En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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martes, 16 de agosto de 2016

La herencia de Wilt - Tom Sharpe




Los lectores no olvidan los personajes memorables. Desde Wilt (1976) hasta La herencia de Wilt (2009, publicada cuando Sharpe cumplía los 81) pasaron 33 años en los que Wilt solo vio la luz en 1979 (Las tribulaciones de Wilt), 1984 (¡Ánimo Wilt!) y 2004 (Wilt no se aclara).

Sharpe murió en 2013, por lo que La herencia de Wilt cierra la saga. Lo hace sin abandonar ni un milímetro sus orígenes ni aportar nada nuevo, y sin la frescura de otras de las novelas de Sharpe, pero con solvencia. Se trata de una historia que crece poco a poco para culminar al final, a diferencia de otras en las que el lío morrocotudo aparece pronto y la gracia y la tensión se mantienen gracias a los equívocos que provocan que Wilt aparezca como culpable de todo.

En esta novela encontramos al Wilt de siempre, amargado en el trabajo y en su hogar, casado con la misma lunática y con las cuatrillizas creciditas y convertidas en psicópatas. Un fracasado carente de ilusiones y consciente de su fracaso vital. Sharpe se permite el lujo de ciertos anacronismos, como el uso del teléfono móvil, que nadie imaginaba 33 años atrás, años que no han pasado para Wilt, estancado en la indefinida edad del padre de unas adolescentes. A la familia Wilt unamos el típico aristócrata o pseudoaristócrata gruñón que desprecia a todos y a todos trata a patadas desde el pedestal de su superioridad económica, el sentido más o menos forzado del linaje, la existencia de personajes que se aprovechan de su dinero, repartamos entre ellos diversas filias sexuales y el estado de celo adecuado para dar juego, añadamos un chiflado que no llega a excéntrico y que se dedica a hacer impunemente locuras que le son consentidas porque aún no ha matado a nadie, y con todos esos ingredientes recurrentes en Sharpe la novela sale adelante con la excusa de que para pagar el colegio de las cuatrillizas la esposa de Wilt consigue a este un trabajo en verano: dar clases particulares a un zumbado que pretende entrar en la universidad, trabajo a desarrollar en la mansión en la que dicho ser vive junto a su madre –una más o menos promiscua lady de buen ver- y a su padrastro –el sir que odia a todo el mundo, especialmente a los más cercanos-; entre medio un tío de la lady, antiguo coronel -el viejo militar, otro tipo de personaje recurrente en Sharpe-, cojo y tan gruñón como el sir, amén del personal de cocina y algún otro que pasaba por allí. ¿La trama? El enredo preciso para que pase algo lo bastante gordo y liado, y los equívocos  y circunstancias que harán que Wilt, como siempre, pueda temer verse culpabilizado; aquí es donde se echa de menos la brillantez de Sharpe en otras novelas, porque en esta ocasión esto se consigue muy regularmente y, como he dicho antes, tan al final que no ha lugar a tensión alguna.

Trama liviana, enredo moderado, tensión creciente pero inexistente durante más de la mitad de la novela, y donde no alcanza el enredo tampoco lo hacen los personajes ni la amplia concesión al humor negro en que se sustenta el desenlace.

La discreta despedida de un grande del humor.






            Nota:

            Una anécdota personal. En 2011, cuando publiqué La terrible historia de los vibradores asesinos, aunque me decían que iba bien, sabía que no podía competir con las grandes editoriales, que tienen copada la distribución minorista. Mi novela tenía difícil llegar al público simplemente porque no estaba a la vista. Se había publicado solo en papel, no había pensado en hacerlo en ebook, y ni se me pasó por la cabeza verla en ningún ranking. Pero la vi. La primera vez fue cuando un amigo me dijo «¡Eh, que en FNAC estás por delante de Tom Sharpe!». Pensé que era un error, pero no. Ahí estaba, delante de Sharpe, delante de La herencia de Wilt. No di crédito, pero ahí estaba, y para mí es la imagen de un momento que muchos sueñan y casi nadie alcanza ni siquiera fugazmente, momento que tuvo luego continuidad en FNAC durante unos meses más y durante diez en la Librería Central (en este caso, entre los cinco más vendidos de todos los géneros), y ahora, ya en ebook, en estos últimos diez meses en los que en Amazon ha sido número 1 de humor en cinco países y top 5 en otros dos. Todo esto que vino luego lo asocio en el recuerdo a ese momento ya lejano, a ese «¡Estás por delante de Sharpe!» Sin embargo no sé donde metí la «foto», pero valga esta otra de aquellos días, donde Ajonio Trepileto estuvo segundo en FNAC-Humor en España, en papel, por delante incluso de Wilt, cuya herencia quedó detrás, pero cuya imagen siempre me trae estos recuerdos.



lunes, 15 de agosto de 2016

Reflexiones sobre literatura y humor



—Su sentido del humor, ¿hasta qué punto es debido a esa adolescencia tan torturada que tuvo, a la necesidad de superarla?
—No sabría qué decirle, porque yo no entiendo el humor. Sé lo que hace reír, pero nunca he entendido por qué se produce la risa, lo que hay detrás de la risa. Hay muchos misterios en la vida. Se puede saber si uno tiene humor antes de que abra la boca; lo mismo que la inteligencia, que se nota con mirar a los ojos a una persona. Odio los chistes, a la gente que se empeña en contarme chistes. No me hacen ninguna gracia ni creo que tengan nada que ver con el humor.
Tom Sharpe. Entrevista en El País, 1991.


lunes, 16 de mayo de 2016

Vicios ancestrales - Tom Sharpe



                No hace mucho leía a un escritor defender los chistes sobre personas aquejadas de enfermedades graves. Hubiera pasado por un bárbaro de no haber advertido, simultáneamente, que su primer hijo había muerto de cáncer siendo niño y que él, junto a otros en su misma situación, bromeaban sobre el asunto aunque solo fuera para encontrar una vía para abordarlo.

