En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 13 de enero de 2020

El hereje – Miguel Delibes


El Hereje, de Miguel Delibes. Una edición por 4,95 euros.
¡Qué caro es leer!

              
              Lo menos que se puede decir de El hereje es que el Ministerio de Cultura le concedió el Premio Nacional de Narrativa en 1999.

              Esta «novela histórica» no es tal. O, mejor dicho, es mucho más. Quiero decir que la mayoría de lo que se clasifica como «novela histórica» está más cerca de las historias de aventuras y acción, e incluso de intriga, que de la literatura en el sentido profundo de la palabra. Y esa literatura, la Literatura, se construye con novelas como esta, que transcurre en el siglo XVI solo porque es el escenario más adecuado para una intensa reflexión sobre la libertad de conciencia, que es de lo que trata el libro, y no sobre historia alguna ni del siglo tal ni del cual pese al magnífico retrato de la época que Delibes consigue hacer.

              El protagonista, Cipriano Salcedo, es el hijo único de uno de los primeros burgueses de Valladolid. El negocio de su padre, como el de toda Castilla en la época, estaba relacionado con el comercio de lana. Para quien no lo sepa, durante siglos el comercio español fue un desastre que se dedicaba a exportar lana procedente los rebaños de la meseta y a importar productos textiles manufacturados. El productor de lana se enriquecía (pero solo más o menos, pues estaba a expensas de los monopolios de demanda derivados de la dificultad de enviar las expediciones de productos) y el resto de mortales pagaban las importaciones de sus atuendos. El abultado saldo final se marchaba fuera de nuestras fronteras.

              No lo cuento por contar. Para significar que el protagonista es un hombre reflexivo Delibes hace de él un avanzado a su tiempo, un hombre que ve más allá que su padre y se lanza a hacer algo tan distinto como pensar que en lugar de exportar tanta lana puede quedársela y, con ella, fabricar ropa y venderla haciéndola atractiva. Una concepción de la actividad económica revolucionaria en la época. De ser un simple comerciante más, a ser uno de los primeros industriales.

              Pero no corramos. Cipriano, un chico fuerte pero esmirriado, fue un hijo cuya llegada se hizo esperar y se llevó por delante a su madre, quedando al cuidado de una nodriza y enfrentado, sin que él llegara nunca a explicarse muy bien las razones, a su padre. Es un hombre disciplinado, honesto consigo mismo y relativamente culto, lo cual le lleva a tener inquietudes emocionales y espirituales.

              Las emocionales, mal que bien, las va satisfaciendo tras una educación despiadada y dura en una especie de orfanato que, pese a sus rigores, se transforma para él en el hogar que su padre, adinerado como es, no le da. Y es su hogar no por encontrar en él cariño o afecto, sino conocimiento y cultura. Es decir, a sí mismo. Además, en el hecho de satisfacer sus necesidades emocionales ya encuentra Cripriano muchos motivos para la reflexión, porque el instinto le enfrenta a la moral, y cuando esta no se impone la honestidad de Cipriano le hace intentar racionalizar su conducta. Es lo que sucede en su relación con su nodriza y casi madre, Minervina, un personaje maravilloso, pero también cuando cree sentir la llamada del amor hacia la mujerona grandota, poco agraciada y de temperamento difícil que terminará siendo su esposa, y no hablemos ya de la relación o no relación final con Ana Enríquez. Todo lo pasa Cipriano por el tamiz de una moral reflexiva, e intenta actuar en consecuencia: haciendo lo que cree que debe y, cuando no es capaz, asumiendo las consecuencias de sus actos y, lo que es más importante, haciendo lo posible por compensar los daños causados.

              Cipriano es un hombre que no quiere hacer daño a nadie. Al contrario. Es un hombre bondadoso y, a menudo, tan poco aferrado a lo material que lo que algunos considerarían generosidad para él no es más que un acto de justicia. Y cuando tiene dudas, acude a su tío, un hombre culto, ponderado y comprensivo, abierto de mente pero, paradójicamente, solo hacia su propio interior, pues es consciente del problema de pensar en una sociedad donde lo distinto se niega. Recalco la bondad de Cipriano porque es clave en la novela: si él hubiera pretendido imponerse a alguien o a algo, hubiera sido lógico que encontrara oponentes, pero él se limita a intentar ser consecuente con sus propios pensamientos sin causar ningún daño a nadie. O, dicho de otro modo, nada de lo que pasa por su cabeza tiene una aplicación práctica más allá de constituir sus propios pensamientos y creencias.

