En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

sábado, 29 de febrero de 2020

La idea de Europa – George Steiner





                Prologado por Mario Vargas Llosa y con introducción de Rob Riemen, La idea de Europa es un librito que reproduce la conferencia que George Steiner dio en el Nexus Institute. Y el contenido gira exactamente en torno al título: qué es Europa y hacia dónde va.

                Lo primero lo examina Steiner a partir de cuatro datos, alguno de los cuales podrá parecer frívolo, pero, explicados de modo adecuado, aclaran mucho sobre la idiosincrasia europea: el modo en que los europeos (no así el mundo anglosajón, con lo que significa por oposición) habla y «arregla el mundo» en bares y cafés, la existencia de un paisaje «caminable» que ha permitido cruzar Europa a pie lo mismo a viajeros que a aventureros, pueblos y ejércitos, la costumbre de poner a las calles y plazas el nombre de personas eminentes vinculadas a la cultura y al pensamiento (a diferencia, también, del mundo anglosajón, con lo que igualmente significa por oposición), y un origen doble y contradictorio: Atenas y Jerusalén, la racionalidad del pensamiento y la irracionalidad de la fe.

                Un quinto elemento que define la identidad europea, pero lo cito aparte porque enlaza con la pesimista conclusión de Steiner: la tendencia a la autodestrucción, el convencimiento íntimo de que Europa tiene fecha de caducidad, lo cual Steiner explica a partir de mucho de lo que concluye de las observaciones de los cuatro puntos anteriores.

                Brillante conferencia rebosante de sentido común y profunda cultura que merece la pena leer y guardar en el recuerdo y en la biblioteca.


lunes, 24 de febrero de 2020

El salón magenta – Mário de Carvalho




              A poco que se rasca en el mundo literario, de la pintura y del arte en general, aparecen a puñados «artistas» que solo lo son en el arte de camelar un público lo bastante indiferente ante su arte como para molestarse en averiguar la verdad; «artistas» que viven por y para que se les reconozca la condición de artistas aunque su obra sea escasa y de tal mediocridad que más podría hablarse «de uno que escribe» o «de uno que pinta» que de escritores o pintores.

              El protagonista de El salón magenta es un cineasta, aunque como refunfuña en cierta ocasión, hace siglos que ascendió a director de cine. En realidad, la vida ha pasado ante sus barbas sin que haya hecho otra cosa que dar a entender que es un artista, aunque su producción ha sido mínima y mala. Y en ello sigue, diciendo estar elaborando un guion –un escrito muerto de risa- para hacer creer a todos que sigue en la brecha.

              Como está con los bolsillos vacíos, el día en que unos atracadores le dan una paliza que exige hasta escayola en una pierna no le queda más remedio que ir a la casa que su hermana mayor para dejarse cuidar. Su hermana, una profesora universitaria recientemente jubilada, tiene una casita cerca de una laguna, en una pequeña localidad portuguesa, y allí se instala el gran Miguel Gustavo Dias.

              El salón magenta recorre de modo intimista y reflexivo la vida de su protagonista a través de sus recuerdos y de la forzosa contemplación de la vida de su hermana, lo cual le permite analizar su comportamiento respecto a ella y, de paso, al lector le permite situarla.

              Postrado en un sillón, son dos los recuerdos que nublan la mente de Miguel Gustavo: la estafa a que ha sometido a todos, incluido él mismo, acerca de su valía y vocación, y sus relaciones con las mujeres. Muchas han pasado por su vida, casi todas de usar y tirar (en lo que era una actitud recíproca) excepto una. Aquella que más lo trató a él como «de usar y tirar», la que recibía a sus amigos en un salón magenta, aquella de la que se separó y de la que nunca más supo hasta conocer su muerte.

              En la inconsciente evaluación de su vida, el análisis de los recuerdos y la relación con su hermana ponen de manifiesto el ruin egoísmo de Miguel Gustavo. Egoísmo doblemente mezquino por carecer de excusas, ya que aprovecharse de él ni siquiera le ha permitido hacer una sola cosa digna de elogio. Ha tenido facilidades y no ha conseguido más que engañarse a sí mismo y encontrar, al final del camino, la triste realidad que ya el engaño no oculta a casi nadie, si no es que los que quedan engañados en realidad no están fingiendo por piedad; y, con esa terrible realidad que va apareciendo a medida que los engañados desaparecen y quedan atrás con el correr de los años, llega la penuria y el viejo consuelo del alcohol.

              Mientras, su hermana, cuya vida en apariencia ha sido gris, vulgar, mediocre, sin otras alegría ni penas que las profesionales y domésticas –entre las que figura un hijo que la engaña-, una persona de segunda a los ojos de su hermano, se va elevando poco a poco, según pasan las páginas, como un referente vital, como alguien que ha sabido qué hacer con su vida y ha sabido conducirla para, a pesar de las dificultades, saber vivir y salir adelante con la conciencia tranquila, que no es lo mismo que vivir alegre o triste. Frente al egoísmo y egocentrismo del protagonista, un hombre vano que ha pretendido ser lo que no es, se alza la discreta generosidad y afecto de una mujer decidida a ser lo que es, capaz de convertir una vida corriente en un admirable e inconsciente ejercicio de sabiduría y elegancia.



jueves, 20 de febrero de 2020

La pirámide de fango – Andrea Camilleri





(Serie Montalbano, 27)

              La agilidad de las novelas de Camilleri, con tanto diálogo, tantos hechos escuetos y bien planteados y tan poca descripción, las hace de lectura rápida y agradable. Además, en la serie del comisario Salvo Montalbano Camilleri suele conseguir el milagro de que la inevitable repetición de personajes con sus manías y costumbres no resulte tediosa. ¿Cómo lo logra? Centrando el peso del interés en la trama que soportan los personajes, más que en ellos, y visibilizando la trama a través de sus palabras y acciones.

              El título es una metáfora. La montaña de fango que el comisario Montalbano ve en una obra mientras investiga la muerte de un ciclista en calzoncillos que ha aparecido con un tiro en la espalda, le hace pensar que ciertos asuntillos relacionados con los tejemanejes en la adjudicación de obra pública forman una pirámide de, por ser suaves, fango. Y es que estamos en Sicilia, y que la obra pública sea o no sea, o cómo es, y si sirve para algo o no, o si se hace bien o mal, responde más a intereses corruptos que a intereses sociales.

