En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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jueves, 26 de junio de 2025

Ese imbécil va a escribir una novela – Juan José Millás

 



Cuantos hemos publicado una novela nos hemos podido sentir aludidos por el título, porque todos nos hemos cruzado con quien no soporta que nos vaya bien o duda de nuestra mucha o poca valía. Alguien capaz de pensar, al mirarnos: «¡Ese imbécil va a escribir una novela!». El juicio que nuestra futura obra le merece está implícito: será una mayúscula calamidad, siempre por debajo del nivel que realmente alcance. El mundo está lleno de resentidos, envidiosos, acomplejados y mezquinos. Son tan inevitable como la vanidad del escritor (nadie cree haber escrito un bodrio), aunque ignorables. Pero, además, hasta el más concienzudo autor puede sentirse identificado con la frasecita porque el sector editorial exige esfuerzos agónicos para llevar solo un paso más allá de la nada el resultado del enorme trabajo de escribir.

Millás usa la expresión en los dos sentidos. El imbécil que va a escribir un libro es alguien que no le acaba de convencer y que pretende rivalizar con él; pero, por esas cosas de Millás, el otro acaba siendo él, también él, y, por tanto, la novela va a ser un desastre ajeno y a la vez propio. Algo difícil de explicar y de presentar en sociedad. O no. O sí. O a saber.

«Este imbécil va a escribir una novela» va de menos a más. Un ya viejo escritor, y subrayo el adjetivo, recibe la encomienda de redactar un reportaje para el periódico donde colabora, y decide que será el último. El amor propio le hace querer despedirse con el mejor reportaje posible. Algo interesante, significativo, profundo. El escritor, trasunto del autor hasta el punto de llamarse igual y compartir obras y experiencias vitales, emprende la concreción de la encomienda a su manera. Esto es, sin buscar pero sin renunciar a encontrar.

Así rememora, más o menos, cierto recorrido vital desde la infancia y la adolescencia hasta la vejez, centrándose en esos dos extremos y dejando menos chicha en la madurez. Millás es un viejo que sabe que lo es, pero no lo entiende; es un viejo que ni tan solo comprende lo que es serlo. Por eso habla de todo ello como para convencerse, enterarse o asumirlo. O para todo. De ahí que enlace sus obsesiones e incredulidades de «adulto mayor» con las rarezas de la infancia y la juventud, para saber cómo ha podido dar el salto desde niño a abuelo; y así es como trae a las páginas los recuerdos confusos con un pie en la memoria y otro en la fantasía o los sueños. Por eso, igual que le brotan cabezas como a otros les sale un chichón puede surgirle un padre ficticio, y este originar un hermano ficticio, y vaya usted a saber quién más puede llegar a continuación. Bien mirado, si todo eso es o no es o hasta qué punto es quizá revele más del propio Millás que de toda esa parentela que quizá no existe. O que existe, pero sin ser lo que Millás cree que es. Y si esto es así Millás no es Millás, o su parentela sí lo es, o…

Los desdoblamientos de personalidad de Millás tienen aquí uno de sus mejores exponentes. Las brillantes conversaciones con la psiquiatra hacen luz sobre ellas.

Pero el caso es que, entre obsesiones, neuras, extravagancias y la tentación, conforme pasan los años, de volver al pasado para «cerrar círculos», aclarar cuestiones, despejar dudas, averiguar qué o conocer por qué, se va formando una historia, un argumento en el cual el lector se ve envuelto sin darse cuenta. Entonces surge el deseo de saber qué ha sucedido, empezando por saber qué está en la realidad y qué en la figuración.

Una gran novela para todos los asiduos a Millás, y, para quienes no lo son, un modo de conocerlo tirándose a la piscina.


lunes, 3 de marzo de 2025

Hay algo que no es como me dicen. El caso de Nevenka Fernández contra le realidad – Juan José Millás

 


En marzo de 2001, tras una baja por depresión, Nevenka Fernández, entonces de 26 años y concejal de Hacienda de Ponferrada, dimitió y denunció públicamente por acoso sexual y laboral a su jefe y compañero de partido, Ismael Álvarez, alcalde de Ponferrada y antes senador, con quien había mantenido una breve relación a la que más adelante me referiré. Álvarez fue condenado y dimitió. Sin embargo, pese a la sentencia Nevenka se tuvo que ir de España y el delincuente encontró amplio apoyo social, incluido el público apoyo de la esposa del entonces Presidente del Gobierno y también el del Presidente del Senado, todos de su partido, como había encontrado, durante el juicio, el apoyo del fiscal José Luis García Ancos, tristemente célebre por ser apartado del caso tras su brutal su interrogatorio a Nevenka. Otros personajes, como el cantautor local Amancio Prada, de edad similar a la del alcalde, y el influyente periodista Luis del Olmo, también de Ponferrada y entonces en el cénit de su carrera, también apoyaron al delincuente. A Luis del Olmo, poderoso e influyente cuando este libro se publicó, no lo cita Millás, que yo recuerde, pero esta información puede localizarse  en la red.

