En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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jueves, 24 de noviembre de 2022

Un marido de ida y vuelta - Enrique Jardiel Poncela

 

«Lo que le ocurrió a Pepe después de muerto» era el título original de esta obra de teatro, pero la prudencia aconsejó cambiarlo porque su estreno en Madrid se produjo en el otoño de 1939, con muchos muertos recientes y muchos otros que seguían muriendo en las ejecuciones que siguieron a la Guerra Civil, muertos, unos y otros, a los que les ocurrían muchas cosas y ninguna buena: desde la ignominia programada hasta la desaparición de sus restos. 

Un marido de ida y vuelta se cuenta entre las obras de Jardiel que él mismo calificó como «sin corazón» y que encumbró –modestia aparte- como perfectas por haber seguido exclusivamente el dictado de su apetencia al estar ya consagrado y no tener que hacer méritos ante el público dándole lo que el público estaba acostumbrado a recibir del teatro español de la época.

          La obra cuenta la historia de Pepe, que, vaya por Dios, se muere mientras preparan una fiesta de disfraces y, por eso, se muere vestido de torero. La consecuencia es que con tan distinguido atuendo se ve obligado a deambular por ahí su fantasma.

          Pero Pepe, en vida, había pedido a su amigo Paco que, en el caso de que Pepe dejara viuda a Leticia, Paco no se casara con ella. 

          Con la idiosincrasia propia de los personajes femeninos de Jardiel, ¿qué quiso hacer Leticia en cuanto quedó viuda y se enteró de esa petición? Pues casarse con Paco, porque nada hay tan atractivo como lo prohibido.

          Las cosas no son fáciles, sin embargo. Primero, porque Leticia a quien quería era a Pepe y si lo sustituye por Paco es por haber tenido Pepe el mal gusto de haberse muerto. Y, segundo, porque Pepe, devenido en fantasma, sigue enamorado de Leticia. ¿Y el pobre Paco? Lo sabrá quien lea (o, mejor, vea, la obra).

          La profusión de situaciones equívocas, absurdas, disparatas y el uso de hilos argumentales que juegan con el doble sentido de las palabras da a la obra una agilidad tremenda y un interés sostenido. Además, Jardiel logra suscitar una permanente expectación, porque cuando los fantasmas aparecen en escena las reglas de la lógica quedan abolidas y el público ya no sabe qué puede esperar a cada frase.

          Una obra divertida, brillante, con la que si el espectador quiere puede reflexionar sobre el concepto de lealtad, que, para Jardiel, a menudo parece mucho más importante que el amor, sentimiento este último al que sometió a no pocas chanzas y sátiras.


jueves, 3 de noviembre de 2022

¡Espérame en Siberia, vida mía! – Enrique Jardiel Poncela

 



La mejor manera de suicidarte (sobre todo si te has suicidado mal un montón de veces) es contratar un sicario para que te apiole. Pero sin pagar por adelantado, claro, que luego la gente es muy informal y ni te mata ni nada. Incluso puede haber desaprensivos capaces de primero sacarte los cuartos y luego dejarte vivo. ¿Solución? Contratas el sicario, arreglas lo del pago en las disposiciones testamentarias, y todos tan contentos.

Salvo, claro, que luego no te apetezca morirte. Por ejemplo, porque no te duele nada o porque una vedette se ha enamorado de ti. En estas condiciones, para despistar al sicario lo mejor es escapar como un conejo y citarte en Siberia con la interfecta, ¿a que sí? Porque, seamos realistas: Siberia no es un sitio muy frecuentado ni por sicarios ni por no sicarios. Es un lugar, por tanto, seguro e íntimo. Que sea algo fresquito, ¿qué más le da a una pareja protegida por el calor del amor y sus calentones?

Sobre tamaño disparate construye Enrique Jardiel Poncela una divertidísima novela, desde la primera a la última página, reeditada hace poco por Blackie Books

La obra evoluciona de novela de situación a novela de acción, pero es también en todo momento una parodia, porque, amén de mil cosas más, que el amenazado sea víctima de su propia amenaza no deja de ser algo grotesco, una provocación hacia las novelas de aventuras.