                Digo esto porque en Vicios ancestrales, publicada por primera vez hace alrededor de treinta años, buena parte de la acción gira en torno a la figura de Willy Coppett, a quien Sharpe siempre se refiere como «enano» o, en los ridículos eufemismos del protagonista, «persona de crecimiento restringido». Sharpe anticipaba ya la situación actual, en la que el humor se ha convertido en una actividad de alto riesgo cuando involucra a quien se siente víctima de algo, como si el humor no fuera, en numerosas ocasiones, un mecanismo de defensa o una forma de comunicación que amortigua diferencias, dudas y miedos. 

         Dicho esto, Vicios ancestrales contiene la esencia de Tom Sharpe: equívocos mayúsculos que desembocan en monumentales enredos y personajes que van desde el pringado al ricacho opulento, despótico y pseudoaristrócatra que aborrece a los más cercanos, el listo y el tonto, el educado y el grosero, el idealista y el utilitarista, el modernillo y el ultraconservador. Y, cómo no, frecuentes alusiones a lo que el sexo puede tener de escandaloso para una mente puritana. En cierta manera repetitivo, pero, a diferencia de otras de sus obras, con una calidad superior. Digamos que las «repetidas» son unas cuantas de sus obras posteriores.

                Lord Petrefact, un anciano cascarrabias y tullido, es la cabeza de una amplia familia que, desde la oscuridad social más absoluta, ha hecho fortuna empresarial allí donde ha ido. Ricos y poderosos, pero discretos. Una suerte de aristócratas sin otro título que el que ostenta Lord Petrefact. Pleno de deprecio hacia los suyos, decide darles un escarmiento encargando una corrosiva biografía familiar a un profesor universitario, Walden Yapp, un hombre criado de modo peculiar que ha devenido en idealista defensor de los derechos de los trabajadores y en víctima y defensor de todo prejucio anticapitalista y a favor de las clases menos pudientes. Animado por la posibilidad de ajustar las cuentas a tamaños exploradores como los Petrefact, Yapp se traslada a la pequeña localidad donde surgió el imperio industrial. Allí se aloja en la vivienda del matrimonio Coppett, formado por una mujer a la que Sharpe califica de «subnormal» (también otro término hoy peligroso) que está casada con un «enano» que en serlo encuentra grandes ventajas y numerosas humillaciones que a sus propios ojos no son tales. El interés del profesor por investigar, el del resto de la familia Petrefact por impedirlo, la ingenuidad de la casera y las circunstancias de su esposo conducen a un hecho que no voy a contar para no despanzurrar uno de los momentos culminantes de la historia, que a partir de ese momento cambia de rumbo al adoptar un objetivo distinto: el interés del libro deja de ser la suerte de la investigación del protagonista y pasa a ser, como en tantas ocasiones, saber si un inocente acabará siendo declarado culpable. Maravillosa la manera en que Sharpe consigue que todas las pruebas apunten al inocente. Al final, como ocurre en otras novelas de Sharpe, los protagonistas se ven tan atrapados en la madeja de problemas que han creado que el protagonismo se desplaza a personajes hasta entonces secundarios, pues no hay otros capaces de hacer algo con el embrollo.

                Como he dicho, una novela que refleja como pocas la escritura de Tom Sharpe. Pero también, y volviendo al principio, que se permite lujos humorísticos que hoy muchos no toleran.


sábado, 14 de febrero de 2015

Reflexiones sobre literatura y humor,



—¿Usted cree que el humor es diferente en cada país o que todo el mundo se ríe por lo mismo?
—Creo que hay un humor inglés, un humor alemán, que es por cierto básicamente anal. Y ustedes también tienen un humor especial. Me llamó la atención que cuando, grabando un programa en televisión, me dio un infarto, lo que de verdad les horrorizaba a los españoles era que yo bromeara sobre mi situación, sobre la posibilidad de morirme. Bromear sobre la propia muerte es bueno, aunque es una idea que me horroriza. Había un humorista muy popular en Inglaterra que entre otras bromas tenía en su repertorio una que consistía en hacer magia y que siempre le saliera mal. Era muy divertido. Un día, en el escenario, se agarró el corazón, se movió dos o tres veces y cayó al suelo. La gente aplaudió hasta darse cuenta de que había muerto de verdad. Es una buena muerte. Muy poca gente consigue aplausos después de muerto.
Tom Sharpe. Entrevista en El País. 1991


sábado, 24 de enero de 2015

Reflexiones sobre literatura y humor,



-¿Y escribir sin humor?
-Sí, lo realmente difícil es escribir con humor y hacer reír a la gente. La mayoría de los escritores escriben libros serios. Yo quise ser uno de ellos hasta los 41, cuando me encontré a mí mismo escribiendo Reunión tumultuosa.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Los Grope - Tom Sharpe



            De vez en cuando hay lecturas que se atragantan. Unas veces debido al libro, otras al lector. A veces confluyen las dos cosas, como en esta ocasión. El resultado es que esta novela, más bien corta, la comencé en mayo y la he terminado en diciembre. Casi nada.

            Si no me equivoco Los Grope es la última o penúltima obra de Sharpe (en 2009 apareció esta y La herencia de Wilt) y, desde luego, es también la última por calidad, hasta el punto de que uno duda de los motivos de su publicación.

