En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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jueves, 31 de agosto de 2023

El caballero invisible – Valerio Massimo Manfredi

 


Se puede escribir una novela histórica sumamente breve y en la que el autor no ejerza, además de como novelista, como exhibicionista de saberes y guía de lectores a quienes supone ignorantes. Manfredi lo consigue en esta obra, aunque también hay que decir que no se mató para escribirla.

La razón de la última afirmación es que el argumento, de puro simple, más parece un fragmento de una obra mayor. Estamos en la Edad Media. En el norte de España un misterioso caballero hace a otro, que iba camino de reunirse con el rey para pelear en defensa de los reinos cristianos y de la fe, un encargo no menos intrigante: llevar un paquete, cuyo contenido no puede examinar, a un lugar que solo el encargado conoce. Es su escudero el que nos cuenta la historia del peregrinar a ese destino, peregrinar salpicado por la presencia de un cura guerrero con poca pinta de religioso que se ofrece a acompañarlos (he ahí un toquecito de intriga facilón, por cuáles serán las verdaderas intenciones del caballero) y por los diferentes asaltos y tretas con que los musulmanes intentan apresarlos incluso en territorio cristiano para hacerse con el paquetito.

Relato lineal, sin sobresaltos ni por parte del argumento ni del lenguaje. Un argumento más sencillo imposible: una «misión-huida» sorteando problemas. Millones de veces visto en el cine. Obviamente, al final se sabe dónde iba el caballero, quién es quién y qué contenía el paquetito. Pero eso, lógicamente, no lo voy a contar aquí.

Una lectura poco exigente para leer de una sentada y entretenerse. 


martes, 4 de abril de 2023

La ladrona de huesos – Manel Loureiro

 


     Dice la sinopsis: «Tras ser víctima de un salvaje atentado, Laura pierde completamente la memoria. Solo el cariño de Carlos, el hombre del que se ha enamorado, le ayuda a percibir destellos de su misterioso pasado. Pero ¿quién es Laura? ¿Qué le sucedió? Durante una cena romántica, Carlos desaparece de forma inexplicable y sin dejar rastro. Una llamada al móvil de la joven le anuncia que, si quiere volver a ver con vida a su pareja, tendrá que aceptar un peligroso reto de insospechadas consecuencias: robar las reliquias del Apóstol en la catedral de Santiago.» 

Y así es el inicio de la novela, cuyo desarrollo alterna los sucesos derivados de este comienzo con saltos en el tiempo y el espacio para conocer la historia de Laura; una historia peculiar, basada en una muy libre versión de ciertas historias sobre la extinta Unión Soviética que también han sido aprovechadas literariamente por autores como Sandrone Dazieri en su trilogía sobre Colomba Caselli y Dante Torre.

Aunque veo que la novela tiene muchas y muy altas valoraciones de los lectores, mi impresión se ha quedado en un «así, asá». Es cierto que el tercio final es trepidante (algo así como una película de acción llevada al papel, y hago esta comparación porque la influencia de ese tipo de cine en el autor es tan evidente que bien puede decirse que esta es una novela «peliculera»), pero también lo es que la primera mitad del libro es demasiado lenta.

El argumento no es realista, lo cual no es un problema cuando es verosímil. El problema es que para hacer creíble lo increíble la historia debe tener coherencia interna, y la actuación de cada personaje debe ajustarse al marco (real o irreal) que se ha dado. No es el caso: la coherencia interna se sacrifica constantemente al espectáculo del más difícil todavía. No pongo ejemplos para no chafar sorpresas.

Los ingredientes han sido cocinados como he dicho, pero además la mayoría resultan, de tan conocidos, tópicos: delincuentes infalibles porque «son los mejores», tipos omnipresentes y listísimos capaces de anticipar con siglos de antelación los más leves movimientos de docenas de personas interactuando, capaces de planificar al segundo las más rocambolescas reacciones del personal, capaces de realizar, sobrados, jugadas que exigen las más complicadas y retorcidas carambolas espacio-temporales-personales, malos malísimos obsesionados hasta la paranoia con liquidar a los buenos, traidores y, por todas partes, sorpresas respecto a la catadura de cada cual.

No son los únicos recursos tópicos. El camino de Santiago, la catedral… Un entorno conocido facilita la ambientación al lector, porque su memoria completa sin esfuerzo lo que los textos solo apuntan o mencionan. Y unamos que el robo de las reliquias del apóstol excita el morbo del personal por lo que tiene de sacrílego, de simbólico, de escandaloso, y veremos que todos estos factores, unidos a los anteriores, demuestran la voluntad del autor: atrapar al lector con muchos más anzuelos que lirismos.

