En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 30 de mayo de 2013

Reflexiones sobre literatura y humor, 16



"A los inteligentes no debe ocultárseles la verdad, de la misma manera que a los Santos nadie les ocultó el vicio. Por el contrario, hay que descubrir la verdad; cogerla de improviso; mirarla cara a cara sin pestañear, de igual modo que miramos la factura del gas a primeros de mes. Y cuando podamos contemplar, libres de estremecimientos, aquel semblante repulsivo, entonces... ¡a reír! ¡A reír hasta hartarse!

¿Tomar las cosas en serio? Los burros y los hombres formales esos si toman las cosas en serio.

Pero es que un hombre formal sólo se diferencia de un vagón de burros en que hace menos bulto y en que va al café a discutir de política."


Enrique Jardiel Poncela. Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?



lunes, 27 de mayo de 2013

Black & blue – Ian Rankin



Edimburgo, Glasgow, Aberdeen, incluso una parte de la más recóndita Escocia y hasta una plataforma petrolífera en el Mar del Norte son los escenarios de esta magnífica novela negra protagonizada por el inspector John Rebus.
La novela contiene toda una serie de historias que se entrecruzan. La primera, un antiguo caso en el que el mentor de Rebus en la policía consiguió enchironar, por asesinato, a un caballero que luego se hizo famoso escribiendo y que siempre defendió su inocencia. Ahora ambos han muerto, pero los periódicos ponen en cuestión el procedimiento que llevó al detenido a la cárcel, por lo que hacen de Rebus su objetivo, lo cual lleva también a que se realice una investigación interna.
Al frente de la investigación está un inspector jefe con el que Rebus ha tenido un encontronazo, acusándolo de corrupción, lo cual no es lo mejor que le puede pasar.
Entre medio se rememora el caso de John Biblia (inspirado en un caso real), quien a comienzos de los 70 mató a tres mujeres. Nunca fue detenido. La razón de pensar en él es que ha aparecido, muchos años después, un sucesor, al que llaman Johnny Biblia. Una de sus víctimas había sido conocida por Rebus, y eso hace que el caso le interese.
Y, para colmo, el libro comienza con un crimen espeluznante a manos de una pareja  de hombres.
La solución de todos estos embrollos evoluciona de forma que ninguno se queda descolgado, y a la vez ninguno adquiere un protagonismo desmedido. Rivalidades, lealtades, delincuentes comunes, mafias, violencia, investigación, intuición, casi todo tiene cabida en Black & blue.
Pero aparte de lo atrayente de la historia y de la realista forma de llevar a un personaje con varios frentes abiertos a la vez (aunque con cierto perfil de “duro” para evitar que caiga demasiado hondo) tres cosas me han llamado la atención:
La primera, el detallismo con que está contada la historia, hasta el punto de no saltarse ni una comida, ni una copa, ni una cerveza.
Al hilo de esto, un protagonista con problemas de alcoholismo que le cuesta reconocer, lo cual lo hace más humano, aunque no necesariamente más agradable, y que traslada la sensación de que sea cual sea el desenlace, Rebus está ya derrotado de antemano, porque son los problemas los que lo han sumergido en ese problema
El humor que, pese a todo, hay en la historia, derivado de una filosofía de vida muy peculiar: no es que Rebus, como otros personajes de otras novelas, no piense en sí mismo, o le dé igual lo que le pueda pasar. Es como si tuviera miedo a pensarlo y por eso lo relegara hasta que todo lo demás estuviera terminado. De ahí nace una inconsciencia y un desenfadado desdén ante la adversidad que impiden que esta novela sea más drama que novela negra.

jueves, 23 de mayo de 2013

Reflexiones sobre literatura y humor, 15




El Quijote contempla muchos recursos humorísticos. Uno de ellos, no poco frecuente, son ciertas alusiones escatológicas que hacen reaccionar al lector por lo que de atentado tienen a la solemnidad con que se revestía el pobre caballero andante. Sobre este asunto versará la próxima "reflexión propia". Por ahora, dejo este fragmento de la primera parte del Quijote.

Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos; y puesto que aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y leyendo un poco en él, se comenzó a reír.

Preguntéle que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese, y él, sin dejar la risa, dijo:

-Está, como he dicho, aquí al margen escrito esto: «Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha.»