            El argumento es bastante pobre y deslavazado. Comienza remontándose unos cientos de años, a la fundación de una dinastía matriarcal, los Grope, cuyo origen está en la más fea del lugar y en un vikingo invasor que decidió quedarse porque se mareaba en el barco, y prosigue narrando la evolución de la saga, lo cual anticipa un argumento que luego no se cumple, porque para contar lo que se acaba contando, el comienzo es irrelevante. La trama en sí poco tiene que ver con las primeras docenas de páginas, y gira en torno a las aventuras y desventuras de un matrimonio (él, aburrido empleado de banca, ella, histérica lectora de novelas rosa) y su amado hijito, el hermano de la esposa (turbio negociante) y la esposa de este (una Grope).

            Un buen cúmulo de insensateces inconexas conducen a cada uno por un sitio y a la Grope donde “debería”. Si lo mejor de Sharpe siempre ha sido el enredo, en este caso no llega a existir, solo hay, a lo sumo, confusión, y la solución dada a cada uno de los personajes es de una pobreza notable, además de haber prescindido de esas escenas que en otras novelas representan puntos álgidos. En resumen, comparada con otras del mismo autor Los Grope parece un querer y no poder. 

               Una mala despedida, me temo.





lunes, 12 de mayo de 2014

El temible Blott - Tom Sharpe



Un diputado inglés vive en el quinto pinto, en la mansión que durante cientos de años ha pertenecido a la familia de su esposa, una familia de fabricantes de cerveza. La esposa, a su vez, es una mujer de armas tomar. El matrimonio apenas se soporta, y cada uno está haciendo planes para librarse del otro sin perder el patrimonio que representa la susodicha mansión. Es así como el diputador, Sir Giles, consigue que cierta autopista pase por la propiedad, lo que obliga a la expropiación, que es la forma que ha elegido para burlar ciertas disposiciones testamentarias y echarse al bolsillo el precio de Handyman Hall, que así se llama el lugar; claro que hay trayectos alternativos, y para que su mujer no le arruine el plan él debe jugar a querer una cosa y fingir desear otra. Su esposa, en cambio, lo tiene claro: por Handyman Hall  no debe pasar más que el aire puro. En el proceso de ver quién se sale con la suya se ven envueltos el Lord que actúa como juez, el enviado del Ministerio de Medio ambiente (un tipo extraño pero a la vez lógico), todo el que pasa por allí y, por supuesto, Blott, un individuo de origen incierto que fue a parar allí en la Segunda Guerra Mundial (el libro es de mediados de los 70) y que allí sigue, como jardinero del matrimonio. Unamos a esto que Sir Giles le gusta el “sexo inglés” y que tiene en Londres una amante sumamente despistada, y tendremos todos los ingredientes para una nueva trama que se basa en la idea de ver quién se sale con la suya, para lo que cada uno recurre a las ideas más estrambóticas, que dan como resultado las trifulcas más tremendas.

El temible Blott está a la altura de otras novelas de Sharpe en lo que a enredo se refiere, aunque por debajo en tres aspectos: los recursos de que echan mano los protagonistas son más exagerados de lo habitual, lo que da un toque caricaturesco que mengua el realismo mínimo necesario; manteniendo un nivel humorístico elevado, faltan sin embargo las puntas de ingenio de otras ocasiones, y además los personajes, cada uno a su manera, consiguen ser lo bastante desagradables como para que el lector no tome partido por ninguno. Quizá el único que despierta ciertas simpatías sea el enviado del Ministerio, porque al hombre no le pasa nada bueno y acaba actuando movido por la desesperación, pero dado que su papel, siendo importante, no es central, no basta.

Lo mejor, como tantas otras veces, es la inmensa capacidad de Sharpe para liar las cosas. Merece la pena leer sus libros solo por ver cómo las situaciones se van enredando, cómo los equívocos y las decisiones se suceden provocando situaciones tan ingobernables como explosivas.

En esta ocasión, como ya he apuntado, algunas de esas ideas son demasiado traídas por los pelos (el zoológico, por ejemplo),  aunque a cambio las referencias al sexo, que en otras ocasiones son gratuitas, en esta están plenamente justificadas e integradas en la trama: lo que Lady Maud hace con el enviado del Ministerio es preciso para justificar luego la conducta de este; y, sobre todo, las perversiones que tanto gustan a Sir Giles sirven de excusa primero para dar cuenta de la situación de su matrimonio y, más adelante, para que su esposa pueda reaccionar como lo hace.

De trasfondo, una situación política donde impera el tráfico de influencias y, en ocasiones, el cohecho. Lo malo, respecto a esto, es que lo que Sharpe presenta como resultado de la forma de ser de los políticos, es mucho más suave y tiene muchos más mecanismos de control en la propia novela de lo que luego hemos llegado a ver mucho más de cerca en la realidad. En resumen, que lo que en la novela pretende pasar como un escándalo camuflado en la hipocresía y en las apariencias, en lugares y momentos  cercanos y en la realidad en lugar de en la ficción, campa a sus anchas sin apenas disimulo, así que uno no sabe qué tomarse con humor, si la novela o que la realidad haya dejado muy atrás los escándalos que Sharpe narra.