El resultado es una historia que va de menos a más no en lo formal (está correctamente escrita, pero nada más, porque no busca hacer del lenguaje un elemento que inspire nada), una historia entretenida, para pasar el rato, que cumple su papel si lo que busca es ofrecer al lector unas horas de acción donde todo es posible porque, como digo, ni siquiera es fiel a la lógica interna del planteamiento, con lo cual todo puede suceder en cualquier momento y en cualquier situación y vete a saber quién es quién en realidad.

A muchos lectores les encantan estas cosas. A mí, qué le vamos a hacer, las historias que no respetan la lógica de su propio planteamiento me acaban pareciendo una exhibición de conejos en la chistera en la que el truco está a la vista de todos: muestra la imaginación del autor, pero evidencia claramente sus límites para trabajarla.

        Y, además, la imaginación tampoco ha sido tanta, dada la acumulación de situaciones tipo.


lunes, 14 de noviembre de 2022

La llama de Focea – Lorenzo Silva

 



Cuando un personaje alcanza la proyección de Rubén Bevilacqua se abre la oportunidad, que Lorenzo Silva ya aprovechó en la anterior novela de la saga, de dar a conocer el pasado de alguien que (cómo dudarlo con tantas novelas de éxito detrás) interesa a los lectores.

Si en El mal de Corcira supimos de las andanzas de Bevilacqua en el País Vasco en sus inicios en la Benemérita, en La llama de Focea sus recuerdos se remontan a su pasado inmediatamente posterior, con el traslado a Barcelona. La técnica en ambos casos es similar: el delito sobre el que Bevilacqua debe trabajar –un presente que transcurre a comienzos del otoño de 2019, cuando está a punto de conocerse la sentencia del procés– trae a su cabeza –viajes mediante- los recuerdos de aquella otras época, en la Barcelona  de finales del siglo XX, conflictivos en lo personal y en lo laboral; de esto último algo supimos ya en una novela muy anterior, La marca del meridiano, por lo que es lo personal lo más llamativo en esta ocasión. La descripción de los sentimientos que produce la infidelidad en quien traiciona a su pareja me ha parecido especialmente lograda. Y el detalle de un par de epifanizaciones ante un antiguo «amor imposible» tras muchos años de incomunicación también tiene su puntito para reflexionar sobre madurez e inmadurez y sobre las películas que cada cual se monta con su pasado cuando se ve perdido en su futuro.

La llama de Focea comienza con el asesinato, en el Camino de Santiago, de una joven que resulta ser hija de un corrupto barcelonés devenido independentista y con contactos de lo más dudosos, que lo mismo pueden servir –duda todo el mundo, incluido el lector- para llenarle el bolsillo que para alborotar el cotarro político y callejero.

Como es marca de la casa, la investigación tiene un elevado tono realista en la que los tiempos los determinan los procedimientos periciales, y entretanto los días son aprovechados por Bevilacqua, Chamorro y compañía para recabar las pruebas testificales. La investigación suele seguir un camino lógico que conduce a unas conclusiones lógicas (y poco sorprendentes, porque pronto se ha identificado el rumbo), pero Silva ha tenido la capacidad de mantener la sorpresa no jugando con los procedimientos policiales –que mantienen su halo de realismo- sino complicando la realidad que esos procedimientos investigan, lo cual provoca unos giros finales sorprendentes y que se agradecen, a pesar de la no tan realista entrevista final entre el protagonista y cierto señor que conocerá quien lea la novela (sobre esto me pregunto si no volveremos a saber de este caballero en el futuro).

