La pena de este libro es que con él me despido del
inspector Méndez, porque ya he leído todos los que lo tienen por
protagonista. Aunque, a diferencia de lo que procuro hacer en otros casos similares,
no lo he hecho por orden.
Poco puedo decir de Crónica sentimental en rojo que no
haya dicho ya en los comentarios a otras novelas de la serie, excepto que esta,
Premio Planeta en 1984, es la de trama más artificiosa, más “peliculera”, más
de malos pérfidos y tramas insólitas que deben sorprender por lo intrincado más
que por lo emotivo.
La cosa comienza con un asesinato en Calafell, un pueblo
costero donde Méndez ha sido destinado a hacer trabajo “de verano”, y donde
está una juez en cuya mesa alguien deja un macabro presente: el pecho seccionado
de la muchacha asesinada. Aunque con semejante aperitivo todo
parece prometer una banquete de truculencias, no es así, lo cual no deja de
desconcertar. Como desconcierta, y mucho, la pachorra con que se toman el
asunto tanto Méndez como la juez.
Como otras veces, el autor intenta mantener un equilibrio
entre los bajos fondos de Barcelona, donde el protagonista se mueve como pez en
el agua turbia, y personajes de más o menos alto copete; como siempre, Mendez
se las apaña para investigar más o menos al margen de su competencia. Y,
también como siempre, al pobre Amores le sucede de todo y en un momento dado
desaparece y aquí paz y después gloria. Y así, entre pistas y despistes que no
voy a revelar, se va avanzando en una novela que no es la mejor de Méndez, y de
la que lo que menos me ha gustado es, por lo peliculero, la escenita donde todo
el mundo revela sus cartas, así como la existencia de personajes bastante
cojos: la juez y, aunque no lo parece, Ricardo, personaje muy útil para la
trama, pero que deambula por ella más como un objeto útil que como una
personaje con papel a desarrollar.
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