Pero lo que más me ha llamado la atención de esta obra ha sido lo mismo que en las otras tres grandes novelas de Jardiel: la completa libertad que transmite su modo de escribir. No es solo que la novela sea divertida, es que se lo tuvo que pasar en grande escribiéndola. Los recursos al absurdo, a la hipérbole, los juegos de palabras, los sobreentendidos o el juego con los tópicos son casi elementos tangenciales comparados con la sensación de libertad que producen sus idas y venidas, comentarios intercalados, dibujos, observaciones  fundadas en su apetencia o su capricho y tantas otras cosas. Digamos que se concedió licencia para hacer el gamberro impunemente y la aprovechó.

Seguramente es así como salen las mejores historias.

¡Espérame en Siberia, vida mía! es un ejemplo de libertad creativa, humor e inteligencia. Una gozada para cualquier lector.


martes, 20 de septiembre de 2022

Angelina o el honor de un brigadier (un drama en 1880) – Enrique Jardiel Poncela

 



Esta obra forma parte de un volumen publicado por Austral que incluye también otra obra, Un marido de ida y vuelta, ambas caracterizadas, como se avisa en la introducción, por figurar entre las mejores obras del autor, quien las consideró entre sus «obras sin corazón» y afirmó haberlas escrito sin someterse a los dictados del público, al poderse beneficiar ya de un estatus que le permitía escribir como le diera la gana. Y Jardiel, que fue muchas cosas, pero no modesto, no dudó en regalar los mejores elogios a ambas obras.

Escrita en verso octosílabo, que produce sensación de agilidad y gracia, Angelina o el honor de un brigadier puede ser considerada como una parodia de la figura de don Juan. Y, como tal, no deja en muy buen lugar a casi nadie, y menos a don Juan, un tipo que en defensa de su honor no atina ni a matar ni a suicidarse.  

El argumento es conocido: Angelina es la voluble hija del brigadier don Marcial. Se va a casar con el anodino y empalagoso Roberto, pero Germán –de deporte, cazador de damas- se prenda de ella y ambos se dan a la fuga, tras lo que se sabe que Germán, antes, también había seducido a la madre de Angelina y esposa de don Marcial, el cual, como puede suponerse, cuando se descubre el pastel queda tan contento como cualquiera en su lugar.

Los juegos de palabras afilados por la rima, los equívocos, la frivolidad de unos y el papanatismo de otros , transforman desde el comienzo el drama en comedia, hasta el punto de que no habrá espectador que no mantenga una sonrisa incluso en los momentos más luctuosos. Al mismo tiempo, los sentimientos excelsos propios del romanticismo y de los finales felices del teatro que combatió Jardiel, como el amor, quedan reducidos casi a la condición de capricho. Algo similar pasa con el honor, bastante flexible pese al momento en que se sitúa la obra (1880). Ahora bien, salir del enredo por cauces «normales» sin que el humor desembocara en un desenlace humorísticamente fallido que dejara mal sabor de boca, podía ser tan complicado que Jardiel buscó y encontró una «fantasmal» solución final con ambos pies fuera de la realidad, pero ingeniosa y efectiva.

Una obra para leer despacio y habiendo digerido bien la introducción, porque el teatro más que leerlo hay que imaginarlo o, mejor aún, verlo en una sala.




lunes, 26 de julio de 2021

La tournée de Dios - Enrique Jardiel Poncela



         Que Dios venga hoy de visita a la tierra no es precisamente un tema original, pero sí audaz, porque el argumento abre posibilidades tan amplias y crea tan altas expectativas que acabar firmando una birria de novela es el resultado más probable. Sin embargo, Enrique Jardiel Poncela salió airoso en esta novela escrita en 1932, donde refleja muchos de los males que pocos años después se convirtieron en heridas que no acaban de cicatrizar. La habilidad de Jardiel reside en una mezcla de «realismo imaginado» y absurdo humorístico, y en la atribución al Dios cristiano (que al fin y al cabo «nos hizo a su imagen y semejanza») de la muy humana costumbre de ver a los seres distintos a él mismo como nosotros vemos al resto de especies.

