidores de Om mantienen, contra toda lógica, que el mundo es una esfera, cuando ya se sabe cómo es el Mundodisco. Creer que el mundo es un disco colocado sobre cuatro elefantes que a su vez descansan sobre una tortuga gigante que nada en el espacio, es signo evidente de herejía y causa de apiole instantáneo. El recurso a Galileo es evidente, y le sirve al autor para diferenciar la fe de Omnia –el país donde ocurren los acontecimientos- de los países herejes, fundamentalmente Efebia, trasunto de la antigua Grecia, lugar plagado de filósofos que, sin que el lector se dé cuenta hasta que no se para a pensar, ofrecen un modo de estar en el mundo que supera en ventajas a las religiones, aunque solo sea porque la filosofía se sustenta en la duda y la conciencia de la duda conduce a la tolerancia, mientras que las fes inquebrantables a menudo acaban en el quebranto de pescuezos de distinta fe.

Todas estas cosillas se nos dejan caer con la excusa de la historia de Om, de Brutha, de Vorbis, de otros personajes secundarios y, sobre todo, de la especie de cruzada o de guerra santa emprendida por Omnia.

Como he dicho, la sátira de las religiones monoteístas es obvia, aunque las politeístas también acaben dado juego.

Un libro excelente, que he leído muy rápido, que hace pensar (sobre todo a partir de la idea que he citado al principio,  y también sobre el papel de la filosofía) y que, además, tiene la singularidad, dentro de la saga del Mundodisco, de que es el primero donde la magia no juega ningún papel.


lunes, 24 de abril de 2023

Piedras labradas - Miguel Torga

 


              Pocos libros de relatos han conseguido captar tanto mi atención como Piedras labradas, del portugués Miguel Torga (1907-1995).

              ¿Por qué? No hay solo un motivo, pero al menos soy capaz de identificar los siguientes:

              Los relatos son muy breves.

              Son también intensos.

             Plantean situaciones realistas y hasta probables, pero complicadas, lo que fuerza el suspense.

              Le bastan muy pocas palabras para que la mente del lector cree el contexto.

              No juzga. Cuenta.

              La temática es siempre interesante y el lenguaje sobrio y elegante.

             El resultado es que los relatos de Piedras labradas se pueden administrar como pequeñas dosis de lectura con inmediato efecto vigorizante: puedes dejar de leer pronto, porque los relatos son cortos, pero sientes la apetencia de leer más.

              Es una pena que este libro esté ya descatalogado.


jueves, 20 de abril de 2023

La experiencia de leer - C. S. Lewis

 


          Críticas, artículos, reseñas… Todos suelen hablar de buenos y malos libros o, lo que es lo mismo, del juicio que merece cada obra tras pasar por el tamiz del lector.

          ¿Pero no sería mejor juzgar las obras por cómo queda el lector tras pasar por el tamiz de la obra?

          Seguramente es el mejor criterio, y es el que propuso Clive Staples Lewis (1898 – 1963), el profesor de la Universidad de Oxford y crítico literario célebre por su saga Las crónicas de Narnia. Lo hizo en La experiencia de leer, un ensayo publicado en 1961 y convertido desde entonces en un clásico sobre la crítica literaria.

          La idea central ya la he apuntado. Para su desarrollo Lewis distingue constantemente entre los «lectores literarios» y los «lectores no literarios», una clasificación muy parecida a la de buenos y malos lectores, entendida la expresión no en sentido peyorativo, sino para distinguir aquellos lectores que pueden hacer bueno o malo un libro de los que no.

          El «lector no literario» es quien lee con algún objetivo: pasar el tiempo, entretenerse, divertirse, juzgar lo que está leyendo, contarlo… Al tener un objetivo, la lectura, el modo de leer, acaba adaptándose a él; el lector encuentra o no lo que desea encontrar (y en función de eso enjuicia), pero apenas ve lo que no busca. Es lo que ocurre con quien va al bosque pensando en buscar setas: encuentra setas o no, pero apenas repara en la vegetación o la fauna, y su juicio sobre el bosque queda mediatizado por la buena o mala recolección. De alguna manera, el «lector no literario» desea hacer suyo el libro. Es decir, que el libro encaje en él, en sus gustos, en sus objetivos, y lo juzga en función de ese resultado.

          En cambio, el «lector literario» solo pretende atravesar el libro. De resultas de la lectura, el lector se ve cambiado, aunque a priori ignora en qué sentido. Es lo que sucede con el arte cuando uno se aproxima a él sin objetivos: que nos cambia. El «lector literario» no busca nada, pero sigue todos los rastros que encuentra.

          Es por todo lo dicho por lo que el «lector no literario» puede encontrar fantástico o repugnante un libro horroroso o maravilloso, al tiempo que el «lector literario» puede dar con un libro fabuloso que otros consideran pésimo, o con otro lamentable que la mayoría elogia.

