En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

Mostrando entradas con la etiqueta Narrativa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Narrativa. Mostrar todas las entradas

lunes, 6 de enero de 2014

Los años de peregrinación del chico sin color – Haruki Murakami



                Hay que reconocer que Murakami es un gran escritor, y uno de los pocos capaz de conseguir unir calidad literaria y ventas. En todos los libros suyos que he leído (no muchos) varias cosas he visto en común: una enorme claridad expositiva incluso cuando se trasladan ideas complejas, lo cual está muy relacionado con los conceptos de orden y estructura; un constante juego de burla de la realidad como si existiesen realidades paralelas con origen en la imaginación o en lo onírico, lo cual conduce a un tratamiento peculiar del tiempo; y una caterva de personajes capaces de experimentar tormentos y convulsiones sin mover un músculo: fríos y resignados, aunque normalmente los propios personajes antes o después lo nieguen.

                A este esquema responde Los años de peregrinación del chico sin color. El tal chico es descolorido porque sus cuatro amigos adolescentes tienen en su nombre algún color, mientras que él solo se llama Tsukuru, que viene a ser algo así como “el que construye” o “el que crea”. La pandilla de cinco está muy unida, y viven en Nagoya con esa fraternidad y confianza que solo se produce a ciertas edades; además, colaboran en el equivalente a una ONG. Pero de pronto los otros cuatro (dos chicos y dos chicas) repudian a Tsukuru y no quieren saber nada de él. Nunca más. Cuando la novela comienza han pasado dieciséis años. Tsukuru es un ingeniero de 36 dedicado a lo que siempre quiso hacer: construir y reformar estaciones de ferrocarril. Lleva una vida solitaria y acomodada en Tokio. Es austero. En resumen, lleva una vida sencilla (una palabra muy utilizada por Murakami para referirse a todas las actividades de buena parte de los personajes).

                Por qué lo repudiaron sus amigos, es un misterio para Tsukuru. Como también lo es la misteriosa desaparición, un buen día, en sus tiempos de estudiante, del único amigo que había conseguido hacer en Tokio: Haida; el cual, por cierto, poco antes de desaparecer le contó una extraña historia sobre su padre y un pianista. Pero han pasado muchos años y Tsukuru vive su vida, que considera completamente vacía porque aunque nunca ha tenido grandes problemas y aunque casi siempre ha conseguido lo que se ha propuesto, se limita a dormir, trabajar, comer y nadar, careciendo por completo de ambiciones o recreos. En resumen, lleva una vida sencilla y sana (otra palabra también muy utilizada por Murakami), pero anodina. Más que gris, descolorida.

                En esa vida, sin embargo, ha aparecido (“irrumpir” es un término muy fuerte en el ascético mundo de estos personajes) Sara, una mujer dos años mayor que Tsukuru que trabaja para una agencia de viajes. ¿Y qué le dice Sara a Tsukuru? En términos que Murakami nunca usaría viene a señalarle que lleva una empanada monumental como consecuencia de arrastrar el trauma de verse abandonado sin motivo por quienes habían sido sus mejores amigos, y que no podrá llevar una vida normal hasta que no aclare ciertas cosas sobre su pasado y sobre sí mismo.

                Y a eso se pone Tsukuru: a visitar a sus viejos amigos para preguntar por qué pasó lo que pasó dieciséis años atrás.

                El peregrinaje de Tsukuru, que comenzó el día en que fue rechazado, puede llegar así a su fin, si es que consigue aclarar algo. A dilatar la búsqueda colaboran en orden en que acude a ver a sus amigos (hay que ver lo que cambia la vida en una década y media) y a que Tsukuru tiene un espíritu un tanto ascético –o a veces, simplemente, soso-, y un sentido “murakamiano” del orden que le hace no preguntar todo en todas partes, sino cada cosa en su sitio, como si supiera de antemano dónde están las respuestas. En su ayuda llega, además, la concepción que cada personaje tiene sobre los demás, también muy típica del autor; todos parecen conocerse lo suficiente para saber qué haría y qué no cada uno de ellos.

         Un libro interesante, con planteamientos y razonamientos brillantes que para desarrollarse necesitan de esa “modorra existencial” que suprime toda prisa y permite encajar sin réplicas cualquier tipo de crítica; una novela donde el interés por qué ocurrió atrapa al lector, aunque a veces la lentitud de la acción puede exasperar. Y una novela, también, donde el autor juega con el lector con historias y sueños supuestamente significativos que, al final, acaban siendo cabos sueltos.