        La novela comienza con la típica historia de amor jardeliana, con personajes también jardelianos: un escritor vanidoso y una guapa actriz de teatro; en un momento en que los roles tradicionales estaban cambiando, la tensión hombre-mujer facilita al autor el uso, entre otros recursos, de todos los tópicos humorísticos que las situaciones cambiantes provocan. Muchos de esos tópicos, referidos a la mujer, que entonces hacían gracia hoy son políticamente incorrectos, lo cual, por desgracia, hará que algún que otro guardián de las esencias considere obligado en pleno siglo XXI boicotear al Jardiel de hace casi cien años porque los lectores somos demasiado tontos, impresionables e influenciables como para distinguir entre los valores actuales y los pasados. Vamos, que hay que quien opina que si leemos una novela sobre cavernícolas lo siguiente que hacemos es irnos a vivir a una cueva y comer carne cruda. Jardiel incluye también otro tipo de ambiente que él conocía bien, el periodístico, a través de la figura del homosexual que dirige el periódico La Razón, lo cual no dejaba de ser otro gran atrevimiento.

        Continúa la novela con el anuncio de la llegada de Dios a España y los planes para su recibimiento. De algún modo son un precedente de Bienvenido Mr. Marshall, porque nadie sabe a qué viene Dios, pero todos creen tener algo que ganar (o que salvar) y cualquiera que se cree algo se ve en la tesitura de tener que demostrarlo. Las vanidades y sus encontronazos dan mucho juego, aunque aquí la vanidad de todos está condicionada por el miedo. A fin de cuentas, Dios es Dios y antes de presentarse ha demostrado serlo, de modo que si eres alguien debes saber hacerle la pelota para que nada cambie. También está muy bien llevado el temor de todos a «la verdad», un temor nada inocente en 1932, una apuesta arriesgada del autor en una sociedad donde la Iglesia tenía un poder inmenso que veía amenazado por el incipiente desarrollo de las teorías sociales surgidas en la segunda mitad del siglo XIX y donde las oligarquías dominantes se resistían a ceder poder y protagonismo a la burguesía surgida al calor de una industrialización incipiente. Estas dos posturas, a favor y en contra del cambio, son representadas en la novela por los «negros» y los «blancos»: los primeros, que niegan la existencia de Dios, deben tragarse sus tesis ante la evidencia de la visita de Dios, pero a cambio especulan con la esperanza de que el fondo de su ideología, la igualdad, no difiere en lo sustancial de «amaos los unos a los otros»; y los «blancos», por su parte, influenciados y apadrinados por las oligarquías y la Iglesia y con problemas de conciencia por cómo se aprovechan de la religión en la lucha por el poder, tienen los pelos de punta ante el temor de que Dios, en su visita, les enmiende la plana.

        En esta parte y la siguiente (donde ya Dios desarrolla su tournée) primero juega un papel importante el humor negro; después, el humor surge del modo en que las expectativas de unos y otros se deshinchan y la vanidad les hace sentir despecho hacia Dios. Partiendo de la fatalidad jardeliana de que cada uno es como es y es lo que es (en general, un bípedo obtuso), el ser humano, por más religioso que diga ser, sigue siendo antropocéntrico, por no decir infantilmente egoísta, mientras que Dios, ¿qué va a ser si no?, es teocéntrico. La gente no quiere estar con Dios, sino que Dios esté con él. Y Dios, lógicamente, quiere lo contrario. Esta parte culmina con unos muy inteligentes alegatos divinos que ponen de manifiesto las paradojas y contradicciones de las religiones, en especial de la religión cristiana y sus tradiciones, lo cual fue sin duda otra osadía.

        El final es más inteligente que sorprendente, y en él la historia de amor inicial se mezcla con la tournée de Dios y ambas se cierran.

        La novela es representativa de su autor: constantemente se pierde en pequeñas divagaciones de finalidad puramente humorística, como pequeños cohetes o chispazos, que producen la impresión de que se dispersa, aunque en realidad forman parte esencial de su estilo; con frecuencia mezcla lo solemne y lo trivial para generar efectos divertidos a través del contraste (por ejemplo, escenas de este tipo: Fulanito y Menganita, juntos al anochecer en una solitaria, húmeda y neblinosa callejuela, con los ojos arrasados en lágrimas, se juraron amor eterno delante de un letrero donde se leía: «Carnicería Pérez. Las salchichas más gordas de todo Madrid»); y también se agradece la ocurrencia, típica de Jardiel, de ilustrar la novela con dibujitos y distintos tipos de grafías que provocan fuertes efectos humorísticos y que, además, acercan al narrador al lector al tiempo que tienden, intencionadamente, a revalorizar la originalidad del texto con la excusa de «desvalorizarlo».

