En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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jueves, 20 de abril de 2023

La experiencia de leer - C. S. Lewis

 


          Críticas, artículos, reseñas… Todos suelen hablar de buenos y malos libros o, lo que es lo mismo, del juicio que merece cada obra tras pasar por el tamiz del lector.

          ¿Pero no sería mejor juzgar las obras por cómo queda el lector tras pasar por el tamiz de la obra?

          Seguramente es el mejor criterio, y es el que propuso Clive Staples Lewis (1898 – 1963), el profesor de la Universidad de Oxford y crítico literario célebre por su saga Las crónicas de Narnia. Lo hizo en La experiencia de leer, un ensayo publicado en 1961 y convertido desde entonces en un clásico sobre la crítica literaria.

          La idea central ya la he apuntado. Para su desarrollo Lewis distingue constantemente entre los «lectores literarios» y los «lectores no literarios», una clasificación muy parecida a la de buenos y malos lectores, entendida la expresión no en sentido peyorativo, sino para distinguir aquellos lectores que pueden hacer bueno o malo un libro de los que no.

          El «lector no literario» es quien lee con algún objetivo: pasar el tiempo, entretenerse, divertirse, juzgar lo que está leyendo, contarlo… Al tener un objetivo, la lectura, el modo de leer, acaba adaptándose a él; el lector encuentra o no lo que desea encontrar (y en función de eso enjuicia), pero apenas ve lo que no busca. Es lo que ocurre con quien va al bosque pensando en buscar setas: encuentra setas o no, pero apenas repara en la vegetación o la fauna, y su juicio sobre el bosque queda mediatizado por la buena o mala recolección. De alguna manera, el «lector no literario» desea hacer suyo el libro. Es decir, que el libro encaje en él, en sus gustos, en sus objetivos, y lo juzga en función de ese resultado.

          En cambio, el «lector literario» solo pretende atravesar el libro. De resultas de la lectura, el lector se ve cambiado, aunque a priori ignora en qué sentido. Es lo que sucede con el arte cuando uno se aproxima a él sin objetivos: que nos cambia. El «lector literario» no busca nada, pero sigue todos los rastros que encuentra.

          Es por todo lo dicho por lo que el «lector no literario» puede encontrar fantástico o repugnante un libro horroroso o maravilloso, al tiempo que el «lector literario» puede dar con un libro fabuloso que otros consideran pésimo, o con otro lamentable que la mayoría elogia.

          Avisa Lewis que la mayoría de los lectores son «no literarios» y que, quien más y quien menos, todo el mundo lo es alguna vez. El corolario que me permito sacar, un poco a lo Juan Ramón Jiménez, es que lo verdaderamente bueno es asunto, casi siempre, de minorías. Aunque solo sea porque somos las personas, como sugiere Lewis refiriéndose a los libros, quienes hacemos bueno lo que tenemos alrededor; y hacer buenas las cosas es, también, un arte.



martes, 27 de junio de 2017

Lecturas recomendadas


He aquí algunos de los mejores libros que he leído en el último año, por si ustedes gustan aprovechar el tiempo en estos mesecillos que se avecinan con trescientos grados a la sombra. Por unos motivos u otros, todos merecen la pena.

       El título enlaza a la reseña y, para los impacientes, hay también un enlace para comprarlo en Amazon.

Por supuesto, también les invito a viajar –ratón mediante- hasta el lado derecho del blog para conocer a Ajonio Trepileto -en la edición de Mira Editores o, en ebook, en Amazon- y divertirse con él, que no todo ha de ser serio, aunque esta lista sí lo sea incluso cuando los libros son humorísticos.




El País Vasco y ETA. Una novela dura y amena que intenta dar respuesta a la necesidad de comprender





La mejor novela de la historia. Un libro que hace del humor una forma de afrontar la vida y que en esta edición puede leerse sin esfuerzo.








Una forma de vivir desde dentro, en apenas cien páginas, la Primera Guerra Mundial





Derecho natural, de Ignacio Martínez de Pisón

La vida. Cómo nos moldean, con todas sus debilidades a cuestas, quienes nos rodean. Cómo el tiempo lleva a la comprensión, y ésta al perdón.


Humor e inteligencia con un protagonista estrafalario en una trama loca.






Fabulosa novela, entre la biografía y la autobiografía, sobre una mujer, la madre de la autora, tan adelantada a su tiempo que éste aún no ha llegado. Un testimonio de alemanes que se sentían más alemanes que judíos en el marco de la Segunda Guerra Mundial.





