En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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lunes, 27 de febrero de 2017

Confesiones: Mendoza, no. Cervantes, sí.



          Cuando un lector recomienda un libro y la obra o su autor no son conocidos, suele compararlos con otros famosos. Cuanto más renombrados, mejor, porque así tiene más probabilidades de lograr una comunicación eficaz. Es una forma de simplificar la explicación y de dotar a lo recomendado de un prestigio que la sola opinión de quien lo defiende quizá no otorga.

          Ajonio le debe casi todo al boca a boca. Por eso, como ni él ni yo somos famosos, las comparaciones han sido inevitables. La más frecuente, con Eduardo Mendoza. ¿Cuántas veces? He renunciado a contarlas.

          Es halagador, de agradecer y seguramente útil a los fines que persigue. Sin embargo, me hace pensar que Mendoza es mucho más leído que Cervantes; por tanto, más conocido y, en consecuencia, más utilizado para recomendar por comparación.
    
          Lo digo no solo porque la influencia de Mendoza sobre mí ha sido limitada (por más que lo admire, la mayor parte de sus novelas de humor las leí después de escribir la primera de las mías) sino porque para mí es evidente que tanto su personaje (y Horacio Dos y el marciano que buscaba a Gurb) como el mío, como infinitos otros dentro y fuera de España, beben de las fuentes del Quijote tanto en su ridícula prosopopeya como en su aspecto vulgar elevado a grotesco por las circunstancias y un deteriorado sentido de la realidad; y también lo hacen en su espíritu de perdedor ignorante de serlo o en la concepción del humor como un mecanismo de defensa ante la vida, tan opuesta a esa otra, más destructiva –que no más crítica-, de la que suele citarse a Quevedo como representante. Algo apunté aquí hace ya un lustro, cuando no imaginaba que Ajonio iba a llegar donde ha llegado. Más claro queda aún en la forma de titular los capítulos (¿por qué renunciar a los títulos para hacer literatura y divertir?), aparte de que el sentido de la justicia de Ajonio tiene, como el de don Quijote, torcido el punto de mira.
     
         Ahí terminan las comparaciones, si es que cabe alguna más allá de reconocer la influencia de Cervantes. Don Quijote lo es todo y Ajonio no es nada. Qué más quisiera él que la gloria de haberse atragantado respirando el polvo levantado por Rocinante.
     
          Dicho queda no para los lectores de Cervantes, que no lo necesitan y además –qué pena me da constatarlo así- son pocos, pero sí para los del gran Eduardo Mendoza, para los futuros míos y para aviso de desavisados. 




sábado, 31 de diciembre de 2016

Don Quijote de la Mancha - Miguel de Cervantes (Edición de Andrés Trepiello)





Mi señor don Quijote, flor, nata y espejo de la caballería andante:



                En estas fechas en que hemos conmemorado el cuarto centenario del triste fallecimiento del relator de vuestras nunca vistas y ejemplares fazañas (a quien, para mis adentros, tengo tan cercano a Cide Hamete Benengeli como una castaña a sí misma) he tornado a seguir la estela de vuesa merced, la del birrio... brioso Rocinante, la de vuestro escudero Sancho y la de su jumento, contándome de nuevo en el infinito de vuestros admiradores, alegre caterva cuyo buen sentido tanto cabe ensalzar cuando con admirada devoción sigue punto por punto vuestros insignes pasos como cuestionar cuando se la ve celebrando los de vuestro simple y parlanchín escudero.

                Pero aunque esto es así, quisiera comenzar esta misiva humillándome a vuestros pies -que aunque no muy limpios, pues las aventuras andantescas no permiten diarias abluciones, son cimiento del valor y la honestidad que en vuestro pecho anidan- para pediros perdón por haber faltado a mi cita con vuesa merced en 2015 para festejar el cuarto centenario de vuestra tercera salida; celebración que hubiera sido, como quien dice, entre amigos, que tengo el honor de sentirme tal de vuesa merced, ya que prebostes y capitostes se reservaban para la conmemoración, el presente y ya desfallecido año, de la muerte del relator de las vuestras esforzadas y nunca bien ponderadas aventuras. Acháquese mi falta no al desdén ni a las cotidianas ocupaciones que egoístamente muchos califican de inexcusables, ni tampoco a despiste inadmisible, sino a las muchas y diversas cuitas, desgracias y trabajos que me han impedido acompañaros antes, pues, como sabéis, el mundo rebosa desvaríos y malandrines. Y aunque sé de tan buena tinta como es aquella en la que están impresas vuestras aventuras que es vuestra natural condición la de amparar doncellas, socorrer viudas y auxiliar a los menesterosos y que sin vacilar un instante hubierais acudido en mi socorro siquiera fuera para regalarme el consuelo de vuestra compañía y vuestras justas razones -ya que la fuerza de vuestro valeroso brazo tenía poco que hacer con mis desdichas-, no recurrí a ellas por entender que en el ancho mundo hay miserias y dolores bastantes como para que, conmigo o sin mí, no os faltasen ciento que remediar.