        Una novela divertida e interesante, que pese a su extensión se lee rápido y que fue publicada en Blackie Books en 2019. 


miércoles, 18 de marzo de 2020

La mujer como elemento indispensable para la respiración – Enrique Jardiel Poncela



              
              Refrito de cuentos cortos, conferencias, intervenciones radiofónicas y máximas, todo amontonado sin otro criterio que su común alusión (salvo alguna excepción) a las relaciones entre hombres y mujeres.

              Y si batiburrillo es el contenido, también su calidad es dispar. Dentro del frenético y divertido tono, casi siempre de arenga, es permanente el sentido del humor vinculado unas veces a lo absurdo (aprovechando juegos de palabras) y otras a la explotación de tópicos. Lo que son esporádicos son los grandes chispazos de ingenio, pues cabe suponer que muchas de estas «obras» fueron improvisadas para atender las obligaciones de Jardiel, de modo que, dentro del elevado tono humorístico, son escasos e irregulares los momentos verdaderamente brillantes.

              La mayoría de los escritos datan de los años 20 del siglo XX. Es conveniente advertirlo porque desde la mirada actual muchas de las chanzas sobre la mujer no harían de Jardiel más que leña para la hoguera. Sin embargo, situado en su contexto es posible advertir que si estas obras, escritos y discursos tuvieron entonces tanta gracia y éxito de público no se debió al masoquismo de la mitad de la población y a la irresponsabilidad de la otra mitad sino a que supo explotar un cambio social entonces aún tímido, pero ya visible. Y es que los cambios son territorio para un humor… que queda rápidamente desfasado tan pronto como el cambio se consuma y consolida y deja de sorprender a nadie.

              A pesar de lo cual, sí se pueden disfrutar interesantes pinceladas que se adentran en algo aún más permanente que el tópico, como es la idiosincrasia de cada sexo.


martes, 26 de junio de 2018

Las infamias de un vizconde y otros cuentos de Buen Humor – Enrique Jardiel Poncela



                
                Enrique Jardiel Poncela fue un genio del humor. Una de las razones es que escribió lo que le dio la gana y como le dio la gana, por extravagante o caprichoso que fuera, con lo que leerlo no solo te enfrenta a un ejercicio de humor, sino también de libertad.

                Lo mejor que se puede decir de esta recopilación de relatos es que merece la pena leerla. Hay muchas historias, casi todas muy breves, de tres o cuatro páginas, y unas cuantas solo algo más largas. Casi todas aparecieron en la revista Buen Humor en los años veinte del pasado siglo, cuando Jardiel era todavía un jovenzuelo con una trayectoria ya más que apreciable en el teatro, pero antes de dar a la luz sus principales novelas y sus mejores obras teatrales. El desparpajo, la osadía y el atrevimiento se ven en cada línea.

                Demasiadas historias para hablar de ninguna en concreto, pero sí para apuntar algunos elementos comunes a casi todas. El primero, que pronto se advierte que se trata de colaboraciones rápidas, frecuentemente apremiadas por el tiempo o el bolsillo, lo que hace que algunas de ellas –pocas- parezcan hechas para salir del paso, algo improvisadas. El segundo, en parte consecuencia del anterior, que Jardiel hace sonreír más con cómo nos cuenta las cosas que con el argumento en sí (que no se improvisa tan fácilmente), lo cual es especialmente visible en los finales, que rara vez son un colofón ingenioso, aunque hay uno que me ha hecho soltar carcajadas. Prima la forma, el absurdo aprovechando en gran medida los juegos de palabras, sobre el fondo. Por último, todas comparten cierto tono grandilocuente que refuerza el efecto cómico, en el que el autor nos habla desde la posición de superioridad de quien no solo conoce lo que va a contar sino que además pretende ilustrarnos a su manera y desde su peculiar modo de juzgar del mundo. En definitiva, una obra doblemente interesante: por su contenido y por lo que aporta para ver en perspectiva los primeros pasos de un autor magnífico.