lunes, 20 de mayo de 2013

Don de lenguas – Rosa Ribas, Sabine Hofmann



Don de lenguas es una de esas novelas que se recuerdan largo tiempo, porque se comienza leyendo con calma y se termina leyendo con avidez, porque el lector se solidariza con las dos mujeres protagonistas, porque tiene un marco temporal y espacial reconocible y ya casi elevado a la categoría de “clásico”  por aparecer tanto en grandes novelas como en novelas no tan grandes pero de gran difusión, y porque es una novela cuya acción va de menos a más, comenzando de forma lenta, y acelerando progresivamente hasta un final intenso donde la acción toma giros tan inesperados como razonados y brillantes, que permiten lo que tantos lectores desean: que el desenlace coincida, casi, casi, con el punto final.
Es decir, una de esas obras que uno recomienda leer, porque aunque a bote pronto sea fácil realizar algunas objeciones, es complicado ofrecer alternativas a cada una de ellas. Por ejemplo, es cierto que en alguna ocasión las protagonistas son demasiado osadas para el perfil que han dado hasta ese momento, pero si no lo fueran la historia no sería viable, porque nadie puede investigar un crimen quedándose en su casa; otro ejemplo, en algún punto hay búsquedas de datos que enlazan con las novelas juveniles de misterio, lo cual no es muy realista, pero la verdad es que contribuye a dar emoción y se relaciona con el espíritu que a algunas novelas centradas en la Barcelona de esos años han dado muchas obras en los últimos años, y además refuerza la posición de una de las dos protagonistas, Beatriz, cuyo papel en otro caso quedaría desequilibrado, en perjuicio del conjunto. El último ejemplo que se me ocurre lo mismo podría ser una crítica que una alabanza: al final todo encaja de tal forma que parece demasiado perfecto para ser real. En resumen, “críticas”, con comillas, que surgen de la idea de que estamos ante una novela policíaca (de hecho, está en la colección “Policíaca” de Siruela), cuando en realidad es algo más, porque enlaza elementos de otros géneros, lo que hace de Don de lenguas una novela que gustará a un abanico muy amplio de lectores. 
La acción se sitúa en la Barcelona de los primeros años 50, cuando el régimen franquista está ya lo bastante consolidado como para manipular a su antojo lo mismo a la policía que a los medios de comunicación;  pero, a la vez, se siente lo bastante vulnerable como para ejercer ese dominio con toda su crudeza. La protagonista, Ana, es una joven periodista de La Vanguardia (periódico del que su padre ha sido depurado) dedicada a los temas de sociedad; información banal, aunque importante para el periódico  en la medida en que sirve para contentar a las clases poderosas. A consecuencia de la baja de un compañero de la sección de sucesos, más bien trepa y traidorzuelo, Ana recibe el encargo de hacer el seguimiento, mano a mano con la policía, del asesinato de la viuda de un conocido médico de la burguesía barcelonesa. El objetivo es dar una buena imagen de la ciudad, una imagen de orden y solvencia policial, de cara al Congreso Eucarístico que se ha de celebrar poco tiempo después.
Pero, claro está, las altas esferas se relacionan con las altas esferas, e investigar la muerte de una persona de cierta relevancia implica molestar a otras tan relevantes o más, por lo que el interés del la policía y del Gobernador Civil por el caso no es tanto averiguar la verdad como zanjar la investigación de forma rápida. Ana, en cambio, está más preocupada por la verdad, lo cual la conduce a actuar con su cuenta. Esto la lleva a mantener una relación de “amor-odio” (mucho odio y poquísimo amor) con el policía encargado de la investigación, un tipo duro, que si está ahí no es precisamente para cuestionar el régimen, y que está lo bastante asendereado para saber, sin que nadie se lo diga, cuándo y ante quién debe parar. En definitiva, un tipo tan expeditivo como pragmático, sabedor de que su papel en la policía no es hacer justicia, sino ganarse la vida.
En esa acción Ana acaba recurriendo a una familiar: Beatriz. Una experta lingüista capaz de extraer un buen número de conclusiones de cualquier cosa expresada con palabras. Beatriz, además, ha sufrido también la depuración del franquismo, y malvive en su casa a la espera de poder prosperar, gracias a sus investigaciones, en el extranjero. Así llegamos a una novela en la cual el lenguaje y la literatura toma forma como parte de la acción, lo que siempre agradecen los lectores, porque de alguna manera implica conectar con su mundo. Por último, que la pareja protagonista no sea “chico-chica” no deja de ser una novedad en los tiempos que corren, y como no hay pareja literaria sin antagonismo, en esta ocasión es la diferencia de edad lo que ofrece las distancias necesarias para complementarse y sorprenderse mutuamente.
El entorno de los personajes es asfixiante debido a la censura y al control absoluto de lo que se dice y hasta de lo que se piensa, a poco que se acierte a expresarlo. Aumenta esa sensación el hecho de que las protagonistas sean mujeres, porque en esa época una mujer actuando por su cuenta, yendo, viniendo y decidiendo no dejaba de ser una excepción y, como toda excepción, algo cuestionado y llamativo. Hasta el hecho de vivir sola precisa explicación. Colabora a ese ambiente cierto “maniqueísmo” en los personajes: de los opuestos con más o menos intensidad al franquismo se da la visión amable, esforzada, sacrificada, resignada, mientras que los integrados en el régimen son tipos que han sacrificado su sensibilidad, que miran hacia otro lado, o que, directamente, se aprovechan de la situación; solo el policía acaba teniendo un perfil más real, pues tiene sus luces y sus sombras. En consecuencia, las aventuras de la protagonista ganan en intensidad, porque cuando el entorno no le es hostil, le resulta impotente. 