              El muerto vivía cerca del lugar donde ha sido encontrado. En una casita junto a su joven y atractiva esposa, de la que no hay noticia, pero cuya figura sirve a Camilleri –que siempre introduce en sus novelas una mujer bella y de comportamiento sexual en apariencia «abierto»- para dejar en la historia la chispa de erotismo a que nos tiene acostumbrados.

              La investigación avanza, como es habitual en Montalbano, poniendo a prueba no muy ortodoxamente las arriesgadas hipótesis que realiza a partir de los pocos datos que va encontrando. Hipótesis, las más de las veces, inspiradas en la interpretación del alma humana. En esta ocasión el comisario de Vigàta solo dispone de unos pocos datos obtenidos en la escena del crimen y en otro lugar más, y de cierta información sobre empresas –un poco liosa por manejar varios nombres a la vez, aunque en realidad da igual porque Camilleri, eso le honra, no los aprovecha para jugar al despiste-. Y como en las últimas novelas la presencia de la mafia había sido escasa, hela aquí de nuevo, con el atractivo que eso supone cuando los criminales que organizan el berenjenal más que profesionales del asunto son casi artistas del crimen.

              Resumen de la novela: Montalbano.


lunes, 17 de febrero de 2020

El invierno en Lisboa – Antonio Muñoz Molina




              Dice un amigo que El invierno en Lisboa es lo mejor que ha escrito Antonio Muñoz Molina. Si no tiene razón, poco le faltará, porque esta novela es una joya donde el lenguaje y la profundidad de la mirada crean la belleza que transforma una historia de amor plagada de sentimientos y derrota, que es también una novela negra, en un todo melancólico y sublime a ritmo de blues. Está ambientada principalmente en España –en San Sebastián y Madrid- en un clima que parece arrancado a las entrañas de las mejores películas del cine negro clásico.

              El protagonista, Santiago Biralbo, es un pianista de jazz amigo de una figura de la trompeta, Billy Swann, personaje que, según he leído, es un homenaje a Chet Baker. Pero mientras Billy recorre Europa actuando al tiempo que destroza su salud, Santiago, aún siendo un músico nómada, sigue anclado a cualquier lugar por donde pueda pasar el amor de su vida, Lucrecia. Una mujer casada, misteriosa, y que actúa como movida por la fatalidad. Ambos se enamoraron cuando Biralbo tocaba en un club de San Sebastián, y desde entonces su vida ha sido una mezcla de huidas y despedidas continuas, un «alguna vez será lo que hoy no puede ser», una relación donde ambos, a la vez, se buscan esperándose, que no se esperan buscándose. A que la espera como modo de reencuentro tenga sentido contribuyen no poco Bruce Malcolm, marido de Lucrecia, un secuaz que vive del mundo del arte -Toussaints Morton-, y su secretaria Daphne, que amenazan y buscan  a Biralbo no se sabe si para impartir «justicia» vengándose de él por su relación con Lucrecia, para hallar a Lucrecia a través de Biralbo o por algún otro motivo. Leedlo y lo sabréis.

              La novela melancólica y de acción lenta y pausada pero potente, que discurre con un sutil telón de fondo: la idea de que la vida son momentos fugaces e intensos que duran siempre, y que el resto del tiempo es un vacío que hay que llenar con los anhelos, esperanzas y resignaciones nacidos de aquellos momentos.


jueves, 13 de febrero de 2020

Expediente de desaparición – Dror Mishani




              ¿Por qué no hay novela negra en Israel?, pregunta el protagonista, el inspector Abraham Abraham, a la madre que acude a denunciar la desaparición de su hijo adolescente. La respuesta que le da justifica el consejo de esperar a que el muchacho aparezca. La situación se vuelve contra el policía al día siguiente, cuando su predicción falla: el muchacho no ha vuelto y es preciso comenzar a buscarlo.

              La investigación apenas tiene asideros (aunque el autor juega con el lector para hacerle creer lo contrario, en lo que es un recurso poco limpio, por así decirlo) lo que provoca la ofuscación del policía y esta, a su vez, nuevos fallos que le hacen sentir más culpable y que amenazan con conducir el caso a otros responsables.

              La novela, entretenida, es un ir y venir, un dar vueltas sobre los mismos datos solo roto por esa trampa que el autor tiende al lector para que no se canse de tanto girar y para despistarlo y facilitar la «sorpresa» final. De haberse ahorrado esta treta la novela hubiera sido bastante más corta y sustancialmente mejor, porque el mérito de Expediente de desaparición es jugar con cómo la necesidad de una respuesta nos hace abrazar verdades que en realidad no lo son. Verdades, en plural, que, cuando se habla de delitos, pueden implicar achacar la condición de víctima o de criminal a una persona o a otra independientemente de la verdad. Por eso la novela tiene dos finales consecutivos, si puede decirse así. Los dos, a primera vista, lógicos. Pero uno más lógico que otro: el que ve sin dificultades la persona a la que, por no haber estado en el caso, nada le va en encontrar una respuesta.   

            

lunes, 10 de febrero de 2020

No está solo – Sandrone Dazieri




               
(Colomba Caselli y Dante Torre, 1)

                A una buena novela no se le exige realismo, sino verosimilitud. De lo primero no hay rastro en No está solo, y de lo segundo no mucho, si bien hay que reconocer que la acción es tan intensa que el interés que no despierta como historia lo despierta como misterio. Todo un thriller estructurado con enorme solvencia que se lee muy rápido arrastrado por la curiosidad, y en el que fallan dos cosas relacionadas con lo que acabo de decir: el trasfondo final de la historia, un tanto manido, y unos protagonistas demasiado acartonados y poco creíbles.