                 

jueves, 9 de enero de 2014

Como mejor están las rubias es con patatas – Enrique Jardiel Poncela



                La buena de Albertina vive con su segundo marido, Bernardo, un pánfilo que se dedica a pintar “flores, frutas y pájaros”. Pero he aquí que una noticia viene a perturbar la paz: el primer marido, Ulises Marabú, célebre antropólogo que se dio por muerto en África quince años atrás, ha sido encontrado con vida y se disponen a traerlo de vuelta a España.
En consecuencia, el matrimonio de Albertina y Bernardo no es válido, y tan patitiesos quedan ambos que la servidumbre se dedica a cobrar entrada para que la gente pueda verlos pasmados. Este recurso permite al autor, además de aumentar al límite lo grotesco, dar cabida en la historia a un número de personajes elevado. Quizá demasiado.
La tragedia aumenta cuando don Ulises Marabú es traído en una jaula: tras quince años por esos mundos se ha vuelto antropófago. De ahí que el eminente profesor considere que como mejor están las rubias es con patatas; y que en la jaula donde sigue recluido para evitar que se papee a alguien, se dedique a hacer recetarios  del tipo “cazador en salsa”, “cómo se rehoga un ingeniero agrónomo” o “para conseguir que esté blando un fiscal”.
Este es el planteamiento. Del desenlace poco puede decirse sin destripar las cosas, aunque la obra es lo bastante conocida como para que la mayoría lo sepa ya. Solo diré que, a mi juicio, es lo peor, por ser demasiado abrupto.
El final pretende sorprender, pero hasta él Como mejor están las rubias es con patatas es una obra sin otra aspiración que divertir, y lo consigue a través de diálogos y situaciones fluidas donde lo panoli se alterna con lo caricaturesco. No obstante, el humor es algo irregular, y claramente por debajo de lo mejor de Jardiel. Al hilo de la antropofagia se juega con el doble sentido de algunas palabras, produciendo un efecto cómico inocentón, sin carga crítica. Por fortuna, hay destellos de ingenio que llegan a ser brillantes, en especial un breve fragmento del último acto que no desmerecería en ninguna antología de humor negro.
                En resumen, una obra de teatro lo bastante divertida e inofensiva, tan poco ligada a su tiempo (salvo por la caricaturesca visión de África) como para que su humor perdure, tan  autosuficiente como para que pudiera ser hoy representada sin alterar una coma. Sin embargo, como he dicho, no destaca dentro de la obra de Jardiel. Estando escrita en 1947 (murió en 1951), da la sensación de que se deja llevar por toda la obra que le antecede, sin aspirar a mejorar nada.



lunes, 10 de junio de 2013

Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? – Enrique Jardiel Poncela



Magnífica novela de humor, en la que se nota que el autor se lo pasó en grande escribiéndola (entre otras cosas porque escribió lo que le dio la gana y como le dio la gana) y en la que el lector no se lo pasa peor. Un humor, además, que sin darnos cuenta nos hace pensar, ya que se basa con frecuencia en la descarnada denuncia de comportamientos generalizados aunque poco presentables en sociedad, fundados unos en la incompetencia, otros en la estupidez, muchos en el egoísmo y el resto en el instinto. Junto a eso coqueteos con el absurdo, exageración a raudales, comparaciones cómicas de gran fuerza, y un constante juego con el lector, amén de la forma en que Jardiel se ríe de sí mismo y de las críticas lanzadas a diestro y siniestro en forma de breves y contundentes puyas.
                Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? es una novela basada en el mito de don Juan. Pero Jardiel lo hace a su manera. Para empezar don Juan se llama don Pedro, y ya desde la primera página es un consumado burlador. De hecho, el buen hombre lleva una contabilidad de conquistas, junto a un archivo donde detalla las características y táctica de seducción empleada, lo cual ofrece el caricaturesco dato de más de 37.000 “éxitos” (os voy a ahorrar el cálculo: en los aproximadamente 20 años de “trabajo” de don Pedro, la media sale a unas cinco conquistas diarias. Todo un atleta, el caballero). De hecho, don Pedro es en todo una caricatura del don Juan. Pero la novela alterna las reflexiones del autor con la acción, y dentro de esta se narran hechos relevantes y anecdóticos dando a todos ellos la misma importancia. También es muy graciosa la forma de exposición, que en ocasiones tiene más de análisis que de narración, como cuando se enumeran, por ejemplo, las razones por las que don Juan es un idiota.
                Lo que en la divertidísima Amor se escribe sin hache es punto final (la idea, poco original, de que nada desmotiva tanto como alcanzar el éxito), en Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? es el punto de partida hacia un final completamente opuesto: qué ocurre cuando la ambición no se ve satisfecha. ¿Y qué ambición puede verse insatisfecha en don Juan? La de amar. Porque don Juan, el don Juan clásico, no ambiciona amar, sino jugar con el amor, jugar a ser amado; de ahí que don Pedro, presentado como su legítimo sucesor, lleve esa contabilidad. Pero... ¿qué le ocurrirá a don Juan/don Pedro el día en que ame?
                No anticipo demasiado si digo algo evidente: que la pericia profesional a menudo guarda una relación inversa con el interés personal en un asunto. De la misma manera que el mejor cirujano suda tinta si quien está tripa arriba en la mesa del quirófano es su esposa, las artes de don Juan pierden eficacia cuando en lugar de dirigirse a una “víctima” se dirigen a una persona en verdad amada.
                Para más escarnio del pobre don Pedro/ don Juan, cuando cae víctima del amor, en quien acaba fijándose es en su alter ego femenino: Vivola, que cuenta en su haber con bastantes más de 37.000 conquistas.
                En cuanto a la estructura, los hechos alternan con las soflamas y las reflexiones, lo principal con lo anecdótico, los dibujitos típicos de Jardiel aparecen allí donde le parece bien... Nada parecido a lo que se está acostumbrado y, sin embargo, se lee muy bien, porque tiene el desorden de las conversaciones, y esta novela es una larga conversación entre autor y lector.
              Llama la atención, por último, el tratamiento que durante buena parte de la novela se da a las mujeres no solo por parte del protagonista, que de alguna manera es lógico en un don Juan, sino también por parte del autor, lo que he la granjeado fama de misógino. Pese a que todo gira en torno a ellas, no salen precisamente bien paradas. Pero digamos también que la novela fue escrita en 1930, y, por tanto, es complicado saber qué parte de la visión de las mujeres se debe a la relación del autor con ellas, y qué parte es la parodia de las críticas que muchos debían hacer desde la mentalidad del siglo XIX (en la que se habían educado los adultos de 1930) ante una situación de cambio en los roles sociales que resultaba, para muchos, incluso estrafalaria.