Que la víctima tuviera que irse a otro país para poder rehacer su vida y que el delincuente fuera considerado mártir y hasta ejemplo a seguir en política motivó que en 2004 Juan José Millás escribiera este libro que, creo yo, pasó tan desapercibido como la injusta suerte de la víctima. O será que yo, asiduo lector de Millás, no lo había conocido hasta que ha sido reeditado al calor de la reciente película inspirada en la historia de Nevenka. Este calendario concentrado en los tres o cuatro primeros años del siglo explica que el libro termine cuando termina, muy poco después del juicio, y que no pueda contar que mientras ella sigue hoy exiliada, su agresor se permitió el lujo de regresar a la política volviendo a ser elegido concejal. Eso sí, creó su propio partido. 

El subtítulo lo dice todo: «El caso de Nevenka Fernández contra la realidad» y es que hacer ver la realidad que sufrió la zambulló en una lucha desigual contra la «realidad oficial» formada a base de prejuicios, conformismo y preservación del status quo que tanta fuerza tiene en la sociedad, sobre todo en la parte de ella que más tiene que perder (dinero o posición) con la verdad, sin comillas. Sin duda muchos, incluyendo parte de la acomodada y empresarial familia de Nevenka, no querían «meterse en líos» ni ser pasto de habladurías. Otros, quién sabe si por intereses económicos limpios o turbios, políticos o de algún otro tipo, querían salvar al alcalde a toda costa. ¿El resultado? Se ningunea a las víctimas para que nada cambie en la confortable vida de todos hasta el punto de culpabilizarla para que ella misma se anule y deje en paz al mundo.

El libro explica con detalle el proceso de acoso y se aventura en por qué los hechos ocurrieron de esa forma y afectaron como afectaron a Nevenka, y es que cada ser humano es diferente y las circunstancias de cada cual son determinantes del resultado. Es decir, Millás se aventura con éxito y veracidad (y creo que con acierto) en el terreno del análisis psicológico a la búsqueda de la explicación de por qué las cosas sucedieron como sucedieron.

Es así como sabemos que Nevenka era, en aquella época, una mujer muy joven e inexperta en todo, especialmente en lo social y emocional. Apenas había salido del cascarón, como suele decirse. Era una hija modelo que nunca había roto un plato porque su personalidad la llevaba a sentirse responsable de todo e iba por la vida con la actitud de pedir perdón por existir.

Su agresor, en cambio, era un hombre que rondaba los cincuenta años, empresario de la noche, retratado como el típico alcalde caciquil que controla todo y a todos y manipula en su propio provecho; un tipo capaz de mosconear en torno a otra mujer cuando su esposa está en las últimas y con experiencia vital y habilidad suficientes para pastorear almas cándidas, y encima perfumado con el poder. Se advierte que la atracción que sintió por Nevenka es el único motivo entendible para que le ofreciera ir de número tres en las elecciones, cuando ella jamás había estado en política ni tenía experiencia profesional suficiente para gestionar la concejalía de hacienda de una ciudad más grande que varias capitales de provincia. Pero la convenció de que sería capaz y vemos también cómo la manipuló hasta lograr (¿o forzar?) una efímera relación y cómo, cuando Nevenka le dio calabazas, reaccionó de modo brutal con un hostigamiento que si hubiera sido horroroso para cualquier persona normal, tenía que ser devastador para alguien con la personalidad y la casi nula experiencia vital de Nevenka. Un hostigamiento que no solo consistía en amenazas y vacíos, sino también en el juego sucio de intentar hacerle ver que ella no estaba bien de la cabeza, de que el «listo y razonable» era él y ella era la pobrecita atontada que no se enteraba de nada.

        Una perla, el caballero. Un perfil típico: caciquil, pelagatos con dinero y poder que actúan con prepotencia, soberbia o paternalismo, según les convenga, para conseguir sus caprichos y preservar el yo. Así lo retrata Millás. Un tipo, lo sabemos ahora, capaz de publicar un autoelogio veinte años después, como si a alguien le importara algo, como si a esas alturas, cuando ya nadie se acordaba ni se acuerda de él, no sonara a excusatio non petita...

Vemos también, y esto es lo más importante del libro, la dificultad para trasladar todo esto a un juicio, porque, así como la agresión física, por ejemplo, ocurre en momentos concretos y suelen dejar evidencias constatables, la manipulación y la anulación de la personalidad es un goteo de palabras, frases, silencios, actitudes e interpretación de papeles cuya reconstrucción es muy costosa y cuya evaluación con efectos jurídicos es imposible sin la existencia de peritos médicos verdaderamente comprometidos y profesionales. Esto es importantísimo, porque en el mundo del peritaje los «profesionales» dispuestos a decir una cosa o la contraria según quien pague son legión.  

Pero sobre todo vemos nuestra sociedad de entonces, a nosotros, en un espejo. Y lo que vemos es lamentable. Por desgracia, no es que ahora estemos mucho más guapos: se ha avanzado, pero aún mantenemos un pie en aquel pasado, como lo demuestra que ahora, al hilo de la película y de la reedición de este libro y con ellos de la efímera vuelta de Nevenka a la actualidad, ninguno de quienes se posicionaron a favor del agresor haya salido a decir algo tan simple como «Lo siento. Me equivoqué». 

Las sociedades, como los individuos, se equivocan y eligen caminos incorrectos. Pero así como una persona puede rectificar con celeridad, las sociedades lo hacen muy despacio. Nevenka Fernández, aquella chica que cayó en la depresión y en la desesperación ante el acoso de Ismael Álvarez y la complacencia de la sociedad, tiene ya cincuenta años. Solo una parte de la sociedad ha sido capaz de reconocer que fue injusta con ella y, por tanto, también responsable de su dolor.