          Avisa Lewis que la mayoría de los lectores son «no literarios» y que, quien más y quien menos, todo el mundo lo es alguna vez. El corolario que me permito sacar, un poco a lo Juan Ramón Jiménez, es que lo verdaderamente bueno es asunto, casi siempre, de minorías. Aunque solo sea porque somos las personas, como sugiere Lewis refiriéndose a los libros, quienes hacemos bueno lo que tenemos alrededor; y hacer buenas las cosas es, también, un arte.



lunes, 17 de abril de 2023

Expediente Barcelona – Francisco González Ledesma

 



Barcelona, que en 1929 había llegado a ser, parafraseando a Eduardo Mendoza, «la ciudad de los prodigios», transitó poco después por la guerra para desembocar en la hambruna y la ruina de los años 40, y luego volver a rehacerse, muy poco a poco, gracias al sacrificio de quienes habían sobrevivido al caos y a la brutalidad de la nueva ley y de cuantos acudieron allí en busca de un futuro. A la paulatina disolución, a manos del egoísmo uniformador de la modernidad, del deseo de evitarse problemas y de la ambición de los poderosos, de esa Barcelona nacida de la desdicha y fundada en la esperanza del plato caliente en la mesa y otros éxitos, canta Francisco González Ledesma (1927-2015) en sus obras, especialmente en las protagonizadas por ese eterno viejo policía apellidado Méndez, que, felizmente para los lectores, se pasó 30 años al borde de la jubilación, como si el tiempo hubiera corrido más rápido para el mundo que para él, lo cual, por cierto, es la esencia de las novelas del autor, cuya mirada siempre se posa en los restos del pasado.

Expediente Barcelona es la única novela que me quedaba por leer de la saga, aunque fue la primera que se publicó (en 1983; la última, Peores manera de morir, lo fue en 2013), si bien hay que advertir que, aunque en el modo de narrar y de mirar a esa Barcelona en disolución Expediente Barcelona es en todo digna de pertenecer a la serie, realmente Méndez no pinta nada en la novela. Hace solo una aparición fugaz y prescindible, y después se le menciona un par de veces. Nada más. Es un figurante que ni siquiera aspira a personaje secundario.

La novela tampoco sigue el esquema de las que luego formaron la saga (que incluyó un Premio Planeta: Crónica sentimental en rojo). No hay una investigación propiamente dicha, sino una secuencia de escenas en la que unas veces se dirige al lector un pobre abogado acuciado por la penuria que recibe una insólita encomienda por persona interpuesta, para a continuación toparnos con las cartas del hijo de un empresario catalán que poco a poco le va contando su vida a una señorita, sin escatimar confesiones y detalles sórdidos; e incluso también se ofrecen al lector las cartas que no llegan a informes informes que desde la prisión envía un preso a un comisario.

El título no podía estar mejor elegido, porque la novela trata de esa Barcelona que transita de la posguerra a la incipiente democracia, desde la que se «envía» la obra al lector; si uno tuviera de preguntarse cuál es el crimen o qué diablos se está tratando de desentrañar, no lo sabría hasta el final y entonces se daría cuenta de que las cosas podían haber sido así o de otra manera, pero que lo importante ha sido el viaje.

Hijos sin filiación, burguesía empresarial que trata de mantener su estatus con un sentido flexible de la ética, revolucionarios con los que hay que lidiar, o compadrear o aprovechar, atentados reales, supuestos y temidos, estafas, la dificultad para distinguir entre «buenos y malos» porque casi todo el mundo es, según el momento y las circunstancias, una u otra cosa, son el marco en el que se desarrolla una acción que consiste en recrear ante el lector una ciudad, una época, y la vida de algunos de sus habitantes. Unos, con posibles; el resto, la mayoría, con imposibles.

El modo de escribir es fantástico, capaz de mezclar constantemente amargura, melancolía y humor, poéticamente duro, con un permanente reírnos de nosotros mismos, de nuestras miserias, de nuestras torpes ambiciones, del modo en que la prosaica realidad y lo acomodaticio del ser humano vence siempre a los ideales, que suelen acabar siendo la tumba de quienes los defienden por encima de su propia conveniencia. En las novelas de la serie, los grandes ideales son siempre  la excusa que encuentran los más avispados para medrar a costa de quienes de verdad creen en ellos.  

Una muy buena novela que, además, he tenido la suerte de leer en una vieja edición (la de Júcar, la editorial creada por Caballero Bonald) con lo que me podido leerla, ¡cómo le hubiera gustado a Méndez!, disfrutando en todo momento del aroma del papel y la tinta viejos.


jueves, 13 de abril de 2023

Bestias – Joyce Carol Oates

 


Joyce Carol Oates (1938) compite en la división de los candidatos al Premio Nobel de Literatura.