Breve obra maestra sobre la explotación y el círculo vicioso de la pobreza.








lunes, 29 de febrero de 2016

A quienes no leen




Una de las cosas más importantes que le puede ocurrir a un ser humano es aprender a leer. No saber hacerlo era relativamente habitual en la generación de nuestros abuelos y mucho más en las anteriores. Y durante siglos quien sabía leer era respetado como el viajero que había recorrido países ignotos imposibles de conocer para el resto, que durante toda su vida apenas llegaban a alejarse de su pueblo unas docenas de kilómetros. La lectura daba acceso a una dimensión que iba más allá de lo que ojos y oídos alcanzaban. Quien leía, venía de otro mundo.

Durante toda la historia quien sabía leer se sabía un privilegiado. Y en uso de su privilegio, leía. Así se explica que, más tarde, la alfabetización fuera considerada indispensable para procurar la igualdad entre las personas. ¿Alguien puede dudarlo? Se trata del privilegio de alcanzar protección, esperanza y oportunidades dentro de nosotros mismos, en nuestra cabeza, donde habita el conocimiento y la fantasía y todo es posible si le damos la ocasión alimentándolo con lo que otros nos dan a través de los libros. Hoy, en cambio, como todos sabemos leer hemos perdido la conciencia del privilegio que supone. Parece que privilegio es ir a un restaurante nuevo o exótico o presenciar determinado partido de fútbol o tener un buen coche o un buen piso o unas buenas vacaciones. Pero qué diferencia entre no poder ir a restaurantes, no poder ir al fútbol, tener un mal coche, un mal piso o pasar las vacaciones en casa y no saber leer. Si hubiera que elegir, nadie dudaría. 

Quizá entonces, si nos viéramos en esa tesitura, volveríamos a reconocer el privilegio, y el tiempo que dedicáramos a la lectura lo consideraríamos un tiempo ganado para la vida. 



viernes, 13 de noviembre de 2015

Y solo hay una solución: leer



     Hoy es el día de las librerías. Aunque son negocios sometidos al mercado, como el resto, por lo que significan para una sociedad culta tienen una importancia superior a la mayoría. Pero el sector editorial, y no digamos ya las librerías, por sus peculiaridades no puede utilizar las mismas armas que muchos de sus competidores: por ejemplo, ni el libro más vendido en España da para financiar una campaña publicitaria equivalente a la de algunas películas.

     Aunque hay más población que nunca y unas tasas de alfabetización próximas al 100%, aunque tenemos el nivel de vida más alto jamás alcanzado, aunque las técnicas de edición han rebajado los costes, el ritmo de desaparición de las librerías es dramático. La lectura se vincula al ocio (mal hecho) y por el tiempo de ocio compiten millares de bares y restaurantes, hoteles, cientos de canales de televisión, cine, videojuegos, todas las oportunidades que da Internet... Muchas de esas alternativas son poderosas, porque mueven su producto en un mercado mundial con enormes economías de escala. Unamos el pirateo y tendremos una visión más o menos aproximada de cómo están las cosas. Un panorama difícil.

     Ante la caída de ventas no todas las librerías tienen las mismas posibilidades de reacción. Una gran superficie reduce metros cuadrados de exposición de libros y en su lugar vende videojuegos, o perfumes, o marroquinería, y sale adelante. Una pequeña librería no puede hacer algo así. Por debajo de cierto volumen de ventas, desaparece.

     Las pequeñas librerías están siendo las primeras en morir. El mercado que dejan libre lo están absorbiendo las grandes cadenas de distribución, titulares de las únicas librerías abiertas en los últimos diez o quince años.

     Esta concentración de la distribución minorista es una desgracia para la cultura, porque son las pequeñas librerías las que dan voz, aunque suene baja, a todas las pequeñas editoriales y a todos sus autores desconocidos. Y ese conjunto es el vivero de la literatura.

     Las relaciones entre las grandes cadenas de distribución y los grandes grupos editoriales limitan la oferta y, apostando por lo seguro porque lo mercantil prima sobre lo literario, se da prioridad a publicar la imitación del último éxito, o la traducción de lo que ya lo ha tenido en otros países. Una reducción de la oferta a disposición del lector, y de su calidad.

     El empobrecimiento para el pensamiento y el nivel cultural de la sociedad que esta deriva supone a largo plazo, es inmenso.

     Y solo hay una solución: leer.