En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 29 de mayo de 2023

La conciencia de Montalbano - Andrea Camilleri

 

 

              Cuando hay un céntimo por medio pocos son los editores que respetan la voluntad de ningún autor. La codicia puede más que el respeto, la memoria y quizá que la amistad. Lo digo porque Andrea Camilleri anunció varios años antes de morir (y se repitió hasta la saciedad) que tenía preparada la novela –a publicar tras su muerte-  que daría fin a su personaje, Salvo Montalbano; y, una vez que Camilleri falleció y esa novela (Riccardino) se publicó, todos los lectores, con pena, dimos por finiquitado al comisario de Vigàta.

              Es lo que había querido su autor. Y el destino que dio a Montalbano obliga a pensar que no quería verlo de nuevo por el mundo. Y por algo mató Cervantes a don Quijote.

              Aunque La conciencia de Montalbano contiene seis relatos que de una u otra manera habían visto la luz en vida de Camilleri (cuatro en antologías de su editorial original, otro en una edición no venal para Unicredit y el sexto como colaboración en fascículos en un nuevo proyecto periodístico), no formaban parte de la colección «oficial», por lo que la mayoría de sus lectores no los conocíamos. Su aparición ahora en ella, después de la publicación de Riccardino, no sé si es una traición a la voluntad del autor o, simplemente, tomársela a pitorreo.

O tomarse a pitorreo a los lectores.

              Me permito conjeturar que, por razones mercantiles, ningún editor quería dejar pasar demasiados años entre la muerte de Camilleri y el anunciado libro que pondría fin a Montalbano, y que una vez hecho esto se están apresurando a explotar cuanto resto encuentran.

              Para los devotos de Camilleri, como yo, ha sido un dilema optar entre la fidelidad al autor y la fidelidad a su personaje. El modo en que yo lo he resulto está claro: he leído el libro. A fin de cuentas, me había familiarizado con Montalbano, no con Camilleri, pero este circo me hace sentir mal. Como un vil traidor.

              El lector que no vaya a ser fiel al deseo de Camilleri, y que no haya leído aún Riccardino, puede, dentro de esa infidelidad, ser más fiel a la memoria de Camilleri de lo que yo lo he sido. ¿Cómo? Leyendo La conciencia de Montalbano antes que Riccardino. ¿Cuánto antes? Poco, porque si bien es cierto que el primer relato está situado –por referencias musicales- en la década de 1980 (lo cual, por cierto, no concuerda con la edad del comisario en el resto de la saga) los restantes tienen lugar cuando el personaje anda por los cincuenta y muchos; es decir, próximo al final de la serie.

              La edición incluye una nota con el origen de los relatos, situando su aparición, si no recuerdo mal, entre 2007 y 2018. Sin embargo, el primero –que transcurre temporalmente en los años 80- se distingue por su redacción, algo torpe y prolija comparada con el conjunto de la obra; ese dato y que la acción pueda fecharse cuando he dicho permite sospechar que quizá Camilleri lo tenía redactado bastante antes de su publicación en 2013.

              Ese primer relato comienza con el descubrimiento de un muerto, aparentemente por sobredosis, en la playa de Vigàta.

El segundo aborda los problemillas de un bodeguero para pagar el pizzo a la mafia.

En el tercero, homenaje a Hitchcock y escrito para poder ser publicado en pequeñas partes, Montalbano está en Roma y, por una vez, sigue siendo él mismo a pesar de estar fuera de su ambiente. Su afán de meter las narices en todo le hace cotillear; y, el cotilleo, le hace investigar.

El cuarto es un pequeño divertimento, sin investigación propiamente dicha, que gira en torno a la plaga de invitaciones a cenar en Nochevieja recibidas por Montalbano, y el modo en que intenta escaquearse de cuanto no le interesa.

El quinto gira en torno a una infidelidad y un «no delito», y en cierta medida es, como el sexto (que sirvió de base a una de sus novelas y es una versión reducida de la misma) una novela pequeñita. En la primera se ventila un robo y en la segunda un asesinato.

Con la excepción del primer relato, que parece redactado en otro momento, todos los demás son puro Camilleri: diálogos ágiles y acción expeditiva, si bien, posiblemente por las razones de su redacción, quizá haya un exceso de sobreactuación en las manías y rarezas de los personajes. Al fin y al cabo, como iban de invitados, debían hacer lo que de ellos se esperaba.

Y esto es cuanto tengo que decir sobre la aparición del fantasma de Montalbano.

 

 

miércoles, 24 de mayo de 2023

Elizabeth Hardwick - Noches insomnes

 



Tras dos novelas fallidas a los 29 y a los 39 años, Elizabeth Hardwick (1916-2009), a los 63, cuando nadie la conocía más que por su faceta de crítica literaria y ensayista, (y por haber fundado The New York Times Book Review) sorprendió a todo el mundo publicando Noches insomnes, una novela que, a decir de muchos, es una obra maestra. 

Hardwick estuvo casada con uno de los más famosos poetas norteamericanos del siglo XX, Robert Lowell. Fue un matrimonio complicado por las andanzas y locuras de Lowell, que falleció en 1977. Noches insomnes vio la luz en 1979, y se inicia con la recuperación de la libertad de la narradora. O, más que con la recuperación de su libertad, con una visión algo tenebrosa del mundo, como si la muerte del marido fuera el principio del fin de todo, razón por la cual el libro es un largo mirar atrás con sabor a evaluación y despedida.

A lo largo de Noches insomnes el lector se asoma a la memoria de la narradora (que tantos puntos en común tiene con la autora) en forma de recuerdo de varias personas. Anónimas unas. Célebre alguna otra.

El libro está maravillosamente escrito. La prosa es limpia, concisa, clara, distinguida y elegante. Se diría que cada palabra, cada párrafo y cada capítulo han sido planificado con precisión científica, calculado y revisado hasta dar con la palabra exacta. El tono es el que he señalado antes, entre la memoria, la reflexión, la despedida y la evaluación de si la vida ha merecido la pena. Nada más. Y nada menos. No hay una trama, sí un argumento.

Gran libro, digo, pero también una obra exigente para el lector: requiere buena concentración, intentar ver más allá de la literalidad de las palabras e imbuirse de un ánimo algo oscuro para mirar atrás, a través de los personajes retratados, con no mucha satisfacción y tampoco demasiada esperanza.

Un gran libro triste.


lunes, 22 de mayo de 2023

Solo humo – Juan José Millás

 



Juan José Millás tiene admiradores y detractores, y unos y otros lo son por lo mismo: porque en pocos autores como él se cumple el dicho de que se pasan la vida escribiendo el mismo libro. En consecuencia, si te gusta, como es mi caso, estás encantado; y si no, no puedes con él.

¿Qué es lo recurrente en Millás? Los personajes que andan buscándose a sí mismos incluso en los utensilios más corrientes, siempre perdidos y siempre topándose con sus propios miedos y anhelos a la vuelta de casi todas las esquinas; y el andar con un pie en la realidad y otro en la irrealidad, cuando no son los pies los que están en un sitio y la cabeza en otro.