Bestias es la segunda obra suya que leo, arrastrado por la calidad e interés de Violación, que leí el año pasado, también fenomenalmente editada por Contraseña.

Ambas obras tienen puntos en común: en su estructura, porque son narraciones breves con capítulos también cortos; en la forma, porque el modo de escribir es similar: claro, un tanto cortante, siempre directo a las ideas significativas, sin apenas paja pero logrando una rápida y vívida ambientación; y en el fondo: en las dos obras la interacción entre jóvenes y adultos crea un conflicto de orden moral (y legal, aunque esto sea lo de menos para la autora) que provoca un «ajuste» de similar naturaleza y de sentido inverso planteando el dilema de hasta qué punto es comprensible y justificable que la impunidad origine ajustes de cuentas censurables.

Bestias narra, en primera persona, la existencia de Gillian, que en 1975 es una estudiante en una pequeña universidad del noreste de los Estados Unidos. Allí vive en una residencia donde todas las inquilinas se conocen y alternan los sustos por diferentes alarmas de incendios en la zona con los estudios y la pasión por el profesor que dirige un selecto taller de poesía en el que las anima a desinhibirse para que cada una encuentre su propia voz. El buen señor está casado con una artista atractiva, de cierta fama e ideas más que claras, que se dedica a tallar una especie de tótems fecundantes de aspecto sexualmente turbador.

Sobre este matrimonio flota algo entre la leyenda y el comadreo: a veces admiten en su casa y en su vida a alguna estudiante. Imaginen ustedes para qué. Algo más completa la habladuría y el misterio: el silencio. Nadie que tenga o haya tenido algo que ver con el matrimonio lo ha reconocido. Por lo tanto, ¿alguien ha tenido algo que ver realmente con ellos o no?

Gillian, enamorada del profesor, va dando tumbos  a su alrededor, consciente de que ser correspondida es un sueño irrealizable. Sin embargo, como la sinopsis advierte, consigue entablar con el matrimonio una relación entre obsesiva e insana. Dos cosas se plantean entonces: la legitimidad de una relación desigual que conduce a la dependencia emocional y al progresivo deterioro de una de las partes, y cierto hecho que no voy a desvelar y que sabrá quien lea el libro. Cualquiera de las dos cosas, o las dos, están en el origen de la expeditiva decisión que pone fin a la historia.

Es un libro más que bueno al que, si algún «pero» he de poner, es que quizá le falte fuerza en la narración del deterioro mental de la protagonista, aunque de ser intencionada quizá sea para dejar una duda en la cabeza del lector: ¿De qué ha hablado el libro? ¿De justicia o de despecho? ¿O es el despecho una forma de justicia?


lunes, 10 de abril de 2023

Antonio Tabucchi - El barquito chiquitito

 


Quienes hayan leído Sostiene Pereira, la novela más famosa de Antonio Tabucchi, recordarán que la expresión «sostiene Pereira» se repetía algo así como mil millones de veces.

Algo similar ocurre en El barquito chiquitito, donde los nombres y circunstancias de cada personaje se reiteran cada vez que se les nombra, creando un efecto curioso: como todos son gente perfectamente olvidable (barquitos chiquititos en el océano de la vida) la «necesidad» de recordar constantemente por qué están en la historia contribuye a reforzar su pequeñez. Otra cosa es que a partir de cierto momento rete a la paciencia del lector.

Entre el lío de nombres y ciertos coqueteos con el «realismo mágico», a veces cuesta un poco saber quién demonios es quién, sobre todo respecto a los hombres que conforman la saga de Sestos. Y es que El barquito chiquitito es la confusa historia de una saga familiar a lo largo de tres generaciones, con origen en un pueblo pedregoso y desorientado final en Florencia. Encontramos personajes deformes, duplicados, obsesionados e incluso alguno un poco baronrampante no porque le dé por andar por los árboles, sino porque tiene la cabezonada de dejar de hablar. Hablo de la historia de una saga más que de la historia de sus miembros, porque de cada uno de ellos llegamos a saber relativamente poco: solo los hechos que los definen, que unas veces son su condición física, otras sus manías, sus obsesiones, y otras actos como enterrar una bocina en la niñez.

Cuesta un poco meterse en el modo de escribir de Tabucchi, pero pasadas las primeras páginas la mente del lector se adapta a la del autor y la obra se lee sin problemas, con lo cual el lector disfruta de un paisaje a un tiempo extraño y maravilloso por lo inaudito y, también, de un humor inteligente y sutil que hace sonreír más de una vez y que sirve de lubricante para digerir una historia cuya conclusión es que todos somos barquitos chiquititos forzados a navegar hasta que nos hundamos o embarranquemos.

Un gran escritor y una buena obra.