                Pero este año, os decía, por fin he tornado a seguiros como en tantas otras ocasiones, admirado y suspenso ante vuestra bravura y gallardía. Y una vez disfrutado tan gran honor he querido dar cuenta de él estampando aquí estas letras precisamente al finalizar el último día del último mes de este célebre 2016, a punto de que el cuarto centenario del fallecimiento del relator de vuestra verdadera historia quede atrás, para significar, en este momento fronterizo donde los oportunistas de las celebraciones ya casi os han olvidado, que vuesa merced trota ya, a lomos de Rocinante, por los albores de vuestra quinta centuria triunfal, que yo, pobre de mí, no llegaré a ver ni mediada.

          Os he seguido de nuevo, os decía, pero no por el camino de las anteriores ocasiones, marcado por el eminente y ya finado admirador vuestro Martín de Riquer, a quien recuerdo con gran contento por el sumo placer de tantas veces haberos seguido por él guiado, sino por el novísimo trazado por Andrés Trapiello, que ha tenido a bien narrar vuestras aventuras adaptando el lenguaje de vuestro sin par y dorado siglo al de estos asendereados tiempos.


              
                No osaré reseñar aquí, mi señor don Quijote, ni una sola de vuestras aventuras, ni me atreveré a ponderar lo que ya antes tantos cantaron con mejor plectro. Sí diré, en cambio, que el trabajo del señor Trapiello es de notable mérito y digno de atención, y más en este mundo donde tanto literatillo y academiquillo de medio pelo se arrima al calor de vuestra fama y de cualquier otra aprovechándose de que la estupidez hace creer al vulgo que el expuesto a la luz refulge como si fuera él quien ilumina.

                El trabajo del señor Trapiello, trocando adargas por escudos y haciendo cuero del cordobán, permite leer vuestras aventuras sin precisar una sola nota a pie de página para aclarar vocablos, aunque los lectores menos avezados hubieran agradecido el espolvoreo de alguna para contextualizar costumbres y detectar ironías sobre cómo la intencionada grandiloncuencia de Cide Hamene Benengeli y de su relator ponen en su justo término los libros de caballerías; advertencias, todas ellas, que ayudarían no poco a quienes para acercarse por primera vez a vuesa merced elijan el trapiellense camino. 

                De mí sé decir que he leído con deleite, que aunque al principio percibía los cambios pronto me olvidé de ellos, y que quizá el flamante atavío léxico permite al lector actual percibir mejor las diferencias de estilo entre la primera y la segunda parte o, lo que es lo mismo, entre vuestras dos primeras y vuestra tercera salida. El camino del señor Trapiello es bueno, a mi humilde juicio, para que quien todavía no ha tenido la satisfacción de seguir los pasos de vuesa merced pueda hacerlo sin resquemores sobre su propia capacidad, lo cual no es contradictorio con lo expresado en el anterior punto. 


                El señor Trapiello os ha traído a nuestra época sin sacaros de vuestro áureo siglo, pero estando yo acostumbrado a viajar hasta la vuestra con todo el equipaje cada vez que os he seguido, lo que más extraño se me ha hecho ha sido veros aquí sin que hayáis dejado de estar allí. Mérito de Trapiello o cosa de esos encantadores a quien vuesa merced tan bien conoce. 

                Mi señor don Quijote, Caballero de la Triste Figura por otro nombre conocido como el de Los Leones, grandeza y guía de caballeros andantes, espero que tenga a bien concertar con este vuestro rendido admirador una nueva cita en un no muy lejano futuro, si es que los cielos me dan fuerza para alcanzarlo, que de cierto sé que vuesa merced las tiene de sobra para acudir a citas dentro de un milenio, pues vuestra fama es inmortal.