                Un niño que iba con su madre desaparece en Roma a la vez que ella aparece asesinada. El jefe policial, un tipo discreto, sensato y competente, pide a una concienzuda, bella y atlética policía de baja por un trauma profesional, Colomba Caselli, que indague por su cuenta y que como ayuda eche mano de un singular caballero con una extraordinaria perspicacia psicológica para encontrar desaparecidos: Dante Torre, el cual debe su habilidad a su anormal desarrollo; pasó una barbaridad de años, desde los seis hasta el fin de adolescencia, secuestrado en un pequeño silo sin ver a otra persona que una especie de «domador» que ocultaba su rostro y se hacía llamar «el Padre». Sin embargo, a tan tortuoso pasado también debe otras cosas: una fortísima claustrofobia, un sinfín de manías y un carácter tal que parece un teleñeco. Además, el caballero tiene dinero en abundancia y no duda en gastarlo en pro de la causa (¡cuántas veces se utiliza el recurso de un tipo adinerado en las novelas de intriga!).

                Colomba es un personaje demasiado neutro para resultar atractivo; solo al final se va perfilando. Con Dante ocurre lo contrario: su extravagancia inicial mengua por necesidades de la acción. Respecto a los secundarios, hay de todo, pero respondiendo siempre a los perfiles tópicos de lo mediocre de este género. El peor dibujado, sin duda, es el malo malísimo (no digo más para no reventar la historia) que tras ser durante toda la novela aquello que cada lector haya imaginado, termina siendo casi una caricatura.

                Como buen thriller cada paso de un personaje abre puertas que profundizan en laberintos de ramificaciones insospechadas. Cada cosa tiene su por qué y el puzzle se va construyendo ante los ojos del lector. No es lo menos interesante que la investigación pronto toca a los investigadores mucho más cerca de lo que en un principio cabe suponer, lo que multiplica los enigmas a resolver. Los del asunto principal y los de los protagonistas. Por eso la trama de No está solo es realmente compleja, pero se expone de manera clara, fácil de seguir, y el modo en que se plantea y se saca adelante es tan equilibrado que el resultado es un misterio atractivo.

                Sandrone Dazieri ha firmado una buena novela de entretenimiento. Nada más.
 

jueves, 6 de febrero de 2020

Agostino – Alberto Moravia




              Agostino, un chaval de doce o trece años que ni siquiera se ha preguntado si los niños vienen o no de París, está veraneando con su madre, viuda joven, atractiva y adinerada, en un lugar de playa.

              La confortable soledad entre madre e hijo se ve interrumpida por la aparición de un joven con el que la madre comienza a irse a diario a navegar en patín. El niño, que los acompaña en alguna de esas excursiones, percibe, sin llegar a asimilar, que su madre, además de madre, es mujer. No ayuda poco a confundir sus sentimientos su ignorancia mayúscula sobre la sexualidad.

              La nueva visión de su madre le resulta desagradable entre otras cosas porque no llega a desplazar a la antigua, aunque él está convencido de que antes o después lo hará. Y en la huida de esas situaciones y sensaciones que tanto lo desasosiegan termina marchándose con un grupo de chavales, alguno más mayor, que se burlan de él sin piedad y que, además, saben bastante más que él. Igual que no dudan en hablarle de la admiración y deseo que les provoca su madre, también se pitorrean de Agostino a costa de los amores de su madre con el joven del patín. Los chavales, además, tienen su centro de reunión en torno a un viejo pescador –siempre atento a llevarse al catre a algún chaval- al que desprecian por su homosexualidad, sin por ello dejar de aprovecharse de él aunque, en realidad, es él quien les deja hacer sabedor de que su objetivo es el que es.

              Agostino aprende a tortas. Unas reales y otras figuradas. Pero la ingenuidad no suele desaparecer de un único sopapo; siempre queda suficiente para, cuando uno se envalentona, llevarse uno nuevo que, a esas alturas, resulta también humillante.

              Un libro breve (sin que por eso se lea rápido), magnífico como casi todos los de Moravia, escrito con la precisión, concisión y profundidad que caracterizan su estilo. Cada libro de Moravia es una lección magistral de literatura, un ejemplo de cuánto se puede decir sin hablar demasiado y partiendo, casi siempre, de las emociones básicas del ser humano. Moravia nunca retuerce nada: simplemente explora con su tremenda capacidad de profundizar y de exponer de modo sencillo lo complicado.


lunes, 3 de febrero de 2020

La fiesta de la insignificancia – Milan Kundera




              
              Obra muy breve, de unas ciento treinta páginas chiquitinas y con letra grande que se lee en un día. Grandes son también los pocos mensajes que traslada y el modo en que cuenta mucho con pocas palabras. Una obra cuyo final, además, revela una concepción del humor que más de una vez he defendido.

              En las idas y venidas de unos amigos franceses encontramos situaciones para ellos relevantes que se mezclan con consideraciones y conversaciones acerca del comportamiento de Stalin como bromista y de las reacciones de quienes estaban por debajo. Sin ser un texto de humor, habla sobre el humor, sobre su importancia para valorar y relativizar e, incluso, como le atribuyen a Stalin, para poner a prueba. Vemos también que el humor tiene su propia vida, se desgasta, se inutiliza, se vuelve contra quien lo usa… Y vemos, también, finalmente, que lo más complicado del humor es tenerlo a mano cuando de verdad hace falta. Porque la conclusión, aquella con la que identifico y que da sentido al título es que el humor, cuando nos defiende y nos eleva por encima de los problemas implica la asunción de la propia insignificancia. Solo cuando comprendemos la ínfima mierdecilla que en realidad somos cualquier preocupación sobre nosotros mismos deviene grotesca.


miércoles, 29 de enero de 2020

La larga y agónica crisis de las librerías tradicionales


22 de enero de 2020. En el corazón de Zaragoza.


Últimamente es frecuente topar con quien demoniza a Amazon como causante principal del fin de las librerías tradicionales. La simplificación es peligrosa, porque los errores de diagnóstico desembocan en tratamientos inútiles que agravan las enfermedades.  En la vida casi nada es mas peligroso que equivocarse de enemigo.

Aprovecho alguna reciente conversación que he mantenido sobre el tema para, sin más ánimo que el de aportar o recordar alguna idea sobre el futuro de las librerías tradicionales que aún existen, explicar su larga y agónica crisis.

¿Por qué han cerrado tantas en las últimas dos o tres décadas?