El resultado, una novela que acaba enganchando al lector, con una trama ejecutada con maestría, y que merece la pena leer.




lunes, 13 de mayo de 2013

El antropólogo inocente – Nigel Barley




El antropólogo inocente no es un libro de humor, pero como si lo fuera, porque la forma en que están contadas las peripecias del autor en el país Dowayo es, en algunos momentos, desternillante.

A finales de los 70 Nigel Barley era un joven antropólogo y se debatía entre la teoría y el trabajo de campo. La historia se inicia con divertidas reflexiones sobre cómo la comunidad científica utiliza una u otra tarea para darse ínfulas (cada uno apuesta por lo que le conviene, por supuesto) y cómo ese deseo condiciona la índole de los trabajos a desarrollar, dejando en segundo plano el interés y el rigor científico (que también ceden ante factores relativos a la comodidad del investigador). Estas reflexiones son las que lanzaron a Barley a hacer trabajo de campo, y el lugar elegido (que pudo haber sido cualquier otro) fue la remota zona de Camerún donde habitan los dowayos.

Y para allá se fue el hombre, un año y pico, a convivir con una cultura y una naturaleza desconocida, como casi desconocida era nuestra cultura para los dowayos.

El cúmulo de problemas administrativos en una burocracia plagada de inutilidades y sinsentidos y, luego, los abusos a los que el extranjero debe ceder, son el prólogo de una experiencia insólita, por las enormes diferencias culturales. Los contrastes que lo mismo sorprenden a Barley que lo hacen aparecer a ojos de los dowayos como un bicho rarísimo son constantes y divertidos. Los problemas con la lengua, otro tanto. La lógica dowaya, aplastante. Todo lo cual, conducido por la dificultad para hilar el sentido de ciertas tradiciones dowayas, alumbra un relato inteligente, muy humorístico y, a la vez, formativo. Y es divertido pese a que la historia de Barley es la de un extraordinario cúmulo de calamidades y penalidades; una historia que, sin humor, sería como para volver loco al más pintado.

Así, el lector se encontrará con nativos que critican el racismo de los blancos a la vez que afirman que jamás de los jamases se les ocurriría relacionarse con los de no sé qué otra etnia, con dificultades idiomáticas que producen divertidos equívocos, con la picaresca dowaya, con su generosidad, con los hechiceros capaces de afirmar que una canica moderna es una piedra preciosa con varios siglos a cuestas legada de generación en generación, con una lógica que vincula los precios no a las cosas sino a cada persona porque es más justo que pague más quien más tiene, con una sociedad donde una cerveza abre todas las puertas, y donde el occidental se encuentra desplazado incluso climatológicamente, porque el calor y la humedad son un pudridero instantáneo para la mayoría de los alimentos.

Unido a esto, la distancia que el antropólogo debe poner con el pueblo estudiado, de forma que no interfiera en sus costumbres ni las juzgue, ofrece una visión de respeto a lo distinto que se complementa con el respeto que, a su vez, los dowayos profesaron al distinto. Y el mutuo esfuerzo por conocerse produce una sensación casi de alivio, de confianza en el género humano, cuando tantos casos hay hoy de lo contrario: de gente empecinada en negar la existencia del otro, de ignorarlo o de menoscabarlo, o de afirmarse sobre la base de la negación del otro.

Narrado con un excelente sentido del humor, es una lectura que ha resistido perfectamente bien los treinta años que han pasado desde su publicación. Un libro que nadie se arrepentirá de leer.




jueves, 9 de mayo de 2013

El caso de la mujer asesinadita – Miguel Mihura y Álvaro de Laiglesia




              En esta ocasión leer teatro es casi tan sencillo como leer una novela, porque El caso de la mujer asesinadita no tiene ninguna complicación ni por el número de personajes ni por la complejidad del escenario.
              La historia, que parte de idea de los “sueños proféticos”, comienza cuando la señora de la casa se topa con unos caballeros que dicen ser los dueños de esa misma casa y vivir allí. Y así sabemos, además, que en aquella casa fue envenenada una mujer, y que esa mujer tiene muchos paralelismos con Mercedes, la protagonista. Pero lo que el espectador ha visto es un sueño, y el sueño, después, parece ir convirtiéndose en realidad.
                Qué ocurre luego, es el desenlace, entre la realidad, los sueños y ciertas “coincidencias” no sé si mágicas o telepáticas, hacia un final inesperado y romántico, para lo cual es preciso trenzar diversas “casualidades” que no voy a desvelar, pero que requieren la atención del lector/espectador para poder apreciar en su totalidad. Y eso está muy bien hecho. Es más: el final es tan original que justifica lo de “asesinadita”, porque altera por completo la percepción de la violencia.
                La obra capta de inmediato el interés, porque nada más comenzar abre un monumental interrogante que no es cerrado hasta el final. Sin embargo, aunque hay unidad y continuidad en el argumento, hay importantes diferencias en la forma: si al comienzo el humor –con una buena dosis de absurdo- tiene un papel destacado, conforme la acción avanza el humor va difuminándose y, al final, poco queda de él, porque el objetivo de los autores parece haber ido mutando, como si el esfuerzo por sacar adelante un argumento complejo les hubiera absorbido hasta el punto de ir olvidando el humor inicial. A pesar de lo cual, el conjunto muy divertido y entretenido.


