En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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miércoles, 6 de noviembre de 2024

La mano armada – Carlos Pérez Merinero

 


Los protagonistas de Carlos Pérez Merinero son violentos, malhablados, egoístas, desequilibrados, peligrosos, machistas y caprichosos. Serían repugnantes de no tener también un ingenio apabullante que crea un humor negro permanente. Pero el protagonista de La mano armada logra serlo merced a unas costumbres sexuales como para hacer vomitar a un jabalí.

O, dicho de una manera, La mano armada no es una lectura para estómagos sensibles (además, incluye escenas abiertamente porno) pero sí la disfrutará quien sepa apreciar el ingenio agresivo, el humor macabro y el dominio del lenguaje.

Madrid. Principios de los años sesenta, en pleno franquismo. Un joven inspector de policía da tumbos por la ciudad. Solo le interesa el sexo, el juego y su concepto de buena vida, para lo que no duda en abusar de su placa en un momento histórico en el que ser policía y tener derecho de pernada iba o no unido en función de los escrúpulos de cada uniformado. Lo iba en todas las ocasiones en que invitaba la casa al uso y abuso, y aún más. Lo más cercano que el protagonista tiene a una familia o a una amistad es una prostituta enamorada de él de la que no duda en aprovecharse.

La historia comienza cuando otro inspector, corrupto, por aquello de que la avaricia rompe el saco es apiolado por su corruptor, lo cual pone en marcha un mecanismo de venganza policial a las bravas en el que el protagonista juega su papel. Pero el hombre, se ve desde el principio, es un espíritu libre, lo cual le da opción tanto de despuntar como justiciero como de cagarla (perdón por la expresión, pero es la que mejor le viene al personaje). Cuál de las dos cosas ocurre y qué sucede después lo sabrá quien lea esta novela de unas doscientas páginas. 

        Pese a lo bestia y porno que es, la publicó Júcar, de la que fue director editorial Caballero Bonald, que no publicó obra mala. Por eso acabó allí La mano armada. Es brutal y maloliente, pero también una literatura excelente.


lunes, 17 de abril de 2023

Expediente Barcelona – Francisco González Ledesma

 



Barcelona, que en 1929 había llegado a ser, parafraseando a Eduardo Mendoza, «la ciudad de los prodigios», transitó poco después por la guerra para desembocar en la hambruna y la ruina de los años 40, y luego volver a rehacerse, muy poco a poco, gracias al sacrificio de quienes habían sobrevivido al caos y a la brutalidad de la nueva ley y de cuantos acudieron allí en busca de un futuro. A la paulatina disolución, a manos del egoísmo uniformador de la modernidad, del deseo de evitarse problemas y de la ambición de los poderosos, de esa Barcelona nacida de la desdicha y fundada en la esperanza del plato caliente en la mesa y otros éxitos, canta Francisco González Ledesma (1927-2015) en sus obras, especialmente en las protagonizadas por ese eterno viejo policía apellidado Méndez, que, felizmente para los lectores, se pasó 30 años al borde de la jubilación, como si el tiempo hubiera corrido más rápido para el mundo que para él, lo cual, por cierto, es la esencia de las novelas del autor, cuya mirada siempre se posa en los restos del pasado.

Expediente Barcelona es la única novela que me quedaba por leer de la saga, aunque fue la primera que se publicó (en 1983; la última, Peores manera de morir, lo fue en 2013), si bien hay que advertir que, aunque en el modo de narrar y de mirar a esa Barcelona en disolución Expediente Barcelona es en todo digna de pertenecer a la serie, realmente Méndez no pinta nada en la novela. Hace solo una aparición fugaz y prescindible, y después se le menciona un par de veces. Nada más. Es un figurante que ni siquiera aspira a personaje secundario.

La novela tampoco sigue el esquema de las que luego formaron la saga (que incluyó un Premio Planeta: Crónica sentimental en rojo). No hay una investigación propiamente dicha, sino una secuencia de escenas en la que unas veces se dirige al lector un pobre abogado acuciado por la penuria que recibe una insólita encomienda por persona interpuesta, para a continuación toparnos con las cartas del hijo de un empresario catalán que poco a poco le va contando su vida a una señorita, sin escatimar confesiones y detalles sórdidos; e incluso también se ofrecen al lector las cartas que no llegan a informes informes que desde la prisión envía un preso a un comisario.

El título no podía estar mejor elegido, porque la novela trata de esa Barcelona que transita de la posguerra a la incipiente democracia, desde la que se «envía» la obra al lector; si uno tuviera de preguntarse cuál es el crimen o qué diablos se está tratando de desentrañar, no lo sabría hasta el final y entonces se daría cuenta de que las cosas podían haber sido así o de otra manera, pero que lo importante ha sido el viaje.