Solo humo lo protagoniza un chico de dieciocho años que apenas ha conocido a su padre, con el que tiene cuentas pendientes porque lo abandonó a él y a su madre, pero del que hereda un pisito en Madrid.

¿Qué hay en el piso? Aparte de una vecina, cercana a los cuarenta, muy pimpante, y un amago de novela de su padre, hay un montón de libros entre los que se encuentran los cuentos de los hermanos Grimm. El protagonista nunca ha leído, pero estos cuentos lo subyugan de tal manera que se disocia entre su yo real y el que anda metido en cada cuento, donde, además, se proyecta su subconsciente. O su consciente. O vaya usted a saber qué, porque estamos hablando de Millás.

Así que el chaval viaja de este mundo al otro y del otro al uno, teniendo además el aliciente de que en ese otro mundo de vez en cuando se topa con un fantasma como él: su padre. El reencuentro del lector con varios cuentos famosos, y el sorprendente encuentro con su versión original, también animan la lectura.

La figura del padre está presente de modo constante, aunque el lector no acaba de saber bien para qué lo busca el protagonista: ¿Para conocerlo? ¿Para entenderlo? ¿Para congraciarse con él? Quien lea la novela no lo sabrá hasta el final, y le sorprenderá. Lo importante es que a ese fin a un tiempo claro y difuso se dirige la vida del protagonista creando paralelismos nunca sabemos si orientados por el destino o por el subconsciente. Lo único cierto, como podrá comprobar el lector, es que la mejor manera de vencer a los fantasmas es hacerles frente, para lo que hay que salir en su búsqueda.

El desenlace, que no voy a contar, permite a los lectores menos perezosos hacer un análisis de las razones del protagonista que sin duda condicionará la interpretación de la novela, enriqueciéndola. Quien no se moleste en hacerlo simplemente habrá pasado un buen rato de lectura con un escritor con un enorme dominio del lenguaje y la escena.

Me parece prodigiosa la capacidad de Millás para sumergir al lector en sus mundos con apenas unas pocas líneas. Los capítulos son muy breves. Las ideas y la exposición de las cosas son diáfanas y concisas. Máxima información con las mínimas palabras, sin perder la capacidad para ambientar.

Un lujo, Juan José Millás.


martes, 16 de mayo de 2023

Carmen María Machado – Su cuerpo y otras fiestas

 


Vaya libro de relatos, el de Carmen María Machado. Muy bueno, aunque no siempre fácil de leer.

Son ocho los relatos incluidos en el libro. El primero, el de una mujer que siempre va con una cinta atada al cuello, es al que alude la portada; interesante por el modo en que crea el suspense en torno a la cinta y por lo inesperado del desenlace, resulta engañoso no por sí mismo, sino porque poco tiene que ver con el resto de relatos, entre los que destaca el más largo, «Especialmente perversos», en el que el lector acaba construyendo una historia de dos policías, hombre y mujer, sobre la base de una secuencia de retazos de información sobre actividades, problemas, aspiraciones, etc. Aunque al principio me desorientó, al final le cogí el tranquillo. Más normalito y asequible es el relato sobre la escritora que acude a una especie de retiro perdido en el bosque, cerca de donde, de pequeña, participó en campamentos. Del resto ya sabrá quien lea este libro.

Siendo historias independientes, no hay más hilo conductor que los elementos comunes: protagonistas femeninas homosexuales, frecuentemente casadas con otra mujer; el sexo, liviano, rutinario, no muy encantado de haberse conocido; problemas psicológicos latentes, visiones y alucinaciones, reacciones inesperadas y soledad incluso cuando se está en compañía. Relatos, en definitiva, protagonizados por personas problemáticas encerradas en sí mismas, que miran el mundo desde dentro de su mente sin acabar de ser capaces de integrarse en él.

Una buena lectura, a veces algo exigente. Más para disfrutar de la literatura que para pasar el rato.




sábado, 6 de mayo de 2023

La isla del doctor Schubert – Karina Sainz Borgo

 

 

Karina Sainz Borgo me ha dejado pasmado con esta obra bellísima, que solo puede escribir alguien que vive en la Literatura como otros en su casa, y que solo debe ser leída por quienes saben que afrontar una lectura sin buscar nada en ella es la mejor manera de encontrar cuanto sus páginas ofrecen. Hace poco comenté en este mismo blog que C. S. Lewis, en La experiencia de leer, señalaba que, si el lector «no literario» es el que pasa la obra por el tamiz de sus propios objetivos, el «lector literario» es quien, sin objetivos, se pasa a sí mismo por el tamiz de la obra. De resultas, la obra cambia al «lector literario». Es así como debe experimentarse el arte.

              Lo que no recuerdo es si Lewis dice que hay obras que solo pueden leerse como «lector literario», porque de otro modo nada de ellas encaja en ningún sitio y te pegas un tiro. La isla del doctor Schubert es un ejemplo.

              ¿Qué sucede cuanto pasas por el tamiz de esta obra?

              Pues que cada vez que luego piensas en ella te entra un súbito relax y te quedas sonriendo con la cara un poco pánfila de quien se abstrae rememorando una mezcla de suave levitación y dulce sueño. Y más si la lees un día luminoso de primavera, con una luz tan semejante a la balear. Así de bonita es.

              Cosa distinta es que me resulte fácil o posible explicar de qué trata. La isla del doctor Schubert no es una historia, ni una reflexión, ni nada que tenga un nombre. Es una especie de sueño escapado de una biblioteca y atracado en una cala balear. Una mezcla de fantasía y evocación, comenzando por el título; una mezcla en la que Schubert, su isla y todo lo que hay, no hay o pudo haber en ella parece llegado del confín de los tiempos literarios y en tránsito hacia el sueño de todos los lectores que han sido y serán. Leer esta obra es como pasear por una biblioteca donde las imágenes de novelistas, filósofos e historiadores se fugan de los libros para mezclarse y crear otras, bellas, extrañas, armónicas y efímeras, delante de tus narices, aunque de inmediato se disuelvan para que sus restos alimenten otras. Solo de vez en cuando encontramos una referencia que ancla la isla y al lector en algún lugar del Mediterráneo y del presente; pero es un lugar singular: una nueva isla balear capaz de fundirse con las reales, de escindirse de ellas, de crecer y achicarse, de mutar en el tiempo y en el espacio, una isla donde sabes que detrás de cualquier piedra puede estar Homero sesteando en soledad, imaginando una Odisea aún no escrita, aunque sea para sortear luego a los turistas y tomar un avión. Ni siquiera las tres furias en libertad son capaces de hacer mediocre una línea. La isla del doctor Schubert, bien lo sabe la copista, es un canto de sirena.

              No soy capaz de saber qué ha querido hacer Karina Sainz al escribir esta obra, aunque sospecho que si algo la ha motivado ha sido dejarse llevar y disfrutar. Lo que sí sé es que un texto así está al alcance de cuatro gatos. O de dos o tres. El cambio de registro respecto a sus anteriores libros es tan extraordinario y el extraño resultado es tan bello y equilibrado que impresiona. Me la imagino escribiendo esta obra, con el bolígrafo convertido en batuta, con los gestos de quien dirige una orquesta.