Un gran libro para la reflexión, escrito con claridad y maestría, y en el que quedan bien deslindados los hechos de las dudas y opiniones del autor, todas sensatas, razonables y siempre acompañadas de su fundamento.


lunes, 28 de octubre de 2024

La conciencia contada por un sapiens a un neandertal - Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga

 



 Los científicos saben cómo surge la conciencia, el reconocimiento del yo. Son capaces de explicarlo desde el punto de vista evolutivo e incluso de decir cómo funciona el cerebro para hacerla efectiva. En cambio, no tienen nada claro qué es y cómo surge algo que ni siquiera consideran útil en términos evolutivos: la subjetividad.

        Sobre la base de la primera idea (o, más bien, con Millás mezclando e intentando separar ambas) y jugando inútilmente y en exceso con la geografía cerebral, Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga firman el último libro de una exitosa trilogía que nadie anunció. Si no recuerdo mal, el primer libro iba a ser el único, o esa posibilidad se insinuaba; y el segundo, el ultimo. Pero claro…

        De los tres, este el más flojete. Se trasladan pocas ideas y demasiado machaconamente; además, son más complejas y difíciles de entender, aunque el motivo quizá sea que las metáforas son menos afortunadas, o más desganadas. Sin embargo, lo que el libro pierde por el lado científico lo gana por el literario, porque buena parte de su razón de ser es la divertida narración –vista a través del sentido del humor de quien la escribe, Juan José Millás- de la relación entre el antropólogo y el escritor.

        La pareja sigue funcionando por oposición quijotesca: uno es el sapiens y otro el neandertal, ya lo sabemos. El primero es el científico y el segundo el romántico; uno es el osado que siempre lleva la iniciativa y el otro el apocado que se deja arrastrar; el uno es el apegado a la realidad y el otro a las musarañas; el primero ansía vivir la vida y el segundo parece preferir soñarla.

        Esta dualidad es llevada hasta el extremo por Millás. En varias ocasiones indica que no se considera amigo de Arsuaga. No habrá lector que no se pregunte cómo puede ser: tras varios libros de éxito basados en numerosos encuentros amables y entretenidos, tras infinidad de entrevistas, charlas y conferencias en ambientes relajados y con buen humor... Hay confianza entre ellos. Hay cierta compenetración. Podría decirse que hay cariño y comprensión. Pero no amistad, proclama Millás. Entender la relación entre ambos llega a robar protagonismo al débil planteamiento del origen de la conciencia, de cómo surge, de para qué sirve, de con qué se confunde y de si es posible establecer o no una relación entre ella y lo no científico.

        Este último punto es clave: Arsuaga trata de explicar la conciencia desde un punto de vista científico, y a Millás le cuesta separarla de la trascendencia (es decir, de lo no constatable). En el proceso de entenderse se producen las explicaciones. El sapiens debe rebajar el nivel de su discurso, y el neandertal elevar el suyo hasta alcanzar un punto de entendimiento trasladable de modo inteligible a ese otro neandertal (¿o eslabón perdido?) que es el lector.

        Millas adopta el papel de traductor incompetente que, consciente de su incapacidad, enfrenta al lector al texto original afirmando: «dicen que aquí dice que…». Un traductor, también, que opina y expresa sus dudas y desacuerdos sobre el contenido del texto original con una actitud escéptica expresada de modo humorístico. Irónico una veces, algo socarrón otras.

        En el primer libro Arsuaga nos dijo, por boca de Millás, que toda evolución se justifica en la adaptación al medio o en la sexualidad (para resultar más atractivo y garantizar la procreación). En el segundo explicaron cómo condiciona la muerte la evolución, las consecuencias de la novedosa longevidad alcanzada en las últimas décadas y por qué la muerte siempre será inevitable por más que se retrase. En este tercero no veo muy claro si los autores han tenido la conciencia de que no han evolucionado ni para adaptarse a un medio con ya dos obras a cuestas ni para hacer una tercera tan seductora que justificara una cuarta; pero sí la han tenido de que tras la trabajada longevidad del éxito mercantil, no queda otra que morir.

        Así termina este experimento literario, fruto de la curiosidad, entretenido, agradable, inteligente y maravillosamente escrito.

        Aunque, volviendo al principio, el meollo de la vida, que es también lo que interesa al profano (pero no al científico, que no sabe cómo meterle mano) es algo que va mucho más allá de la vida, la muerte y la conciencia: es la subjetividad




lunes, 22 de mayo de 2023

Solo humo – Juan José Millás

 



Juan José Millás tiene admiradores y detractores, y unos y otros lo son por lo mismo: porque en pocos autores como él se cumple el dicho de que se pasan la vida escribiendo el mismo libro. En consecuencia, si te gusta, como es mi caso, estás encantado; y si no, no puedes con él.

¿Qué es lo recurrente en Millás? Los personajes que andan buscándose a sí mismos incluso en los utensilios más corrientes, siempre perdidos y siempre topándose con sus propios miedos y anhelos a la vuelta de casi todas las esquinas; y el andar con un pie en la realidad y otro en la irrealidad, cuando no son los pies los que están en un sitio y la cabeza en otro.