-Por la competencia entre librerías. El modelo de negocio ha cambiado en ese tiempo. Han cerrado sobre todo librerías pequeñas, negocios familiares de pocos metros cuadrados, y la mayoría de las que han abierto son más grandes, con una oferta más amplia, y, normalmente, vinculadas a grupos empresariales con capacidad de financiación, de aguante hasta que el negocio arranca y de reconversión total o parcial si no lo hace. Así, por poner un ejemplo en estas décadas de cierre de librerías La Casa del Libro ha pasado de tener una tienda a mediados de los 90 a tener hoy 64. Fnac, en ese mismo periodo, ha pasado de una a 34. Santos Ochoa supera la veintena.

-Por los libros de texto del sistema educativo. Representaban un porcentaje enorme de las ventas de las librerías tradicionales. Pero, entre las recientes limitaciones a la actualizaciones que esquilmaban a los padres y que ya casi todos los colegios se dan de alta como librerías para, en una semana, vender los libros de todo el año a todos sus alumnos, esta pata del negocio cojea cada vez más. Por no hablar de los plazos de las autonomías para pagar y la carga financiera que implican.

-A partir de los 90 había comenzado a cojear la otra gran pata de las ventas: los best sellers y las novedades. La proliferación de grandes superficies que comenzó entonces trasladó a éstas buena parte de las ventas de estos libros (el resto de las ventas de literatura son residuales). Que en esa época (creo) se consiguiera establecer por ley un precio mínimo para los libros impidió que las librerías fueran arrasadas, pero el golpe fue grande. Ahora las grandes superficies han reducido el espacio dedicado a la venta de libros, pero mantienen el reducto de los best sellers y novedades. Con menos de un 1% de los títulos a la venta se comen un porcentaje del pastel muchísimo mayor.

-Desde hace unos años algunos grandes grupos editoriales, propietarios de prensa escrita, venden también sus best sellers en los kioskos de prensa, que también andan de capa caída pero a los que deben mantener con vida mientras deseen seguir vendiendo prensa en papel.  Obviamente, los muchos o pocos libros que se venden en ellos no los venden ya las librerías. También llegó a haber libros de esos grandes grupos editoriales en gasolineras y lugares similares, otro modo de puentear a las librerías aprovechando la nula infraestructura necesaria para poner a la venta dos docenas de best sellers (ese 1% o en este caso menos de títulos que regala un porcentaje mucho mayor del pastel), aunque me da que el experimento ha tenido días mejores.

-La aparición del ebook. Aunque sus cifras hayan crecido menos de lo augurado, las alcanzadas en menos de una década son notables y es un producto sustitutivo del libro en papel. Su verdadera evolución sigue siendo un misterio debido al silencio al respecto de los grandes vendedores de ebooks. Solo cabe hacer una aproximación a través de las encuestas de hábitos de lectura.

-El pirateo. Su impacto es desconocido, aunque obviamente negativo. Solo podría evaluarse indirectamente comparando las encuestas de hábitos de lectura con esas cifras de ventas que se ocultan celosamente.

-La venta de libros en papel a distancia, por Internet, es el último agujero hecho a las librerías tradicionales. El comercio minorista tiene tres funciones: acercar el producto al consumidor (y aquí la tienda va contigo en tu teléfono 24 horas al día y lo que compras te lo traen a tu casa en menos de un día), dar información sobre los productos (y las webs te ofrecen desde la sinopsis a la dimensión del libro e incluso críticas de lectores, amén de enlaces a otras obras del mismo autor o los gustos de quienes han comprado tal o cual libro) y ofrecer productos alternativos (ofrecen un catálogo casi infinito). Si estas son las funciones del comercio minorista y la venta por Internet las satisface como he dicho, mal lo tiene todo el comercio minorista tradicional. No solo el de libros. Por qué se simplifica hablando solo de Amazon, no lo entiendo. Amazon vende libros, pero también lo hacen El Corte Inglés, Fnac, las grandes superficies y nada más y nada menos que la mayoría de las editoriales que surten a las librerías, incluidas algunas de las grandes. Cuando una editorial vende a través de su web a su margen de beneficio como editor acumula el margen minorista. Por qué hace más daño a una librería un libro vendido por Amazon que vendido directamente por los grupos Planeta o Penguin Random House, alguien me lo tiene que explicar, porque no lo entiendo. La venta vía web es simultáneamente un lastre para las librerías y una oportunidad de negocio para las editoriales.

        Es decir, editoriales grandes y librerías pequeñas no siempre tienen intereses compatibles. No todo el mundo va en el mismo barco.

Dicho todo esto, habrá que reconocer que la venta por Internet ha permitido que los habitantes de miles de localidades que jamás han tenido una librería puedan acceder a la compra de libros en igualdad de condiciones que los habitantes de la España urbana. A menudo no nos damos cuenta que la España vacía no solo tiene problemas de empleo, sino también mayúsculos problemas de suministro: a nadie le hace gracia tener que viajar para comprar un kilo de naranjas, un pedazo de queso, un libro o unos calcetines, e Internet ha hecho mucho por esa España que ahora puede, desde su casa, comprar un libro, operar en bolsa, hacer trámites con la Administración, comprar ropa o leer el periódico que en papel jamás se vendió en su pueblo. Los tiempos cambian, para los libros como para todo. No se les puede pedir a esas personas que sigan comprando donde siempre.

        -Los monopolios y oligopolios de distribución (que no de producción), además de afectar a lo que se ofrece afecta especialmente al precio de los libros, que en España está tasado y lo fijan los productores, no las librerías. Esto hace del librero una especie de comisionista dado que no puede intervenir ni en el precio de compra ni en el de venta. La rentabilidad o no depende de la estructura de ingresos y costes. Dados unos ingresos por metro cuadrado de exposición, los costes son básicamente personal e inmuebles, y el coste por metro cuadrado desciende a medida que el personal es contratado y la superficie crece dentro de unos límites. Es decir, la estructura de mercado favorece el modelo de negocio que he descrito en el punto uno: negocios no familiares. 

        Quien hasta aquí haya leído habrá visto que he hablado de los intereses de las librerías pequeñas, de las grandes, de los grandes grupos editoriales (y, a sensu contrario, de los de las editoriales pequeñas), pero no del interés del lector. Como en el mercado se cumple aquello de que aquí todos van a lo suyo menos yo, que voy a lo mío, y dado que los lectores somos millones de personas aisladas sin capacidad de organización, la defensa de nuestros intereses, sean los que sean (su definición da para otro artículo), queda en manos de las instituciones con competencias en la materia, cuyos líderes políticos siempre son más sensibles, vaya por Dios, a quienes tienen voz para quejarse, que, como acabo de decir, no somos los lectores. 
   