              Es grande Karina Sainz Borgo.





jueves, 27 de abril de 2023

Dioses menores – Terry Pratchett

 



No hay dios sin creyentes. O, si lo hay, su influencia en la conducta humana es tan minúscula que bien cabría calificarlo de «dios menor».

Sobre esta idea edifica Terry Pratchett una magnífica parodia de las religiones monoteístas partiendo de un dios, Om, cuyos muchos fieles han desvirtuado tanto su figura con el paso del tiempo que, en realidad, creen ya en otra cosa y, como ya nadie cree en el verdadero Om, el pobre lleva una existencia muy arrastrada. La casualidad le lleva a encontrar en un muchacho torpe y tonto pero de prodigiosa memoria (Brutha), la única esperanza para volver a ser, para no desaparecer disuelto en el olvido. O, lo que es lo mismo, si el pueblo debe conocer al verdadero Om -quien solo así recuperará su lozanía-, quien lo dé a conocer será su profeta. 

El principal problema al que se enfrenta Om –aparte las peculiaridades y limitaciones de Brutha y de que los profetas anteriores no estuvieron muy atinados- es el planteado por sus propios defensores. Los defensores de las esencias rara vez están abiertos a cambio alguno, y en esa cerrazón destaca Vorbis, parodia de gran inquisidor, un tipo astuto, cruel y ambicioso, pero a la vez austero y, a su modo, ascético.

Los equivocados seguidores de Om mantienen, contra toda lógica, que el mundo es una esfera, cuando ya se sabe cómo es el Mundodisco. Creer que el mundo es un disco colocado sobre cuatro elefantes que a su vez descansan sobre una tortuga gigante que nada en el espacio, es signo evidente de herejía y causa de apiole instantáneo. El recurso a Galileo es evidente, y le sirve al autor para diferenciar la fe de Omnia –el país donde ocurren los acontecimientos- de los países herejes, fundamentalmente Efebia, trasunto de la antigua Grecia, lugar plagado de filósofos que, sin que el lector se dé cuenta hasta que no se para a pensar, ofrecen un modo de estar en el mundo que supera en ventajas a las religiones, aunque solo sea porque la filosofía se sustenta en la duda y la conciencia de la duda conduce a la tolerancia, mientras que las fes inquebrantables a menudo acaban en el quebranto de pescuezos de distinta fe.

Todas estas cosillas se nos dejan caer con la excusa de la historia de Om, de Brutha, de Vorbis, de otros personajes secundarios y, sobre todo, de la especie de cruzada o de guerra santa emprendida por Omnia.

Como he dicho, la sátira de las religiones monoteístas es obvia, aunque las politeístas también acaben dado juego.

Un libro excelente, que he leído muy rápido, que hace pensar (sobre todo a partir de la idea que he citado al principio,  y también sobre el papel de la filosofía) y que, además, tiene la singularidad, dentro de la saga del Mundodisco, de que es el primero donde la magia no juega ningún papel.


lunes, 24 de abril de 2023

Piedras labradas - Miguel Torga

 


              Pocos libros de relatos han conseguido captar tanto mi atención como Piedras labradas, del portugués Miguel Torga (1907-1995).

              ¿Por qué? No hay solo un motivo, pero al menos soy capaz de identificar los siguientes:

              Los relatos son muy breves.

              Son también intensos.

             Plantean situaciones realistas y hasta probables, pero complicadas, lo que fuerza el suspense.

              Le bastan muy pocas palabras para que la mente del lector cree el contexto.

              No juzga. Cuenta.

              La temática es siempre interesante y el lenguaje sobrio y elegante.

             El resultado es que los relatos de Piedras labradas se pueden administrar como pequeñas dosis de lectura con inmediato efecto vigorizante: puedes dejar de leer pronto, porque los relatos son cortos, pero sientes la apetencia de leer más.

              Es una pena que este libro esté ya descatalogado.


jueves, 20 de abril de 2023

La experiencia de leer - C. S. Lewis

 


          Críticas, artículos, reseñas… Todos suelen hablar de buenos y malos libros o, lo que es lo mismo, del juicio que merece cada obra tras pasar por el tamiz del lector.

          ¿Pero no sería mejor juzgar las obras por cómo queda el lector tras pasar por el tamiz de la obra?

          Seguramente es el mejor criterio, y es el que propuso Clive Staples Lewis (1898 – 1963), el profesor de la Universidad de Oxford y crítico literario célebre por su saga Las crónicas de Narnia. Lo hizo en La experiencia de leer, un ensayo publicado en 1961 y convertido desde entonces en un clásico sobre la crítica literaria.

          La idea central ya la he apuntado. Para su desarrollo Lewis distingue constantemente entre los «lectores literarios» y los «lectores no literarios», una clasificación muy parecida a la de buenos y malos lectores, entendida la expresión no en sentido peyorativo, sino para distinguir aquellos lectores que pueden hacer bueno o malo un libro de los que no.

          El «lector no literario» es quien lee con algún objetivo: pasar el tiempo, entretenerse, divertirse, juzgar lo que está leyendo, contarlo… Al tener un objetivo, la lectura, el modo de leer, acaba adaptándose a él; el lector encuentra o no lo que desea encontrar (y en función de eso enjuicia), pero apenas ve lo que no busca. Es lo que ocurre con quien va al bosque pensando en buscar setas: encuentra setas o no, pero apenas repara en la vegetación o la fauna, y su juicio sobre el bosque queda mediatizado por la buena o mala recolección. De alguna manera, el «lector no literario» desea hacer suyo el libro. Es decir, que el libro encaje en él, en sus gustos, en sus objetivos, y lo juzga en función de ese resultado.

          En cambio, el «lector literario» solo pretende atravesar el libro. De resultas de la lectura, el lector se ve cambiado, aunque a priori ignora en qué sentido. Es lo que sucede con el arte cuando uno se aproxima a él sin objetivos: que nos cambia. El «lector literario» no busca nada, pero sigue todos los rastros que encuentra.

          Es por todo lo dicho por lo que el «lector no literario» puede encontrar fantástico o repugnante un libro horroroso o maravilloso, al tiempo que el «lector literario» puede dar con un libro fabuloso que otros consideran pésimo, o con otro lamentable que la mayoría elogia.