martes, 7 de mayo de 2013

Cumpleaños



          Se cumplen hoy dos años de la llegada al mundo de este blog. El objetivo era doble: dar cuenta de las vicisitudes de La terrible historia de los vibradores asesinos, y comentar los libros de humor que voy leyendo, además de otras cuestiones relacionadas con la literatura de humor.

          Tras un primer año donde llegó a estar muy alto en varios sitios, en el segundo La terrible historia de los vibradores asesinos ya da pocas noticias. Es el proceso normal. Pero los comentarios de libros se han multiplicado, adueñándose por completo del blog, como era previsible, y no se han limitado a la literatura de humor. Hay literatura de todo tipo, aunque con cierta inclinación hacia los personajes capaces de tomarse la existencia con desenfado, como es el caso de las novelas de Camilleri, que no siendo humorísticas ponen de buen humor. Lo cierto, en resumen, es que a medida que se envejece se evoluciona, y ahora mismo,a sus dos añitos, este es un blog cuadrúpedo, pues se apoya en cuatro patas: la novela de humor, la narrativa, la novela negra y policíaca (gracias a un amigo, extraordinario lector, que me presta infinitos ejemplares) y las reflexiones y comentarios al hilo del humor.

          Que ustedes lo disfruten.


lunes, 6 de mayo de 2013

Dejen todo en mis manos - Mario Levrero




Dejen todo en mis manos (1998) es la última de las tres contenidas en el volumen de Alianza Editorial titulado Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo y otras novelas, de Mario Levrero. Es, también, la novela más “normal” de las tres. Y es, sobre todo, una gran novela breve.
El narrador, que habla en primera persona, es un escritor que acude a su editor en busca de un anticipo de su última obra. La cual es calificada como tantas otras: “muy buena, pero...” La consecuencia es que el protagonista está con una mano delante y otra detrás. Por eso no duda en aceptar el trabajito que el editor le encarga: localizar al autor que le ha enviado cierto genial manuscrito. Y es que la editorial ha recibido una obra maestra, pero solo tienen dos datos para localizar a su misterioso autor: el lugar que consta en el matasellos, y el nombre con que firma: Juan Pérez. Como si hubiera pocos Juan Pérez en el mundo.
Así que el protagonista coge un autobús y se larga a la población del matasellos, una pequeña localidad de interior, donde se aloja en un hotelucho. No tarda en contactar con Juana Pérez, hermosa mujer que se saca un sobresueldo como prostituta, y de la que queda prendado entre otros motivos porque “el amor es el recurso supremo de los ociosos”, y el caballero no tiene mucho que hacer en semejante lugar.
La soledad, los palos de ciego, la forma en que se evapora el dinero, van acelerando el proceso por el que el escritor, que ha ido allí buscando a un autor, siente la necesidad de encontrarse a sí mismo, de darle un sentido a su conducta, y es precisamente la renuncia a hacerlo, por incapacidad, lo que precipita el final de la novela.
Pese a estar en el mismo volumen que Nick Carter... y La Banda del Ciempies, Dejen todo en mis manos nada tiene que ver con ellas. Ni en el argumento, ni en el tono. Y tampoco en el humor, aquí mucho más espaciado, más sutil y vinculado a la opinión que el protagonista tiene de sí mismo, un humor casi al margen de la historia.
Una obra muy bien escrita, entretenida, no inocente, y que se lee de un tirón.