lunes, 18 de noviembre de 2013

Yo no soy yo, evidentemente – Gonzalo Torrente Ballester



Una joven investigadora de una universidad americana se dedica a comprobar si existió un escritor llamado Uxío Petro, autor de una Autobiografía, y, en tal caso, si él es o no el autor de otras tres novelas publicadas con nombres diferentes. Claro que también puede ser que la verdadera personalidad fuera la de alguno de aquellos tres, y Uxío Petro fuera una creación más. O puede que todos fueran personas diferentes, o todas fueran creación de otra ignorada.
Para tratar este tema se alternan, en largos capítulos, las elucubraciones de la investigadora, sus relaciones con el viejo y erudito director de la investigación, sus relaciones con el investigador chicano que le ayuda, y las relaciones de éste con un viejo amor platónico en España. Porque hasta España se desplazan para investigar tratando de localizar a las personas que protagonizaron, o inspiraron, algunos pasajes de las novelas investigadas; esto se alterna, digo, con fragmentos de esas mismas novelas, en las que a menudo resulta complicado saber quién es quién. En la primera, por ejemplo, un “nuevo yo” parece surgir de Uxío Petro a partir de cierto shock emocional, un cambio de vida que no impide que, en el fondo, uno siempre siga siendo el mismo.
Ciñéndonos a ese primer “desdoblamiento”, nos encontramos con una novela de altísima calidad, donde de alguna manera el lector se ve enfrentado a lo que antes o después le ocurre a muchas personas: que en ciertas ocasiones, a partir de algún hecho relevante, como reacción o como necesidad, uno deja de comportarse como es y para a comportarse como cree que tiene que ser; y en la medida en que este comportamiento se ve acompañado del éxito, uno tiende a creerse que es como debe ser, y no como verdaderamente es; pero ocurre  que a la larga el yo auténtico siempre acaba imponiéndose, y los éxitos a menudo se sacrifican para poder volver a ser uno mismo.
En los restantes “desdoblamientos”, en cambio, el análisis es más complicado y, a mi juicio, menos interesante. O a mí se me ha hecho más difícil de leer, porque Yo no soy yo, evidentemente, no es una novela de lectura sencilla, aunque sí de una gran calidad. Escrita en el elevado tono, ya otras veces usado por Torrente Ballester, que en otro autor con menos cultura y profundidad hubiera dado de lleno en la pedantería, aquí es muestra unas veces de humor (irónico las más de las ocasiones), otras del desdén solo concebible para quien intelectualmente está por encima del resto (y los personajes de esta novela tienen un ego y una seguridad en sí mismos que no les hace sentirse inferiores a nadie) y, en las más, sirve para ofrecer una panoplia de amplias y profundas reflexiones ante las que un editor de best sellers saldría huyendo. Volviendo al humor, como siempre en Torrente Ballester se basa en las ideas contradictorias o paradójicas, y no en los recursos cómicos tradicionales. En este sentido, Torrente Ballester es muy fiel a sí mismo, lo cual tiene un inconveniente: el considerable parecido entre muchos de sus personajes.
Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999)
En otras novelas el autor lo confesó expresamente, pero en esta no sé si lo hizo. Me refiero a que escribió lo que le vino en gana y como le vino en gana. Supongo que aquí también actuó así, y de ahí, seguramente, la evolución de esta novela que rodea el misterio de esas otras novelas que solo existen aquí, por decirlo de algún modo.  Yvonne, la investigadora que abre la obra, tiene un papel relevante al principio; parece que su confusa relación con su protector (académicamente hablando) va a dar más juego, y más cuando aparece el profesor chicano en medio; luego, sin embargo, Yvonne se difumina, y es el chicano quien adquiere más presencia, a la par que su antigua enamorada adolescente crece como personaje y su historia de amor parece que va a ser la que se adueñe de la novela. Entre tanto, sacados de las novelas de Uxío Petro y de quienes eran o no eran él, aparecen muchos personajes que adquieren una enorme fuerza para luego desaparecer casi sin dejar rastro. Todo ello, además, sin que Torrente Ballester deje de hacer lo que otras veces: dejar la mayoría de las cosas en el terreno de la elucubración, porque lo divertido, parece decirnos entre líneas, no es la verdad, sino el proceso de intentar descubrirla, de jugar con ella, aunque es muy posible que ni siquiera exista.
Como en otras novelas de Torrente Ballester, también aparece tratado indirectamente el asunto de la creación literaria, y no solo por las numerosas alusiones a las ideas preconcebidas sobre cómo deben ser las novelas, alusiones con las que Torrente Ballester se sitúa por encima de las técnicas que uniformizan,  reivindicando de esta forma  la creatividad como paso necesario para la calidad. Los investigadores, en esta novela, buscan a las personas reales en que se inspiran los personajes; y cuando esperan encontrar el personaje que los lleve al autor, encuentran a una persona que a menudo no les lleva a ningún sitio; luego... ¿cuál es la relación del autor con sus personajes? ¿Y la de los personajes con las personas que los inspiran? ¿Y la del autor con estas personas? Y en consecuencia, ¿qué es la inspiración? ¿Algo que está fuera y que el autor reconoce, o algo que está dentro de él? ¿Quizá la inspiración no es más que una excusa? ¿Quizá lo único que busca el autor en la realidad es una excusa para imaginar una nueva realidad novelada y vivirla así a su gusto?


lunes, 7 de octubre de 2013

Discothèque – Felix Romeo




       Confieso que hasta ahora no había leído nada Félix Romeo, autor que murió en 2011 (como hoy, un siete de octubre) a los 43 años, dejando tras de sí una influencia mayor que la extensión de su obra literaria, una influencia basada en la intensidad y calidad de su participación en la vida cultural española.
        Resulta complicado hablar de Discothèque porque, para empezar, no es fácil averiguar su objetivo. La caterva de fracasados entre lo ridículo y lo grotesco, de personajes que lo mismo pueden inspirar repugnancia que compasión, lo al día que viven la mayoría (dotando a la novela de un asfixiante aire de falta de perspectivas) y las chaladuras de casi todos, forman una historia donde lo estrafalario se mezcla con lo trágico produciendo una constante sensación de inquietud que supera, con mucho, a lo que de humorístico pueda tener. De alguna manera es una de esas novelas donde se muestra la lo ridículo de las ambiciones humanas y la estrechez de la inteligencia, aunque a través de un filtro deformador que ofrece como resultado una caricatura perturbadora.
       Tres son los personajes centrales: Torosantos, un boxeador de tres al cuarto, retirado, que se gana la vida haciendo (cuando su físico se lo permite) tristes espectáculos pornográficos en carpas y tugurios monegrinos; le acompaña, en la vida y en el espectáculo, Dalila Love, una mujer que no siempre lo ha sido y que tiene un pasado sórdido y plagado de sobresaltos. El tercero en discordia es el padre de Torosantos, un tipo obsesionado por sus vivencias militares en Ifni, un tipo que, además, es jugador empedernido; tanto que acaba por jugarse –y perder- la vida de su hijo. En concreto, se ve obligado a matarlo en la cruel forma en que fue asesinado cierto militar en Ifni, cuyo recuerdo en la novela es recurrente hasta que se llega a saber por qué. Pero Torosantos llega a enterarse del asunto, y la solución, “lógicamente”, es defenderse matando a su padre, como si de una tragedia griega se tratara, aunque lo elevado de los motivos nos da una idea del tipo de libro que el autor quiso hacer. ¿Quién matará a quién?
Félix Romeo (1968-2011)
      Rodean a estos tres personajes otros como el estrafalario representante que trata de convertir en estrellas de la pornografía a la pareja de estrellados formada por Torosantos y Dalila Love, el zumbado que tiene miedo a las tormentas, traficantes de droga, camioneros, y quienes pululan alrededor del padre jugador. El sexo –muy presente en toda la novela-, es siempre enfocado desde su lado más descarnado y degradado, y, a menudo, exagerado hasta la parodia. Tan triste es para estos personajes que lo que hacen casi cabe calificarlo de “antierotismo”
         La historia sigue una secuencia más o menos cronológica, alternando visitas al pasado y, también, a la imaginación. Y aunque el argumento parece circunscribirse a si el padre satisfará su apuesta, lo cierto es que lo importante de esta obra es lo que ya he apuntado: mostrar un mundo donde es difícil adivinar dónde empieza la degradación y dónde la exageración, lo cual constituye una contundente crítica.