jueves, 3 de abril de 2014

El bastardo recalcitrante – Tom Sharpe



     Este fue el primer libro que leí de Tom Sharpe, y también uno de los favoritos de su autor. Rescato una vieja reseña de las catacumbas del ordenador, para decir que sobre todo la primera parte de la novela fue todo un descubrimiento. La estrafalaria situación del “bastardo” o su grotesca personalidad hacen gracia, pero mucha menos que la forma en que Sharpe trata desapasionadamente las cosas, en un tono que aflora lo que de ridículo tienen las preocupaciones e intereses humanos. Un ejemplo de ironía: cuando el “bastardo” empieza a trabajar en la asesoría fiscal heredada por su santa esposa, lo que para él, un alma cándida, es defraudar, para el asesor fiscal es “proteger la renta y el patrimonio”. Ese tipo de eufemismos están a la orden del día en todos los ámbitos, y ha ido creciendo en los últimos años de manera vertiginosa; sobre todo en el lenguaje político y económico, donde las mayores simplezas se expresan de forma rimbombante para que parezcan otra cosa; pero es preciso ver estos comportamientos desde esa óptica desapasionada para comprobar lo que de ridículos tienen y, por tanto, lo que de ridículo tiene el ser humano a la hora de justificar sus mezquindades. La forma en que las personas justificamos intereses egoístas, por ínfimos que sean, da para mucho en literatura, en psicología y en todos los ámbitos, pero, sobre todo, en el campo del humor. Y en esta obra Tom Sharpe alcanza numerosos momentos dignos de ser leídos.

     Al principio de la novela, la forma de mover a unos personajes insólitos por un mundo más o menos real, sin perder la ironía, sin que lo extravagante de los personajes eclipse la visión cómico-condescendiente del mundo, es muy meritoria. Es también lo mejor, porque conforme la novela avanza la extravagancia de los personajes se adueña de la situación, y la ironía es sustituida por lo grotesco, con lo que se reduce la crítica y la intencionalidad del texto. Aun así hay pasajes muy divertidos, como el de la visita al ginecólogo.


    El protagonista debe su apodo a la ignorancia en que vive acerca de quién es su padre (su madre murió en el parto). Vive con su abuelo, un tipo raro y, como luego he visto en muchas novelas de Sharpe, es un personaje muy preocupado por el sexo. También pulula alrededor un peculiar mayordomo del mismo corte que otros personajes de Sharpe en otras novelas. Lockhart, que así se llama el bastardo, es un alma cándida, que apenas sabe nada del mundo, pero se enfrenta a este, y directamente al matrimonio con una muchachita encantadora y no menos ingenua (no así su madre, suegra del bastardo). Pero que Lockhart sea cándido no significa que sea inocente: su moral y sus escrúpulos son, aproximadamente los de un animal.  Carece de ellos como también carece de mala o buena fe. Es puro instinto. Y a partir de aquí sus intentos por hacer valer lo que él cree sus derechos, incluso frente a los sufridos inspectores de Hacienda que acuden a comprobar a un contribuyente y no a luchar contra los elementos, le conducen a una espiral de locuras lógicas a sus ojos y desmesuradas a los del mundo, incluidos los del lector.


     Una novela que entretiene, engancha y divierte, pero que deja algo que desear por esa evolución de más a menos, de un humor de alta calidad basado en la burla de la realidad, a un humor más simple e inocente, basado en lo disparatado de las situaciones. En cualquier caso, una buena manera de iniciarse en Sharpe.

      Por cierto, uno de esos libros que presté y nunca más han vuelto.


lunes, 11 de noviembre de 2013

Lo peor de cada casa – Tom Sharpe



Lo peor de cada casa (1996) es una de las últimas novelas de Tom Sharpe, de lo cual se deriva la ventaja de la experiencia (está escrita con una maestría admirable, una complejidad notable y un nivel de detalle que merece ser tenido en cuenta) y el inconveniente de que parece deudora de algunas otras obras; el final, por ejemplo, recuerda a alguna escena de El bastardo recalcitrante. Incluso hay un guiño a Porterhouse, el colegio de Zafarrancho en Cambridge y Becas flacas.
Pero siendo una novela buena y divertida que merece la pena leer, tiene cierto desequilibrio: un comienzo un tanto extraño por lo confuso de algunas expresiones durante las primeras páginas, el grueso de la novela, que es un ejemplo de cómo enredar las cosas y de forjar una historia a base de historias cuyos personajes adquieren su personalidad en dos pinceladas, y un final que parece una consecuencia no deseada, porque con lo bien que iba el enredo, con la forma en que iba engordando la bola de nieve, es una pena que los libros deban terminar, y da la impresión que es lo que le ocurrió a Sharpe: que disfrutó formando el lío, pero que si dio un final es porque alguno tenía que dar, y el elegido no fue ni mejor ni peor que otros, aunque, creo, no está a la altura del resto de la novela.
Timothy Bright no es muy brillante, pese a su apellido, pero proviene de una familia donde todos, de una manera u otra, siempre consiguen hacer dinero. Él se siente predestinado a lo mismo, y cree haberlo conseguido trabajando como financiero en la City. Sin embargo no es un tipo demasiado competente, y pronto las cosas se le complican en el trabajo y también en la vida, cuando unos facinerosos lo implican, bajo amenazas, en una trama para acabar con un tío de Timothy que, a la sazón, es un juez duro de roer.
En cumplimiento del indeseado papel, Timothy aterriza en casa de un pariente que no quiere ni verlo. Y tal es así que Timothy acaba desapareciendo (no digo cómo) y apareciendo -ni siquiera él sabe cómo- en la apartada residencia de un comisario corrupto; y, más en concreto, en la cama, junto a la esposa del comisario, y como su madre lo trajo al mundo.
Al comisario, un tipo corrupto, politizado y en cierta forma meapilas, hay que echarle de comer aparte, pero no menos que a su esposa y a la tía de esta. La aparición de un caballero desnudo en la cama de la esposa tiene varias lecturas, según el personaje, y a eso juega Sharpe, porque la mayor parte de los malos entendidos derivan de las distintas interpretaciones de una misma realidad. Pero la “solución” que da el comisario acaba implicando a la señora Midden, que, como una maldición, “regenta” una casa de locos, una mansión grotesca en la que conviven decenas de parientes gracias a un viejo y delirante testamento. 
           Timothy, el comisario, su esposa y la parentela de esta, el personal de la comisaría, los Midden y su entorno... Todos son para pegarse un tiro. Lo peor de cada casa.  Y así se va liando la cosa hasta, de catástrofe en catástrofe, desembocar en el final que, en esta novela sí, tiene algo de punto culminante.
           El repertorio de personajes es muy amplio, lo que obliga a Sharpe a utilizar el detalle para definirlos con rapidez. Son muchas las historias que sin afectar a la trama se narran. Pero no es un demérito, sino al contrario, porque parte de la gracia está en averiguar la alineación planetaria precisa para que se dé cada uno de los muchos desaguisados que llegamos a conocer. Es más, donde la mayoría de los autores pierden pie forzando casualidades, Sharpe aprovecha para contarnos historias tan divertidas que a su fin todo está justificado y nada parece traído por los pelos. Dentro de los personajes, tienen un papel principal los típicos en Sharpe: los tipos pagados de sí mismos pero incompetentes, que ven en peligro su posición, los gruñones irascibles e intransigentes (además de racistas y chapados a la antigua) y, cómo no, los torpes e incapaces de prever las consecuencias de sus actos.
         Una novela, en resumen, tan de Sharpe como el mismo Sharpe, y que incluye una contundente critica a los efectos y métodos del thatcherismo.