                Con extremado agradecimiento por la merced de haberme permitido compartir de nuevo tantas horas con el más gallardo y valeroso caballero andante que vieron los siglos, me despido de vuesa merced con cuantas muestras de deferencia y afecto sea menester y aun con tres o cuatro más, pues comparto vuestra opinión de que en esos asuntos más vale carta de más que de menos, poniéndome de nuevo a vuestros polvorientos pies con la súplica de que, dejándome partir en buena hora, me ponga vuesa merced a los pies de su señora, la sin par y fermosa entre las fermosas doña Dulcinea del Toboso, a quien así podrá adorar a mi través sin temor de que intente yo facerle desaguisado alguno.

                      Vale.

                

miércoles, 29 de julio de 2015

Mi pequeño drama


Hace más de cuatro años que puse en marcha este blog. Cincuenta meses. Cuántas cosas han sucedido en ellos. Desde hace unos cuantos lo tengo algo olvidado. No por falta de tiempo, que es la excusa universal para no admitir que se ha perdido el interés por algo o alguien (para lo que importa siempre hay tiempo), sino porque ando sumido en una larguísima «crisis lectora» y porque hablar de humor requiere estar de humor, lo cual no siempre es posible.

El 29 de enero de 2012 hablé aquí sobre cómo sería hoy don Quijote. Por incontables motivos le tengo mucho cariño a esa entrada que, para mi alegría, enseguida se convirtió en la más leída de toda la historia del blog. Así ha seguido a lo largo de más de tres años, gracias a varios miles de personas.

Hace unas horas ha dejado de serlo. Gurb la ha superado con una entrada del 10 de febrero de 2014, que complementé tres días después con un artículo titulado Noticias de Gurb.

No puedo decir que no le tenga cariño a Gurb y sobre todo a su compañero, que se hartó de buscarlo por Barcelona, pero nada comparable al que profeso a don Quijote. Tampoco los libros ni las circunstancias de uno y otro artículo tienen nada que ver.

Esta derrota de don Quijote se ha producido, de nuevo, en una batalla sin gloria: tras ser derrotado por un rebaño, un molino y otros mil "enemigos", ahora lo ha sido por un ser ridículo y pacífico, protagonista de una historia que ni pretendía ser un libro. Qué humillación para quien da vida a la novela más importante. Triste sino el de don Quijote. Pero en esta derrota me queda un consuelo que también lo sería para él: no ha habido fuerza en la tierra que haya podido vencerlo en este blog. Ha tenido que venir un marciano, un ser de otro mundo, para acabar con él.

Así debía ser, me temo, porque mirad alrededor y veréis que no hay sitio para los soñadores. Al soñador se le observa con displicencia o condescendencia, que es la forma más baja y desigualitaria del respeto; del respetito, quizá diría Mihura; se le profesa el afecto reservado a las mascotas; se le puede tener simpatía y cariño, pero no despierta pasiones; no se le ama ni aunque comparta todos y cada uno de sus sueños. Para que se le ame debe desaparecer y, como don Quijote, transformarse a su vez en un sueño. Don Quijote, como buen soñador, además de bueno era noble y generoso. Solo le sirvió para que todos, hasta los más cercanos, se aprovecharan de él. Pobrecillo, hoy todo sigue igual. El compañero de Gurb que protagonizaba la novela, en cambio, es  tan bueno como le permite el «ande yo caliente», por no hablar del egoísmo de Gurb. Si las ensoñaciones de don Quijote han cedido en este mundo frente a la pragmática ignorancia de un marciano y al egoísmo de su compañero, probablemente sea porque los verdaderos marcianos siempre han sido los soñadores.

En mi blog Gurb se ha puesto primero y, dada su velocidad, don Quijote ya no le alcanzará. Pero permaneceré a su lado. Sigo teniéndole más cariño a su entrada, porque para saber cuál sería hoy el aspecto de don Quijote es preciso hacer algo muy parecido a soñar.


miércoles, 23 de abril de 2014

Anécdotas del Quijote, 1



          El 4 de agosto de 1604 Lope de Vega, que, por decirlo de algún modo, ninguna simpatía sentía por Cervantes,  escribió en una carta: 

          "De poetas no digo, buen siglo es éste; muchos en cierne para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote"

          De la fecha de esta carta se deduce que ya en esa fecha Cervantes había terminado la primera parte del Quijote y, también, que como era frecuente había pedido a diversos personajes poesías laudatorias para incluir al comienzo del libro, lo cual era costumbre en la época.