Y termino con un pensamiento recurrente: sé que recomendar autocrítica es más sencillo que hacerla, pero cuando las cosas no salen como uno desea es lo que toca. Y cuanto antes se haga, mejor. En las librerías, como el cualquier otro negocio, cuando el cliente se va a otro sitio es hora de pensar qué dan los otros que no doy yo, para identificarlo y reaccionar. Si se puede. Y con rigor. Volviendo al principio, en la vida nada es mas peligroso que equivocarse de enemigo. Pero como todo el mundo anda hablando solo de una cosa, a ver en qué queda el proyecto de Todos tus libros. Lo que debería hacer para ser una alternativa de verdad, es responder a los principios elementales del comercio minorista que he citado antes. Si igualan o superan lo que otros dan, ahí estarán. Y si no, no.







29 de enero. ¿Cumpleaños?




Hoy es 29 de enero. 

          En Zaragoza es fecha significada y celebrada a base de roscón. Allí transcurre parte de la acción de La terrible historia de los vibradores asesinos, además de en Madrid, Barcelona y Sitges. Pero, ¿sabes qué día comienza la novela? Un 29 de enero. Si te gusta vivir el tiempo literario parejo al cronológico, hoy es el mejor momento para comenzar a leerla. 

          Dicho lo cual quizá pienses que hoy también es el cumpleaños de Ajonio Trepileto, el protagonista. ¿Pero lo es el 29 de enero, cuando principia su historia, entrando así semejante tipejo en competición cumpleañera con tipos ligeramente más famosos como, ejem, Chéjov y Blasco Ibáñez, o el día en que comencé a escribir la novela?

         Pobrecico Ajonio, tan calamitoso que no sabe ni cuándo nació.

          Sea cuando sea su cumpleaños, el único regalo que podéis hacerle es leerlo y, además, amable que es él, ahora podéis hacerlo gratis si estáis suscritos al servicio Prime de Amazon, donde su primera novela estará disponible hasta mayo de este año 2020.



lunes, 27 de enero de 2020

Km 123 – Andrea Camilleri



              
              ¿Puede construirse una novela sin una descripción ni media y a base, exclusivamente, de breves diálogos y de tres o cuatro «noticias» de periódico?

              Puede. Camilleri lo demuestra con Km 123, lo cual explica que pese a sus poco más de 200 páginas se lea en un par de horas. Así es el reencuentro con este autor en la primera novela que se publica en España tras su muerte en el verano de 2019.

              Roma. Un empresario de la construcción tiene un accidente en el km. 123 de una carretera, a solo dos del lugar donde desarrolla una de sus obras. Termina hospitalizado, y a su esposa le entregan lo que llevaba encima, incluido el teléfono donde el accidentado acababa de recibir varios mensajes de su amante. Así es como la buena señora descubre el pastel.

              Sobre esta idea Camilleri desarrolla las idas y venidas de los amantes –prestos a salvaguardar su amor-, de la esposa –presta a hacer justicia-, de una de las amigas y confidentes de la amante y, también, del policía encargado de esclarecer qué ha pasado, pues que el accidente haya sido accidente no es tan evidente tras la declaración, ante la compañía de seguros, del único testigo.

              Agilísima la manera en que Camilleri construye y desarrolla la historia, mérito evidentemente deudor de su condición de guionista. Solo dos cosas no me han acabado de gustar: una, las «noticias» que he citado, redactadas en pleno siglo XXI al modo en que Camilleri redacta las de sus novelas situadas en el siglo XIX o principios del XX; si bien estas pueden resultar más creíbles dado cómo se escribía en la época, nadie escribe noticias así en la actualidad. Chirría. La otra cuestión que no me ha gustado es lo repentino del final. Repentino y, tan sorprendente, que obliga a una reflexión para encajar las piezas.

              Km 123 es, dentro de la literatura de Camilleri, una mezcla entre la intriga que caracteriza alguna de sus novelas «serias» y el sutil humor que deviene de los prontos de unos personajes y de la habilidad de otros para adaptarse al carácter y al genio del resto sorteando las dificultades para alcanzar la verdad. O lo que ellos creen la verdad.

              He dicho algo más de 200 páginas. No. En realidad, un poco menos. Las otras, sin que llegue a saber por qué están ahí, recogen la intervención del autor en un foro sobre novela negra. No tiene nada que ver con la historia, pero merecen ser leídas por lo mucho que aportan en pocas palabras.



lunes, 20 de enero de 2020

La cucaracha – Ian McEwan



              El progreso trae consigo cambios y problemas, pero es deseable porque sus costes totales son inferiores al beneficio total derivado de los avances. Sin embargo, costes y beneficios no se distribuyen por igual, y por eso los cambios y problemas provocan damnificados concretos. Un buen político refuerza el progreso paliando los problemas que su avance crea.

              Otra cosa es que el buen político gane las elecciones, porque el populista rentabiliza el descontento de los damnificados blandiéndolo como amenaza para resto de la sociedad (todos acabaréis así si esto no cambia) y ofreciendo soluciones mágicas, indoloras y supuestamente eficaces, entre las que suele destacar una: los problemas derivan de los cambios, luego los problemas desaparecen cuando se vuelve a las esencias de lo que se fue. El populista propone el retorno, de un modo u otro, a un pasado glorioso e idealizado que nunca existió, pero en el que muchos creen.

              O, dicho de otra manera, la gran oferta del populismo suele ser deshacer lo hecho, desandar lo andado. Que el sentido común diga que hacia atrás solo se va hacia atrás da igual cuando la gente está dispuesta a creer lo contrario.

