En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 15 de abril de 2013

Diario de un jubilado - Miguel Delibes



En octubre leí las primeras andanzas de Lorenzo, Diario de un cazador. En ese libro el protagonista, obsesionado por la caza, se iniciaba sin darse cuenta en el mundo afectivo y laboral. En noviembre leí el siguiente, Diario de un emigrante, donde se narraban sus peripecias para ganarse la vida. Entre ambas lecturas solo transcurrió un mes, como en la vida de Lorenzo solo habían transcurrido unos pocos meses, o a lo sumo unos pocos años entre una historia y otra. Cuatro meses después, en marzo, he leído la última novela de la serie, Diario de un jubilado; un intervalo que guarda cierta proporcionalidad con el anterior y con el lapso de tiempo en que se desenvuelve el personaje. No ha sido algo voluntario, ha salido así, pero me alegro, porque leer las tres historias una detrás de otra seguramente hace perder perspectiva, y haber tardado más hubiera provocado olvido.
Y es que primera impresión al leer la novela es que el tiempo pasa demasiado rápido. Que al mirar atrás los años parecen segundos, que la vida del personaje ha transcurrido, se le ha escapado, de la misma forma que se nos escapa a los lectores; antes de darnos cuenta dejamos de ser niños para ser gente hecha y derecha, y antes de que volvamos a darnos cuenta estaremos en la tumba. Esa sensación es bastante fuerte a lo largo de todo el libro, y la ratifica la “normal” desaparición de una serie de personajes que obliga a reflexionar sobre la forma tan “normal” en que han desaparecido tantas personas que se cruzaron en la vida del lector.
La segunda impresión relevante afecta a cómo evolucionan las personas. De las aspiraciones de los veinteañeros, de su confianza en sí mismos, a su comportamiento unas pocas décadas después, media un deprimente abismo. El común de los mortales se vuelve comodón, indolente, y sus aspiraciones más tienen que ver con evitar ciertos sinsabores (vinculados a menudo a los dolores de cabeza causados por los hijos) que con construir nada nuevo. Así ocurre que el Lorenzo que disfrutaba cazando como si le fuera la vida en ello, o el que estaba dispuesto a cruzar el océano en busca de la prosperidad, se ha convertido en un sesentón adicto a los culebrones y sin otro pensamiento en la vida que ganar algún que otro puñado de pesetejas sin esfuerzo. Es decir, se ha convertido en alguien que se recrea en su mediocridad, como le ocurre a casi todo el mundo. Nada muy diferente puede decirse de su esposa, que en este tercer libro tiene un papel menos relevante, hasta el punto de ser más una presencia que un personaje.
Delibes, sin embargo, es capaz de construir una historia entretenida pese a la falta de ambición de Lorenzo. Le basta con concederle dos pequeños caprichos. El primero, sacarse un dinerillo fácil, como acompañante de un viejo poeta que vive con sus hermanas, y que tiene problemas de movilidad. El poeta es una pieza esencial en esta novela. Por una parte, sirve para que Lorenzo muestre sus valores y, al mismo tiempo, su orgullo; y también sus prejuicios y cómo estos ceden ante el interés, porque poco a poco Lorenzo va comprendiendo que el poeta es homosexual, y que no le hace demasiados ascos a los mozalbetes más jóvenes, pero pese a su desdeñosa opinión sobre los homosexuales, aguanta imperturbable mientras el dinero siga cayendo. El poeta sirve a también Delibes para dejar sitio en la novela a una burla de tantos y tantos escritores que viven pendientes de sí mismos, víctimas de su vanidad, tan ansiosos por aceptar cumplidos como furiosos ante la crítica. Aunque lo mismo que es un escritor, podría ser cualquier fulanillo con ínfulas dedicado a cualquier cosa. La mediocridad genuina de Lorenzo va así de la mano con la mediocridad de la mayoría de los que se creen por encima del resto, haciendo confluir el destino y caracteres de quienes a lo largo de su vida se creyeron en mundos diferentes.
El segundo capricho al que me refería es que Lorenzo, confortablemente instalado en la vida y sin otra aspiración que acumular unas pesetillas mientras come unas lentejas ya aseguradas, acaba por echar una cana al aire, lo cual tiene unas consecuencias que el buen hombre no acertaba a imaginar.
Entre medio, numerosos episodios aislados muestran los cambios producidos en España en la segunda mitad del siglo XX. Cambios que no necesariamente son positivos. Así vemos como los avances tecnológicos han tenido consecuencias deprimentes: el televisor ha embrutecido y aislado a las personas, que antes se veían y conversaban entre ellas; el amor al dinero fácil ha situado al matrimonio al borde de la ludopatía, porque el juego se ha transformado en un entretenimiento exaltado. Incluso el concepto de bienestar ha cambiado, y quien de joven necesitaba del monte abierto para sentirse vivo ahora vincula el bienestar a la posesión de un pequeño terrenito donde construir lo que más es chabola que chalet. También ha desaparecido el entorno rural, y de esta forma Diario de un jubilado pierde buena parte del rico vocabulario que Delibes usó en los otros dos Diarios.
Y así, entre el viejo poeta vanidoso y homosexual y el entorno de una pelandusca, la historia va saliendo poco a poco adelante, de forma muy amena, hasta un final que solo lo es porque Delibes no siguió. Una pena. Hubiera sido interesantísimo conocer los avatares de un Lorenzo octogenario. A cambio, Delibes nos dejó la libertad de imaginar como queramos la última fase de la vida de un personaje que, de puro mediocre, es imprescindible.


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