          Al final, dado lo difundido de la carta de Lope de Vega y -seguramente- las muchas negativas que recibió, Cervantes optó por satirizar esa costumbre escribiendo él mismo las poesías, atribuyéndolas, en tono humorístico, a diversos personajes de los libros de caballerías. 

          
          No fue la única vez que Cervantes ajustó cuentas con alguien en el Quijote, pero siempre con humor.


jueves, 23 de mayo de 2013

Reflexiones sobre literatura y humor, 15




El Quijote contempla muchos recursos humorísticos. Uno de ellos, no poco frecuente, son ciertas alusiones escatológicas que hacen reaccionar al lector por lo que de atentado tienen a la solemnidad con que se revestía el pobre caballero andante. Sobre este asunto versará la próxima "reflexión propia". Por ahora, dejo este fragmento de la primera parte del Quijote.

Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos; y puesto que aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y leyendo un poco en él, se comenzó a reír.

Preguntéle que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese, y él, sin dejar la risa, dijo:

-Está, como he dicho, aquí al margen escrito esto: «Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha.»


martes, 23 de abril de 2013

Día del libro



23 de abril.

He aquí los
diez artículos más visitados
en la historia del blog.



¿Qué aspecto tendría hoy don Quijote?


El abuelo que saltó por la ventana y se largó
Jonas Jonasson


En un rincón del alma
Antonia J. Corrales


Vargas Llosa, el ebook y la literatura banal


Las guerras de Elena
Marta Querol


El caballo desnudo
José Luis Sampedro
Ver artículo


El asesino hipocondríaco
Juan Jacinto Muñoz Rengel


Porno
Irvine Welsh

Ninette y un señor de Murcia
Miguel Mihura


El hombre que mira
Alberto Moravia




jueves, 21 de marzo de 2013

Reflexiones sobre literatura y humor, 12




"Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla."


Miguel de Cervantes. Quijote.



jueves, 18 de octubre de 2012

¿Dónde nace el humor?



Desde que publiqué La terrible historia de los vibradores asesinos he debido opinar con cierta frecuencia sobre el humor (*), o sobre algunos aspectos concretos de él. No es que sea yo un experto ni la alegría de la huerta, pero, buenas o malas, algunas reflexiones he hecho al respecto, porque es un tema que me interesa. Así que me permito ponerlas aquí, donde las leerá quien quiera, y quien no las dejará correr. La primera, hoy, necesariamente ha de ser sobre mi concepción del humor. ¿De dónde sale? ¿Por qué? ¿Para qué?

En mi opinión el humor nace de los errores. De todos los errores. Pero los que a mí me importan, los que dan sentido al humor, son los que afectan a la percepción de las personas, incluidos, por supuesto, nosotros mismos. ¿Seré capaz de explicarlo?

Lo intentaré.

Todos, incluso los más modestos (o los menos vanidosos) nos otorgamos una importancia que no tenemos. La causa probablemente sea nuestra incapacidad para asimilar que el mundo puede prescindir de nuestra existencia, que no nos necesita ni como abono; incapacidad debida a que solo le encontramos sentido en la medida en que existimos en él. Dicho de otra manera: somos vara de medir porque no sabemos hacer más; no por soberbia, sino por ignorancia; aunque el resultado acaba siendo el mismo, porque tendemos a creer que hacemos lo que queremos, cuando solo hacemos lo que podemos. Y al sentirnos más importantes de lo que somos incurrimos en una profunda equivocación. La prueba es que si todos fuéramos el Rey del Mambo, nuestro empecinamiento en morirnos no dejaría de cambiar el mundo a cada instante. O, al menos, el mundo del mambo. Sin embargo la machacona realidad es que caiga quien caiga, nada cambia. Como tuve ocasión de opinar en casi todas las presentaciones de La terrible historia…, cuando las circunstancias nos hacen conscientes de ese tremendo error solo caben dos alternativas: engañarse a uno mismo y vivir en la inopia creyendo ser quien no se es (cómoda y anestésica fórmula utilizada por una ingente cantidad de personas, y a menudo el camino más seguro para convertirse en un idiota insoportable), o aceptar nuestra pequeñez. El problema de la segunda opción es que conduce al desencanto, cuando no de cabeza a la depresión, a no ser que recurramos a la única fórmula existente para asumir con realismo y cierta alegría la sideral distancia que nos separa de nuestras aspiraciones. Me refiero al humor. Porque cuando algo o alguien, nosotros, no es lo que parece, si no llega la decepción o el enfado es porque los desplaza una sonrisa.