Thomas Ridley Sharpe
1928-2013

lunes, 22 de julio de 2013

Wilt no se aclara – Tom Sharpe



Cuarta y penúltima novela de Wilt, un personaje al que la reciente muerte de Tom Sharpe hace echar ya de menos.
Y de esas cuatro novelas (me falta por leer la quinta, La herencia de Wilt) Wilt no se aclara quizá sea la que más me ha gustado, aunque Wilt es menos Wilt que nunca, porque se ve envuelto en una aventura disparatada, en un enredo magistral, pero en esta ocasión no es él quien lo provoca, sino que su actitud es pasiva, es más objeto que sujeto. También hay otra diferencia, más leve: los inevitables equívocos están provocados, a menudo, no por hechos más o menos forzados, sino por interpretaciones razonables de hechos normales.
Su esposa y las cuatrillizas, ya adolescentes, emprenden un viaje a Estados Unidos, a casa de unos tíos ricos, con la esperanza de que las niñas sean designadas herederas. El contacto que en el viaje tienen con un tipo que traslada droga hace que sobre ellas recaigan las sospechas de la DEA norteamericana, lo cual no es nada comparado con el alboroto que las irreverentes muchachuelas montan en los dominios de su ultraconservador pariente. Wilt, por su parte, ha conseguido escaquearse del viaje, y se dispone a pasar unos días de vacaciones a su aire, sin informar a su esposa, que lo supone preparando un curso. En concreto, Wilt quiere conocer la Inglaterra profunda, lo cual espera conseguir haciendo senderismo por lugares tan desconocidos que ni él llega a saber dónde está realmente. Y esa ignorancia es la fuente de todo un cúmulo de problemas, pues acaba viéndose envuelto en una venganza en la que aparecen implicados un “ministro en la sombra”, su esposa y el amante de esta. No voy a contar el desenlace, obviamente, pero sí digo que la maestría de Sharpe en el enredo brilla en cada página.
El humor viene de la mano, precisamente, de ese lío que el lector ve formarse, desde fuera, sin que los personajes, desde dentro, puedan hacer otra cosa que quedar atrapados en él. Hay algunas escenas exageradas (como la de los perros), que dan al conjunto cierto halo caricaturesco sin el cual seguramente la novela sería distinta, aunque no sé si mejor o peor. Y, por supuesto, una fuente de humor tradicional en Sharpe son los cáusticos cabreos de muchos de los personajes, así como el pragmatismo con que algunos de ellos afrontan las situaciones más complicadas. Señalo también, porque siempre me llama la atención, que Sharpe deja que las cosas sigan su curso, de forma que no sigue la “estructura comercial” de todas esas novelas que tienden a dejar el punto culminante de la acción para el final; con Sharpe el punto culminante puede darse en cualquier momento, aunque en Wilt no se aclara hay un componente de intriga (no de acción) que, este sí, solo se resuelve al final.