lunes, 23 de septiembre de 2013

Balada de la guerra hermosa – Eugenio Suárez-Galbán Guerra



         Balada de la guerra hermosa cuenta la historia, a través de terceras personas, de un pobre pelagatos de Canarias al que las circunstancias arrastran a la emigración a Cuba, a la Guerra Civil y a la Segunda Guerra Mundial, e incluso lo conducen a un campo de concentración. Un pobre pelagatos que gracias a su instinto y su afán de supervivencia alcanza a tener –a ojos de quienes le admiran y también de quienes lo persiguen como elemento subversivo- un halo mítico que hace de él un héroe romántico, un mito que llega a serlo gracias a su lucha por ser exactamente lo contrario: alguien que vive y deja vivir.
         Pero a Mencey –que así es conocido- las circunstancias le impiden vivir, y cuando los demás no te dejan vivir es complicado dejarles vivir.  Defensa propia. Es en la huida en busca de la paz como Mencey acaba metido hasta las cejas en episodios esporádicos de violencia y en el combate contra cuanto le impide llevar una vida normal. Desarraigado, busca echar raíces donde buenamente puede, que no termina siendo sitio alguno, sino la memoria y el corazón de cuantos, en esas difíciles circunstancias, lo conocieron y le dejaron vivir; en especial, de las mujeres.
          Desde el principio sabemos que parte de la historia es “real” y parte leyenda, lo que no hace sino agrandar la leyenda de Mencey, porque nada hay para ser legendario como la atribución, fundada o no, de aventuras, hechos valerosos y habilidades múltiples, hasta que se alcanza un punto en que no se sabe a quién admiran los narradores, si al Mencey real o al legendario, aunque algo sí parece claro: el poder a quien teme es a la leyenda, aunque la leyenda de un hombre sea precisamente lo único de él capaz de sobrevivir a un balazo.



lunes, 19 de agosto de 2013

Tres vidas de santos – Eduardo Mendoza



               Los tres relatos que forman este libro tienen poco en común, si no es la maestría de su autor, la cual, por otra parte, solo puede apreciarse valorando su obra en conjunto, dada su variedad de registros.
                Y es esa variedad la que obliga a avisar de que los tres “santos” de esta obra son santos “serios”, aunque todos tienen un punto de extravagancia.
En primer relato se centra en 1952, en Barcelona. Con ocasión del “Congreso Eucarístico” una “familia bien” acoge en su hogar, con toda la pompa, a un obispo latinoamericano. Ni que decir tiene que la cosa sirve a la familia para darse fuste. Pero mientras dura el congreso hay un golpe de estado en el país del obispo. España se apresura a reconocer al nuevo gobierno y el prelado, sobre el que  de pronto recaen sospechas de izquierdoso, pasa a ser persona non grata en su propio país, en España e incluso ante la jerarquía eclesiástica. En consecuencia, para la familia de acogida se convierte en un problema, del cual se desembarazan para evitar que el tiro les salga por la culata. El resto del relato es la suerte del caballero y del narrador, sobrino pobre de la tía rica que alojó al obispo. Se trata de un relato que da mucho que pensar: que la importancia no la tiene “el importante”, sino que se la otorgan los demás, que el interés a menudo lleva a la crueldad, que el miedo paraliza demasiadas veces, que el egoísmo asume a menudo la forma de la generosidad, que la vida sigue adelante pase lo que pase y que al final cada palo debe aguantar su vela, aunque unos la aguantan mejor que otros.
En el segundo relato un hijo de padre desconocido y madre científica que no le ha dedicado apenas tiempo, se ha entregado a rascarse las narices durante toda su vida; pero en un momento dado sufre una crisis que lo pone al borde de la muerte y tras superarla decide irse a un lugar remoto, en África, donde recibe simultáneamente al noticia de la muerte de su madre y la de que le han dado (a ella) un importante premio científico. Y el hombre hace un viaje relámpago a Europa, a recoger el premio en nombre de su madre, arrastrando su propio historial de soledad, incomunicación y la certeza de una pronta muerte. Un relato para pensar qué hacemos en el mundo.
En la tercera y última historia, una filóloga comienza a dar clase de literatura en una prisión; a los presos les importa un pimiento, solo acuden para obtener antes beneficios penitenciarios. Pero uno de ellos se convierte en lector, aunque escribe fatal y muestra bastante desapego a todo el mundo. No hay química entre el preso y la profesora, pero ella, profesional, hace lo posible porque él lea, sin encontrar nunca a cambio ni una pizca de agradecimiento. Pasan los años. Ella ha llegado a ser profesora universitaria. Él, contra todo pronóstico, es un autor de best sellers de prestigio venerado por la industria editorial, por el público, etc. Ella está al cabo del secreto de que era un petardo como escritor, y él es consciente de que todo se lo debe a ella y a la casualidad. Él podría develar parte del misterio del que se ha rodeado, ella podría participar en el indudable éxito del escritor. ¿Qué ocurre al final? Que cada uno es lo que es, aunque nunca llega a saberlo con exactitud porque es tantas cosas como los demás creen que es. Quien para muchos es un escritor admirable, para otros es un preso con suerte, y para otros, un simple choricete. Para reflexionar sobre el agradecimiento, sobre qué somos, y para no confundir las circunstancias con la esencia.