Pero el humor, que visto así es una reacción, puede y debe usarse también en sentido contrario: como una acción para descubrir las realidades que las apariencias esconden. El uso del humor tiene entonces algo de indecente, porque desnuda, porque descubre las vergüenzas propias o ajenas.

Restarnos importancia a nosotros y a cuantos nos rodean nos permite además el lujo de ser más realista que el resto de mortales. Quien menos ha de temer a la realidad es quien en última instancia se sabe capaz de acabar sonriendo ante ella. Cosa distinta es, por supuesto, reírse sin analizar, reírse porque sí, reírse de una cosa y de su opuesta, para lo cual no hace falta ser inteligente, sino un formidable majadero (especie también muy nutrida). Porque la risa no hace bueno ni inofensivo a su objeto; el humor, cuando no es un mecanismo de defensa (Cervantes), lo es de ataque (Quevedo). Es decir, siempre hay un problema de base; una discrepancia entre lo que esperábamos o vemos y lo que hay o encontramos; el humor no la elimina, solo nos permite descubrirla o afrontarla. El humor es cualquier mecanismo que nos permite separar realidades y apariencias sin caer en el desánimo o el enojo.

Y esto es cuanto quería decir hoy. Me da en la nariz que esta primera perorata ha salido algo sabihonda, pero por fortuna tengo la excusa de que es difícil evitarlo cuando se habla en serio de la broma.  Y si he sido pelmazo, permítanme congraciarme con ustedes ahorrándoles el trabajo de hacer un resumen: el humor es fuente de sentido común y estabilizador mental. Y, por suerte, sin receta médica.

Aunque, ahora que lo pienso, si este artículo no ha sido lo que ustedes esperaban, no protesten ni se lamenten: tómenselo con humor: ¿cómo han podido ser tan pardillos de ir a parar a mis manos?

Y termino con un cotilleo: de esta concepción del humor partirá la próxima reflexión: la relación entre humor y solemnidad.



(*) Permítaseme un aviso para horripilación de puristas: ya sé que debería usar el  término “humorismo”, y no “humor”. Si no lo hago es porque no me da la gana.

martes, 15 de mayo de 2012

Literatura de humor y libros de humor


Quienes de vez en cuando escribimos literatura de humor nos topamos con un problemilla desconocido para el resto de los mortales:  las clasificaciones de las librerías no distinguen entre literatura de humor y libros de humor. Y así, como cualquiera puede comprobar en Amazon, FNAC o donde se le antoje, ocurre que bajo el epígrafe “humor” Cervantes o Quevedo, u otros más recientes como Sharpe, Wodehouse o Mendoza, por citar autores consagrados, conviven con creaciones humorísticas que nada tienen que ver con la literatura, por más que estén impresas o puedan llegar a ser muy divertidas. Una mezcla comprensible por razones de exposición, pero que en nada beneficia al humor como género literario.


domingo, 29 de enero de 2012

¿Qué aspecto tendría hoy don Quijote?



Las indumentarias de Ajonio Trepileto en La terrible historia de los vibradores asesinos han sido festejadas por unos lectores por divertidas y estrafalarias, y criticadas por otros, por entenderlas excesivas.

A todos doy en parte la razón, pero al hilo de tales opiniones, durante una larga caminata me dio en pensar en “célebres mamarrachos”, y el resultado fue tan curioso que me permito poner esta entrada en este blog, Literatura y humor para contarlo.

Entre los ilustres descamisados que rememoré figuran Groucho Marx con su chaqué y su bigote y cejas pintados  hasta para ir a comprar el pan (pero con el inconveniente de no ser un personaje literario), Ignatius J. Reilly (el loco protagonista de La conjura de los necios), el innominado personaje de El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas y La aventura del tocador de señoras, de Eduardo Mendoza, o alguno de los chiflados diseminado en las novelas de Sharpe. Pero, sobre todo, recordé a don Quijote.