jueves, 30 de mayo de 2013

Reflexiones sobre literatura y humor, 16



"A los inteligentes no debe ocultárseles la verdad, de la misma manera que a los Santos nadie les ocultó el vicio. Por el contrario, hay que descubrir la verdad; cogerla de improviso; mirarla cara a cara sin pestañear, de igual modo que miramos la factura del gas a primeros de mes. Y cuando podamos contemplar, libres de estremecimientos, aquel semblante repulsivo, entonces... ¡a reír! ¡A reír hasta hartarse!

¿Tomar las cosas en serio? Los burros y los hombres formales esos si toman las cosas en serio.

Pero es que un hombre formal sólo se diferencia de un vagón de burros en que hace menos bulto y en que va al café a discutir de política."


Enrique Jardiel Poncela. Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?



jueves, 14 de febrero de 2013

Los ladrones somos gente honrada – Enrique Jardiel Poncela



             Lo mejor de esta obra de teatro en la edición que he leído es la introducción del autor, contando cómo fue escrita; y, en especial, su versión de las aventuras que le tocó vivir en la Guerra Civil. Es una introducción curiosa, en la que Jardiel Poncela alardea del éxito que en su día tuvo la pieza hasta el punto de informar del dinero que ganó. Por una parte resulta divertida, aunque por otra repele la inmodestia. Esto, respecto a la introducción. La obra en sí es otra cosa, aunque ya se sabe que el teatro leído no tiene nada que ver con lo que se ve desde el patio de butacas.
            La obra comienza cuando una pandilla de ladrones se dispone a dar un golpe. Justo en el momento clave aparece la hija de las víctimas, y el jefe de la banda queda prendado. La operación se suspende, y la pareja pronto se casa.
            Pero el problema de este matrimonio es doble: por una parte, él ha ocultado su pasado delictivo; por otra, sus compinches se quieren vengar por aquel golpe fallido y por haberlos dejado después en la estacada, y se aprestan a robar en la casa del que fue su compañero, que mantiene a uno de la banda como hombre de confianza (“El pelirrojo”, nombre debido a que fue Fernando Fernán Gómez quien interpretó por primera vez al personaje). Sin embargo todo se complica, porque los personajes proliferan como champiñones en un escenario complicado de imaginar, con demasiadas puertas y recovecos, y todos tienen algo que ocultar.
            No hace falta decir mucho más: es una obra de enredo más que de absurdo, que la abundancia de personajes hace complicada de leer (qué remedio queda, sino leerla, cuando no se puede ver ya en ningún sitio), con un humor para mi gusto demasiado inocente, hecha para entretener más que para criticar o desahogarse.
            La satisfacción del autor con esta obra es, sin embargo, comprensible. Como él mismo dice, “Nunca es más difícil conseguir un éxito como después de haber padecido un fracaso”.  Concepto de éxito cuando menos curioso, que equipara éxito a ventas o audiencia, aunque el propio autor se refiere a Los ladrones somos gente honrada como una obra más comercial que meritoria. Sea como sea, sospecho que la posterior adaptación cinematográfica ha contribuido bastante a mantener el nombre de una obra que, de otra manera, hubiera caído tan en el olvido como otras del mismo autor; algunas mucho mejores e injustamente olvidadas.