Solo humo lo protagoniza un chico de dieciocho años que apenas ha conocido a su padre, con el que tiene cuentas pendientes porque lo abandonó a él y a su madre, pero del que hereda un pisito en Madrid.

¿Qué hay en el piso? Aparte de una vecina, cercana a los cuarenta, muy pimpante, y un amago de novela de su padre, hay un montón de libros entre los que se encuentran los cuentos de los hermanos Grimm. El protagonista nunca ha leído, pero estos cuentos lo subyugan de tal manera que se disocia entre su yo real y el que anda metido en cada cuento, donde, además, se proyecta su subconsciente. O su consciente. O vaya usted a saber qué, porque estamos hablando de Millás.

Así que el chaval viaja de este mundo al otro y del otro al uno, teniendo además el aliciente de que en ese otro mundo de vez en cuando se topa con un fantasma como él: su padre. El reencuentro del lector con varios cuentos famosos, y el sorprendente encuentro con su versión original, también animan la lectura.

La figura del padre está presente de modo constante, aunque el lector no acaba de saber bien para qué lo busca el protagonista: ¿Para conocerlo? ¿Para entenderlo? ¿Para congraciarse con él? Quien lea la novela no lo sabrá hasta el final, y le sorprenderá. Lo importante es que a ese fin a un tiempo claro y difuso se dirige la vida del protagonista creando paralelismos nunca sabemos si orientados por el destino o por el subconsciente. Lo único cierto, como podrá comprobar el lector, es que la mejor manera de vencer a los fantasmas es hacerles frente, para lo que hay que salir en su búsqueda.

El desenlace, que no voy a contar, permite a los lectores menos perezosos hacer un análisis de las razones del protagonista que sin duda condicionará la interpretación de la novela, enriqueciéndola. Quien no se moleste en hacerlo simplemente habrá pasado un buen rato de lectura con un escritor con un enorme dominio del lenguaje y la escena.

Me parece prodigiosa la capacidad de Millás para sumergir al lector en sus mundos con apenas unas pocas líneas. Los capítulos son muy breves. Las ideas y la exposición de las cosas son diáfanas y concisas. Máxima información con las mínimas palabras, sin perder la capacidad para ambientar.

Un lujo, Juan José Millás.


lunes, 4 de abril de 2022

La muerte contada con por sapiens a un neardental – Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga

 



La vida contada por un sapiens a un neandertal fue tal éxito comercial –fundado en lo interesante del libro, en la categoría de sus autores y en la originalidad del planteamiento- que no es de extrañar la pronta aparición de esta secuela, La muerte contada por un sapiens a un neandertal, también muy interesante y divertida, pero un poco menos.

Contar «la vida» dio juego, porque los autores no abordaron las razones de la vida sino la evolución. En cambio, en este libro se abordan las razones de la muerte, lo que ofrece un campo más limitado y, de hecho, el libro resulta repetitivo porque en las idas y venidas con las que el sapiens antropólogo trata de ilustrar con ejemplos visuales al neandertal escritor la idea a desarrollar es casi siempre la misma: la selección natural opera sobre aquellas mutaciones genéticas (que generan enfermedades o limitaciones) que se expresan dentro del periodo normal de la vida, especialmente antes de terminar la edad fértil, de forma que la selección natural barre a los enfermos y limitados, quedando vivos los pimpantes y lozanos, que son los que siguen transmitiendo sus pimpantes y lozanos genes; por eso juventud suele ser sinónimo de salud; pero cuando, por la domesticación o, como en el caso de los humanos, la «autodomesticación», se alcanzan edades superiores a las normales para la especie, los genes de expresión tardía sobre los que la selección natural no ha podido operar comienzan a expresarse. Y son un montón, porque la selección natural no ha tenido ocasión de hacer limpieza.

Eso es la vejez.

La decrepitud.

Algo que no ocurre en la naturaleza. En la naturaleza solo hay plenitud o muerte, repite Arsuaga y Millás le hace el eco.

¿Y qué es la muerte? Según Arsuaga, el efecto de la acción conjunta de todos esos genes de manifestación tardía sobre los que no ha podido actuar la selección natural. Hay otra alternativa: que la muerte esté programada por genes específicos que explicarían por qué un pulpo vive dos o tres años y una tortuga se hace centenaria; una tesis que abriría la puerta a la «desprogramación de la muerte», pero que no parece tener demasiados partidarios. Arsuaga, desde luego, no lo es. De todas formas, nos avisan, nadie sería eterno: lo que no consiguieran esos genes puñeteros afortunadamente desprogramados lo conseguirían antes o después los accidentes y agresiones.

Aparte de lo que se cuenta sobre vejez y muerte, en esta obra, más que en la primera, Millás –el redactor- ha tenido buen cuidado de diferenciar e incluso de oponer a los dos personajes, él y Arsuaga. Millás, urbanita, comodón, pusilánime, algo hipocondríaco, aficionado a usar el espíritu para escapar del mundo y negado para mil cosas, frente a un Arsuaga decidido, aventurero, hábil, apegado a una realidad que no suele ser romántica y sí horrorosamente práctica. Uno que dirige y explica, y otro que se deja llevar. Dos caracteres en gran medida opuestos, pero que se respetan mutuamente. Esta oposición permite introducir un elemento dinamizador y humorístico que en esta obra tiene más peso que en la primera.