              En ese andar hacia atrás, el Brexit es un brinco de dimensiones y consecuencias colosales. Para criticarlo y, de paso, dar una mayúscula colleja a todo populismo, McEwan ha escrito una sátira eficaz y brillante, una crítica sin pretensiones estilísticas que se lee en una tarde y en la que el ir hacia delante o hacia atrás se identifica con dos teorías: el avantismo (que quiere mantener el flujo del dinero tal y como lo conocemos) y el reversionismo, que consiste en «solucionar» todas las desdichas haciendo lo contrario de lo que hacemos, porque si estamos como estamos ha sido por hacer lo que hacemos. El reversionismo defiende una «política económica» consistente en revertir los flujos de dinero: se recibe dinero por comprar, se paga por trabajar y, obviamente, es una locura acumular fondos. Tan sencillo como que todo sea al revés. De resultas, según esta teoría cuando uno compra recibe dinero que, para no acumularlo, debe gastar trabajando como loco; con lo cual paga a la empresa que, para no acumular, debe producir y vender cuanto pueda para pagar al vender y deshacerse del dinero… En resumen, todo el mundo tiene bienes y trabajo a discreción. Bienestar completo.

              Este mundo al revés lo simboliza un comienzo ya al revés (nada inocente y que enlaza con el final) que parodia e invierte el de La metamorfosis: una cucaracha se despierta un día convertida en humano. Y, en concreto, en el primer ministro inglés. No es la única cucaracha convertida en humano-político. La razón, tienen una misión que cumplir: hacer triunfar el reversionismo.

              Que el reversionismo (el populismo) lo defiendan cucarachas tampoco es precisamente inocente.

              El intento de aplicar el reversionismo tiene la aparente virtud de poner fin al carajal político inglés ofreciendo al país, por fin, un destino supuestamente claro que el «nuevo» gobierno vende, como todo populismo, como una especie de Eldorado, para lo que no duda en traicionar y hacer cuanta jugarreta sea menester a quien quiera que se oponga incluso desde la lucidez, y aunque el lúcido sea un correligionario. Por supuesto, la teoría admite tan pimpante cuantos remiendos sean precisos ante las críticas de los pérfidos; remiendos que cualquier malabarista intelectual puede hacer a condición de que el crítico sea silenciado de inmediato por el sonido de las arengas y los aplausos.

              La crítica se extiende al populismo de Donald Trump, fácilmente reconocible en el Presidente de los Estados Unidos que sale en el libro, quien está dispuesto a prestar su oído para poner patas arriba el mundo si aquello le reporta beneficios particulares, pero, en cambio, no soporta un segundo al teléfono cuando recibe una alusión personal que le desagrada.

              Como el libro es corto, McEwan no se recrea en el sinfín de contradicciones que el reversionismo produciría. Ni siquiera desciende a mostrar a un solo miembro del «populacho» (cuyo silencio y ausencia en el relato es también significativo: para el populista el pueblo no pinta nada aunque dice defenderlo) y se contenta con dar un final alegórico, que no voy a desvelar pero que pone de manifiesto a quién beneficia (y, por tanto promueve) el reversionismo/populismo: a quienes están dispuestos a revolver las aguas porque saben que no hay mejor manera de pescar en ellas: los corruptos, los delincuentes más ambiciosos y sin escrúpulos, aquellos que están dispuestos a provocar la miseria si así prosperan ellos, los más indeseables. Las cucarachas.

          Desde el punto de vista estético, un libro sin más. Desde el de la comunicación, una sátira eficaz.



jueves, 16 de enero de 2020

La única historia – Julian Barnes





              He hablado de esta novela con otras dos personas que la han leído, ambos lectores inteligentes, y los tres coincidimos en una sola cosa: es magnífica.

              Así que tengo la sensación de que la interpretación de La única historia y el modo de vivir su lectura dependen, más que en otras novelas, de las experiencias de cada cual, que seguramente hacen prestar más o menos atención a unos u otros detalles de los muchos que se narran. Según en cuál te fijes, la interpretación se decanta de una manera u otra.

              El título alude a «la» historia de amor de cada persona. Suele ser solo una la relación que deja tal huella que el resto giran siempre alrededor, para reencontrarla en otras personas o para sortearla. Cada cual, viene a decir Barnes, entre todas las historias de amor que ha vivido tiene una que es, en realidad, su única historia de amor.  
  
              Escrita en primera persona (salvo en fragmentos de la última parte, sin que se entienda muy bien el motivo) el narrador cuenta su historia de amor, que lo fue entre un muchacho de diecinueve años y una mujer en los cuarenta, una relación que se prolongó durante bastantes años.

              Desde el ordenado desorden de la narración (qué bien estructurada está, a pesar del aparente caos de recuerdos) al lector le asaltan las sensaciones desde dos puntos.

              Primero, desde la propia historia. Desde los hechos y el modo en que al leerlos los juzga y le afectan.

              Segundo, desde las equívocas motivaciones que el protagonista da a cada uno de esos hechos. ¿Por qué equívocas? Porque habla cincuenta años después. Habla desde el recuerdo. Es un anciano contando la historia del lejano joven que fue. Y, por tanto, mezcla las excusas que a los veinte años se ofreció a sí mismo para actuar de una determinada manera con las explicaciones que, más de medio siglo después, hace de su propia vida vista en perspectiva; todo lo cual se complica, además, porque tanto a los veinte años como a los más de setenta no hay motivo para que una persona no se engañe a sí misma: en la juventud el autoengaño es el camino más sencillo para sortear contradicciones, incoherencias e intereses poco edificantes, y, mirando al pasado, no es mal mecanismo para evitar que la sentencia del juicio de la propia vida sea tan dura que convierta el ya corto porvenir en frustración. Cierto es que la admisión de contradicciones y de versiones diferentes siempre resulta cínica, pero el peor cinismo se produce cuando las contradicciones se admiten y toleran en el momento en que surgen, y no tanto cuando simplemente se descubren y reconocen al escarbar en el pasado; ese reconocimiento a posteriori puede resultar cínico, pero más por lo impúdico del reconocimiento presente que por haber vivido un pasado contradictorio. A esto debemos añadir las diferencias entre lo que creemos hacer y lo que de verdad hacemos, lo cual digo porque me viene a la cabeza una frase creo que de Ovidio, que anima a persuadirse diciendo que muchas veces quien comenzó fingiendo amar acabó amando de veras. Y añado: también puede suceder al revés, y en ambos casos casi sin enterarse y sin ser consciente de cuándo se da el paso de una realidad a otra.

