En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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sábado, 6 de mayo de 2023

La isla del doctor Schubert – Karina Sainz Borgo

 

 

Karina Sainz Borgo me ha dejado pasmado con esta obra bellísima, que solo puede escribir alguien que vive en la Literatura como otros en su casa, y que solo debe ser leída por quienes saben que afrontar una lectura sin buscar nada en ella es la mejor manera de encontrar cuanto sus páginas ofrecen. Hace poco comenté en este mismo blog que C. S. Lewis, en La experiencia de leer, señalaba que, si el lector «no literario» es el que pasa la obra por el tamiz de sus propios objetivos, el «lector literario» es quien, sin objetivos, se pasa a sí mismo por el tamiz de la obra. De resultas, la obra cambia al «lector literario». Es así como debe experimentarse el arte.

              Lo que no recuerdo es si Lewis dice que hay obras que solo pueden leerse como «lector literario», porque de otro modo nada de ellas encaja en ningún sitio y te pegas un tiro. La isla del doctor Schubert es un ejemplo.

              ¿Qué sucede cuanto pasas por el tamiz de esta obra?

              Pues que cada vez que luego piensas en ella te entra un súbito relax y te quedas sonriendo con la cara un poco pánfila de quien se abstrae rememorando una mezcla de suave levitación y dulce sueño. Y más si la lees un día luminoso de primavera, con una luz tan semejante a la balear. Así de bonita es.

              Cosa distinta es que me resulte fácil o posible explicar de qué trata. La isla del doctor Schubert no es una historia, ni una reflexión, ni nada que tenga un nombre. Es una especie de sueño escapado de una biblioteca y atracado en una cala balear. Una mezcla de fantasía y evocación, comenzando por el título; una mezcla en la que Schubert, su isla y todo lo que hay, no hay o pudo haber en ella parece llegado del confín de los tiempos literarios y en tránsito hacia el sueño de todos los lectores que han sido y serán. Leer esta obra es como pasear por una biblioteca donde las imágenes de novelistas, filósofos e historiadores se fugan de los libros para mezclarse y crear otras, bellas, extrañas, armónicas y efímeras, delante de tus narices, aunque de inmediato se disuelvan para que sus restos alimenten otras. Solo de vez en cuando encontramos una referencia que ancla la isla y al lector en algún lugar del Mediterráneo y del presente; pero es un lugar singular: una nueva isla balear capaz de fundirse con las reales, de escindirse de ellas, de crecer y achicarse, de mutar en el tiempo y en el espacio, una isla donde sabes que detrás de cualquier piedra puede estar Homero sesteando en soledad, imaginando una Odisea aún no escrita, aunque sea para sortear luego a los turistas y tomar un avión. Ni siquiera las tres furias en libertad son capaces de hacer mediocre una línea. La isla del doctor Schubert, bien lo sabe la copista, es un canto de sirena.

              No soy capaz de saber qué ha querido hacer Karina Sainz al escribir esta obra, aunque sospecho que si algo la ha motivado ha sido dejarse llevar y disfrutar. Lo que sí sé es que un texto así está al alcance de cuatro gatos. O de dos o tres. El cambio de registro respecto a sus anteriores libros es tan extraordinario y el extraño resultado es tan bello y equilibrado que impresiona. Me la imagino escribiendo esta obra, con el bolígrafo convertido en batuta, con los gestos de quien dirige una orquesta.

              Es grande Karina Sainz Borgo.





lunes, 27 de junio de 2022

El Tercer País – Karina Sainz Borgo

 



Si el éxito de una primera novela ha sido o no circunstancial a menudo lo deciden las segundas. En ellas, el talento de quien las firma se enfrenta a las presiones, impuestas o autoimpuestas, derivadas de las oportunidades mercantiles abiertas por el éxito previo.  Que el autor sea capaz de ser fiel a sí mismo o sacrifique algo a esos otros intereses puede determinar el rumbo de su carrera literaria: ser él mismo o ser uno más.

Menciono esto porque lo tenía en la cabeza al leer esta novela. He seguido a Karina Sainz Borgo desde mucho antes de que publicara La hija de la española. Me alegró el enorme éxito de su irrupción en el mundo literario y, como aprecio su escritura, por lo que he dicho en el párrafo anterior no podía evitar sentir cierto temor a la hora de leer esta segunda novela.

Bueno, pues ¡uf! El Tercer País es un novelón mayúsculo, tan ambicioso o más que La hija de la española; un texto que ha buscado un argumento complicado, exigente y duro, nada que ver con lo comercial, e íntimamente relacionado con las grandes historias que hacen a los grandes autores. Añadid el dominio del lenguaje y la capacidad de crear imágenes hermosas con las materias primas más desdichadas y sórdidas y el resultado es el que he dicho: una novela magnífica cuyo estrecho parentesco con los mejores autores latinoamericanos del siglo XX es más que evidente. 