Otro recurso atractivo es la presencia de algunos personajes otrora famoso en el mundo del deporte y, en especial, del baloncesto. Llorente y Corbalán. Muchos se acordarán de ellos. También aparecen otros secundarios de fuste desigual.

En resumen, un inteligente refrito de recursos ejecutado con la magistral pluma de Millás para contar cosas muy interesantes y divulgar conocimientos, pero que, vuelvo al principio, resulta pronto repetitivo.

Escribieron sobre la vida. Han escrito sobre la muerte. ¿Y después?

No van a escribir sobre qué hay después de la muerte, porque es un asunto tan poco científico que se basa en lo más opuesto a la prueba: la fe, pero sí que van a escribir después de haber escrito sobre la muerte. ¿Sobre qué? Sobre flecos pendientes de la vida relacionados con la vida social. O eso parece a juzgar por lo que se dice en el libro. Será otra buena lectura.



jueves, 11 de marzo de 2021

La vida contada por un sapiens a un neandertal – Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga

 


 

              Un libro ameno, instructivo y divertido.

              El escritor Juan José Millás cuenta cómo un repentino interés por la paleontología le llevó a comprender, tras mucho husmear, que no sabría escribir nada interesante al respecto, hasta que conoció a Juan Luis Arsuaga, catedrático de Peleontología, reconocido experto, divulgador y responsable de numerosos e importantes estudios, que supo encandilarlo con lo que contaba y por cómo lo hacía. Entonces Millás se dijo que, de su mano, sería capaz de contar algo intersante, y le propuso colaborar.

              El resultado fue este libro, en el que Millás, con el particular humor un tanto cenizo con el que se ríe de sí mismo y de la extraña lógica de las cosas, nos cuenta diversos encuentros con Arsuaga en lugares variopintos –desde el monte a un supermercado- en los que en la conversación van surgiendo temas, en general vinculados al lugar donde se encuentran, que nos permiten comprender, en boca de Arsuaga, no solo las razones y formas de la evolución humana sino, lo que es más interesante, nos enseña a reconocer los motivos de infinidad de cosas que cada día nos salen al paso; incluso las razones de por qué somos así o asá o nos comportamos de un modo u otro. Desde el tamaño de los pechos femeninos o de los testículos, hasta el por qué los asiáticos tienen unos rasgos y los caucásicos otros, multitud de procesos son explicados y comprendidos en esta breve obra, hasta reconducir todas las explicaciones sobre la evolución a dos: o bien los seres cambian para adaptarse al medio, o cambian arrastrados por sus gustos sexuales, ya que las características que para cada especie o subespecie resultan atrayentes provocan una selección natural, ya que quienes las poseen tienen mayores posibilidades de encontrar pareja y, por tanto, de reproducción. Vamos, que los humanos, como todas las especies, hemos llegado a ser lo más guapos y atractivos posible... para los gustos de los humanos. En resumen, lo que no explica la adaptación al medio, lo explica el sexo.

              Un paseo de millones de años con dos magníficos guías: uno, experto en aquello que explica, y otro, experto en explicarse y en construir historias de forma amena y con un punto de humor que hace muy agradable el viaje.

              El sapiens es Juan Luis Arsuaga. El neandertal, Juan José Millás y, por extensión, quienes hemos leído el libro y aprendido con él. Merece la pena dedicarse a ser un buen neandertal las pocas horas que cuesta leerlo.


miércoles, 22 de abril de 2020

Que nadie duerma – Juan José Millás





                «Nessum dorma» (Que nadie duerma) es un aria de Turandot, la inclusa ópera de Puccini estrenada hace casi un siglo en Teatro de la Scala de Milán. La ópera cuenta la historia de la princesa china Turandot, quien sometía a sus pretendientes a una cruel prueba: quien consiguiera resolver los tres misterios que les planteaba, obtendría su mano; quien no lo consiguiera, lo pagaría con la muerte. Un argumento inspirado en una historia persa del siglo XII.

                Lucía, la protagonista de la novela, no tiene tanto genio. Es una informática en paro reciclada en taxista y algo obsesionada con los pájaros, que ve en todas partes. Se ha enamorado perdida e instantáneamente de un vecino al solo ha visto una vez, el cual, para colmo, se ha largado a vivir a otro sitio. El vecino era un actor que escuchaba con frecuencia Turandot. Sus sones llegaban a Lucía a través de los conductos de aireación del baño. Solo escuchada así era para ella soportable la ópera, lo cual, obviamente, es una señal, un dedazo de los dioses señalando al vecino.

                Como tantos personajes de Millás, Lucía se pone en manos del destino: ¿qué mejor manera de conseguir el amor de su vida que ser taxista? Basta ir de acá para allá llevando a unos y a otros para que algún día quien se suba en el taxi sea él. Y ella estará escuchando Turandot, inevitablemente Nessum dorma, y seguro que en la famosísima interpretación de Luciano Pavarotti. Y entonces…

                Y entonces serán felices y comerán perdices. Pero, mientras tanto, Lucía debe recorrer Madrid arriba y abajo, que es también Pekín en su imaginación y hasta en los mapas que lleva en el coche, de modo que su deambular por la vida lo es también por un mundo de ensueño en el que la realidad se mezcla con la fantasía hasta que de la fantasía volvemos a la realidad a través de personajes secundarios que pasan por el taxi provocando efectos sorprendentes y un final más inesperado aún.