Y es que una de las cosas que más sorprendieron y divirtieron a los coetáneos de Cervantes al leer la novela, según dice Martín de Riquer, fue el aspecto de don Quijote, verdaderamente ridículo para la época. Lo malo, en la actualidad, es que don Quijote es tan célebre que nos hemos acostumbrado a su aspecto y, por lo tanto, ni nos sorprende ni nos divierte tanto como a los lectores de hace cuatrocientos años. Así que me pregunté, para tratar de sentir lo mismo que el lector de 1605: ¿cómo sería hoy don Quijote?

La respuesta no deja de ser un juego mental sin ninguna pretensión, pero aquí está el resultado:

1. Don Quijote vivía en una pequeña aldea. Dejémoslo así, y atribuyamos al don Quijote actual un origen rural.

2. Cervantes no dice la edad que tenía don Quijote, pero Martín de Riquer indica que, a juzgar por todos los indicios, Cervantes estaba pensando en un personaje de unos cincuenta o cincuenta y pocos años. Esa edad, en aquella época, era bastante elevada (aun hoy en día hay muchos países con esperanzas de vida por debajo de los 60 años). Por eso pensé que un don Quijote actual tendría en torno a los 75 años, quizá alguno más.

3. A don Quijote, ya lo sabemos, “se le secó el cerebro” de tanto leer libros de caballerías, que estaban de moda hacia 1600, y acabó convencido de ser un caballero andante. Los caballeros tenían ante sí una misión elevada: hacer justicia allí donde se toparan con la injusticia.

Un don Quijote actual no podría creerse caballero andante, porque los libros de caballerías hace demasiado que ya no están de moda. En cambio, desde hace décadas sí han estado de moda los superhéroes. De alguna manera han suplantado a los caballeros andantes dando respuesta a la necesidad de justicia de los lectores: los superhéroes, como antaño los caballeros, están dotados de fuerza y facultades prodigiosas, se enfrentan a peligros superlativos, persiguen fines nobles y son un dechado de valentía. La lista de superhéroes que ha dado el siglo XX es innumerable. Así que me dio en considerar que un don Quijote actual se creería superhéroe antes que caballero andante, y con esa idea me quedé.

4. Don Quijote vestía una armadura que había sido de su bisabuelo, en un momento en que ya nadie vestía armadura. A los lectores actuales no nos sorprende su imagen, tras cuatro siglos de fama, pero en 1605 que un tipo fuera recorriendo los alrededores de su aldea así ataviado era, sencillamente, ridículo, según cuenta Martín de Riquer en mi edición "de cabecera". Supuse que un don Quijote actual también debería vestir las ropas de su bisabuelo. Y no unas ropas cualquiera, porque la armadura, cuando se llevaba, no era cualquier cosa: era una vestimenta especial. Lo más aproximado a algo especial, no vistiendo armadura los bisabuelos de los actuales setentones, serían unas ropas de gala: es decir, mi don Quijote actual debería vestir la ropa de gala propia de un entorno rural de la segunda mitad del siglo XIX, que en casi todas partes está muy cerca de ser lo que ahora conocemos como “trajes regionales”, como cualquiera puede comprobar viendo fotografías de la España rural de principios del XX (me vinieron a la memoria muchas de Ricardo Compairé, por la época, no por el lugar)

5. A comienzos del siglo XVII, el medio de transporte más utilizado eran las cabalgaduras. Y los caballeros andantes montaban todos briosos corceles. Birrioso corcel fue el único que pudo elegir don Quijote, porque Rocinante, ya lo sabemos, estaba hecho una lástima y apenas podía galopar una pequeña distancia sin caer rendido.

Hoy, en cambio, todo el mundo se desplaza en coche, y los superhéroes, en concreto, en “super coches” dotados de avances espectaculares. Un don Quijote actual seguramente debería ir en coche. Pero en un coche que fuera a los coches actuales lo que Rocinante a los briosos corceles. En un mundo donde todos suspiran por Ferraris y Lamborghinis, al don Quijote actual que me dio en construir le adjudiqué un viejo y destartalado Seat Panda.