          Como La hija de la española, El Tercer País está protagonizado casi en exclusiva por mujeres, sin que eso suponga reivindicación expresa alguna, aunque es evidente que Karina Sainz es hija de su tiempo y que es tiempo de que la historia también sea de las mujeres. 

        E historia, hay mucha en esta novela. Una historia  intemporal porque la pobreza, que consiste en no tener nada, también lo es. Nada es nada ahora y hace diez siglos. Y eso lo que tiene la protagonista de la novela: nada. Nada le ha quedado tras escapar de la peste que amenaza su vida y la ha lanzado a la penuria nómada junto a su desnortado marido y sus dos hijos recién nacidos. Solo las referencias a coches o teléfonos móviles permiten situar en el presente una historia que, sin ellas, podría transcurrir en cualquier momento de la historia.

Dos fuerzas tan poderosas como la muerte y el amor a los hijos confluyen de inicio. La huida de Angustias y su familia los conduce hasta un territorio fronterizo, esos lugares creados por el ser humano para culminar las penalidades de cualquier éxodo; lugares que muestran como ningún otro las diferencias entre las dos únicas razas que en verdad existen: la de quienes tienen y la de quienes no, reducidos estos a molestas alimañas que los primeros mantienen tan lejos como es posible para que, azuzados por la necesidad, se devoren entre sí, y, en todo caso, permanezcan siempre al otro lado de esas vallas que vistas desde el trágico exterior son un paredón de fusilamiento y, desde el confortable interior, un cómodo método de protección.

Los hijos de Angustias mueren antes siquiera de haber sido conscientes de sí mismos y de su propia dignidad, la memoria de la cual es lo único que de ellos puede conservar su madre. Como cuando no se tiene nada no se tiene ni dónde caer muerto, la prioridad de la muchacha pasa a ser encontrar una sepultura que sustente esa memoria, que será también esa dignidad, aunque los ataúdes que cobije sean unas pobres cajas de cartón. Lo consigue en un cementerio ilegal, El Tercer País, organizado, dirigido y gestionado por una mujer, Visitación Salazar, que desde la primera línea es un personaje inolvidable que se mueve con desenvoltura y naturalidad entre lo heroico y lo mítico. ¿Y por qué? Porque Visitación Salazar no tiene miedo. Ni a la muerte, ni a nadie; y sí posee un profundo sentido de la dignidad.

La memoria de sus hijos ata a Angustias a ese lugar y, por tanto, a Visitación, mientras su marido desaparece. El Tercer País es, además, un lugar en disputa reclamado –siquiera sea para negociar entre ellos- por el cacique local, que pone y quita alcaldes como quien pone y quita mayordomo, y por la guerrilla. Qué obscena resulta una disputa crematística que voluntariamente ignora la dignidad de los muertos y de quienes les lloran. 

Así desembocamos en lo que desde el inicio es el meollo de la novela: el que nada tiene zarandeado por los vientos de quienes detentan el poder del dinero o de las armas. La eterna historia de la lucha de la dignidad contra la injusticia, del grande contra el pequeño, de quien se contenta con algo tan frágil como conservar la memoria de los suyos contra quien niega a los demás hasta el derecho a los sentimientos. Un tema intemporal en el que todos los grandes escritores han dejado su huella. Karina Sainz, también, y El Tercer País, una magnífica obra con un bello final, merece un hueco entre esas grandes novelas.




domingo, 17 de marzo de 2019

La hija de la española - Karina Sainz Borgo






                Llevo años, muchos, siguiendo las crónicas y artículos culturales de Karina Sainz Borgo en Voz Pópuli y, más tarde, en Zenda. Me gustan por su fondo, por su particular y literaria forma y por cómo se empapa de la obra de aquellos a quienes entrevista, un infrecuente ejercicio de rigor y de respeto a entrevistado y lectores. Además, a través de las redes he podido atisbar el proceso de creación de una novela escrita con la mezcla de ilusión, dudas y el punto de sufrimiento de quien está haciendo algo que sabe importante aunque le resulta difícil porque le enfrenta a demonios invencibles; una novela escrita desde las entrañas, en medio de un vertiginoso ritmo de trabajo en el que La hija de la española ha sido cocinada en la hoguera donde ha ardido el escaso tiempo libre de su autora, alguien a quien durante mucho tiempo he considerado una escritora que vivía del periodismo, aunque ahora, tras leer algunas entrevistas, no tengo tan claro qué vocación va primero.