jueves, 11 de octubre de 2012

Reflexiones sobre literatura y humor, 4



"...comprendieron a principios de siglo que el humorismo iba a invadir la literatura, limpiándola de simpleza -porque el humorismo es el zotal de la literatura-..."

Enrique Jardiel Poncela. Amor se escribe si hache.


lunes, 8 de octubre de 2012

Amor se escribe sin hache - Enrique Jardiel Poncela



Amor se escribe sin hache es algo más que una novela de humor, es un clásico, una novela de una altura más que considerable.

Lo primero que llama la atención es que su estructura, por llamarlo de alguna manera, deja casi todo que desear desde la perspectiva de “las buenas maneras” (no se sabe si literarias o empresariales) de la novela “que se vende”. Y no solo porque la novela en sí esté repartida en capítulos más o menos caprichosos (no así las partes), porque los apartados proliferen como las setas en un otoño lluvioso o porque el autor se permita el lujo de espolvorear dibujitos allí donde le parece, sino porque la “presentación” que hace de sí mismo, siendo divertida, lo mismo podría estar que no, y porque las “críticas” finales poco aportan (aunque, a cambio, son mucho más cortas). En resumen: Jardiel Poncela hizo exactamente lo que le dio la gana, y le dio la gana hacer lo que se le ocurrió en cada momento; y lo mismo que escribió lo que escribió pudo haber añadido los menús que comió mientras duró la redacción de la novela o el número de veces que se rascó la nariz. Una de las mejores cosas de Amor se escribe sin hache es, sin duda, que a cada línea se nota que el autor se lo pasó en grande escribiéndolo, y que hizo lo que le apeteció, pensando más en reírse él que en hacer reír al lector.

El argumento es un poco quijotesco: “ir contra las novelas de amor en serio a través de una novela de amor en broma” (no es textual, lo pongo de memoria). Y para ello se sirve de una mujer, lady Brums, que además de hermosa tiene una cantidad de amantes que no podrían reunirse en ningún lugar más pequeño que un estadio olímpico. El protagonista, el distinguido señor Pérez Seltz, alias Zambombo, bebe los vientos por ella. Apenas la ve cae rendido, víctima de ese amor idealizado que el autor pretende criticar. Lo que ocurre luego es lo previsible, pero la gracia no está en la inexistente sorpresa, sino en la caricaturización de lo que, ocurriendo a menudo, siempre se trata con solemnidad, casi con dramatismo, en las novelas de amor: que del amor al odio hay un paso. Aunque Zambombo más que ese paso da un salto, porque llega más allá, hasta los motivos que hacen de esta situación algo tan frecuente. ¿Y cuál es el principal motivo? Que amor se escribe sin hache, como se indica al final.

La historia en sí no deja de ser disparatada, porque los personajes son exagerados, aunque entrañables, pero mucho más que en los hechos el humor rezuma en el tono, en las observaciones que juegan al absurdo y con el doble sentido de las palabras y, también, en la complicidad que el autor logra con el lector a través de las notas a pie de página o mediante comentarios o incluso imaginarias conversaciones con él. Así consigue no hacer olvidar que la historia no es más que algo que el autor cuenta al lector, y que siendo un acto de comunicación, tan protagonista es uno como otro. La novela, en realidad, es la excusa para pasar juntos un buen rato.

En muchas ocasiones el resultado de este humor es similar al del gag, por lo inesperado, por lo ingenioso, por la forma en que el drama desemboca de golpe en la carcajada; otras veces Jardiel recurre directamente al gag; pero también abunda el sarcasmo, camuflado a través de la pretendida vacuidad del autor, que pasa así a integrarse como fuente de humor, como algo tan risible como la propia historia, sin que renuncie a reírse también de todo y de todos.