6. Por último, para completar su atuendo, Cervantes colocó en la cabeza de don Quijote lo que el pobre personaje creyó yelmo de Mambrino, y que era en realidad bacía de barbero. En aquella época era frecuente verlas, entre otras cosas porque los barberos iban y venían. Y con semejante cacharro en la cabeza iba el pobre don Quijote solemnemente montado en un caballo medio muerto.

Es difícil creer que un don Quijote actual pudiera llevar en la cabeza una bacía de barbero, pues no es algo que se vea ya en ningún sitio. ¿Qué podía entonces llevar en la cabeza mi don Quijote actual que pudiera confundirse con uno de esos cascos que lucen algunos superhéroes? Debía de ser algo que pueda verse por la calle en estos tiempos sin resultar del todo extraño. Y se me ocurrió que bien podría llevar un “tupper” redondo en el que algún trabajador llevara su almuerzo de la misma manera que el barbero expoliado por el genuino don Quijote llevaba su bacía.

En resumen, si el auténtico don Quijote era un vejete (para la época) de algo más de cincuenta años, que se creía caballero andante, que vestía la armadura de su bisabuelo cuando ya nadie vestía armadura, que llevaba en la cabeza una bacía de barbero y que montaba un caballo que apenas se tenía en pie, un don Quijote actual, que produjera entre nosotros una sorpresa equivalente a la del original en 1605, bien podría ser un hombre rural, de más de 75 años, que se creyera superhéroe, y fuera por el mundo tratando de impartir justicia vestido con la ropa de gala de su bisabuelo (ropa de la segunda mitad del XIX, presumiblemente con trazas de traje regional), con un “tupper” en la cabeza, y montado en un destartalado Seat Panda.

¿A que visto así, salvando las inmensas distancias entre las dos novelas, Ajonio es de lo más modosito?

 © Miguel B.







miércoles, 5 de octubre de 2011

Astérix y Obélix, reducidos


   Entre el estupor y la tristeza leo que el dibujante de Astérix y Obélix, Uderzo, se retira (el guionista, Goscinny, ya falleció), pero que los personajes seguirán existiendo de la mano de un nuevo guionista y nuevos dibujantes. La razón, el vil metal.

   Y me viene a la cabeza Cervantes. Cuando tras la primera parte del Quijote apareció el Quijote apócrifo, también llamado de Avellaneda, imitando las aventuras y desventuras de don Quijote y Sancho, ¿cómo reaccionó Cervantes? Volviendo a sacar a pasear al genuino don Quijote en la segunda parte de sus aventuras, y haciendo que en ellas el caballero abominara de su réplica, y, finalmente, muriera el bueno de Alonso Quijano para que nadie pudiera volver a apropiarse de él. (*)

   No me extraña que Cervantes actuara así: admitir que un personaje propio pueda llevar su vida más allá de la mente del creador, tiene algo siniestro, es como convertir en monstruos a los propios hijos, como transplantarles el cerebro.

   Cervantes, ya anciano, preservó para siempre la dignidad de don Quijote de la única forma a su alcance: matándolo. Aunque cierto es que no tuvo la tentación de un dinero que no le hubiera venido nada mal. Uderzo (pobre hombre), sus herederos y todos quienes han presionado al dibujante para que los irreductibles galos sigan adelante, tendrán más dinero del que jamás podrán gastar, pero Astérix y Obélix nunca serán los mismos. Los personajes, como las personas, también tienen su dignidad.






(*) Final del Quijote:

En fin llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías; hallose el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote, el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió.

Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado desta presente vida y muerto naturalmente. Y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de que algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente y hiciese inacabables historias de sus hazañas.

Este fin tuvo el ingenioso hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero.

Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios de su sepultura, aunque Sansón Carrasco le puso este:

Yace aquí el hidalgo fuerte
que a tanto estremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco;
fue el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura
que acreditó su ventura
morir cuerdo, y vivir loco.

Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: «Aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir y decirles en el mejor modo que pudieres:

¡Tate tate, folloncicos!
De ninguno sea tocada;
porque esta empresa, buen rey,
para mí estaba guardada.

Para mí sola nació don Quijote y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió o se ha de atrever a escribir con pluma de avestruz grosera y mal adeliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio, a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace, tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva; que, para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los estraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo sin duda alguna. Vale.