lunes, 29 de abril de 2013

Exhibición impúdica – Tom Sharpe



Es complicado hacer humor con temas como el racismo y la homofobia, y más todavía que el texto haya aguantado cuarenta años sin verse afectado por la evolución habida en estas materias, por lo “políticamente correcto”. Pero lo más sorprendente es que Sharpe, tras ser encarcelado y deportado por su posición contra el Apartheid, todavía tuviera ganas de hacer humor alrededor del tema.
La acción transcurre en Sudáfrica. El comandante al frente de la policía del lugar, a quien el lector ya conoce de Reunión tumultuosa (reseñado en este mismo blog), está acomplejado por su origen boer y es un rendido admirador de lo inglés. Por eso, al conocer a una dama que le parece el colmo de lo inglés y la culminación de la elegancia, se toma unos días libres para salir en pos de ella, pese a que el marido de la dama detesta a los africaners, en lo que no deja de ser otra forma de racismo.
El segundo del comandante aprovecha su ausencia para hacer méritos afirmando los principios del régimen. Y para ello planea dos operaciones: la primera, “curar” a medio cuerpo de policía de sus tentaciones hacia las mujeres negras; el objetivo es preservar el orden moral y a pureza de la raza; lo consigue gracias la opulenta y dominante psiquiatra que le echa los tejos. El tratamiento consiste en efectuar descargas eléctricas sobre los sufridos agentes mientras se les muestran fotografías de mujeres negras desnudas, con la esperanza de provocar una dolorosa asociación mental. La segunda operación con la que el caballero quiere prosperar profesionalmente es la desarticulación de cuanto elemento comunista (lo de terrorista, en su opinión, está implícito en el término) hay por la ciudad; para lo cual hace uso de sus agentes secretos, a los que anima a infiltrarse en grupos comunistas para impulsar atentados.
Y así, entre agentes secretos que se infiltran no saben dónde ni entre quién, policías medio electrocutados que devienen en homosexuales, avestruces explotando (sí, como suena) y las aventuras y desventuras del comandante en pos de una dama inglesa que si anda por aquellos andurriales no es precisamente por su abolengo, transcurre casi toda la novela, hasta que el comandante ve la luz y se ve obligado a echar tierra sobre todos los asuntos para que nadie meta las narices en su territorio, ni en su trabajo, ni en su cuestionable futuro profesional.
Como en otras novelas de Sharpe, el lío formado sobre la base de excentricidades y equívocos, crece y crece sin parar, hasta alcanzar dimensiones delirantes, aunque la idea de que el punto culminante del follón debe coincidir con el desenlace se desvanece a falta de bastante para el final. También como en otras novelas, distintos estamentos y organismos se distinguen por una idea fija, obsesiva, que los hace previsibles y tan fácil de engañar que su solemnidad queda reducida al ridículo.
La locura de los personajes (unos, profundamente incompetentes, otros, carne de manicomio) y su campechana brutalidad dan el tono de una novela que, precisamente por esa forma de presentar a los defensores del Apartheid, se convierte en un alegato a favor de la igualdad. Nadie en su sano juicio querría verse reflejado en ninguno de los sujetos que pululan por una historia en la que nadie, sino las víctimas, se salvan de ser presentados como una cuadrilla de locos.
Por último, cabe reseñar la constante y mordaz ironía, nada sutil, de los comentarios del autor en relación a la actitud de unos y otros.
Una novela muy divertida, pero antes de leer Exhibición impúdica es aconsejable, aunque no imprescindible, haber leído Reunión tumultuosa, para conocer los tejemanejes del comandante, de su teniente y de algún personaje más.


martes, 23 de abril de 2013

Día del libro



23 de abril.

He aquí los
diez artículos más visitados
en la historia del blog.



¿Qué aspecto tendría hoy don Quijote?


El abuelo que saltó por la ventana y se largó
Jonas Jonasson


En un rincón del alma
Antonia J. Corrales


Vargas Llosa, el ebook y la literatura banal


Las guerras de Elena
Marta Querol


El caballo desnudo
José Luis Sampedro
Ver artículo


El asesino hipocondríaco
Juan Jacinto Muñoz Rengel


Porno
Irvine Welsh

Ninette y un señor de Murcia
Miguel Mihura


El hombre que mira
Alberto Moravia




lunes, 22 de abril de 2013

La sonrisa etrusca – José Luis Sampedro



Hace tiempo vi un reportaje sobre José Luis Sampedro, una persona admirable. El hombre planificaba sus novelas, según la narradora, "usando técnicas extraídas de sus conocimientos de economía" (no es textual) e ilustraba la cosa con una enorme pizarra donde podía verse el discurrir de la novela en una tabla con entradas por todas partes, una especie de "tabla input-output" literaria. Lo cuento porque José Luis Sampedro no es de los que empezaba a escribir "a ver qué sale". Cuando escribía, sabía lo que quería contar.

Quizá por haber visto ese reportaje me he fijado en que esta novela está hecha a conciencia. Cada paso, cada detalle, cada cosa que sucede, cuándo y cómo, está perfectamente planificada, y debe ser así porque la mezcla de asuntos (el avance de la enfermedad, la progresión de las relaciones, la historia del protagonista...) van de la mano y nunca falta ni sobra nada en ese proceso común.

Podría decir muchas cosas sobre esta novela, pero me voy a limitar a la que creo fundamental: en su fondo late la idea de que por muy vital que sea una persona, todos morimos y todos somos conscientes de ello, de tal forma que la única manera en que creemos poder perpetuarnos es a través de los hijos. En esta ocasión el protagonista fue demasiado "vital" para preocuparse de ellos. Solo cuando ve de cerca la muerte encuentra, forzado por la angustia,  esa perpetuación, aunque en su nieto. Es el niño quien debe redimir al anciano, quien debe enlazarlo, a su muerte, con un futuro en el que solo quedará el recuerdo de quién ha sido; y el anciano, al principio inconscientemente, desea llegar a ser alguien lo bastante querido como para ser recordado. Y sobre esto se construye todo lo demás.