jueves, 1 de agosto de 2013

Teoría de todo – Paula Lapido



                 Siempre me resulta complicado comentar un libro de relatos, aunque solo sea porque siempre hay uno que me llama más la atención, y relega al resto.  También suele haber otro problema: a menudo cada relato es de su padre y de su madre. Sin embargo en este caso hay, por fortuna, unidad de estilo y cierto hilo conductor tanto en el tono como en la caterva de amables locos que protagonizan los relatos. Unos locos tan locos que no cuesta nada sumergirse en su mundo irreal como si fuera real, porque no hay nada más real que la locura. Así nos encontramos con el mundo que se forma en torno a un camión abandonado con toda naturalidad con una bomba nuclear, al superhéroe que manda al mundo a hacer puñetas porque su chica lo ha dejado y acaba convertido en un voyeur (sin duda, el relato más humorístico), al poblado al que roban todo menos su propio miedo, al niño atolondrado que no puede escuchar un sonido sin expresarlo en notas musicales (chifladura que contrasta con la dureza del final), al peculiar y sociable “Bartleby” que habita en los baños de una cafetería (tan patético como él y, por momentos, casi tan trágico), al niño-hombre-anuncio cuya vida se ha desarrollado al amparo de las “galletas Koleo” hasta el punto de no saberse quién parasita a quién, al matrimonio cuya estabilidad se basa en sueños pintorescos y en la inamovilidad de ciertas cosas y personas en realidad ajenos a ellos, a un singular hombre lobo, a una obsesión escocesa o la traca final con un estudiante amante de las setas venenosas que decide experimentar  a lo grande. 
                Ninguno de los relatos deja indiferente, están escritos con maestría, y todos derrochan imaginación e ingenio. Y tienen, también, cierta dosis de humor, que a veces es claramente intencionada y a veces surge en segundo plano, casi inadvertida, como consecuencia de la racional irracionalidad de los mundos que aparecen. La mejor prueba de lo que pienso del libro, es que me lo he leído casi de un tirón. En un solo día.


lunes, 15 de julio de 2013

Sputnik, mi amor – Haruki Murakami



               Si dijera que esta es de las novelas que no se olvidan, no sé si mentiría o no: hasta poco después de la página noventa no recordé que ya la había leído antes (en concreto en 2009, es decir, tampoco hace tanto), pero lo cierto es que luego recordaba ya todo. Quizá se deba a que hasta ese momento, hasta que no transcurren esas noventa páginas, en la novela sucede bastante poco, lo cual no quiere decir que sea aburrida.
                El narrador es un joven profesor japonés de unos veinticinco años que se ha enamorado de una chica de veintidós, Sumire, quien ha dejado a su familia para irse a vivir sola y encontrarse a sí misma escribiendo. Porque a eso aspira, a escribir. Y escribe compulsivamente y sin distinguir lo principal de lo accesorio, y con unos horarios que la llevan a telefonear al protagonista a horas intempestivas, amén de algunas otras rarezas. Una suerte de inadaptada que, por su bondad y honradez, no puede dejar de caer bien al lector.
                Si ambos, el narrador y la muchacha, hablan frecuentemente no es, sin embargo, porque Sumire le corresponda, sino porque son buenos amigos. Sumire, en realidad, parece refractaria al amor. Y lo es hasta que se cruza en su camino una mujer de casi cuarenta años, una mujer que tras haber estado a punto de ser una buena pianista, terminó siendo empresaria sensible y, de alguna manera, selecta, dedicada a la importación de vinos. Sumire se enamora de ella de tal forma que Cupido, en esta ocasión, parece llevar bazooka.
                Y así ocurre que un buen día las dos mujeres se van a hacer un viaje por Europa. Myu, que así se llama la empresaria, va a hacer negocios, y se lleva a Sumire como ayudante. Terminada la tarea recalan en una pequeña isla griega. Desde ella Myu telefonea al narrador para pedirle que acuda inmediatamente, porque algo le ha pasado a Sumire.
                ¿Qué? Que ha desaparecido, que se ha esfumado, aunque es imposible que haya podido desaparecer en un lugar tan pequeño.
                Y es así como el protagonista sigue reflexionando (no deja de hacerlo en toda la novela) y, entre reflexión y reflexión, tiene acceso a dos documentos escritos por Sumire; en uno de ellos habla sobre sí misma, y en el otro sobre lo que catorce años antes le ocurrió a Myu. Esto abre el “toque mágico” de la novela, al alumbrar una especie de mundos derivados el uno del otro pero, a la vez, incomunicados entre sí; mundos habitados no por personas, sino por una parte de cada persona, siempre y cuando uno sea capaz de desdoblarse. ¿Y qué le ocurre a quien no lo es? Una de dos, o se queda en “este mundo” o se va por entero al otro. Late la idea, varias veces expresada, de que las personas como los satélites, como el Sputnik, somos fríos cacharros que van dando vueltas perdidos en su soledad, aunque de vez en cuando, solo de vez en cuando, se acercan a otros, igualmente fríos y solitarios, creando la apariencia de una relación que desaparece tan pronto como, sin haber sido posible alcanzar el verdadero contacto, cada cual sigue su ruta.
                Toda la novela está escrita como una reflexión vinculada a unos hechos, e incluso rezuma calma a pesar de los sucesos. A eso ayuda que los personajes se dejan llevar por la razón más que por los sentimientos y, además, son poco dados a expresarlos.  La típica y tópica serenidad del pensamiento oriental se ve en cada frase, y no deja indiferente al lector. Como tampoco creo que sea inocente el que Sumire acabe (o no) buscando otro mundo en un lugar tan distinto a Japón como la Grecia actual. Murakami escribe muy bien, y, lo que es más extraño e importante, es capaz de hacer reflexionar al lector sobre el ser humano.  Y es que Murakami es, junto a Vargas Llosa y pocos más, uno de esos escasísimos “best sellers” de alto nivel literario.