lunes, 29 de abril de 2013

Exhibición impúdica – Tom Sharpe



Es complicado hacer humor con temas como el racismo y la homofobia, y más todavía que el texto haya aguantado cuarenta años sin verse afectado por la evolución habida en estas materias, por lo “políticamente correcto”. Pero lo más sorprendente es que Sharpe, tras ser encarcelado y deportado por su posición contra el Apartheid, todavía tuviera ganas de hacer humor alrededor del tema.
La acción transcurre en Sudáfrica. El comandante al frente de la policía del lugar, a quien el lector ya conoce de Reunión tumultuosa (reseñado en este mismo blog), está acomplejado por su origen boer y es un rendido admirador de lo inglés. Por eso, al conocer a una dama que le parece el colmo de lo inglés y la culminación de la elegancia, se toma unos días libres para salir en pos de ella, pese a que el marido de la dama detesta a los africaners, en lo que no deja de ser otra forma de racismo.
El segundo del comandante aprovecha su ausencia para hacer méritos afirmando los principios del régimen. Y para ello planea dos operaciones: la primera, “curar” a medio cuerpo de policía de sus tentaciones hacia las mujeres negras; el objetivo es preservar el orden moral y a pureza de la raza; lo consigue gracias la opulenta y dominante psiquiatra que le echa los tejos. El tratamiento consiste en efectuar descargas eléctricas sobre los sufridos agentes mientras se les muestran fotografías de mujeres negras desnudas, con la esperanza de provocar una dolorosa asociación mental. La segunda operación con la que el caballero quiere prosperar profesionalmente es la desarticulación de cuanto elemento comunista (lo de terrorista, en su opinión, está implícito en el término) hay por la ciudad; para lo cual hace uso de sus agentes secretos, a los que anima a infiltrarse en grupos comunistas para impulsar atentados.
Y así, entre agentes secretos que se infiltran no saben dónde ni entre quién, policías medio electrocutados que devienen en homosexuales, avestruces explotando (sí, como suena) y las aventuras y desventuras del comandante en pos de una dama inglesa que si anda por aquellos andurriales no es precisamente por su abolengo, transcurre casi toda la novela, hasta que el comandante ve la luz y se ve obligado a echar tierra sobre todos los asuntos para que nadie meta las narices en su territorio, ni en su trabajo, ni en su cuestionable futuro profesional.
Como en otras novelas de Sharpe, el lío formado sobre la base de excentricidades y equívocos, crece y crece sin parar, hasta alcanzar dimensiones delirantes, aunque la idea de que el punto culminante del follón debe coincidir con el desenlace se desvanece a falta de bastante para el final. También como en otras novelas, distintos estamentos y organismos se distinguen por una idea fija, obsesiva, que los hace previsibles y tan fácil de engañar que su solemnidad queda reducida al ridículo.
La locura de los personajes (unos, profundamente incompetentes, otros, carne de manicomio) y su campechana brutalidad dan el tono de una novela que, precisamente por esa forma de presentar a los defensores del Apartheid, se convierte en un alegato a favor de la igualdad. Nadie en su sano juicio querría verse reflejado en ninguno de los sujetos que pululan por una historia en la que nadie, sino las víctimas, se salvan de ser presentados como una cuadrilla de locos.
Por último, cabe reseñar la constante y mordaz ironía, nada sutil, de los comentarios del autor en relación a la actitud de unos y otros.
Una novela muy divertida, pero antes de leer Exhibición impúdica es aconsejable, aunque no imprescindible, haber leído Reunión tumultuosa, para conocer los tejemanejes del comandante, de su teniente y de algún personaje más.


lunes, 7 de enero de 2013

Becas flacas - Tom Sharpe



     No hay que leer Becas Flacas sin haber leído Zafarrancho en Cambridge. En esta última conocemos el colegio de Porterhouse, en Cambrigde, y lo chapado a la antigua de sus responsables. Y también nos da el punto de partida de Becas flacas: la suerte del Rector, que pretendía modernizar Portherhouse.
     Becas flacas comienza cuando la esposa del Rector decide crear una cátedra con su nombre y poner al frente a alguien que pueda esclarecer qué ocurrió (cosa de la que el lector de Zafarrancho en Cambridge está completamente informado). La selección del candidato queda en manos de unos pintorescos abogados y de su secretaria, la cual acaba eligiendo a su primo, que mantiene grotescas teorías sobre la culpabilidad del criminal y, además, está locamente enamorado de una tal Madame Ma´Ndangas, que se gana la vida dando conferencias sobre técnicas masturbatorias e informando a quien quiera escucharla sobre cómo Idi Amín se papeó a su esposo.
     La cátedra viene de perlas a Porterhouse, porque no tiene un penique; y todavía les viene mejor otra cosa: la posibilidad de sangrar a una cadena de televisión por los destrozos causados en la capilla. Al frente de la cadena está un lunático estrafalario, pero no tan loco como para haber entrado en contacto con Porterhouse casualmente.
     El Decano, por su parte, anda buscando candidato al rectorado entre los antiguos alumnos acaudalados. Acaudalados económicamente, claro está, porque intelectualmente son dignos discípulos de Porterhouse. Skullion, el antiguo portero y actual Rector, está en silla de ruedas pero ha recuperado el habla, y el pintoresco General, con su mezcla de conservadurismo y amor al vicio, es otro de los apoyos que sirven para mezclar todo y construir una historia divertidísima.
     Es más: una historia magníficamente hilvanada, porque no es nada sencillo unir tantas cosas tan alejadas y disparatadas y hacerlas avanzar de forma fluida, sin desajustes, con el ritmo justo. Cierto es que para que la historia avance alguien, desde dentro, debe tomar la batuta. En esta ocasión el personaje elegido ha sido el Praelector, lo cual no lo transforma en protagonista. Toda una muestra de buen hacer en una de las cosas más complicadas a la hora de escribir una historia como esta: guardar las proporciones, que todo vaya en la misma dirección, que todo concuerde, que todo tenga su razón de ser.
     El humor, como es habitual en Sharpe surge de los malos entendidos, de lo ridículo de muchas personas y de sus comportamientos, de la opinión y prejuicios sobre los americanos, a quienes algunos personajes consideran poco menos que seres intelectualmente inferiores debido a la modernidad de sus costumbres, en la exageración a que conduce la inamovilidad de los principios y, sobre todo, en los irónicos comentarios que completan la información que Sharpe da sobre cada personaje. Habitual en Sharpe es también presentar una caterva de individuos con extravagancias muy diferentes, incluso opuestas entre sí, y cada uno, a su manera, un poco monomaníaco. Las referencias a Madame Ma´Ndangas, por ejemplo, son muy divertidas (más que el desenvolvimiento del personaje cuando aparece); la prostituta de baja estofa que contrata el General es también un secundario impagable, y así hay unos cuantos, además del Decano, que gana peso y personalidad. Solo chirría, creo yo, la loca estética de los miembros de la cadena de televisión y la locura delirante de sus responsables: demasiado irreal para encajar, y demasiado chocante en el ambiente casi medievalesco de Portherouse, porque hubiera sido chocante incluso en un ambiente normal.
     Un par de “peros”, para que no todo sean elogios. Hay algunos “trucos” que Sharpe repite aquí de otras novelas, como por ejemplo el de la administración de fármacos cuyo efecto secundario es trastornar la personalidad. No es que me parezca mal, pero parece una solución demasiado fácil (aunque aquí es más recurso humorístico que solución literaria). Y, el mayor “pero”, se lo doy al final de la novela: es un desenlace demasiado simple e inofensivo, como si Sharpe fuera consciente de que la chicha de la novela está en su desarrollo, y, una vez hecho lo difícil, se hubiera relajado.
     Y termino con una anécdota: uno de los “golpes” del libro ha hecho reír a carcajada limpia como no recuerdo haber reído nunca con un libro.