La sonrisa etrusca es una mirada a nuestro propio futuro tras nuestra muerte. Solo dejaremos, durante un tiempo, lo que se recuerde de nosotros. Y luego, ni eso. Una novela muy bonita, y de una altísima calidad.

lunes, 15 de abril de 2013

Diario de un jubilado - Miguel Delibes



En octubre leí las primeras andanzas de Lorenzo, Diario de un cazador. En ese libro el protagonista, obsesionado por la caza, se iniciaba sin darse cuenta en el mundo afectivo y laboral. En noviembre leí el siguiente, Diario de un emigrante, donde se narraban sus peripecias para ganarse la vida. Entre ambas lecturas solo transcurrió un mes, como en la vida de Lorenzo solo habían transcurrido unos pocos meses, o a lo sumo unos pocos años entre una historia y otra. Cuatro meses después, en marzo, he leído la última novela de la serie, Diario de un jubilado; un intervalo que guarda cierta proporcionalidad con el anterior y con el lapso de tiempo en que se desenvuelve el personaje. No ha sido algo voluntario, ha salido así, pero me alegro, porque leer las tres historias una detrás de otra seguramente hace perder perspectiva, y haber tardado más hubiera provocado olvido.
Y es que primera impresión al leer la novela es que el tiempo pasa demasiado rápido. Que al mirar atrás los años parecen segundos, que la vida del personaje ha transcurrido, se le ha escapado, de la misma forma que se nos escapa a los lectores; antes de darnos cuenta dejamos de ser niños para ser gente hecha y derecha, y antes de que volvamos a darnos cuenta estaremos en la tumba. Esa sensación es bastante fuerte a lo largo de todo el libro, y la ratifica la “normal” desaparición de una serie de personajes que obliga a reflexionar sobre la forma tan “normal” en que han desaparecido tantas personas que se cruzaron en la vida del lector.
La segunda impresión relevante afecta a cómo evolucionan las personas. De las aspiraciones de los veinteañeros, de su confianza en sí mismos, a su comportamiento unas pocas décadas después, media un deprimente abismo. El común de los mortales se vuelve comodón, indolente, y sus aspiraciones más tienen que ver con evitar ciertos sinsabores (vinculados a menudo a los dolores de cabeza causados por los hijos) que con construir nada nuevo. Así ocurre que el Lorenzo que disfrutaba cazando como si le fuera la vida en ello, o el que estaba dispuesto a cruzar el océano en busca de la prosperidad, se ha convertido en un sesentón adicto a los culebrones y sin otro pensamiento en la vida que ganar algún que otro puñado de pesetejas sin esfuerzo. Es decir, se ha convertido en alguien que se recrea en su mediocridad, como le ocurre a casi todo el mundo. Nada muy diferente puede decirse de su esposa, que en este tercer libro tiene un papel menos relevante, hasta el punto de ser más una presencia que un personaje.
Delibes, sin embargo, es capaz de construir una historia entretenida pese a la falta de ambición de Lorenzo. Le basta con concederle dos pequeños caprichos. El primero, sacarse un dinerillo fácil, como acompañante de un viejo poeta que vive con sus hermanas, y que tiene problemas de movilidad. El poeta es una pieza esencial en esta novela. Por una parte, sirve para que Lorenzo muestre sus valores y, al mismo tiempo, su orgullo; y también sus prejuicios y cómo estos ceden ante el interés, porque poco a poco Lorenzo va comprendiendo que el poeta es homosexual, y que no le hace demasiados ascos a los mozalbetes más jóvenes, pero pese a su desdeñosa opinión sobre los homosexuales, aguanta imperturbable mientras el dinero siga cayendo. El poeta sirve a también Delibes para dejar sitio en la novela a una burla de tantos y tantos escritores que viven pendientes de sí mismos, víctimas de su vanidad, tan ansiosos por aceptar cumplidos como furiosos ante la crítica. Aunque lo mismo que es un escritor, podría ser cualquier fulanillo con ínfulas dedicado a cualquier cosa. La mediocridad genuina de Lorenzo va así de la mano con la mediocridad de la mayoría de los que se creen por encima del resto, haciendo confluir el destino y caracteres de quienes a lo largo de su vida se creyeron en mundos diferentes.
El segundo capricho al que me refería es que Lorenzo, confortablemente instalado en la vida y sin otra aspiración que acumular unas pesetillas mientras come unas lentejas ya aseguradas, acaba por echar una cana al aire, lo cual tiene unas consecuencias que el buen hombre no acertaba a imaginar.
Entre medio, numerosos episodios aislados muestran los cambios producidos en España en la segunda mitad del siglo XX. Cambios que no necesariamente son positivos. Así vemos como los avances tecnológicos han tenido consecuencias deprimentes: el televisor ha embrutecido y aislado a las personas, que antes se veían y conversaban entre ellas; el amor al dinero fácil ha situado al matrimonio al borde de la ludopatía, porque el juego se ha transformado en un entretenimiento exaltado. Incluso el concepto de bienestar ha cambiado, y quien de joven necesitaba del monte abierto para sentirse vivo ahora vincula el bienestar a la posesión de un pequeño terrenito donde construir lo que más es chabola que chalet. También ha desaparecido el entorno rural, y de esta forma Diario de un jubilado pierde buena parte del rico vocabulario que Delibes usó en los otros dos Diarios.
Y así, entre el viejo poeta vanidoso y homosexual y el entorno de una pelandusca, la historia va saliendo poco a poco adelante, de forma muy amena, hasta un final que solo lo es porque Delibes no siguió. Una pena. Hubiera sido interesantísimo conocer los avatares de un Lorenzo octogenario. A cambio, Delibes nos dejó la libertad de imaginar como queramos la última fase de la vida de un personaje que, de puro mediocre, es imprescindible.