                En resumen: una novela de Millás, que es tanto como hablar de un enorme dominio del lenguaje, de un tono a un tiempo profundo, informal e irónico, con mezclas tan extravagantes que cabe hablar de un «humor serio» no sé si pretendido pero inevitable, con personajes de personalidad múltiple (¿o desdoblada?) que transitan, trastabillando con un punto de chifladura, por la invisible línea que separa la realidad de la fantasía. Cada una de sus personalidades se encuentra a cada uno de los lados de esa línea. Y ya se sabe lo que pasa cuando se avanza: que al mirar hacia delante todo se confunde en el horizonte. Y hacia allá, hacia esa confusión, avanzan sin vacilar los protagonistas de Millás.



jueves, 29 de junio de 2017

Mi verdadera historia – Juan José Millás



                El sentimiento de culpa ha inspirado muchas novelas, pero pocas con la intensidad, a menudo desagradable, incrustada en estas breves páginas que se leen de un tirón.

                El niño protagonista, al cruzar un puente sobre una autovía lanza una canica y provoca un accidente. No es un hecho extraño, hace unos años hubo varios accidentes por hechos similares, pero sí lo bastante atípico y brusco como para que sintamos la brutalidad de saltar, en un instante, de la normalidad absoluta a la anormalidad de por vida.

            No he descubierto nada contando el desencadenante de la historia, porque lo anuncia la sinopsis y ocurre en la primera página. El resto es la narración no tanto de cómo se convive con la culpa sino de cómo se la sortea y de cómo, dada su inevitable compañía, hasta se acaba forzando y deformando la realidad –previo retorcimiento psicológico- en busca de una especie de redención; sin embargo, solo se consigue transformar la vida en una especie de sueño o, mejor dicho, en una obsesión, pues si algo provoca la culpa intensa es la ebullición del «yo interior».

                Pero que más me ha interesado ha sido la relación del protagonista con sus padres y la forma en que estos reaccionan no se sabe si para proteger al hijo o para protegerse ellos, o para protegerse todos; el modo en que las cosas se saben sin ser dichas y cómo hay acuerdos tácitos de silencio que quizá pretenden proteger pero que, a la larga, acaban pudriendo todo.

          El estilo de Millás, introspectivo y pródigo de comportamientos e ideas extravagantes pero significativas, se detecta en cada página de esta pequeña novela. Una lectura interesante, de la que se puede aprender o al menos reflexionar, aunque tan dura y mezquina que produce sentimientos desagradables.


lunes, 20 de junio de 2016

Contra Juan José Millás



     En contra, solo en apariencia. Si lo he interpretado bien, a favor.

     Juan José Millás, a quien leo y admiro, publicó el viernes una columna cuyo contenido me permito resumir así: quien se hace famoso sea por cocinero, delincuente, astronauta o bruto, acaba publicando un libro. Los escritores, en cambio, no pueden hacer el camino inverso. Visto el número de firmas en las ferias del libro de unos y otros, al escritor le dan ganas de dedicarse a otros menesteres; pero es escritor, y seguirá siéndolo incluso perdido en medio de ese circo.

     Aunque para circo, el de los escritores, pseudoescritores y aspirantes a serlo que han compartido el artículo en las redes, alborozados porque uno de los grandes haya puesto voz y altavoz a tamaño intrusismo, a esa suerte de competencia desleal, a esa conjunción planetaria, una más, que les impide ser «best sellers» y recibir su merecida gloria en la prensa nacional. Conocí el artículo gracias al impaciente que en lugar de compartirlo mediante su enlace, lo fotografió en el periódico para difundirlo de inmediato.

     Se le podría replicar a Millás que, contrariamente a lo que afirma, son legión los escritores que practican todo intrusismo al calor de su mucha o poca fama literaria. Sin red, saltan de la novela (buena o mala) a pontificar sobre política internacional, económica o educativa sin saber nada sobre estos temas, y se quedan tan panchos; o se meten a tertulianos -incluso sin cobrar si no tienen nombre suficiente-, solo para adquirir otra fama, «extraliteraria», que poner al servicio de sus libros en el mejor de los casos o, en el peor, porque su verdadero objetivo es solo ser famoso, que en estos tiempos es una profesión; y son infinitos los que consideran que su cenit «literario» es ser llevado al cine o a la televisión. A ninguno se le ocurre que desplazan a guionistas, economistas, analistas, periodistas… Y, también contrariamente a lo que dice Millás, hay muchos escritores que acceden a la política en puestos notables; me vienen a la cabeza alguna escritora devenida primero articulista, luego tertuliana televisiva y, finalmente, diputada, y algunos exministros y directores generales nacionales y autonómicos. Se le podría replicar eso. Pero cada cual tiene derecho a intentar hacer con su vida lo que buenamente pueda, y además no es esta la cuestión.

     Tampoco lo es recordar la evidencia de que el libro, como la televisión, es solo un formato que da soporte a un batiburrillo de expresiones: poesía, soflamas, desarrollos matemáticos, historia, ficción, recetas de pollo al chilindrón, guías de restaurantes, consejos para ser feliz, trucos de cartas... Todo se vende en librerías y en ferias que suelen ser del libro, y no de literatura.

