A poco
que se rasca en el mundo literario, de la pintura y del arte en general,
aparecen a puñados «artistas» que solo lo son en el arte de camelar un público
lo bastante indiferente ante su arte como para molestarse en averiguar la verdad; «artistas» que viven por y para que
se les reconozca la condición de artistas aunque su obra sea escasa y de tal
mediocridad que más podría hablarse «de uno que escribe» o «de uno que pinta»
que de escritores o pintores.
El
protagonista de El salón magenta es un cineasta, aunque como refunfuña en
cierta ocasión, hace siglos que ascendió
a director de cine. En realidad, la vida ha pasado ante sus barbas sin que haya
hecho otra cosa que dar a entender que es un artista, aunque su
producción ha sido mínima y mala. Y en ello sigue, diciendo estar elaborando
un guion –un escrito muerto de risa- para hacer creer a todos que sigue en la
brecha.
Como está
con los bolsillos vacíos, el día en que unos atracadores le dan una paliza que
exige hasta escayola en una pierna no le queda más remedio que ir a la casa que
su hermana mayor para dejarse cuidar. Su hermana, una profesora universitaria recientemente
jubilada, tiene una casita cerca de una laguna, en una pequeña localidad
portuguesa, y allí se instala el gran Miguel Gustavo Dias.
El salón
magenta recorre de modo intimista y reflexivo la vida de su protagonista a
través de sus recuerdos y de la forzosa contemplación de la vida de su hermana,
lo cual le permite analizar su comportamiento respecto a ella y, de paso, al lector le permite situarla.
Postrado en un sillón, son dos
los recuerdos que nublan la mente de Miguel Gustavo: la estafa a que ha
sometido a todos, incluido él mismo, acerca de su valía y vocación, y sus
relaciones con las mujeres. Muchas han pasado por su vida, casi todas de usar y
tirar (en lo que era una actitud recíproca) excepto una. Aquella que más lo
trató a él como «de usar y tirar», la que recibía a sus amigos en un salón
magenta, aquella de la que se separó y de la que nunca más supo hasta conocer
su muerte.
En la
inconsciente evaluación de su vida, el análisis de los recuerdos y la relación
con su hermana ponen de manifiesto el ruin egoísmo de Miguel Gustavo.
Egoísmo doblemente mezquino por carecer de excusas, ya que aprovecharse de él ni siquiera le ha
permitido hacer una sola cosa digna de elogio. Ha tenido facilidades
y no ha conseguido más que engañarse a sí mismo y encontrar, al final del
camino, la triste realidad que ya el engaño no oculta a casi nadie, si no es que los que quedan engañados en realidad no están fingiendo por piedad; y, con esa terrible realidad que va apareciendo a medida que los engañados desaparecen y quedan atrás con el correr de los años, llega la penuria y el viejo consuelo
del alcohol.
Mientras,
su hermana, cuya vida en apariencia ha sido gris, vulgar, mediocre, sin otras
alegría ni penas que las profesionales y domésticas –entre las que figura un
hijo que la engaña-, una persona de segunda a los ojos de su hermano, se va
elevando poco a poco, según pasan las páginas, como un referente vital, como
alguien que ha sabido qué hacer con su vida y ha sabido conducirla para, a
pesar de las dificultades, saber vivir y salir adelante con la conciencia
tranquila, que no es lo mismo que vivir alegre o triste. Frente al egoísmo y
egocentrismo del protagonista, un hombre vano que ha pretendido ser lo que no
es, se alza la discreta generosidad y afecto de una mujer decidida a ser lo que
es, capaz de convertir una vida corriente en un admirable e inconsciente ejercicio de sabiduría y elegancia.
No lo he leído, pero tiene muy buena pinta. Me ha encantado tu blog, me quedo de seguidora y te invito a que te pases por el mío si te apetece (es Relatos y Más, es que aparecen dos en el perfil).
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Muchas gracias!
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