jueves, 11 de abril de 2013

Reflexiones sobre literatura y humor, 14



"Lo que tiene que ser real es el sentimiento, y eso es algo que los ingleses y americanos saben hacer muy bien. Por eso el humor se respeta tanto. Reírte de ti mismo es la manera de que el mundo no te afecte. Y da la sensación de que la literatura española le ha dado la espalda al humor".

Laura Fernández, autora de "La chica zombie", Seix Barral. Entrevista en www.abc.es


lunes, 8 de abril de 2013

El invierno de Frankie Machine – Don Winslow



San Diego. Frank Macchiano es un sesentón que madruga para vender cebo a los pescadores (tras un desayuno calculado con precisión patológica para demostrar lo meticuloso del buen señor). Luego se permite un ratito de surf en compañía de un amigo, policía del FBI próximo a la jubilación ("la hora de los caballeros", que ha dado título hace bien poco a una nueva novela de este autor) y completa la mañana con su negocio de suministro y limpieza de mantelería a restaurantes. La tarde la dedica al alquiler de inmuebles. Y la noche, de vez en cuando, a retozar con su amiga/amante. Frank está separado, aunque mantiene cierta relación con su ex, y tiene una hija que va a comenzar a estudiar.
Tan idílico panorama tiene una función: contrastar con la que se le viene encima. Cuanto más tenga que perder el protagonista, más angustia, más tensión. Pues vale. No es un recurso difícil.
¿Y qué es lo que ocurre? Que de pronto alguien recurre a Frank para un apaño mafioso, porque Frank, en el pasado, fue Frankie Machine. Un mafioso. Y ahora, vaya por Dios, alguien quiere liquidarlo.
Frank no sabe quién ni por qué se lo quiere cargar, con lo tranquilo que vivía él, y emprende una huída que solo finalizará si es capaz de aclarar quién quiere matarlo. O, más aún, si le da matarile. Y para averiguarlo se dedica a recordar toda su vida como mafioso.
La novela va así saltando de la huía-búsqueda al pasado. Y así sabemos que Frankie Machine era un mafiosete de octava categoría. Un sicario. En su haber cuenta con un buen número de muertes que casi son presentadas como “gajes del oficio”. Y en ese mundo hay lealtades, pero no tantas ni tan fuertes como todos querrían. Eso sí: por alguna extraña razón Frankie es una leyenda (aunque ninguna de las actuaciones que rememora justifica que se le considere más que un matón), y el autor lo corrobora ofreciendo toda la lista de habilidades y precauciones con que pretende hacer pasar a Frankie por un experto en malas artes.
El entorno, además, es el de una mafia en descomposición, reducida a la mínima expresión y plagada de incompetentes. Una mafia cuya evolución queda retratada en el recorrido desde el recuerdo hasta el presente.
La novela es entretenida, pero le falta chispa. Frank es “el bueno”; sin embargo ni es lo bastante agradable como para que el lector le perdone su pasado, ni este es presentado de la forma necesaria para que el lector se moleste en recriminárselo. El resultado, un personaje cuya suerte importa tres pimientos al lector. Y más porque esa suerte es bastante previsible: cuando solo hay un protagonista puede apostarse a que va a superar cuantos problemas le salgan al paso, lo que reduce la intriga a saber cómo es el final. Porque además los personajes tampoco son interesantes. Demasiado planos, demasiado estereotipados algunos de ellos, y demasiado previsible la intervención de unos cuantos.
El ritmo de la novela es sostenido, con capítulos muy cortos, a veces de una sola página, que hacen que se avance rápido, y que producen la engañosa sensación de “estar devorando” el texto. Solo hay un capítulo demasiado largo, que se hace pesado, y al final se llega sin sobresaltos literarios, aunque violencia hay en cada página.
Y el final... Bueno... El final es un final peliculero, muy peliculero, en el peor sentido. Lo que ocurre es previsible, y hasta los “golpes de efecto” son tradicionales. Pero lo peor de lo peor, lo horroroso, son las dos páginas finales. El desenlace ganaría bastante si no estuvieran, porque recuerda a los más inocentones finales del cine americano hecho en serie donde no se puede lastimar la fidelidad del espectador hacia el “héroe”.
Una novela sobre las mafias americanas de la costa oeste entretenida y poco más. Aunque los forofos de las puestas en escena de corte mafioso quizá encuentren algún atractivo.