              Viene la cita a cuento de que la relación entre los dos amantes es, al principio, algo distinto a lo que acaba siendo. Ambos se comportan rodeando su relación de unas apariencias justificadoras –ante sí mismos y ante los demás-  que no se sabe hasta qué punto terminan, con el paso del tiempo, siendo realidad. Para un muchacho de veinte años cabe pensar que liarse con una mujer que le dobla la edad es un acto de libertad, o quizá de rebeldía, a juzgar por las motivaciones que el narrador da. Incluso puede pensarse en simple egoísmo, pues la relación le permite olvidarse de los problemas económicos. Significativo es que en algún momento se muestre orgulloso no de su historia de amor, sino de que sea «más verdadera» que las del resto de sus amigos, como si lo inhabitual fuera sinónimo de autenticidad. ¿Pero eso es egoísmo, ansias de libertad o simple inmadurez? Yéndonos a Susan, la otra protagonista, todavía es más complicado averiguar qué significa para ella la relación con el narrador, porque nunca vemos nada a través de sus ojos. Por lo que se va sabiendo del matrimonio de Susan puede pensarse que se ha visto tan ninguneada que su autoestima se ha esfumado y trata de buscarla en la aceptación de otro hombre; y más se consolidará esa autoestima si la inclinación del protagonista por ella vence a los gustos que cabe presuponer a un amante tan joven; la sensación se consolida porque, como nadie puede encontrar la autoestima fuera de su propio yo, tanto la relación como la victoria sobre esos supuestos gustos es insuficiente para sanar una autoestima maltrecha, lo cual puede justificar el desarrollo de la relación de Susan con el alcohol y, sobre todo, su falta de rebeldía, la aceptación de su destino como una fatalidad. Algo estorba, no obstante, esta interpretación, pues Susan sí realiza actos de rebeldía, aunque no completos, sino como quien, teniendo el valor de huir de de algo, se lanza al río pero se abandona a la corriente.

              Sin embargo, como digo, las sensaciones son tan contradictorias como lo somos las personas: algo tan ajeno al amor como el egoísmo o la rebeldía del protagonista se ve desmentido por los años que pasa junto a Susan, la mayoría más malos que buenos (¿por qué no la deja, si es tan egoísta?), por su dedicación a ella, por el modo en que ella ocupa sus pensamientos y preocupaciones y por el modo en que esa relación, que llega al agotamiento de sus fuerzas, anula en él la capacidad para amar a otras personas. En cuanto a ella, algo similar puede decirse: por más deteriorada que se considere su autoestima, no es tan egoísta como para aferrarse al protagonista como último recurso. Tiene otros, incluyendo la asunción de la soledad si es allí donde el río la lleva. Sea como fuere, los motivos de Susan son los más opacos, lo cual es lógico habida cuenta de que no es ella quien nos habla.

              La novela está dividida en tres partes con tonos muy distintos. La primera, que narra los inicios de la relación, es el más sensual y en algunos puntos incluso divertida por lo que la relación tiene de transgresora y porque siempre resulta estimulante ver a personas en busca de su libertad, o de sí mismos, o del amor, o de lo que sea. La segunda parte, en cambio, es progresivamente sombría. Y la tercera es una especie de amanecer después de la batalla: nada alegre, pero con la sensación de alivio que produce la certeza del fin; una parte de amarga nostalgia involuntaria donde se echa la mirada atrás, se hace recuento y, de sopetón, se comprende que entre lo perdido en el campo de batalla está la mayor parte de la vida; por delante solo queda un futuro breve y limitado en el que hay que cargar con el peso de los errores. Y, cuando esos errores los han pagado otros, a poco honrado que sea uno pesan más. La última jugarreta de la vida se sufre en ese momento: has hecho balance y en él tienes deudas que ya no podrás saldar, pero hay que seguir viviendo y, si no quieres vivir tu ya muy limitado futuro como un infierno de remordimientos debes buscar algún tipo de perdón contigo mismo… y con quienes ya no te pueden perdonar o dejar de hacerlo. De la impotencia por no poder ser perdonado o comprendido por quien ya no está surge el ansia de paz interior, lo cual desemboca, sea justo o injusto, en la autoindulgencia, que no es ni la indiferencia ni la resignación, pero que, vista desde fuera, tanto se les parece. 



lunes, 13 de enero de 2020

El hereje – Miguel Delibes


El Hereje, de Miguel Delibes. Una edición por 4,95 euros.
¡Qué caro es leer!

              
              Lo menos que se puede decir de El hereje es que el Ministerio de Cultura le concedió el Premio Nacional de Narrativa en 1999.

              Esta «novela histórica» no es tal. O, mejor dicho, es mucho más. Quiero decir que la mayoría de lo que se clasifica como «novela histórica» está más cerca de las historias de aventuras y acción, e incluso de intriga, que de la literatura en el sentido profundo de la palabra. Y esa literatura, la Literatura, se construye con novelas como esta, que transcurre en el siglo XVI solo porque es el escenario más adecuado para una intensa reflexión sobre la libertad de conciencia, que es de lo que trata el libro, y no sobre historia alguna ni del siglo tal ni del cual pese al magnífico retrato de la época que Delibes consigue hacer.

              El protagonista, Cipriano Salcedo, es el hijo único de uno de los primeros burgueses de Valladolid. El negocio de su padre, como el de toda Castilla en la época, estaba relacionado con el comercio de lana. Para quien no lo sepa, durante siglos el comercio español fue un desastre que se dedicaba a exportar lana procedente los rebaños de la meseta y a importar productos textiles manufacturados. El productor de lana se enriquecía (pero solo más o menos, pues estaba a expensas de los monopolios de demanda derivados de la dificultad de enviar las expediciones de productos) y el resto de mortales pagaban las importaciones de sus atuendos. El abultado saldo final se marchaba fuera de nuestras fronteras.

              No lo cuento por contar. Para significar que el protagonista es un hombre reflexivo Delibes hace de él un avanzado a su tiempo, un hombre que ve más allá que su padre y se lanza a hacer algo tan distinto como pensar que en lugar de exportar tanta lana puede quedársela y, con ella, fabricar ropa y venderla haciéndola atractiva. Una concepción de la actividad económica revolucionaria en la época. De ser un simple comerciante más, a ser uno de los primeros industriales.