          Avisa Lewis que la mayoría de los lectores son «no literarios» y que, quien más y quien menos, todo el mundo lo es alguna vez. El corolario que me permito sacar, un poco a lo Juan Ramón Jiménez, es que lo verdaderamente bueno es asunto, casi siempre, de minorías. Aunque solo sea porque somos las personas, como sugiere Lewis refiriéndose a los libros, quienes hacemos bueno lo que tenemos alrededor; y hacer buenas las cosas es, también, un arte.



lunes, 17 de abril de 2023

Expediente Barcelona – Francisco González Ledesma

 



Barcelona, que en 1929 había llegado a ser, parafraseando a Eduardo Mendoza, «la ciudad de los prodigios», transitó poco después por la guerra para desembocar en la hambruna y la ruina de los años 40, y luego volver a rehacerse, muy poco a poco, gracias al sacrificio de quienes habían sobrevivido al caos y a la brutalidad de la nueva ley y de cuantos acudieron allí en busca de un futuro. A la paulatina disolución, a manos del egoísmo uniformador de la modernidad, del deseo de evitarse problemas y de la ambición de los poderosos, de esa Barcelona nacida de la desdicha y fundada en la esperanza del plato caliente en la mesa y otros éxitos, canta Francisco González Ledesma (1927-2015) en sus obras, especialmente en las protagonizadas por ese eterno viejo policía apellidado Méndez, que, felizmente para los lectores, se pasó 30 años al borde de la jubilación, como si el tiempo hubiera corrido más rápido para el mundo que para él, lo cual, por cierto, es la esencia de las novelas del autor, cuya mirada siempre se posa en los restos del pasado.

Expediente Barcelona es la única novela que me quedaba por leer de la saga, aunque fue la primera que se publicó (en 1983; la última, Peores manera de morir, lo fue en 2013), si bien hay que advertir que, aunque en el modo de narrar y de mirar a esa Barcelona en disolución Expediente Barcelona es en todo digna de pertenecer a la serie, realmente Méndez no pinta nada en la novela. Hace solo una aparición fugaz y prescindible, y después se le menciona un par de veces. Nada más. Es un figurante que ni siquiera aspira a personaje secundario.

La novela tampoco sigue el esquema de las que luego formaron la saga (que incluyó un Premio Planeta: Crónica sentimental en rojo). No hay una investigación propiamente dicha, sino una secuencia de escenas en la que unas veces se dirige al lector un pobre abogado acuciado por la penuria que recibe una insólita encomienda por persona interpuesta, para a continuación toparnos con las cartas del hijo de un empresario catalán que poco a poco le va contando su vida a una señorita, sin escatimar confesiones y detalles sórdidos; e incluso también se ofrecen al lector las cartas que no llegan a informes informes que desde la prisión envía un preso a un comisario.

El título no podía estar mejor elegido, porque la novela trata de esa Barcelona que transita de la posguerra a la incipiente democracia, desde la que se «envía» la obra al lector; si uno tuviera de preguntarse cuál es el crimen o qué diablos se está tratando de desentrañar, no lo sabría hasta el final y entonces se daría cuenta de que las cosas podían haber sido así o de otra manera, pero que lo importante ha sido el viaje.

Hijos sin filiación, burguesía empresarial que trata de mantener su estatus con un sentido flexible de la ética, revolucionarios con los que hay que lidiar, o compadrear o aprovechar, atentados reales, supuestos y temidos, estafas, la dificultad para distinguir entre «buenos y malos» porque casi todo el mundo es, según el momento y las circunstancias, una u otra cosa, son el marco en el que se desarrolla una acción que consiste en recrear ante el lector una ciudad, una época, y la vida de algunos de sus habitantes. Unos, con posibles; el resto, la mayoría, con imposibles.

El modo de escribir es fantástico, capaz de mezclar constantemente amargura, melancolía y humor, poéticamente duro, con un permanente reírnos de nosotros mismos, de nuestras miserias, de nuestras torpes ambiciones, del modo en que la prosaica realidad y lo acomodaticio del ser humano vence siempre a los ideales, que suelen acabar siendo la tumba de quienes los defienden por encima de su propia conveniencia. En las novelas de la serie, los grandes ideales son siempre  la excusa que encuentran los más avispados para medrar a costa de quienes de verdad creen en ellos.  

Una muy buena novela que, además, he tenido la suerte de leer en una vieja edición (la de Júcar, la editorial creada por Caballero Bonald) con lo que me podido leerla, ¡cómo le hubiera gustado a Méndez!, disfrutando en todo momento del aroma del papel y la tinta viejos.


jueves, 13 de abril de 2023

Bestias – Joyce Carol Oates

 


Joyce Carol Oates (1938) compite en la división de los candidatos al Premio Nobel de Literatura.

Bestias es la segunda obra suya que leo, arrastrado por la calidad e interés de Violación, que leí el año pasado, también fenomenalmente editada por Contraseña.

Ambas obras tienen puntos en común: en su estructura, porque son narraciones breves con capítulos también cortos; en la forma, porque el modo de escribir es similar: claro, un tanto cortante, siempre directo a las ideas significativas, sin apenas paja pero logrando una rápida y vívida ambientación; y en el fondo: en las dos obras la interacción entre jóvenes y adultos crea un conflicto de orden moral (y legal, aunque esto sea lo de menos para la autora) que provoca un «ajuste» de similar naturaleza y de sentido inverso planteando el dilema de hasta qué punto es comprensible y justificable que la impunidad origine ajustes de cuentas censurables.

Bestias narra, en primera persona, la existencia de Gillian, que en 1975 es una estudiante en una pequeña universidad del noreste de los Estados Unidos. Allí vive en una residencia donde todas las inquilinas se conocen y alternan los sustos por diferentes alarmas de incendios en la zona con los estudios y la pasión por el profesor que dirige un selecto taller de poesía en el que las anima a desinhibirse para que cada una encuentre su propia voz. El buen señor está casado con una artista atractiva, de cierta fama e ideas más que claras, que se dedica a tallar una especie de tótems fecundantes de aspecto sexualmente turbador.

Sobre este matrimonio flota algo entre la leyenda y el comadreo: a veces admiten en su casa y en su vida a alguna estudiante. Imaginen ustedes para qué. Algo más completa la habladuría y el misterio: el silencio. Nadie que tenga o haya tenido algo que ver con el matrimonio lo ha reconocido. Por lo tanto, ¿alguien ha tenido algo que ver realmente con ellos o no?

Gillian, enamorada del profesor, va dando tumbos  a su alrededor, consciente de que ser correspondida es un sueño irrealizable. Sin embargo, como la sinopsis advierte, consigue entablar con el matrimonio una relación entre obsesiva e insana. Dos cosas se plantean entonces: la legitimidad de una relación desigual que conduce a la dependencia emocional y al progresivo deterioro de una de las partes, y cierto hecho que no voy a desvelar y que sabrá quien lea el libro. Cualquiera de las dos cosas, o las dos, están en el origen de la expeditiva decisión que pone fin a la historia.

Es un libro más que bueno al que, si algún «pero» he de poner, es que quizá le falte fuerza en la narración del deterioro mental de la protagonista, aunque de ser intencionada quizá sea para dejar una duda en la cabeza del lector: ¿De qué ha hablado el libro? ¿De justicia o de despecho? ¿O es el despecho una forma de justicia?


lunes, 10 de abril de 2023

Antonio Tabucchi - El barquito chiquitito

 


Quienes hayan leído Sostiene Pereira, la novela más famosa de Antonio Tabucchi, recordarán que la expresión «sostiene Pereira» se repetía algo así como mil millones de veces.