lunes, 1 de abril de 2013

La Banda del Ciempiés – Mario Levrero



La Banda del Ciempiés”, 1989, es la segunda novela del volumen publicado por Alianza Editorial bajo el título “Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinato y yo agonizo y otras novelas”.
Siendo una novela tan caótica como “Nick Carter”, es bastante diferente: el absurdo se reduce, pasando de la caricatura de la primera a la parodia de la segunda, y, sobre todo, hay un hilo argumental, aunque sea un hilo deshilachado.
La apariencia de la novela es la de tantas otras: hechos aparentemente inconexos que provocan una lectura ávida, a la espera de ver cómo es posible que todo esté relacionado entre sí. La diferencia es que aquí los hechos se retuercen, la espera se prolonga, y la solución... de ella solo digo que es un buen bromazo.
La cosa comienza con una banda que tras improvisar en cualquier sitio un ciempiés de tela en la forma en que los chinos hacen sus dragones, recogen la funda y se dedican a cometer tropelías de todo tipo. Todo el mundo está aterrado y ansiando que el héroe salvador desactive a esa banda. El héroe por quien suspiran es un detective privado llamado Carmody Trailler. Lamentablemente, Carmody no puede hacer nada, nada en absoluto, nada de nada... porque nadie le ha encargado el caso. Y sin un encargo, ¿cómo salvar al mundo? Viendo en las noticias por qué el héroe no puede actuar, una humilde violetera dice estar dispuesta a pagarle una moneda para darle una excusa para iniciar la investigación, y en ese momento es secuestrada.
Pero lo cierto es que Trailler es un héroe desastroso, porque acaba siendo un protagonista en la distancia. Un tipo que no puede salvar al mundo porque se queda atrapado en un atasco. Por esta razón sus ayudantes deben buscarse la vida.
Situaciones ridículas, grotescas, absurdas y exageradas se suceden bajo el denominador común de un humor constante planteado en términos muy serios. El humor negro se mezcla con una truculencia disparatada (los “intercambios diplomáticos” son geniales, por ejemplo); y también la violencia, a veces solo planteada como posibilidad, como amenaza o como intenciones, es lo bastante desmedida para dejar atrás el horror. Lo mismo ocurre con la sordidez de ciertas escenas sexuales.
Una novela muy divertida y original.


jueves, 28 de marzo de 2013

Reflexiones sobre literatura y humor, 13



En un magnífico y profundo diálogo (de esos que tan poco abundan en los best sellers) uno de los personajes de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, defendía que el humor era cosa diabólica. 

"-Nuestro Señor no necesitó tantas necedades para indicarnos el recto camino. En sus parábolas nada hay que mueva a risa o provoque miedo."

lunes, 25 de marzo de 2013

Cándido o Un sueño siciliano – Leonardo Sciascia




          Inspirado en el Cándido de Voltaire, el Cándido de Sciascia nace en Sicilia, en pleno bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial, hijo de un abogado local con relaciones peligrosas y de una madre que enseguida se encapricha de un oficial estadounidense. El matrimonio se deshace, y si la disputa habitual es quién se queda con los hijos, en esta ocasión es la opuesta: nadie quiere al niño, que acaba permaneciendo con su padre hasta que, indirecta e inconscientemente, Cándido hace algo que marcará para siempre su vida.
          Queda luego al cuidado de su abuelo -un fascista reconvertido a la democracia, que le hace el caso justo- y de una criada que se ocupa de las cuestiones de intendencia. Por ambos es tenido como una especie de diablo. La formación acaba en manos del Arcipreste.
          Cándido es cándido, por si alguien lo dudaba. Y a lo largo de la novela vemos cómo evolucionan sus inquietudes, cómo cambia su vida y cómo, desde la ingenuidad, consigue meter en problemas a todo el mundo. Sciacia consigue mantener un clarísimo hilo conductor, que da unidad a la novela, pese a que cada capítulo aborda cuestiones completamente diferentes, todas concretas; cuestiones que se van planteando a medida que pasan los años. Un libro para pensar, para reflexionar sobre la forma en que la verdad dificulta las cosas, para comprender que las relaciones sociales se basan en grandes patrañas, que vivimos en un mundo en que los intereses fuerzan una “realidad ficticia”.


jueves, 21 de marzo de 2013

Reflexiones sobre literatura y humor, 12




"Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla."


Miguel de Cervantes. Quijote.