jueves, 30 de agosto de 2012

Las tribulaciones de Wilt –Tom Sharpe



Wilt, el célebre personaje de Sharpe, un profesor de algo parecido a "deformación profesional", se ha mudado a una casa con jardín, en un buen barrio, donde su santa esposa da rienda suelta a sus veleidades ecológicas. La buena mujer, además, ha alquilado unas habitaciones en el piso de arriba a una guapa alemana, que resulta ser una buscada terrorista, amén de una tentación para Wilt. El asedio a la casa para atraparla a ella y a sus compinches centra una novela donde Sharpe desarrolla su inaudita capacidad para formar un complejísimo caos (para diseñar el caos, casi se podría decir), mezclándolo con toda una suerte de personajes pintorescos cuya peculiaridad radica en su carácter: desde la vieja vecina hasta la excéntrica esposa de Wilt y sus amigas, pasando por las cuatrillizas o los miembros de la policía.

Ni que decir tiene, el más normal de todos, Wilt, es el que más disparates acaba cometiendo impelido por las circunstancias. Y siempre sin renunciar, por supuesto, a su pesimismo vital.

El ritmo es muy bueno, y la acción transcurre sin demoras ni apresuramientos, permitiendo una lectura rápida y sencilla. El autor cita a menudo el pasado de Wilt, lo que hace aconsejable, aunque no imprescindible, haber leído la primera novela de la serie. "Wilt". También recurre a algunos de los recursos de esta, como los estrafalarias materias que se imparten en el centro donde trabaja el protagonista.

En definitiva, humor de situación con numerosas pinceladas en las que el autor ironiza con numerosos temas social y políticamente relevantes, en el marco de un sistema educativo cuyo objetivo parece la alienación.


lunes, 9 de julio de 2012

Zafarrancho en Cambridge – Tom Sharpe




Comencé, en las primeras páginas, pensando que Sharpe se repite, y terminé convencido de estar ante una novela que, dentro de la línea del autor, es diferente a las otras que he leído.
Me pareció que se repetía porque Sharpe utiliza en abundancia personajes chapados a la antigua y, sobre todo, muy apegados a sus tradiciones. Tan conservadores que no dudan en opinar, y a veces actuar, como fundamentalistas.
Pero así como en otras novelas los equívocos se suceden formando una bola de nieve cada vez más grande cuyo estallido pone fin a la novela, en Zafarrancho en Cambridge la cosa es diferente: la trama viene dada por el enfrentamiento entre dos visiones opuestas de llevar el colegio Porterhouse: la del nuevo máster (un viejo político allí aparcado, que aspira a modernizar el colegio) frente a toda la tropa que vive anclada y acomodada en las viejas tradiciones, limitándose a vivir aislados del mundo, sintiéndose seguros al cobijo de las más rancias tradiciones.
En esta guerra hay personajes radicales, pero no el tipo de loco que abunda en otras novelas de Sharpe: cada uno, a su manera, es inteligente y se comporta con racionalidad. No hay ninguna bola de nieve, aunque sí equívocos y situaciones chocantes. La única escena realmente disparatada, la de los preservativos que ilustra la portada, no culmina nada, aconteciendo en la primera parte de la historia.
Por todo ello en esta ocasión el humor de Sharpe es más sutil que otras veces, más “inglés”, consigue divertir dejando que los personajes se retraten a sí mismos.  Y algunos de ellos, como Skullion, son para recordar pese a lo secos y poco activos que en apariencia resultan.
Con todo lo anterior dicho, lo más sorprendente es el final: sin dejar de tener su ironía, nada hace presagiar su dureza.


martes, 15 de mayo de 2012

Literatura de humor y libros de humor


Quienes de vez en cuando escribimos literatura de humor nos topamos con un problemilla desconocido para el resto de los mortales:  las clasificaciones de las librerías no distinguen entre literatura de humor y libros de humor. Y así, como cualquiera puede comprobar en Amazon, FNAC o donde se le antoje, ocurre que bajo el epígrafe “humor” Cervantes o Quevedo, u otros más recientes como Sharpe, Wodehouse o Mendoza, por citar autores consagrados, conviven con creaciones humorísticas que nada tienen que ver con la literatura, por más que estén impresas o puedan llegar a ser muy divertidas. Una mezcla comprensible por razones de exposición, pero que en nada beneficia al humor como género literario.


lunes, 16 de enero de 2012

Una dama en apuros - Tom Sharpe


Por suerte me queda mucho Sharpe por delante. Este es el quinto de sus libro que leo, y es algo diferente de los anteriores: si en otros (como los dos primeros de Wilt) lo rocambolesco surge de la incorrecta interpretación de situaciones “normales”, en Una dama en apuros el origen del lío radica en la escasa sensatez de sus dos protagonistas: el profesor Glodstone (un pobre majadero, fanático de las novelas de aventuras) y su alumno Peregrine (un hercúleo trozo de carne de buena familia, cuyo cerebro interpreta todo literalmente).