Algo similar ocurre en El barquito chiquitito, donde los nombres y circunstancias de cada personaje se reiteran cada vez que se les nombra, creando un efecto curioso: como todos son gente perfectamente olvidable (barquitos chiquititos en el océano de la vida) la «necesidad» de recordar constantemente por qué están en la historia contribuye a reforzar su pequeñez. Otra cosa es que a partir de cierto momento rete a la paciencia del lector.

Entre el lío de nombres y ciertos coqueteos con el «realismo mágico», a veces cuesta un poco saber quién demonios es quién, sobre todo respecto a los hombres que conforman la saga de Sestos. Y es que El barquito chiquitito es la confusa historia de una saga familiar a lo largo de tres generaciones, con origen en un pueblo pedregoso y desorientado final en Florencia. Encontramos personajes deformes, duplicados, obsesionados e incluso alguno un poco baronrampante no porque le dé por andar por los árboles, sino porque tiene la cabezonada de dejar de hablar. Hablo de la historia de una saga más que de la historia de sus miembros, porque de cada uno de ellos llegamos a saber relativamente poco: solo los hechos que los definen, que unas veces son su condición física, otras sus manías, sus obsesiones, y otras actos como enterrar una bocina en la niñez.

Cuesta un poco meterse en el modo de escribir de Tabucchi, pero pasadas las primeras páginas la mente del lector se adapta a la del autor y la obra se lee sin problemas, con lo cual el lector disfruta de un paisaje a un tiempo extraño y maravilloso por lo inaudito y, también, de un humor inteligente y sutil que hace sonreír más de una vez y que sirve de lubricante para digerir una historia cuya conclusión es que todos somos barquitos chiquititos forzados a navegar hasta que nos hundamos o embarranquemos.

Un gran escritor y una buena obra.


martes, 4 de abril de 2023

La ladrona de huesos – Manel Loureiro

 


     Dice la sinopsis: «Tras ser víctima de un salvaje atentado, Laura pierde completamente la memoria. Solo el cariño de Carlos, el hombre del que se ha enamorado, le ayuda a percibir destellos de su misterioso pasado. Pero ¿quién es Laura? ¿Qué le sucedió? Durante una cena romántica, Carlos desaparece de forma inexplicable y sin dejar rastro. Una llamada al móvil de la joven le anuncia que, si quiere volver a ver con vida a su pareja, tendrá que aceptar un peligroso reto de insospechadas consecuencias: robar las reliquias del Apóstol en la catedral de Santiago.» 

Y así es el inicio de la novela, cuyo desarrollo alterna los sucesos derivados de este comienzo con saltos en el tiempo y el espacio para conocer la historia de Laura; una historia peculiar, basada en una muy libre versión de ciertas historias sobre la extinta Unión Soviética que también han sido aprovechadas literariamente por autores como Sandrone Dazieri en su trilogía sobre Colomba Caselli y Dante Torre.

Aunque veo que la novela tiene muchas y muy altas valoraciones de los lectores, mi impresión se ha quedado en un «así, asá». Es cierto que el tercio final es trepidante (algo así como una película de acción llevada al papel, y hago esta comparación porque la influencia de ese tipo de cine en el autor es tan evidente que bien puede decirse que esta es una novela «peliculera»), pero también lo es que la primera mitad del libro es demasiado lenta.

El argumento no es realista, lo cual no es un problema cuando es verosímil. El problema es que para hacer creíble lo increíble la historia debe tener coherencia interna, y la actuación de cada personaje debe ajustarse al marco (real o irreal) que se ha dado. No es el caso: la coherencia interna se sacrifica constantemente al espectáculo del más difícil todavía. No pongo ejemplos para no chafar sorpresas.

Los ingredientes han sido cocinados como he dicho, pero además la mayoría resultan, de tan conocidos, tópicos: delincuentes infalibles porque «son los mejores», tipos omnipresentes y listísimos capaces de anticipar con siglos de antelación los más leves movimientos de docenas de personas interactuando, capaces de planificar al segundo las más rocambolescas reacciones del personal, capaces de realizar, sobrados, jugadas que exigen las más complicadas y retorcidas carambolas espacio-temporales-personales, malos malísimos obsesionados hasta la paranoia con liquidar a los buenos, traidores y, por todas partes, sorpresas respecto a la catadura de cada cual.

No son los únicos recursos tópicos. El camino de Santiago, la catedral… Un entorno conocido facilita la ambientación al lector, porque su memoria completa sin esfuerzo lo que los textos solo apuntan o mencionan. Y unamos que el robo de las reliquias del apóstol excita el morbo del personal por lo que tiene de sacrílego, de simbólico, de escandaloso, y veremos que todos estos factores, unidos a los anteriores, demuestran la voluntad del autor: atrapar al lector con muchos más anzuelos que lirismos.

El resultado es una historia que va de menos a más no en lo formal (está correctamente escrita, pero nada más, porque no busca hacer del lenguaje un elemento que inspire nada), una historia entretenida, para pasar el rato, que cumple su papel si lo que busca es ofrecer al lector unas horas de acción donde todo es posible porque, como digo, ni siquiera es fiel a la lógica interna del planteamiento, con lo cual todo puede suceder en cualquier momento y en cualquier situación y vete a saber quién es quién en realidad.

A muchos lectores les encantan estas cosas. A mí, qué le vamos a hacer, las historias que no respetan la lógica de su propio planteamiento me acaban pareciendo una exhibición de conejos en la chistera en la que el truco está a la vista de todos: muestra la imaginación del autor, pero evidencia claramente sus límites para trabajarla.

        Y, además, la imaginación tampoco ha sido tanta, dada la acumulación de situaciones tipo.


jueves, 30 de marzo de 2023

España partida en dos - Julián Casanova

 

      

        Dos generaciones de españoles educados en la ignorancia y las hagiografías de parte sobre la Guerra Civil solo pudieron dejar en herencia a las generaciones siguientes esa misma ignorancia. Ignorancia alentada por infinidad de seudohistoriadores más interesados en enturbiar que en aclarar. No exagero: a poco medianamente riguroso que uno haya leído sobre este periodo se da cuenta de la supina ignorancia propia y de la mayoría de los mortales que le rodean, incluso aunque en casi todos los casos sus padres o abuelos vivieran aquella época. Aunque hace ya tiempo que es posible publicar y leer en España el trabajo de los historiadores profesionales sobre la Guerra Civil, sus trabajos hacen algo de luz solo en la cabeza de sus lectores, mientras que la desinformación sigue campando a sus anchas en el mayoritario resto.       