Hijos sin filiación, burguesía empresarial que trata de mantener su estatus con un sentido flexible de la ética, revolucionarios con los que hay que lidiar, o compadrear o aprovechar, atentados reales, supuestos y temidos, estafas, la dificultad para distinguir entre «buenos y malos» porque casi todo el mundo es, según el momento y las circunstancias, una u otra cosa, son el marco en el que se desarrolla una acción que consiste en recrear ante el lector una ciudad, una época, y la vida de algunos de sus habitantes. Unos, con posibles; el resto, la mayoría, con imposibles.

El modo de escribir es fantástico, capaz de mezclar constantemente amargura, melancolía y humor, poéticamente duro, con un permanente reírnos de nosotros mismos, de nuestras miserias, de nuestras torpes ambiciones, del modo en que la prosaica realidad y lo acomodaticio del ser humano vence siempre a los ideales, que suelen acabar siendo la tumba de quienes los defienden por encima de su propia conveniencia. En las novelas de la serie, los grandes ideales son siempre  la excusa que encuentran los más avispados para medrar a costa de quienes de verdad creen en ellos.  

Una muy buena novela que, además, he tenido la suerte de leer en una vieja edición (la de Júcar, la editorial creada por Caballero Bonald) con lo que me podido leerla, ¡cómo le hubiera gustado a Méndez!, disfrutando en todo momento del aroma del papel y la tinta viejos.


lunes, 1 de octubre de 2018

Adiós, Sherezade – Donald Westlake




                Entre los trabajos más honrosos no suele figurar escribir novelas porno de tapadillo, en calidad de negro de un autor famoso que las publica con seudónimo. Sin embargo, este es el modo que tiene de ganarse la vida el protagonista de Adiós, Sherezade (1970).

                De no ser porque todo lo encajado en un «género» se minusvalora, Adiós, Sherezade sería un novelón para disfrutar y estudiar. ¿De qué género estamos hablando? Pues a saber, porque en España fue publicada en una colección de novela negra –con debates entre los editores sobre si encajaba o no- aunque lo único negro que tiene es el trabajo del protagonista; para mí, en cambio, más bien es una novela de humor. Sus méritos, trascender cualquier género por abordar, con gran originalidad e inteligencia, el proceso de hacer frente a los fracasos vitales y, también y sobre todo, un dominio de la escritura y –lo que es más difícil- de la estructura de una novela, fascinante. Además culmina con un final magnífico e inesperado que completa el sentido de todo lo leído hasta ese momento.

                El protagonista, en los Estados Unidos de los años 60, es un estudiante universitario del montón que mantuvo un romance con una chica y que, cuando se largó de vuelta a su casa y el romance terminó, enseguida se encontró con que «se tenía que casar» porque había dejado embarazada a la muchacha. Han pasado unos cuantos años y a la frustración de no haber elegido su vida se une, poco a poco, la frustración «laboral», porque lo de escribir una novela porno al mes cada vez lo lleva peor, y rondando ya las treinta el buen hombre se enfrenta, de sopetón, a la incapacidad de responder a las exigencias de la editorial y, en particular, de un editor que se puede permitir ser despiadado porque siempre hay algún pringado dispuesto a aceptar ese empleo.

                Sin embargo, el protagonista intenta cumplir. Pero al sentarse a escribir su cabeza se va a lo que de verdad le preocupa –su propia vida y sus recuerdos- y es así cómo vamos conociendo sus cuitas y cómo, desde una mezcla aparentemente estrafalaria de novela porno –en realidad solo subidita de tono- y confesión, las cosas se van mezclando de un modo magistral hasta llegar a saber cómo ese peculiar trabajo y todas las circunstancias que lo rodean han condicionado su vida incluyendo la provocación de algunos equívocos decisivos en su vida personal.

                La decadencia familiar y profesional corren parejas y la vida del protagonista, que nos habla en primera persona, se desmorona y descompone ante los ojos del lector, lo cual, sin embargo, no resulta especialmente doloroso porque, aunque desde la amargura, el protagonista no pierde el sentido del humor no tanto para reírse de sí mismo como para burlarse de él, como si la burla de uno mismo, por amarga que sea, fuera un mecanismo de abandono de ese «yo» fracasado para refugiarse en una nueva identidad.

                A diferencia de tantas novelas donde se nos quiere vender la simpleza del lenguaje como un mérito (cuando solo es una facilidad para los que menos esfuerzo desean hacer) en Adiós, Sherezade el lenguaje no es inane, juega un papel esencial para trasladar el tono en que el protagonista se dirige al lector. Utiliza términos directos y con cierta frecuencia malsonantes, pero no por afán de provocar, sino arrastrado por su propia frustración. Hay términos que hay que saber usar, y Westlake sabe hacerlo.

                Una novela extremadamente buena que, por desgracia, está descatalogada. ¿A qué espera nadie para reeditarla o, al menos, para publicarla en ebook?