              Pero no corramos. Cipriano, un chico fuerte pero esmirriado, fue un hijo cuya llegada se hizo esperar y se llevó por delante a su madre, quedando al cuidado de una nodriza y enfrentado, sin que él llegara nunca a explicarse muy bien las razones, a su padre. Es un hombre disciplinado, honesto consigo mismo y relativamente culto, lo cual le lleva a tener inquietudes emocionales y espirituales.

              Las emocionales, mal que bien, las va satisfaciendo tras una educación despiadada y dura en una especie de orfanato que, pese a sus rigores, se transforma para él en el hogar que su padre, adinerado como es, no le da. Y es su hogar no por encontrar en él cariño o afecto, sino conocimiento y cultura. Es decir, a sí mismo. Además, en el hecho de satisfacer sus necesidades emocionales ya encuentra Cripriano muchos motivos para la reflexión, porque el instinto le enfrenta a la moral, y cuando esta no se impone la honestidad de Cipriano le hace intentar racionalizar su conducta. Es lo que sucede en su relación con su nodriza y casi madre, Minervina, un personaje maravilloso, pero también cuando cree sentir la llamada del amor hacia la mujerona grandota, poco agraciada y de temperamento difícil que terminará siendo su esposa, y no hablemos ya de la relación o no relación final con Ana Enríquez. Todo lo pasa Cipriano por el tamiz de una moral reflexiva, e intenta actuar en consecuencia: haciendo lo que cree que debe y, cuando no es capaz, asumiendo las consecuencias de sus actos y, lo que es más importante, haciendo lo posible por compensar los daños causados.

              Cipriano es un hombre que no quiere hacer daño a nadie. Al contrario. Es un hombre bondadoso y, a menudo, tan poco aferrado a lo material que lo que algunos considerarían generosidad para él no es más que un acto de justicia. Y cuando tiene dudas, acude a su tío, un hombre culto, ponderado y comprensivo, abierto de mente pero, paradójicamente, solo hacia su propio interior, pues es consciente del problema de pensar en una sociedad donde lo distinto se niega. Recalco la bondad de Cipriano porque es clave en la novela: si él hubiera pretendido imponerse a alguien o a algo, hubiera sido lógico que encontrara oponentes, pero él se limita a intentar ser consecuente con sus propios pensamientos sin causar ningún daño a nadie. O, dicho de otro modo, nada de lo que pasa por su cabeza tiene una aplicación práctica más allá de constituir sus propios pensamientos y creencias.

              Y en cuanto a las inquietudes espirituales, ¿dónde es posible satisfacerlas?

              Siempre en el mismo sitio: allí donde se cuestiona el orden establecido, legal o moral, pues no es posible ni razonar ni argumentar donde no se duda de nada, sea religión, como es el caso, o política. En la novela, la fortaleza de la Inquisición, obtenida por el ejercicio impune de la violencia, ha hecho que el común de los mortales prefiera no pensar. Sin embargo, algunas escasas mentes inquietas –y alguna ingenua e irreflexiva- han sido receptivas a las doctrinas de Lutero y, en particular, aceptan la conclusión de que no existe el purgatorio y de que el sacrificio de Cristo hace innecesario –otra cosa sería ningunear la acción del Salvador- la acción individual. Parece poco, pero es más que suficiente para ser exterminado por la Inquisición.

              He aquí también otro elemento para la reflexión: ¿por qué unos personajes cercanos a la doctrina luterana actúan con toda prudencia, sabiendo lo que arriesgan, y para otros en cambio es casi un juego? La respuesta está en lo que antes he dicho: como nada de lo que hacen o dicen implica un mal inmediato para nadie, a algunos les resulta imposible ser conscientes de estar haciendo algo mal, lo que sitúa la novela, por otra vía, en su objetivo: la libertad de pensamiento. Cuando el pensamiento en nada afecta a la vida cotidiana de quienes nos rodean, la única posibilidad de conflicto no deriva de la confrontación de intereses, sino de la tolerancia o intolerancia a las ideas. Un tema que sigue vigente.

              También induce a reflexión la distinta actitud de los herejes. Dejando a un lado a Cipriano, cuyas motivaciones conocemos, se intuye que no todos tienen las mismas. Como siempre que hay un cambio, siquiera sea leve, aparecen advenedizos que ven en el cambio la ocasión de ganar prestigio o influencia, de convertirse en pequeños líderes sometidos en realidad a su propia vanidad. Otros participan en los cambios por simple curiosidad o por el deseo de dejar atrás una realidad que se les queda pequeña. Alguno, también, se deja arrastrar por inconsciencia o debilidad.

              El hereje es la historia de Cipriano, un hombre enfrentado a un modo de vida cuyo rigor histórico –algún anacronismo aparte- no impide, como en todo buen libro, que lo que se muestra sea un trasunto de infinidad de situaciones que siguen dándose, aunque con condenas menos virulentas, pero bastante efectivas. ¿Alguien puede negar que pensar y tener opinión propia no es un vicio mal visto en una sociedad que tiende a clasificar a todo el mundo a partir del más pequeño signo? ¿Creemos que los grupos ideológicos a los que pertenecemos o en los que se nos clasifica nos van a perdonar no seguir sus doctrinas oficiales? ¿Creemos acaso que la tiranía de lo «políticamente correcto» o del «pensamiento único» son algo diametralmente distinto a aquello de lo que nos habla Delibes? Por supuesto que no. El hereje es un canto a la libertad de pensamiento, una reivindicación del individuo frente a la masa, y su trágico y durísimo final es el único posible para que ese canto llegue a oídos del lector.

              De ahí que, por ser este el objetivo de la novela, Delibes se demore intencionadamente en los pormenores de multitud de situaciones. Porque lo importante en El hereje, y vuelvo al principio, no es buscar una «acción que atrape al lector». Al lector no ha de atraparlo la acción descrita, sino su propio pensamiento, sus reflexiones. Y ellas crecen en paralelo a los procesos mentales de Cipriano, que, como los de cualquier ser humano, se desarrollan condicionados por infinidad de detalles. Esto explica la necesaria lentitud de la novela, que no es tal, pues al terminarla uno se da cuenta de que con este libro ha recorrido más distancia intelectual que «devorando», como suele decirse, centenares de novelas de esas que «enganchan». Que enganchan tu tiempo, pero no tu inteligencia.