Hace
unos meses creí haber leído, muy a mi pesar, la última novela del inspector Méndez. Era lógico: no había
más y un amigo, experto en las lides de la novela negra y policíaca, me comentó
que Francisco González Ledesma
(1927) incluso había llegado a hacer algo así como despedirse de sus lectores.
Pero
no. Méndez ha vuelto con Peores maneras
de morir (2013). Aunque las vicisitudes del autor, con un ictus de por
medio, hacen pensar que esta novela ha tenido un parto especial. Y lo cierto es
que durante buena parte de la novela Méndez es menos Méndez. Le falta la ácida
poesía de otras veces (o, mejor dicho, hay más acidez que poesía, como si la
cosa se hubiera trabajado menos, como demuestra la insólita repetición del
“rayo de sol” como elemento definitorio, por presencia o ausencia, de tantas
cosas); la forma de investigar, de relacionar unas cosas con otras, es más
corriente (por más que Méndez siga actuando a su aire); los personajes son
mucho más blancos o negros en comparación con el gris habitual, e incluso se da
un exceso de truculencia mezclado con un número de escenas de acción poco
habitual.
Además
Méndez está fuera de su hábitat... en su hábitat. La Barcelona antigua ha
cambiado (ya había cambiado antes, pero entonces Méndez al menos parecía vivir
en sus recuerdos) y parece como si a Méndez le costara ejercer su especialidad:
evocar.
En
cuanto a la trama, sigue uno de los mecanismo tradicionales. El lector sabe
desde el principio quiénes son “los buenos” y quiénes “los malos”, con lo que
la acción desplaza a la intriga, ya que todo se reduce a saber qué malos se
saldrán con la suya y qué buenos se quedarán en el camino, así como el modo en
que una y otra cosa sucederán. Cierto es, no obstante, que la idiosincrasia de
Méndez está presente en cada página, hasta el punto de que su nostálgica visión
del mundo que el narrador siempre ha hecho suya, en esta ocasión se traslada
punto por punto a muchos de los personajes, que se expresan en la misma forma
que ese narrador que siempre nos ha hablado desde la perspectiva de Méndez.
Francisco González Ledesma |
No
estando a la altura de muchas de sus predecesoras, lo cierto es que esta novela
se lee bien, por más que las diferencias apuntadas (que se mitigan hacia el
final) no dejen de chirriar un poco, y quizá los más fervientes seguidores de
Méndez echen a faltar la chispa de otras veces.
Ojalá
haya más novelas de Méndez. Pero quizá, acosado por la edad y la enfermedad, esta
sea la última de la meritoria trayectoria de Francisco González Ledesma, uno de los grandes de este género en
España. En cuyo caso habrá que preguntarse, por desgracia, y a la vista de su
novela y de su final, si Méndez no
hubiera podido tener mejores maneras de morir.
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