Porque esa es otra: no deja títere con cabeza, y la crítica a personas, modas y, sobre todo, a la literatura en serie, a las malas obras de teatro o incluso a los actores, son constantes. Sorprende tanta audacia en un autor que, al escribir esta novela, solo tenía 26 o 27 años.

Para ir terminando, el humor de Poncela, siendo muy particular, está relacionado con ese humor entre lo fantástico y lo absurdo que pocos años después popularizaron en el cine los Hermanos Marx, aunque, obviamente, la escritura le da una carga de profundidad mucho mayor que el cine.

Solo un “pero”, que en realidad no lo es, se me ocurre, aparte del ya mencionado caos organizativo (que no supone ningún caos en el relato, dicho sea de paso): las ocasiones de reírse son constantes, se dan a cada párrafo, lo cual puede cansar en una lectura rápida.  Por eso es mejor leerlo a través de muchas dosis cortas que por medio de unas pocas largas.

Y a todo esto, ¿amor por qué se escribe sin hache? Porque con hache solo se escriben las cosas importantes: hijos, hermanos, historia, heroico, herencia, honra y, por supuesto, humor.




jueves, 20 de septiembre de 2012

Reflexiones sobre literatura y humor, 1




"Valía la pena explicar también, para instrucción de indoctos, lo cerca que está siempre el humor del surrealismo; y cómo ambos, al fin y al cabo, son emanaciones directas de la sinrazón, por lo cual uno y otro les son difíciles de comprender y de estimar a las gentes exclusivamente razonables; a las gentes que no tienen capacidad mental y espiritual bastante para saber huir de la realidad en un momento dado; a las gentes no preparadas para el ensueño y a quienes toda ensoñación repugna; a las gentes cuyo corazón se haya cerrado herméticamente a la poesía; a las gentes sin alma; a las gentes que viven, piensan y sienten en todo instante a ras de tierra".

Enrique Jardiel Poncela. Madre (el drama padre).

lunes, 16 de abril de 2012

Eloísa está debajo de un Almendro – Enrique Jardiel Poncela



No deja de ser atrevimiento opinar de un clásico, pero en un blog donde el humor en la literatura tiene un espacio reservado, no debe faltar Enrique Jardiel Poncela. Y a la espera de poder reseñar alguna otra de sus obras, aquí llega Eloísa está debajo de un almendro, obra de teatro que he leído dos veces en el plazo de doce meses.

Tres son las cosas que me han llamado la atención.

La primera, casi obvia, el humor del absurdo. Un humor muy bien tratado, porque combina el “absurdo racional” basado en dar una vuelta de tuerca al sentido de palabras y expresiones hechas (sobre todo en el primer acto) con el “absurdo-locura” fundado en personajes más o menos chifados (en los actos siguientes). Un humor asequible a todos, pero a la vez inteligente.

La segunda, lo complicado de la puesta en escena, porque los decorados propuestos tienen un grado de detalle y complejidad digno de señalar. Solo el del primer acto es sencillo.

La tercera, la estructura, donde se diferencian de tal forma la presentación de personajes con el equívoco que fundamenta argumento y desenlace, que la actitud ante la obra varía bastante del primer acto a los siguientes. El primero, siendo el más intenso en el “absurdo racional”, es sin embargo el más costoso de seguir, probablemente porque ese tipo de absurdo tiene mucho de gag y, por tanto, resulta complicado mantener la atención sobre la ruta cuando se está pendiente de lo que a cada paso sale al camino.

Dentro del absurdo de personajes y situaciones, merece cita aparte el efecto de enfrentar lo terrible sospechado a lo ridículo cierto, porque si bien es verdad que todos nos equivocamos, el error es tanto más divertido cuanto más estrafalaria es la realidad.

Pero si con algo he de quedarme, lo hago con el “absurdo racional” del primer acto y con Edgardo y Fermín en el segundo: la locura del primero de instalarse en la cama y desde allí emprender viajes diarios en tren es antológica, como también lo es la forma en que Fermín pone de manifiesto lo zumbados que están todos los habitantes de la casa, siendo el mayordomo el punto de realidad que pone de manifiesto la locura.

Humor y absurdo en estado puro, en uno de los grandes del género.