Dice un
amigo que El invierno en Lisboa es lo mejor que ha escrito Antonio Muñoz
Molina. Si no tiene razón, poco le faltará, porque esta novela es una joya donde el
lenguaje y la profundidad de la mirada crean la belleza que transforma una
historia de amor plagada de sentimientos y derrota, que es también una novela
negra, en un todo melancólico y sublime a ritmo de blues. Está ambientada
principalmente en España –en San Sebastián y Madrid- en un clima que parece arrancado
a las entrañas de las mejores películas del cine negro clásico.
El
protagonista, Santiago Biralbo, es un pianista de jazz amigo de una figura de
la trompeta, Billy Swann, personaje que, según he leído, es un homenaje a Chet
Baker. Pero mientras Billy recorre Europa actuando al tiempo que destroza su
salud, Santiago, aún siendo un músico nómada, sigue anclado a cualquier lugar
por donde pueda pasar el amor de su vida, Lucrecia. Una mujer casada, misteriosa, y que actúa como movida por la fatalidad. Ambos se enamoraron
cuando Biralbo tocaba en un club de San Sebastián, y desde entonces su vida ha
sido una mezcla de huidas y despedidas continuas, un «alguna vez será lo que hoy
no puede ser», una relación donde ambos, a la vez, se buscan esperándose, que
no se esperan buscándose. A que la espera como modo de reencuentro tenga
sentido contribuyen no poco Bruce Malcolm, marido de Lucrecia, un secuaz que
vive del mundo del arte -Toussaints Morton-, y su secretaria Daphne, que amenazan
y buscan a Biralbo no se sabe si para
impartir «justicia» vengándose de él por su relación con Lucrecia, para hallar
a Lucrecia a través de Biralbo o por algún otro motivo. Leedlo y lo sabréis.
La novela melancólica y de acción lenta y pausada pero potente, que discurre con un sutil telón de fondo: la idea de que la vida son momentos
fugaces e intensos que duran siempre, y que el resto del tiempo es un vacío que
hay que llenar con los anhelos, esperanzas y resignaciones nacidos de aquellos
momentos.
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