              Y en cuanto a las inquietudes espirituales, ¿dónde es posible satisfacerlas?

              Siempre en el mismo sitio: allí donde se cuestiona el orden establecido, legal o moral, pues no es posible ni razonar ni argumentar donde no se duda de nada, sea religión, como es el caso, o política. En la novela, la fortaleza de la Inquisición, obtenida por el ejercicio impune de la violencia, ha hecho que el común de los mortales prefiera no pensar. Sin embargo, algunas escasas mentes inquietas –y alguna ingenua e irreflexiva- han sido receptivas a las doctrinas de Lutero y, en particular, aceptan la conclusión de que no existe el purgatorio y de que el sacrificio de Cristo hace innecesario –otra cosa sería ningunear la acción del Salvador- la acción individual. Parece poco, pero es más que suficiente para ser exterminado por la Inquisición.

              He aquí también otro elemento para la reflexión: ¿por qué unos personajes cercanos a la doctrina luterana actúan con toda prudencia, sabiendo lo que arriesgan, y para otros en cambio es casi un juego? La respuesta está en lo que antes he dicho: como nada de lo que hacen o dicen implica un mal inmediato para nadie, a algunos les resulta imposible ser conscientes de estar haciendo algo mal, lo que sitúa la novela, por otra vía, en su objetivo: la libertad de pensamiento. Cuando el pensamiento en nada afecta a la vida cotidiana de quienes nos rodean, la única posibilidad de conflicto no deriva de la confrontación de intereses, sino de la tolerancia o intolerancia a las ideas. Un tema que sigue vigente.

              También induce a reflexión la distinta actitud de los herejes. Dejando a un lado a Cipriano, cuyas motivaciones conocemos, se intuye que no todos tienen las mismas. Como siempre que hay un cambio, siquiera sea leve, aparecen advenedizos que ven en el cambio la ocasión de ganar prestigio o influencia, de convertirse en pequeños líderes sometidos en realidad a su propia vanidad. Otros participan en los cambios por simple curiosidad o por el deseo de dejar atrás una realidad que se les queda pequeña. Alguno, también, se deja arrastrar por inconsciencia o debilidad.

              El hereje es la historia de Cipriano, un hombre enfrentado a un modo de vida cuyo rigor histórico –algún anacronismo aparte- no impide, como en todo buen libro, que lo que se muestra sea un trasunto de infinidad de situaciones que siguen dándose, aunque con condenas menos virulentas, pero bastante efectivas. ¿Alguien puede negar que pensar y tener opinión propia no es un vicio mal visto en una sociedad que tiende a clasificar a todo el mundo a partir del más pequeño signo? ¿Creemos que los grupos ideológicos a los que pertenecemos o en los que se nos clasifica nos van a perdonar no seguir sus doctrinas oficiales? ¿Creemos acaso que la tiranía de lo «políticamente correcto» o del «pensamiento único» son algo diametralmente distinto a aquello de lo que nos habla Delibes? Por supuesto que no. El hereje es un canto a la libertad de pensamiento, una reivindicación del individuo frente a la masa, y su trágico y durísimo final es el único posible para que ese canto llegue a oídos del lector.

              De ahí que, por ser este el objetivo de la novela, Delibes se demore intencionadamente en los pormenores de multitud de situaciones. Porque lo importante en El hereje, y vuelvo al principio, no es buscar una «acción que atrape al lector». Al lector no ha de atraparlo la acción descrita, sino su propio pensamiento, sus reflexiones. Y ellas crecen en paralelo a los procesos mentales de Cipriano, que, como los de cualquier ser humano, se desarrollan condicionados por infinidad de detalles. Esto explica la necesaria lentitud de la novela, que no es tal, pues al terminarla uno se da cuenta de que con este libro ha recorrido más distancia intelectual que «devorando», como suele decirse, centenares de novelas de esas que «enganchan». Que enganchan tu tiempo, pero no tu inteligencia.



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