     Sí va en la línea de la literalidad de su artículo algo que, por afectarme, en ocasiones he dicho: junto a la literatura (de humor, especificaba yo) se incluyen libros completamente ajenos a ella. Un problema en muchos géneros, pero no achacable a la celebridad televisiva que recopila sus gracias o al médico que acumula anécdotas hospitalarias, sino a quienes venden libros, pues ser prolijo al clasificar aturde al lector. Resultado: a saber qué puede acabar en la misma lista que un recetario de las monjas benedictinas.

     También podría recordar a Millás que las grandes editoriales, para serlo y ofrecer sus ventajas a autores consagrados como él, necesitan grandes números, y un millar de libros de un gran escritor suponen menos ingresos que diez mil del último botarate autodegradado en un plató..

     Se podrían contestar muchas cosas a Millás, pero el problema no es el que apuntan sus letras, sino el que asoma entre sus líneas: Que se vende menos literatura.

     En las palabras de Millás no percibo la envidia que dice temer que le achaquen, sino frustración. Y no porque el pequeño Nicolás de turno se encarame a lo alto de una lista de ventas, sino porque cada vez se vende menos literatura. Y menos literatura buena. Tiradas más pequeñas y autores, grandes autores, arrinconados. No creo que Millás se queje de que vende menos que Belén Esteban. Creo que se queja de que vende menos que antes. Y como él, casi todos los buenos escritores. Si a su lado un indocumentado se hincha de firmar libros y acaba desplazándolo de los expositores de las librerías, a ver quién en su pellejo no acaba o enojado o deprimido.

     La lectura, que para casi todos los lectores es una forma de ocupar el ocio, se enfrenta desde hace años a una competencia creciente y con un poderío económico espeluznante. Se da el caso, incluso, de que los grandes grupos de comunicación se hacen la competencia a sí mismos en un intento de ocupar la mayor parte posible del mercado, y las áreas que priman, las más rentables, acaban hundiendo al resto.

     La cultura, la historia lo demuestra, puede avanzar y retroceder. Muchos de los antiguos lectores de Millás, Marsé, Vargas Llosa y tantos otros hoy «no tienen tiempo» para volver a ellos porque están en el sofá viendo Salvados o Master Chef, o porque no sé dónde han abierto un restaurante yemení, o porque les dan las tantas colgando consejos en las redes sociales. Y no olvidemos que, además, cada semana hay dos partidos del año.

     Para la literatura, que durante siglos fue uno de las principales maneras de ocupar el ocio, además de una de las más enriquecedoras, es difícil, quizá imposible, competir en grandes números con opciones que colocan ante tu nariz satisfacciones inmediatas y primarias. Y más para la literatura de calidad, que requiere lectores capaces de disfrutarla. Pero los escritores, los verdaderos, los que, como dice Millás, tras escribir un libro comienzan a pensar en el siguiente, los que no tienen por objetivo la fama y consideran las ventas un medio y no un fin, solo tienen una alternativa: seguir escribiendo lo mejor que saben.

     Porque en este océano de banalidad la literatura de calidad llega cada vez a menos personas y, precisamente por eso, su importancia es todavía mayor. La literatura, nada menos, a la que tengo por el arte capaz de expresar las ideas más complejas y profundas.

     A ver si mañana me compro el último libro de Juan José Millás, cuyo título, «Desde la sombra», bien podría aludir al modo en que los buenos escritores lo siguen siendo.




lunes, 7 de abril de 2014

La mujer loca - Juan José Millás



Juan José Millás es un grandísimo escritor. Uno de los mejores que hay ahora mismo en España. Y reconforta leer a los autores fieles a sí mismos, que no se ligan a modas ni a modos. Lo digo porque, una vez más, Millás juega con la confusión entre el fondo y la forma, entre significantes y significados, entre el mundo real y el imaginario, dudando además sobre el origen de este último: ¿la Libertad? ¿La locura? ¿La creatividad?

La mujer loca es, como otras de sus novelas, una duda sobre cómo enfrentarse a la realidad, si es que la realidad existe; planteando la cuestión de si es posible afrontar la realidad a través de la falsedad; y si la propia falsedad, así usada, no se transforma en realidad, haciendo entonces imposible que la realidad sea falsa... o inevitable que toda realidad lo sea.

Todo esto lo consigue con una novela con un triple planteamiento, en la que Millás es a la vez personaje y autor, hablando unas veces en primera persona (pocas) y otras en tercera. La primera pata de esta novela es la existencia de Emérita, una mujer que a consecuencia de una negligencia médica vive atada a una cama, una mujer que ha decidido morir; el personaje Millás acude a su casa, que resulta ser el piso donde se independizó de su familia (“misterio” de atractivo innegable), de la mano de la asociación Derecho a Morir Dignamente. La segunda pata es la muchacha que ha alquilado una habitación en esa misma casa (porque el marido de la enferma necesita dinero); Julia, se llama, y trabaja en una pescadería donde su jefe ha estudiado filología; y por eso lo admira, porque Julia tiene chispazos de locura que se traducen en su relación con las palabras y las frases: se le “aparecen” y hablan con ella, de forma que el lenguaje interfiere en la realidad a través de Julia, que a su vez hace pensar y sume en una preocupada perplejidad al Millás-personaje. Y la tercera pata es el propio Millás-personaje, que acude a una consulta a psicoanalizarse, y allí, en manos de una psiquiatra octogenaria, se enfrenta a dudas que a menudo no tiene la valentía de querer disipar.