        Uno de esos trabajos, con claro espíritu divulgativo (la propia portada ya dice que se trata de una breve historia), es España partida en dos, del catedrático de Historia Contemporánea Julián Casanova, un gran experto en esa época. Con un lenguaje claro y ameno explica los orígenes inmediatos de la Guerra Civil y su desarrollo. Los orígenes algo más remotos -la evolución de las ideologías a raíz de la revolución industrial y cómo afectó esta a la sociedad y a las relaciones de poder hasta conducir a la I Guerra Mundial; las reacciones autoritarias posteriores a la Gran Guerra surgidas al calor de la crisis de los años 30, y las peculiaridades españolas- están suficientemente esbozados, aunque si uno tiene verdadero interés en ellos -como es mi caso- obligará a algunas otras lecturas. Igualmente tampoco se habla apenas del desarrollo de la dictadura franquista, más que para señalar que su desarrollo fue tristemente consecuente con su planteamiento.

        El libro está muy bien estructurado. Ni opta por un relato cronológicamente lineal ni por temas, sino que va combinando ambos métodos con la pericia que solo el conocimiento profundo permite. El resultado, un relato esclarecedor y ordenado que, al tiempo que es entretenido, suministra un elevado volumen de información.

        Todas las afirmaciones se sustentan en referencias señaladas al final del libro, en notas que conviene no saltarse porque algunas de ellas aportan, además de la fuente, comentarios enriquecedores.

        Un libro fabuloso para iniciarse en el conocimiento de una época convulsa y trágica que es preciso conocer para juzgar el presente y otear el futuro.



lunes, 27 de marzo de 2023

El gran día de la señorita Pettigrew – Winifred Watson

 


Es posible escribir una novela sin buenos y malos, o con solo buenos y, lo que es más complicado, que además sea una obra cómica. La inglesa Winifred Watson (1906-2002) lo demostró con El gran día de la señorita Pettigrew, obra publicada en 1938 que aún se sigue reeditando y cuyo éxito le permitió ser llevada al cine en 2008, setenta años después de su publicación.

Los días de la señorita Pettigrew nunca habían sido grandes, sino más bien pequeños, renacuajos, enanillos, tristes y grises. Y, lo peor, ella siempre había sido consciente de lo insignificante y tediosa que era su existencia, de la falta de emociones, de su condición de mujer poco atractiva, de inteligencia mediocre, sin fantasía, e incluso falta de talento para ejercer la pobre profesión que le había dado de malcomer: la de institutriz de niños aborrecibles, hijos, a menudo, de padres y madres insoportables. Para colmo, nunca ha tenido ni un céntimo, con lo que tampoco ha podido permitirse ni una sola de las extravagancias, caprichos y lujos grandes o pequeños que, a falta de imaginación, permite el dinero. Su vida anodina ha ido perdiendo color hasta el punto de que, en la primera página de la novela, está a punto de ser transparente: la señorita Pettigrew, arruinada tras demasiado tiempo en el paro, acude a su última oportunidad para no ser desahuciada de la habitación que tiene alquilada: una cita de trabajo en Londres, en un lujoso apartamento, para ser contrata como institutriz.

Llama a la puerta y quien le abre un bellezón de película. Una mujer joven, rubia, atractiva, voluptuosa, ataviada con un negligé. En la cama de tan singular anfitriona remolonea un caballero que más vale que salga pitando porque la atractiva señorita, que responde al nombre de señorita LaFosse, tiene más de un amante. Y es que para ella los amantes son como los vestidos: cada uno viene bien para una cosa.

A partir de aquí se desencadena un cúmulo de situaciones y equívocos que ponen a la señorita Pettigrew –una carca de cuidado de súbito sumergida en un ambiente mundano- en situación de hacer favores, y a quienes los reciben en situación de agradecerlos. Ninguno de esos favores implica grandes sacrificios, pero todos se encadenan dando pie a una jornada memorable en la que la señorita Pettigrew disfruta como nunca comprendiendo que hay más mundo que el que conoce, que si lo ignoraba era porque estaba más allá de sus valores y que esos valores no parecen tener demasiada lógica. Su disfrute es posible, además, porque no deja de sortear el tortuoso pensamiento que a cada momento la asalta: y al día siguiente, cuando toda esa vorágine haya pasado, ¿qué?

No se atreve a buscar una respuesta, pero sí a aprovechar el momento. 

Son tan pocos los ambientes en que se desarrolla la acción (el domicilio de la señorita LaFosse, un club nocturno y unas pocas páginas en la calle) que el lector tiene la sensación de estar presenciando una obra de teatro. Una buena obra de teatro.

Una lectura agradable, ágil, divertida, risueña. Atípica. Para desengrasar.


lunes, 20 de marzo de 2023

La casa de los hilos rotos – Angélica Morales

 


     Otti Berger (1898-1944), olvidada tejedora y artista textil de origen húngaro que alcanzó el éxito a partir de su experiencia como alumna y luego profesora en la Bauhaus, es una de las dos protagonistas de esta historia. La otra es la peripecia familiar, que transcurre en el tiempo presente, de una mujer joven, Penélope, cuyas relaciones con su madre son entre malas y peores; y quien, a cuenta de la venta de una vieja casona, acaba remontando la memoria de la vida familiar hasta enlazarla con la de Otti.

     La casa de los hilos rotos es así, por una parte, una biografía novelada de Otti Berger, con el atractivo de encontrar como personajes a unos cuantos artistas famosos de la época de la Bauhaus (Gropius, Mies van der Rohe, Kandisnki, Klee…); y, por otra, es una obra donde el lector, además de preguntarse qué va a ser de Otti en sus relaciones con su vocación, con el éxito y, más tarde, con el nazismo, desea saber qué pasó en esa familia catalana, la familia Ribó, donde las relaciones están prácticamente rotas y todos parecen presos de un pasado oscuro que ocultan a los otros. De este modo, la acción transcurre entre la actualidad y sucesos de hace aproximadamente un siglo.

    El planteamiento es ambicioso y bien resuelto. Cubre de sobras el objetivo de rescatar del olvido a Otti Berger, y la historia de Penélope, tanto por su planteamiento como por el modo brillante es que es resuelta hace que ambas historias converjan no solo por razones argumentales muy bien traídas y nada forzadas, sino también materiales: la idea de fondo, visible en cada página, se da tanto en los hechos de principios del siglo XX narrados como en los de principios del XXI, porque hay cuestiones que vienen evolucionando desde hace siglos y en las que cada vida es una pieza de una construcción inacabada pero que no deja de crecer: me refiero al modo en que el papel de la mujer ha ido evolucionando teniendo como guía el objetivo de que ser mujer no impida o dificulte desarrollar y disfrutar su propia identidad.

     En este sentido, en algún sitio he leído que esta es una novela feminista. Si lo es (el término es cualquier cosa, menos pacífico), lo es con inteligencia, porque no reivindica explícitamente nada, no espolvorea entre sus páginas ni eslóganes ni soflamas, no repite ideas mil veces reiteradas en otros mil sitios al hilo de la enorme actualidad del tema: solo muestra situaciones, solo cuenta hechos. Los hechos que conforman la vida de las protagonistas. Y como los hechos hablan con más contundencia que las proclamas, algo tan aparentemente simple como contar así una historia -real, en la parte que toca a Otti Berger- aporta a la construcción secular que antes citaba un granito de arena de más volumen que infinidad de estadísticas y discursos.