                Dicho lo cual, comprenderéis que esperaba esta novela –la primera publicada por Karina Sainz Borgo en España, aunque no la primera que ha escrito- con expectación. También, lógicamente, le deseaba cuanto de bueno merece quien trabaja con la honestidad, el sacrificio, el rigor y la dedicación necesarios para dar lo mejor de sí misma. Y comprenderéis también que cuando de golpe y porrazo supe que los derechos de esta novela habían sido vendidos a partir de la Feria de Frankfurt nada menos que a veintidós países, mis expectativas se multiplicaron.

                Y, con todo, me quedé corto: La hija de la española es una novela que perdurará, porque en ella encontramos lo mejor de la literatura: un tema de fondo contundente e importante, que supera lo local –el chavismo y su enloquecida deriva- porque prima el concepto; un lenguaje que traslada, con insólita fuerza y belleza, la extrema sensibilidad que producen la desesperación, el terror y el derrumbe; la opresiva historia que da soporte al tema es dura, mucho, pero también hermosa porque junto a la denuncia de los totalitarismos escuchamos el canto a la vida de toda lucha por la supervivencia; hermoso también es el paisaje de la determinación necesaria para prescindir de uno mismo, hasta de la propia conciencia, mientras las lágrimas humedecen el camino; una historia, además, con el  punto de intriga implícito en todo escenario de violencia incontrolada, y con un final magnífico, alegórico, que advierte que a veces solo renunciar a ser lo que somos nos permite seguir siendo, aunque en el proceso nos dejemos jirones del alma.

                A lo largo de la novela es posible encontrar influencias de otros autores como, sin duda, el mejor Vargas Llosa, aunque ahora me viene a la cabeza la cita indirecta de una idea de Javier Marías –muchas veces citada por la autora en entrevistas y artículos- sobre que la vida es también lo que nos hicieron. Influencias que enriquecen la novela, y es que, por no salir de este ejemplo, entre lo que le hicieron a Adelaida Falcón, la protagonista, no solo se cuentan las barbaridades propiciadas por los Hijos de la Revolución, sino también lo que «le hicieron» las lecturas que poblaban su apartamento y su maleta, entre las cuales La hija de la española, por feliz contagio, no desmerece.

                Adelaida Falcón acaba de enterrar a su madre, de igual nombre. Y como uno «es del lugar donde están enterrados sus muertos», ya la primera línea de la novela es una proclamación: la rotunda afirmación del punto del que partirá el dolor; el suelo del que brota el desarraigo. Enseguida vemos cómo hasta la muerte, lo más íntimo que le puede pasar a un ser humano, ha sido degradada en un país envilecido por un gobierno despótico que ha transformado a la población: ya no hay trabajadores, estudiantes, jubilados o amas de casa, solo delincuentes y víctimas. No lo digo en sentido figurado: la hiperinflación provocada por la emisión de dinero para pagar la fiesta de los poderosos tras el declive del petróleo ha derruido, en tiempo récord, los ahorros de toda la población; con el billete con el que antes vivías siete días ahora es mejor que te suenes los mocos, porque no alcanza para comprar un pañuelo de papel; la incertidumbre, la angustia de saber que con lo que ayer comprabas una casa hoy no te alcanza para un huevo y que mañana necesitarás diez veces más para comprar otro, corroe de tal manera a la sociedad que, en el afán de supervivencia, todos se transforman en ladrones, multiplicando la inseguridad y, a medida que esta crece, la brutalidad y la desesperación. Quien no prescinde de sus valores para alcanzar un paupérrimo enriquecimiento, lo hace para defenderse, aunque sea del hambre.

                El ambiente angustioso y claustrofóbico se apodera del lector. Imposible no sentir la desesperación de la protagonista: imposible no comprender su determinación de salir adelante prescindiendo de cualquier otra consideración; imposible no comprender sus decisiones. Cuando la desgracia se adueña del horizonte, cualquiera puede acabar siendo la hija de la española.

                Una novela dura, cuyo final infunde esperanza en el individuo y desesperanza en la sociedad. Uno de esos extraños y felices casos en los que un libro muy vendido –todo apunta a que lo va a ser- es también de extraordinaria calidad.

                Algo me dice que, en un foro u otro, Karina Sainz Borgo y Mario Vargas Llosa van a verse cara a cara a no tardar. No habrá que perdérselo.



jueves, 26 de diciembre de 2013

Reflexiones sobre literatura y humor, 19




Pregunta: Esto comprueba, una vez más, que el humor es su mejor arma.

Respuesta: Es algo que sale casi de manera inconsciente y suaviza la parte grave de las cosas. Hay una fórmula que dice que el humor es la educación de la desesperanza. Para mí el humor actúa como un velo púdico sobre lo sombrío. De hecho, los grandes cómicos son depresivos.

                                                                                   David Foenkinos. Entrevista en Vozpópuli