Aunque la novela es de una notable complejidad para lo que suele uno encontrarse en los expositores de las librerías, el dominio de Millás se nota en la claridad con que se expresan las ideas, en el orden sistemático con que están expuestas y en la rapidez con que es capaz de definir –en apenas una frase- cualquier estado de ánimo. Esto hace que la novela se siga bien, lo cual no quiere decir que sea de lectura ligera, porque obliga a pensar para entender todo. De alguna manera recuerda la regla de Moravia de "máxima complejidad, máxima claridad".

El personaje más acabado es el Millás-personaje, es el más humano, el más osado y a la vez vulnerable y apocado. Aunque sea aparentemente el más normal, es también el más retorcido porque es el más reflexivo y el que más domina el lenguaje, hasta el punto de estar atrapado en unas redes que otros no son capaces ni de sentir, o como en el caso de Julia perciben equivocadamente. Un personaje desdoblado en el Millás de acá y el Millás de allá, el Millás que es y el Millás que Millás podría ser.

Juan José Millás
Las tres patas no evolucionan a la par. Lo que en un principio parece una novela sobre Julia, evoluciona a ser una novela sobre Emérita (y, por tanto, sobre la eutanasia), pero desemboca claramente en una novela sobre Millás. ¿Sobre el verdadero o sobre el falso? Sobre los dos, porque no hay uno sin otro, porque la única diferencia entre ambos son sus dudas y sus certezas. Y ese es el gran mérito de la novela, el planteamiento de cómo interactuan la objetividad y la subjetividad, lo “real” y lo “falso”, de cómo no podemos aprehender una realidad en la que, sin embargo, estamos forzados a vivir y de la que formamos parte, y de cómo de esa manera podemos llegar a dudar incluso de quién somos nosotros mismos.

En todas las páginas de La mujer loca encontramos un fino sentido del humor. Nadie daría un céntimo por la salud mental de Julia, pero su locura es inofensiva y por momentos graciosa. ¿Cómo no sonreír ante quien entabla conversación con la inexistente palabra Pobrema, o a quien siente temor por un mundo plagado de sustantivos? Hay cierto humor amargo, muy amargo, en Emérita.  A veces es un humor duro, cruel. Pero, sobre todo, hay humor en Millás. Pero no porque el Millás-autor se ría de sí mismo, ni porque lo haga el Millás-personaje; el humor, en este caso, deriva de la forma en que Millás ve a Millás; observándose a sí mismo con la curiosidad con un entomólogo examina un insecto, se pasma, se sorprende, se alegra y se avergüenza al verse, al exponerse ante el lector, ante quien no tiende a justificarse, sino a explicarse. 

Volviendo al principio, una novela de Millás muy de Millás, y una de las mejores. Un lujo de autor del que he leído ya una docena de novelas, aunque, por desgracia, hace tanto tiempo que en este blog, hasta hoy, solo había una de ellas, la última que había leído, y no precisamente la mejor.





lunes, 5 de marzo de 2012

Letra muerta - Juan José Millás




            Lo mío con Juan José Millás es una relación de amor odio: si he leído trece o catorce de sus libros es porque me gusta, porque escribe bien, porque su dominio del lenguaje y la expresión deja por los suelos la simpleza de la mayoría de autores de best sellers, porque siempre se pregunta al menos una cosa más que el resto, porque sostiene un enfoque muy peculiar sobre la vida, pero... Pero no acabo de encontrar “la gran” novela de Juan José Millás, la novela por la que deba ser recordado. Y no será por no haberla buscado.

            Desde luego, esa novela no será Letra muerta, una de sus primera obras (1984). En concreto, la quinta.

            El título hace honor al contenido. La historia parece una prueba, un experimento a medio gas o un juego. Me ha trasladado la sensación de “esto es lo que sabe escribir el autor cuando no está especialmente inspirado”.

            Que nadie busque en esta novela sino un rastro de los particulares mundos de Millás. En Letra muerta no sucede nada especialmente raro, si no es una trama de la que no cabe esperar nada concreto porque nada en concreto se sugiere que pueda pasar: un tipo, aspirante a terrorista, se infiltra como lego en una orden religiosa para combatir el sistema desde dentro, aunque, cachis en la mar, hace tiempo que ha perdido el contacto con su organización. Y ahí anda el tío, en una orden religiosa como un náufrago en una isla desierta. Y así como Robinson debía apañárselas con un entorno salvaje, para Turis, que así se llama el personaje, el entorno es la orden, el superior, el ecónomo, un tal Seisdedos, y un adolescente que anda por ahí. Sobre ellos tiene que apuntalar su vida y sobrevivir. El final, aunque relativamente sorprendente, carece de fuerza. Entre medio, poca cosa, sino es el proceso por el cual el protagonista va integrándose sin darse cuenta en la vida religiosa.

            A pesar de lo disparatado de las pretensiones del personaje, el autor ni construye una novela de humor, ni una parodia. Se limita a hacer una novela “realista”. Es decir, todo lo realista que puede ser algo con ese argumento, que no es mucho porque el desatino le resta credibilidad; y a la vez no es un desatino tan ilógico que aplicándole las reglas del sentido común se obtenga un resultado original. El resultado es pobre. Al menos en comparación con otras novelas del mismo autor.