lunes, 17 de junio de 2013

El bosque animado – Wenceslao Fernández Flórez



                No había leído nada de este autor (aunque dos veces he comenzado Volvoreta). Y El bosque animado, que comencé a leer hace unas semanas y abandoné a la primera página, lo he acabado leyendo entero tras estar pensando, el día en que murió Alfredo Landa, qué leer. Así que la lectura tuvo algo de homenaje... aunque no he visto la película. Cada libro tiene su momento, y hay que saber aguardarlo. El de El bosque animado se ha resistido a llegar, pero la espera ha merecido la pena.
                El escenario, Galicia, los montes gallegos, no demasiado lejos de un mar que, en cambio, parece muy lejano. Y en esos montes, la fraga, una zona donde plantas y animales cobran vida casi humana y su existencia transcurre alrededor de unos humanos que, quién lo diría ahora, no están por encima de la naturaleza. Es más: en realidad los humanos no viven en la fraga, sino en sus lindes, y los pocos que se atreven a vivir en ella acaban teniendo mucho en común con la vida salvaje que les rodea, si es que llegan a adaptarse.
                Contado en forma de historias aisladas, cada historia un capítulo, el único nexo entre ellas es el espacio, el tiempo, y la presencia de algunos personajes comunes, hasta el punto de poder decir que más que una historia se cuenta la vida de algunas personas. Claro que no todos los capítulos están protagonizados por seres humanos: los árboles, los topos o los ratones tienen también su momento de gloria.
                El paisaje y las acertadas figuras literarias dan un halo poético a todo el texto, que se lee no por saber qué ha de ocurrir, sino por el mero placer de leer. En realidad, solo hay un capítulo, el final, donde se provoca la avidez del lector por saber lo que en realidad está cantado (cosas de la atracción del vértigo), sin que por ello se renuncie a la armonía de las ideas y las palabras.
                Un libro bueno y diferente, y que hace pensar en la relación del hombre con la naturaleza, que falta hace.



lunes, 22 de abril de 2013

La sonrisa etrusca – José Luis Sampedro



Hace tiempo vi un reportaje sobre José Luis Sampedro, una persona admirable. El hombre planificaba sus novelas, según la narradora, "usando técnicas extraídas de sus conocimientos de economía" (no es textual) e ilustraba la cosa con una enorme pizarra donde podía verse el discurrir de la novela en una tabla con entradas por todas partes, una especie de "tabla input-output" literaria. Lo cuento porque José Luis Sampedro no es de los que empezaba a escribir "a ver qué sale". Cuando escribía, sabía lo que quería contar.

Quizá por haber visto ese reportaje me he fijado en que esta novela está hecha a conciencia. Cada paso, cada detalle, cada cosa que sucede, cuándo y cómo, está perfectamente planificada, y debe ser así porque la mezcla de asuntos (el avance de la enfermedad, la progresión de las relaciones, la historia del protagonista...) van de la mano y nunca falta ni sobra nada en ese proceso común.

Podría decir muchas cosas sobre esta novela, pero me voy a limitar a la que creo fundamental: en su fondo late la idea de que por muy vital que sea una persona, todos morimos y todos somos conscientes de ello, de tal forma que la única manera en que creemos poder perpetuarnos es a través de los hijos. En esta ocasión el protagonista fue demasiado "vital" para preocuparse de ellos. Solo cuando ve de cerca la muerte encuentra, forzado por la angustia,  esa perpetuación, aunque en su nieto. Es el niño quien debe redimir al anciano, quien debe enlazarlo, a su muerte, con un futuro en el que solo quedará el recuerdo de quién ha sido; y el anciano, al principio inconscientemente, desea llegar a ser alguien lo bastante querido como para ser recordado. Y sobre esto se construye todo lo demás.

La sonrisa etrusca es una mirada a nuestro propio futuro tras nuestra muerte. Solo dejaremos, durante un tiempo, lo que se recuerde de nosotros. Y luego, ni eso. Una novela muy bonita, y de una altísima calidad.

lunes, 25 de marzo de 2013

Cándido o Un sueño siciliano – Leonardo Sciascia




          Inspirado en el Cándido de Voltaire, el Cándido de Sciascia nace en Sicilia, en pleno bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial, hijo de un abogado local con relaciones peligrosas y de una madre que enseguida se encapricha de un oficial estadounidense. El matrimonio se deshace, y si la disputa habitual es quién se queda con los hijos, en esta ocasión es la opuesta: nadie quiere al niño, que acaba permaneciendo con su padre hasta que, indirecta e inconscientemente, Cándido hace algo que marcará para siempre su vida.
          Queda luego al cuidado de su abuelo -un fascista reconvertido a la democracia, que le hace el caso justo- y de una criada que se ocupa de las cuestiones de intendencia. Por ambos es tenido como una especie de diablo. La formación acaba en manos del Arcipreste.
          Cándido es cándido, por si alguien lo dudaba. Y a lo largo de la novela vemos cómo evolucionan sus inquietudes, cómo cambia su vida y cómo, desde la ingenuidad, consigue meter en problemas a todo el mundo. Sciacia consigue mantener un clarísimo hilo conductor, que da unidad a la novela, pese a que cada capítulo aborda cuestiones completamente diferentes, todas concretas; cuestiones que se van planteando a medida que pasan los años. Un libro para pensar, para reflexionar sobre la forma en que la verdad dificulta las cosas, para comprender que las relaciones sociales se basan en grandes patrañas, que vivimos en un mundo en que los intereses fuerzan una “realidad ficticia”.