La afición de Glodstone por la lectura y su disposición a creer que todo lo que lee puede darse en la realidad, otorga a la novela cierta inspiración “quijotesca”. Don Quijote estaba loco y se creía caballero andante; Glodstone no lo está, pero tanto le emocionan las aventuras que está dispuesto a aceptar la que otro profesor con quien no se puede ni ver, le presenta de tapadillo con el fin de complicarle la existencia. Y algo de caballeresca tiene  también la historia, pues la cosa consiste en rescatar en Francia a una supuesta condesa que no mejora en mucho lo que Aldonza Lorenzo era respecto a Dulcinea.

Y hasta aquí, las similitudes. Cualquier otra comparación sería un elogio exagerado para Sharpe, por más que la novela sea, posiblemente, la mejor de las suyas que he leído hasta ahora: tan entretenida como todas, tan divertida como el resto, también con numerosos personajes gruñones por desquiciamiento, y con casi todos víctimas de una rareza u otra; pero, a diferencia de las anteriores, en ningún momento la novela se alarga demasiado en algún punto concreto: las cosas van sucediendo a su ritmo, sin prisa, pero sin pausa.

Lo que más me ha gustado, los golpes de ironía, y el humor basado en los tópicos y rivalidades sobre nacionalidades y, sobre todo, las conversaciones en tono gruñón o de protesta. No tanto las “locuras” de Peregrine. Y, como siempre, hay que destacar la maestría con que se atan los cabos, haciendo que todo converja para apuntalar los desastres.

Lo peor, a mi juicio, que el humor en esta novela es más inocentón, mucho menos “malintencionado” que, por ejemplo, en Una reunión tumultuosa, lo cual hace de la novela solo un divertimento, porque los dardos acerca de las relaciones internacionales encarnadas en alguno de los personajes no acaban de tener enjundia suficiente.


domingo, 31 de julio de 2011

Reunión tumultuosa – Tom Sharpe




Atreverse a hacer humor con el racismo es una decisión más que arriesgada. Saber hacerlo demostrando lo absurdo de la discriminación es un logro bastante más que notable. Sharpe lo consigue en esta magnífica obra situada en la Sudáfrica del apartheid. La sinrazón del racismo es el motor de la novela. El origen de la trama es la respetable dama blanca, heredera de varios calamitosos «héroes locales», que se carga a un criado negro (cosa al parecer poco reprobable) y, ante el horror de las autoridades blancas, no solo admite el crimen y se empeña en ser detenida, sino que además confiesa que el finado era su amante (lo cual era bastante más delicado).

            Temiendo el escándalo (por los amoríos, no por el crimen), el desastroso responsable policial, auxiliado por un ayudante que más bien parece su peor enemigo, organiza en torno a la propiedad de la mujer un ingenioso caos de tal magnitud que mediada la novela el lector cree que es imposible que el torbellino siga.

            Y lo es. De hecho a partir de ese momento la cosa se serena, la acción se traslada de lugar, y es entonces cuando se comprende que los amoríos son en realidad una excusa para formar la enorme bola de nieve, que es lo que de verdad puede estallar en las manos de unos protagonistas cuya misión, a partir de ese momento, es eludir las consecuencias de sus propios actos.

            Personajes medio locos, locos y medio, estrambóticos a más no poder, inteligentes unos,  con pocas luces otros, casualidades encadenadas, malos entendidos de consecuencias imprevisibles, y situaciones surrealistas y tan divertidas que lo cómico se impone a lo trágico, hasta resultar difícil explicar cómo uno se lo ha podido pasar tan bien con una historia donde racismo y violencia están presentes en cada página.

jueves, 19 de mayo de 2011

Wilt - Tom Sharpe


Lo confieso: con lo que me gusta el humor, era uno de mis eternos "pendientes". Lo tenía visto desde hace siglos, pero tenía la desconfianza que suelo tener hacia los best sellers; claro que si pasados tantos años Wilt sigue estando en las librerías es, lógicamente, porque merece la pena. El impulso final para leerlo me lo dio una buena amiga, y entre él y las ganas de pasarlo bien, me lo merendé en cuatro o cinco días.

La trama es de apariencia sencilla, pero muy trabajada: Wilt, un profesor mediocre de una escuela mediocre, fantasea con asesinar a su esposa y se ve, sin pensarlo y tras una situación humillante, en disposición de hacer un ensayo de asesinato usando una muñeca hinchable. El asunto es visto y confundido, tomado por asesinato consumado, y Wilt detenido. La forma en que avanza la historia es muy cinematográfica: dos historias que corren paralelas (la de quien es víctima del equívoco y la de quien puede deshacerlo) y que deben necesariamente cruzarse para producir el desenlace que haga justicia: la historia de Wilt, y la de su esposa, momentáneamente desaparecida en una aventura alocada.

Es ese modo de avanzar el que mantiene la tensión y provoca las ganas de leer. El humor es una forma de avanzar, pero no un motivo para hacerlo. Lo que desea el lector es saber qué va a pasar con el inocente injustamente acusado.

El único "pero" es que al final la parte de los interrogatorios se hace un pelín repetitiva, quizá un poco forzada. Y el final creo que no es el mejor de los posibles.

En contra de lo que he leído por ahí, no veo ni la gracia ni el mérito en las situaciones esperpénticas que se producen, sino en los ingeniosos diálogos que a partir de ahí surgen, en la lógica aplicada al disparate. Y en buena parte se consigue porque Wilt, que siempre es presentado como un tipo gris y anodino, tiene en realidad una ironía y un cinismo que revelan una inteligencia mayor de la que se le atribuye.