El crimen se comete en el Camino de Santiago, pero la protagonista es Barcelona. Me ha parecido estupendo, porque una ciudad es más evocadora a los propósitos que se persiguen. Uno de ellos, no menor, es abordar un tema que ahora está bastante chuchurrido en comparación con hace un lustro (y más tras ser aplastado por la pandemia) pero entonces provocó una tensión social sin precedentes en la democracia: el procés; esa cosa que nadie sensato creía posible, defendible ni deseable, pero que, ante el silencio de la sensatez, acabó siendo creíble para cientos de miles de personas que con tanta fe como ausencia de razonamiento creyeron también que las reglas democráticas se pueden modificar e improvisar «a instancia y en interés de parte». El caso es que en medio de una conmoción social desconocida al menos por dos generaciones se declaró la independencia, y quien había promovido y liderado el chusco camino que condujo al desaguisado, en lugar de tomar ni una sola disposición al respeto tras la declaración, en lugar de lanzar arengas solemnes y emotivas, en lugar de hacer llamamientos a unos y otros para intentar allanar el camino a la prometida nueva realidad, en lugar de intentar ser uno de esos líderes cuyas futuras estatuas los representan mirando al horizonte donde se vislumbran sueños e ideales, en lugar de todo eso, digo, el hombre se largó a tomar vinos por su ciudad para a continuación, y sin solución de continuidad, poner pies en polvorosa por si las moscas. Trágico y sin épica. Berlanguiano. Quiso el aprendiz de brujo parir una tormenta de truenos y, cuando toda la sociedad se disponía a afrontar el temporal, el héroe se tiró un solemne pedo. Tras el cual, en lugar de llorar de impotencia, se fue de copas con una sonrisa de a oreja a oreja, como si no hubiera esperado otra cosa de sus conjuros. Y adiós. En cualquier caso, sea como sea, aquellos meses fueron un desastre para toda la sociedad española. Sigue habiendo cafres en todos los frentes, pero quiero pensar que unos cuantos han abandonado sus posicionamientos radicales al haber advertido que la democracia no es un sistema para que quien tiene la mitad más uno de los votos haga lo que le dé la gana, sino un mecanismo para garantizar la convivencia entre quienes tienen ideas y pretensiones distintas e incluso incompatibles. La democracia no tiene por principal objeto dar satisfacción a sueños ideológicos, sino permitir la convivencia. Silva deseaba meterse en este jardín, como en la novela anterior lo hizo con el tema de ETA, y lo ha hecho poniendo en boca de su personaje una serie de reflexiones a mi juicio bastante sensatas que apelan al sentido común y, sobre todo, a la necesidad de informarse, de conocer bien el pasado, de conocerse a uno mismo y de conocer al otro. Difícil es la convivencia cuando nadie se molesta en conocer las razones de nadie. Ni siquiera las propias.




jueves, 17 de junio de 2021

Peregrinas – Joaquín Berges

 

              

              Creo que es el segundo libro que leo de Joaquín Berges, y repetir es buena señal. Sin embargo, esta obra es muy distinta a Nadie es perfecto, la otra que leí, y demuestra una variedad de registros y un talento notable, en ambos casos sin renunciar al humor, aunque aquí no lo provoca –porque Pegreninas no es una novela de humor-, sino que lo encuentra o, mejor dicho, lo saca a flote de entre las penalidades de la vida.

              Tres ancianas en una residencia, una de ellas con una demencia senil, se marchan un buen día, sin avisar a nadie, a hacer «el Camino de Santiago», o eso cree la última de ellas, porque en realidad han tomado la dirección opuesta con un fin cuya identificación es uno de los alicientes de la lectura. A bordo de un vetusto y enorme Volvo les acompaña Julio, un anciano taciturno y parco en palabras que durante años ha mantenido una extraña relación con una de las ancianas: simplemente, se veían de una terraza a otra, y les gustaba verse allí; les daba seguridad.

              Peregrinas es la historia del viaje, pero también la historia de cuatro personas, que es la de cuatro familias, con cada vida marcada por hechos habituales –la enfermedad, la infidelidad, la muerte...- y determinantes. A medida que los kilómetros van quedando atrás, el lector ve cómo se disipa la niebla, va descubriendo y comprendiendo, comprueba que hay heridas que no se cierran nunca pero que algo puede hacerse para que dejen de sangrar. Comprueba, también, que cuando la vida es una huida de los hechos que nos arrancaron la paz, se acaba por no llegar a ningún sitio y que el único destino confortable es estar en paz con uno mismo.

              La acción, al principio un poco confusa hasta que el interés que late detrás de cada una de las cuatro vidas comienza a tomar forma, tiene un ritmo constante; el lenguaje es a la vez llano y cuidado, sin florituras, pero eficaz, el lenguaje de un escritor que sabe lo que quiere comunicar y cómo hacerlo. Como además todos los personajes son, en el fondo, unos buenazos, el lector se solidariza con sus miedos, su sufrimiento y su contención. También asistimos a unas cuantas escenas emotivas que logran mantenerse en la sensibilidad sin caer en la sensiblería y a unos cuantos golpes de humor de los que hacen sonreír abiertamente.

              Por último, Peregrinas es una novela escrita durante la pandemia y que transcurre en ella, durante el verano de 2020, entre la desescalada tras el confinamiento más estricto y el otoño. El lector sin duda apreciará ahora, mejor que dentro de unos años, algunas de las sensaciones –en especial, una, que no voy a desvelar- que experimentan los protagonistas.

              Así que, hale, a leer Peregrinas cuanto antes.