     Por último, quien haya leído algún texto de Angélica Morales reconocerá en las letras de La casa de los hilos rotos su claridad y concisión en la exposición de los hechos, siempre carentes de adornos innecesarios. Angélica deja caer las situaciones con la contundencia y naturalidad de lo inevitable, sin otro paracaídas que el lirismo que salpica el texto con metáforas de resonancias poéticas que, además, transmiten al conjunto cierta melancolía. Esa es precisamente la sensación que deja esta novela: Melancolía. Porque ni la vida ni la historia han sido justas con Otti Berger, ni con tantas otras mujeres representadas por el resto de personajes.

     Una muy buena lectura.




lunes, 13 de marzo de 2023

Polvo en los labios – Montero Glez

 


Primera obra que leo de Montero Glez, y no será la última porque esta breve recopilación de relatos me ha gustado bastante. No es que la mayoría de ellos tengan un final demasiado original o que dé qué pensar, sino que lo importante es el camino, el lenguaje barriobajero al que no se le notan las pretensiones de serlo (¡qué importante es que estas cosas suenen naturales), el entorno, siempre por debajo del límite de la honradez, de la necesidad y de la esperanza, y el modo en que los instintos, las paradojas y lo imprevisto por más normal que sea juegan siempre su papel para enfrentarnos a historias que lo mismo son racionales, como la primera, que narra la muerte de un trompetista, que entroncan con elementos más o menos mágicos, como la del gato.

Otro elemento frecuente en casi todos los relatos es el sexo, que forma parte de los instintos a los que he aludido, pero que tiene entidad propia porque condiciona el devenir de muchas historias, hasta el punto de ser elemento imprescindible de alguna. Un sexo ni muy explícito ni muy refinado, pero sí muy presente. También quiero destacar la pátina de humor, que deriva de la distancia entre en narrador y sus personajes (a fin de cuentas es el observador que nos cuenta lo que ve) y el cariño que se advierte hacia esa banda de desarrapados, traducido en el modo en que el lenguaje de estos se filtra en el modo de hablar del narrador.

          Es difícil que un libro de relatos enganche, porque la sucesión de puntos finales establece un antes y después de cada uno; todo es constante volver a empezar. Sin embargo este libro, por aquello de que, como he dicho, lo importante es el viaje, consigue que tan pronto como termina un relato el lector se zambulla en el siguiente.


lunes, 6 de marzo de 2023

El Verbo se hizo sexo. Teresa de Jesús – Ramón J. Sender

 



Cuando, después de haber leído El Verbo se hizo sexo, piensas que esta obra ha estado desaparecida de los catálogos durante alrededor de noventa años, sospechas, deprimido, lo que los lectores nos estamos perdiendo como consecuencia de la tiranía de la novedad. Por eso es importante y de agradecer la labor de Contraseña Editorial al rescatar obras de autores de la talla de Sender, que, además, apenas han perdido actualidad. 

El hilo conductor de la historia es una versión sui generis de la biografía de Teresa de Jesús, la santa española por excelencia y, también, personaje eminente en la historia de la literatura española. Aunque no es su fama, ni la santidad, ni la escritura el motor de la obra, sino la relación entre misticismo y sexualidad, o, dicho de otro modo, lo que en común tienen el éxtasis mítico y el sexual. Basten, para ilustrar lo que quiero decir, estas palabras de Teresa, que ilustran la «Transverberación»:

Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal... No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todos se abrasan... Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento... Los días que duraba esto andaba como embobada, no quisiera ver ni hablar, sino abrasarme con mi pena, que para mí era mayor gloria, que cuantas hayan tomado lo criado.

Detalles del «Éxtasis de santa Teresa», de Bernini

De la juventud a la madurez de Teresa, Sender ofrece su versión de la vida de la santa con un lenguaje claro y rico en el que dos diminutivos con reminiscencias aragonesas, «Teresica» y el «conventico», se bastan para dar cuenta de en qué fase de la vida estaba la protagonista y en qué momento de desarrollo la orden que fundó, porque en lo que a este libro respecta son más importantes los inicios que los finales. Ese tratamiento también establece un doble juego: ¿es un hablar cariñoso -como algunas veces lo parece- o refleja la posición de superioridad del autor respecto a la protagonista? Esto último también se da, y no deja de ser una muestra velada de anticlericalismo. Volviendo al plano temporal, vemos a la Teresica adolescente coqueteando con el amor y con la religión, a la que finalmente se entrega por hallar en ella una plenitud mayor que en el amor humano; vemos también su evolución hasta experimentar el éxtasis místico que bien puede confundirse con el sexual, porque Teresica no ha dejado de pensar ni un momento en el amor, más que en Dios o en los hombres; y vemos el crecimiento de un proyecto que, en sus duros y dubitativos comienzos, la pone con un pie y medio en la ruina y la herejía.

El libro también plantea abiertamente un debate clásico: lo cerca que está la locura de la genialidad, lo fácil que es ser tenido por loco si no se es tenido por genio, y cómo que los demás te tomen por una cosa u otra no depende, a menudo, ni de tu locura ni de tu genialidad, sino de cómo encaje en cada momento en los intereses de los demás tomarte por cualquiera de las dos cosas, lo cual no hace menos loco al tenido por loco, pero sí menos genio al tenido por genio. Este caso resulta especialmente provocador, porque como la historia ha optado por proclamar la genialidad, plantear que bien pudo imponerse la declaración de locura no deja de ser un atrevimiento. Un atrevimiento, además, especialmente osado: algo así como sugerir que la Iglesia podría estar adorando la blasfemia. Sender publicó esta obra en 1931, cabe pensar que influido por el anticlericalismo nacido en el XIX, que había ido tomando fuerza (como reacción a la condición de la Iglesia como estamento extractivo y al alineamiento eclesial con las oligarquías terratenientes dominantes) y que, como hace poco leí a Julián Casanova, perdió casi toda su fuerza (y hasta la memoria de su tradición) tras la barbarie anticlerical del verano de 1936, lo cual seguramente explica, al menos en parte, el ostracismo de esta novela durante décadas. 

El libro, ni corto ni largo, conciso, con una pátina de buen humor que puede hacer menos visible la crítica y lo mordaz del planteamiento, es cualquier cosa menos inocente: aunque puede leerse «iocandi causa», fijaos especialmente en los breves diálogos y en la carga de profundidad que tienen muchas de sus frases. La otra carga de profundidad, la más contundente, es la que he señalado antes.




lunes, 27 de febrero de 2023

Número dos - David Foenkinos

 


        Cada vez me gusta más David Foenkinos. De tan sencillo y claro como escribe se diría que es liviano y superficial, pero en realidad no deja de apuntar los detalles significativos de las relaciones interpersonales mostrando las consecuencias de modo natural, directo y sin perderse en elucubraciones. A eso hay que unir una capacidad notable para encontrar historias originales, no necesariamente realistas pero veraces, que permiten argumentos muy atractivos que sabe usar para exponer lo que en cada momento quiere acerca del modo en que las personas reaccionamos ante las situaciones que ponen a prueba nuestra identidad.