jueves, 7 de marzo de 2013

La novela de Pepe Ansúrez - Gonzalo Torrente Ballester




De todas las novelas que he leído de Gonzalo Torrente Ballester, esta es la que menos destaca, la más “normal”, a pesar de lo cual tiene un interés notable, pero más por lo que apunta para la reflexión que por lo que cuenta.
Pepe Ansúrez es un empleadete de banca en una pequeña ciudad. Pasa por poeta, por el mejor poeta de la ciudad, lo cual no quiere decir que lo sea bueno. Y Ansúrez anuncia, en un acto anual para conmemorar no recuerdo qué, que va a escribir su primera novela.
El aviso pone de los nervios al compañero de trabajo y pretendido escritor en prosa con quien se lleva a matar, y con el que cruza invectivas diarias a través de papelitos. Hasta ese momento, sin embargo, la guerra había sido más de egos que de letras, pues las especializaciones respectivas habían impedido la rivalidad directa, la comparación. El “compañero” no confía en las dotes narrativas de Ansúrez, pero en el fondo teme su éxito. Torrente Ballester plantea así el tema de hasta qué punto las personas fundamentan su propia autoestima no en sí mismas, sino en cuanto los demás creen de ellas, y cómo, para sobresalir, hay quienes son incapaces de reafirmar su propio yo si no es a costa de rebajar al vecino (sea a través de la maledicendia o del enfrentamiento abierto). En esta obra la cuestión adopta la forma de rivalidad entre escritores, cuestión que por cada vez que produce un episodio digno de recordar en la historia de la literatura, produce millones que engrosan lo más anónimo de la historia del ridículo.
El resto de la población de la innominada ciudad, da por hecho que una novela escrita allí no puede tratar sino de lo que allí acontece, y eso levanta temores, suspicacias y aspiraciones. Unos temen que Ansúrez airee secretos, y llegan a la conclusión de que se dedica al cotilleo al por mayor; otros temen verse menospreciados, aunque algunos de ellos también se ofenderían si no fueran tratados de ninguna manera, porque casi todos se sienten con derecho a figurar en la novela, a ser inmortalizados en sus páginas, están convencidos de merecerlo. Queda planteado así el tema de la vanidad y de sus efectos, que van desde la adulación hasta el enfrentamiento.
Pero de todos los interesados en la novela, el más activo es el director del banco. El hombre actúa como dueño de sus empleados, y estos lo tratan como tal, con la deferencia y el peloteo correspondiente, que linda el vasallaje. La primera medida del director es comprometer al banco en la publicación, arrogándose de paso la capacidad de interferir en su argumento. He aquí el asunto de la relación entre el escritor y quienes le dan de comer: ¿hasta qué punto el escritor es libre? ¿Y a quién se debe? ¿A su editor, al público, a sí mismo?
La influencia que pretende ejercer el director plantea otra cuestión vinculada a una forma particular de la vanidad. El director quiere que la novela incluya una ficción: que entre él y la bella novia de Ansúrez (también empleada del banco) existe un romance. El problema es que el flirteo es real. Y esto, a la vez que sitúa a Ansúrez en una posición delicada, hace reflexionar sobre todas esas personas que necesitan ofrecer una  excelente imagen de sí mismas; personas, incluso, para las que una buena realidad sirve de poco si no llega a oídos ajenos.
La novia, por su parte, está muy enamorada de Ansúrez, pero su comportamiento, como ha quedado dicho, es equívoco. ¿Por qué? Para conseguir sus propósitos... o los de su prometido. No está claro qué sabe Ansúrez y qué no, y a la confusión ayuda lo peculiar de la pareja: si el resto de personajes tienen un corte tradicional, conservador y chapado a la antigua, con Ansúrez y su novia eso no ocurre siempre.
La novela invita también a reflexionar sobre los motivos y dilemas del escritor. Partiendo de la base de que quien escribe siempre se basa en su experiencia directa o indirecta, ¿qué puede hacer, por ejemplo, con los “enemigos”, con las personas que le caen mal o que, simplemente, considera indignas? ¿Someterlas al castigo de la crítica a costa de inmortalizarlas en el papel? ¿O castigarlas al olvido a costa de la novela? Lo más curioso, en el planteamiento que hace Torrente Ballester, es que todas estas cuestiones no parten de Ansúrez, el autor, sino de los eventuales afectados.
Y esta idea me lleva a una última: la burla que Torrente Ballester hace de todos aquellos mindundis, que son legión, lo bastante creídos, lo bastante vanidosos, lo bastante soberbios y mentecatos como para creer que les basta el contacto más o menos casual con un escritor para convertirse en personajes literarios, como si el escritor, al conocerlos, hubiera de quedar inevitablemente impresionado. Es decir, plantea Torrente Ballester que la relación del escritor con su entorno no es inocente.
Todas las ideas anteriores hacen de "La novela de Pepe Ansúrez" una obra breve en la que todos los aficionados a la escritura encontrarán material abundante para reflexionar sobre por qué escriben lo que escriben.



jueves, 21 de febrero de 2013

De ratones y hombres – John Steinbeck



     Merece la pena leer a Steinbeck solo por los finales. Es difícil saber hacerlos tan impactantes. Aunque, por suerte, también merece la pena por todo lo que hay antes.
     De ratones y hombres cuenta la historia de dos jornaleros que van de acá para allá buscando trabajo. Uno es un tipo grandullón, hercúleo, y con el cerebro de un mosquito; es incapaz de distinguir el bien del mal, y aunque es de naturaleza bondadosa, apenas tiene capacidad de recordar las cosas, y cualquier discusión bloquea su mente. El otro, su acompañante, es un tipo normal que lo cuida protegiéndolo de sí mismo. Así que es algo más que un tipo normal: es un hombre generoso, que ha sacrificado su vida por no abandonar a su suerte a un pobre diablo. La historia comienza cuando, huyendo del último problema, entran a trabajan en un rancho aislado, donde solo hay otros jornaleros, el dueño, su caprichoso hijo, y la peculiar y provocativa esposa de este.
      Ambos hombres solo desean una cosa: ahorrar un puñado de dólares para comprarse una casita donde vivir el resto de sus días criando conejos y cultivando lo que sea. Y para conseguirlo no les queda sino trabajar como asnos, pero el trabajo no es lo más duro. Lo peor, lo más difícil, es por una parte controlar al grandullón y, por otra, soportar la miseria renunciando al consuelo de gastarse el jornal en las juerguecillas que el resto de jornaleros se permiten, y en las que dilapidan cuanto tienen, haciendo de su vida un círculo vicioso de trabajo duro, pobreza y gastar en consolarse. En ese ambiente es fácil suponer que la presencia de la mujer resulta muy perturbadora. Y más si encima provoca.
     El lector se encariña pronto con los personajes, en una historia donde comparten protagonismo la generosidad, la esperanza, el miedo, la injusticia, la arbitrariedad, la debilidad en la que siempre está el pobre, y donde la tensión se percibe a cada página, porque cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento. Por eso, precisamente, el final es tan sorprendente. Porque cualquier cosa es cualquier cosa.


lunes, 4 de febrero de 2013

La isla inaudita - Eduardo Mendoza


Cuando cayó en mis manos en primer libro de Eduardo Mendoza, enseguida siguieron unos cuantos más. A día de hoy, son pocos los libros suyos que no he leído. Este era uno de ellos, aunque lo compré hace ya tiempo.

El argumento es sencillo y, a la vez, complicado: Fábregas es un empresario catalán cuya empresa hace aguas, pero él ha decidido escapar de ese problema y de todos los demás poniendo tierra por medio. Así es como llega a Venecia, un lugar tan bueno como cualquier otro para perder el tiempo escapando de sí mismo. Pero allí Fábregas conoce a una mujer, María Clara, que, sin que medie motivo aparente, se le une para enseñarle la ciudad, antes de largarse durante una temporada. Y esta ausencia de motivos da al personaje cierto halo de misterio. Animado por tener compañía, la estancia de Fábregas, que era solo temporal, se va prolongando. Y así ocurre que va conociendo algunos rincones de Venecia, que se va obsesionado y quizá enamorando, y, finalmente, conoce también a la peculiar familia de María Clara; familia en la que las apariencias (nótese que no digo cuáles) juegan un papel fundamental. Lo curioso es que esa familia cree haber escapado de lo que era, aunque nunca ha dejado de serlo, pero, dentro de lo que cabe, viven y dejan vivir. Fábregas, en cambio, está en pleno proceso de autodestrucción: si ha llegado a Venecia huyendo de sí mismo, termina medio loco por no ser capaz de saber qué quiere encontrar dentro de su propio pellejo. Quizá, incluso, necesita de Maria Clara para saber quién es él verdaderamente. ¿Y cómo termina la cosa? Lo sabrá quien lo lea.

El nivel literario es muy elevado. La isla inaudita está muy bien escrita. Es una de esas novelas solo al alcance de pocos escritores. Sin embargo hay algo que falla (no por la forma en que está escrito, sino por el contenido): el lector tiene la sensación, durante bastante tiempo, de estar deambulando tan sin rumbo como el protagonista (lo cual, según se mire, es un mérito), y eso hace que le cueste meterse en la historia e interesarse con unos personajes a los que nunca se sabe muy bien si les sucede algo o es que, sencillamente, están así de desequilibrados. Además, pocos hay que caigan simpáticos, porque todos son o demasiado misteriosos o demasiado egoístas.

En resumen: una muy buena novela de reflexión, no de acción, que hay que leer sin prisa.

Y termino con una anécdota: si inaudita es la isla del título, no menos lo han sido las circunstancias en que he leído este libro: en una semana, pero en cuatro lugares muy diferentes; y uno de ellos, durante una noche en blanco tan inaudita como cierta isla, mientras esperaba el desenlace de un rescate en la montaña.



jueves, 31 de enero de 2013

El ardor de la sangre – Irene Némirovski


     
          Recupero la reseña de esta breve historia de infidelidades que leí hace ya tiempo.

          La acción se sitúa en un pequeño pueblecito francés donde todos andan ocupados de sí mismos, de sus patrimonios y, por supuesto, del qué dirán. Pero como siempre ocurre, bajo la superficie de educación, buenas maneras y buenas costumbres palpita el mundo oculto, más real que el visible, el mundo de lo que cada uno verdaderamente es. El mundo de las pasiones. “El ardor de la sangre”, en ese mundo, es el motor y el detonante, es aquello que nos impulsa a entregarnos aun asumiendo enormes riesgos, aquello que nos hace renunciar la tranquilidad de un término medio seguro para buscar el todo arriesgándonos a la nada.

          ¿Y de dónde sale ese impulso? Por una parte, de la constatación de que el día a día de la existencia ceñida a “las buenas costumbres” tiene una inercia, una rutina, algo de impuesto, de extraño a uno mismo, un conjunto de cosas que permiten vivir la vida con “tranquilidad” (el valor supremo para muchos). Pero además, por otra parte, hay momentos en la vida en que el corazón exige latir con más fuerza, y si no se atiende su llamada siempre queda la duda de lo que pudo ser y no fue o, peor aún, uno se pervierte a sí mismo: deja de ser quien es para convertirse en lo que cree que debe ser. ¿Qué vida lleva entonces? ¿La suya? ¿O la de quién? Por eso el narrador llega a decir, refiriéndose a la que una vez fue su amante y ahora lleva muchos años viviendo ejemplarmente, que ya no la reconoce, que es una muerta en vida, que quien no desea decir “te quiero” no lleva una vida digna de ser vivida porque, seguramente, no está viviendo su propia vida. Quienes en cambio atienden a la llamada del ardor de la sangre viven con enorme intensidad: aman con intensidad, gozan con intensidad, sus miedos son grandes, sus temores inmensos, sus alegrías desbordantes, cada uno de sus placeres irrepetible... Se juegan mucho, pero no pueden dejar de hacerlo. Para ellos nada hay rutinario, frío o gris. Todo es excepcional, cálido, colorido, feliz o trágico, espléndido y peligroso, anhelado e inolvidable...