        Sabido es que J. K. Rowling pasó de una anónima vida achuchada a la fama mundial y la abundancia gracias a su primera novela sobre Harry Potter. El éxito fue tan rápido e intenso, casi violento, que se ha escrito lo indecible sobre él y, a los efectos que ocupan a este libro, la fama mundial de Harry Potter fue tan grande desde el primer momento que, para cuando se quiso hacer la película, cualquier aspirante al papel de protagonista sabía que, de ser elegido, alcanzaría la celebridad en todo en planeta y su vida cambiaría para siempre. Además, se anunciaba una serie de siete películas. Por contra, los candidatos fracasados no tendrían nuevas oportunidades: si difícil es ser seleccionado para un éxito mundial, aún más difícil lo es cuando los actores deben tener 10 u 11 años.

        En la historia que Foenkinos nos cuenta -que es ficticia, pero como mezcla realidad y ficción y no sé mucho de la historia de Harry Potter no sé precisar en qué momentos pasa de la una a otra-, al final del proceso de selección quedan dos candidatos, y ambos lo saben. Se trata de Daniel Radcliffe y de Martin, que solo por casualidad había participado en el casting. Todos sabemos el nombre del elegido, pero la novela cuenta la historia de Martin.

        ¿Pero cómo se digiere estar tan cerca de la celebridad y conformarte con el más oscuro anonimato? ¿Qué cosas piensa uno? ¿Qué siente? ¿Cómo afronta la situación? ¿Cómo se enfrenta a la imagen del éxito que no fue capaz de alcanzar cuando durante años le asalta desde cualquier sitio y a todas horas? ¿Cómo afecta eso a la personalidad? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Es posible olvidar? ¿Es posible volver a a normalidad? ¿Cómo?

        La respuesta a estas preguntas está a su vez condicionada por la peripecia vital de Martin, especialmente en lo concerniente a las relaciones con su familia y con sus parejas. Eso es lo que narra esta obra de ficción, cuyo máximo interés -aparte de la historia es sí- es el análisis de cómo afrontar los traumas. Como quien más y quien menos todo el mundo ha tenido que remontar ilusiones frustradas -y más en la adolescencia- no es difícil para el lector reconocer sensaciones y, sobre todo, reacciones; y tampoco es difícil ver cómo a medida que la madurez avanza, uno acaba encontrando las mejores soluciones en sí mismo;. La lectura de este libro es una ocasión para reflexionar sobre cómo afrontar racionalmente los problemas.       

        Una buena novela con un final brillante. Un original modo de reconciliar a Martin consigo mismo, de valorar lo que vale y vadear lo que nunca fue. Un final feliz y en cierto modo melancólico: tanto sufrimiento para lograr ser quien siempre has sido. 

          Al fin y al cabo, de eso va la vida.


jueves, 23 de febrero de 2023

El precio del honor – Andrea Camilleri

 


No sé qué induce más a confusión, si la edición de Destino o el comienzo de la obra, una de las primeras que publicó Camilleri (lo hizo en 1993).

La edición no ha estado muy inspirada. Cuatro motivos:

-El título debería ser «La bula de componenda», en traducción directa del original, el cual se ajusta al contenido infinitamente más que «El precio del honor».

-El dibujico de la portada, el titulico ya citado y la alusión en la faja a la novela negra invitan a pensar que nos encontramos precisamente ante una novela negra. Pues no.

-Tampoco el marco temporal que insinúa la portada se corresponde con mediados del siglo XIX, que es lo que verdaderamente se examina en las páginas.

-Y, por último, la sinopsis tampoco ayuda: habla de una breve anécdota personal que cuenta el autor como si a partir de ella se fuera a desarrollar una historia y, para colmo, se califica el libro de «hilarante», cuando a nadie hará reír salvo que se use el tomo para hacer cosquillas.

¿Quizá Camilleri ha despistado con los comienzos de esta obra hasta al editor?

A saber. Porque lo que comienza con unos pocos y brevísimos capítulos que parecen tener en común solamente el escenario (Sicilia) y las componendas (o acuerdos ilegales y carentes de ética entre delincuentes y autoridades para, hasta con la aquiescencia de las víctimas, echar tierra sobre los delitos de modo que el delincuente gane o no pierda, la víctima no pierda tanto o no asuma tantos riesgos y la autoridad se haya quitado un problema de en medio), lo que comienza así, digo, acaba siendo una investigación sui géneris acerca de la «bula de componenda», o bula por la cual la iglesia en Sicilia, previo pago de la bula, perdonaba los pecados cometidos y por cometer –sobre todo delitos contra la propiedad-, de modo que no solo legitimaba éticamente el delito sino que, para colmo, se convertía en beneficiaria. La investigación se realiza sobre todo en torno a las actas de una comisión que en 1875 fue a Sicilia a tratar el problema de la mafia, problema inexistente a juzgar por las declaraciones de todos excepto de algún escaso mando que trató de hacerse oír entre oídos tapados. Como hablan de su experiencia, de por qué los sicilianos son como son en aquel momento, hablan de la Sicilia de mediado el siglo XIX. La que conocieron. Es en el análisis de la permisividad social, de cómo el siciliano tiene interiorizadas según qué cosas, cuando sale a relucir la «bula de componenda» que da al libro su título original. La bula sin duda jugó durante décadas un papel legitimador: si pagando un poquito Dios te perdonaba, ¿cómo iban a ser los hombres más rigurosos con el infractor?

          Por este motivo la bula más que el precio del honor era el de la tranquilidad espiritual, porque para el siciliano, bendecido por la iglesia, el honor seguía intacto. Es más: la tranquilidad espiritual se tiene frente a uno mismo, mientras que el honor se tiene frente a los demás; y en el caso del delincuente contumaz -mafioso o no- es más fácil que esté preocupado por las exigencias divinas que por su prestigio humano; como los actos acogidos a la bula no solían ser públicos, la referencia al honor cojea. El título en la traducción española se debe a una pirueta arriesgada, que de algún modo equipara la honorabilidad con la paz espiritual, relación que a veces se da y a veces no, porque son cosas distintas. Pero si Camilleri no optó por ella, sino que prefirió un título claro y directo, ¿por qué no se ha respetado? El respeto al autor y a la integridad de las obras comienza por el título.

Hecho lo cual Camilleri termina de nuevo jugando al despiste, añadiendo el colofón de una minúscula historia inventada que viene a sugerir que en el imaginario siciliano todo puede retorcerse hasta hacer que la bula alcance hasta los delitos que teóricamente no cubría (razón de más para pensar que no es el honor lo que está en juego, pues el honor no entiende de triquiñuelas). A fin de cuentas, la naturaleza solo entiende de vida o muerte, y conceptos como «asesinato» o «robo» son cosillas surgidas de la mente del ser humano. A la hora de calificar una realidad, la semántica es importante. Y Dios –la Iglesia- nada ha dicho sobre juegos de palabras.