          Por medio de algunos personajes se ve también cómo el paso de los años influye en la percepción de estos temas. Hay quien se arrepiente de no haber porfiado cuando pudo, y quien se arrepiente de haber caído en la tentación. Es contradictorio, pero la vida es contradictoria. Aunque quizá sea contradictorio sólo aparentemente, porque el arrepentimiento a menudo aparece ligado al fracaso.

        Pero, en cualquier caso, los “implicados” son culpables ante la sociedad. No ante ellos mismos ni, creo yo, ante el lector, porque a ninguno lo mueve un ánimo distinto que el de disfrutar de la vida, del amor... La autora da todos los datos, pero no juzga. Es mera notaria de algo que ha existido siempre –el ardor de la sangre- frente lo que siempre lo ha reprimido: las “buenas costumbres”. Solo el final, la frase final, introduce una enorme duda respecto a los motivos de uno de los personajes (el narrador): ¿Qué es para él el ardor de la sangre? ¿Todo lo que he dicho o el amor propio, la necesidad de sentirse por encima, de conquistar...? Esa última frase es contradictoria con los sentimientos que expresa páginas atrás, pero plenamente consistente con la historia personal del narrador: su sangre ardió por motivos distintos a los que ardió la de su amante. Por eso él, ahora, aún siente el ardor de sus propias brasas; pero ella, me temo, vive sobre sus propias cenizas.



lunes, 28 de enero de 2013

Ya no somos niñas – Vicente Marco



   Hay que leer Ya no somos niñas. Es un libro excelente, maduro, de una categoría superior a casi todo lo que se publica, lo cual es muy serio, aunque el argumento, de entrada, parezca festivo.

   Nos encontramos en el futuro. En algún momento del siglo XXII o siguientes. Un mafioso malvadísimo, O. Brayan, controla todo lo controlable en la ciudad donde discurre parte de la acción. Una serie de mujeres se echa al monte (casi literalmente), comenzando por la que se dedica a hacer masturbaciones piadosas a impedidos, y siguiendo por un puñado más que sería largo enumerar, entre las que se encuentran “renunciantes a la monogamia”, una chica mona y con pocas luces o una prostituta de belleza legendaria. Todas estas señoras están unidas por la necesidad de escapar de O. Brayan. Algunas por ser sospechosas de proteger o esconder al “niño de Alburquerque”, al que O. Brayan quiere capturar no se sabe por qué (se sabe, pero al final, y no pienso destriparlo); y otras, por ejemplo, por haber “perdido” un paquetito de droga o por su disidencia en el club “monógamo” controlado por el mafioso. Si el dicho indica que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, en Ya no somos niñas detrás de casi cada una de estas grandes mujeres corretea un pequeño desgraciado. Pero en cualquier caso, la conducta de este grupo es interpretado por el mundo como una “revolución femenina”, lo que le otorga un halo épico que refuerza la narración en forma de “investigación periodística” sobre “qué pasó realmente en...” que contribuye a hacer más interesante e intensa cada una de las líneas.

   Sin embargo, el argumento no es el fin de esta novela, sino el medio del que se sirve el autor para bombardearnos con un sinfín de críticas al mundo actual. Un mundo que, desde el futuro, aparece ridiculizado; los avances de los que ahora nos sentimos orgullosos aunque no tengamos ni idea de cómo funcionan, son las antiguallas que harán reír a nuestros igualmente ignorantes nietos. No deja de ser divertido que nos creamos tan serios e importantes cuando sabemos que alguien igual que nosotros, en algún momento, nos verá solo como pobres pringadillos que se creían los reyes del mambo. Al mismo tiempo, el mundo de las Ya no somos ha superado la religión y buena parte de las convenciones sociales, de las que apenas quedan vagos restos; incluso la política parece haber desaparecido del mapa por innecesaria, aunque algún vestigio queda. Lo que sí ha pervivido, en cambio, es el interés y el miedo, como si el mundo viviera en la “paz de la corrupción”.

   Con esos mimbres, las situaciones son tan increíbles que incluso las más violentas se hacen divertidas, y ese humor constante y en segundo plano es el que hace digerir sin esfuerzo la crítica y la enorme carga de violencia que el ser humano genera incluso cuando todo “va bien”, porque no hay mayor violencia que cuando nadie disiente de nada.

   En ese avance al “todo vale” hasta hacer normalidad de lo que hoy es excepción, el sexo ha evolucionado de igual manera. Está presente a cada momento. En unos casos, como las “exmonógamas”, es la forma de afirmar su “liberación”; en otros, como en el del estrafalario exceso programado por O. Brayan parece una forma de canalizar la frustración, la insatisfacción permanente del ser humano que le obliga a buscar la solución a todos sus males dando siempre un paso más allá. En el caso de la “masturbadora piadosa” es su manera de socorrer al desdichado, de acercarlo a quien no lo es. Aunque quizá lo más curioso sean los motivos de “la Diosa”, que se descubren al final, y que no dejan de ser chocantes a la vista de todo lo anterior. No me resisto a señalar, como culminación del proceso de “siempre un paso más” a que conduce la permanente insatisfacción con el presente, que el club de referencia para el despendole femenino lleva por nombre “Black and black and black and more black”.

   Como ya he dicho, el libro está escrito en plan “investigación periodística”, alternando hechos y “declaraciones” de algunos de los personajes. Utiliza también, como recurso humorístico, las notas a pie de página dirigidas a un lector del futuro para explicarle las rarezas de la vida en el siglo XXI. Esta forma de escribir da mucho dinamismo, y permite el efecto, siempre cómico, del contraste de pareceres, y la relación directa entre autor y lector. Además, la redacción es excelente y proporcionada; si hay algo que me haya llamado la atención es precisamente la sensación de proporcionalidad, de solidez. Y no es poca cosa, porque en un mundo tan estrafalario como el de las Ya no somos, hubiera sido fácil acabar desbarrando, recreándose en lo anecdótico hasta acabar perdiendo el hilo conductor.

            En resumen, un libro que nadie se arrepentirá de leer.