En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 13 de marzo de 2023

Polvo en los labios – Montero Glez

 


Primera obra que leo de Montero Glez, y no será la última porque esta breve recopilación de relatos me ha gustado bastante. No es que la mayoría de ellos tengan un final demasiado original o que dé qué pensar, sino que lo importante es el camino, el lenguaje barriobajero al que no se le notan las pretensiones de serlo (¡qué importante es que estas cosas suenen naturales), el entorno, siempre por debajo del límite de la honradez, de la necesidad y de la esperanza, y el modo en que los instintos, las paradojas y lo imprevisto por más normal que sea juegan siempre su papel para enfrentarnos a historias que lo mismo son racionales, como la primera, que narra la muerte de un trompetista, que entroncan con elementos más o menos mágicos, como la del gato.

Otro elemento frecuente en casi todos los relatos es el sexo, que forma parte de los instintos a los que he aludido, pero que tiene entidad propia porque condiciona el devenir de muchas historias, hasta el punto de ser elemento imprescindible de alguna. Un sexo ni muy explícito ni muy refinado, pero sí muy presente. También quiero destacar la pátina de humor, que deriva de la distancia entre en narrador y sus personajes (a fin de cuentas es el observador que nos cuenta lo que ve) y el cariño que se advierte hacia esa banda de desarrapados, traducido en el modo en que el lenguaje de estos se filtra en el modo de hablar del narrador.

          Es difícil que un libro de relatos enganche, porque la sucesión de puntos finales establece un antes y después de cada uno; todo es constante volver a empezar. Sin embargo este libro, por aquello de que, como he dicho, lo importante es el viaje, consigue que tan pronto como termina un relato el lector se zambulla en el siguiente.


lunes, 6 de marzo de 2023

El Verbo se hizo sexo. Teresa de Jesús – Ramón J. Sender

 



Cuando, después de haber leído El Verbo se hizo sexo, piensas que esta obra ha estado desaparecida de los catálogos durante alrededor de noventa años, sospechas, deprimido, lo que los lectores nos estamos perdiendo como consecuencia de la tiranía de la novedad. Por eso es importante y de agradecer la labor de Contraseña Editorial al rescatar obras de autores de la talla de Sender, que, además, apenas han perdido actualidad. 

El hilo conductor de la historia es una versión sui generis de la biografía de Teresa de Jesús, la santa española por excelencia y, también, personaje eminente en la historia de la literatura española. Aunque no es su fama, ni la santidad, ni la escritura el motor de la obra, sino la relación entre misticismo y sexualidad, o, dicho de otro modo, lo que en común tienen el éxtasis mítico y el sexual. Basten, para ilustrar lo que quiero decir, estas palabras de Teresa, que ilustran la «Transverberación»:

Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal... No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todos se abrasan... Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento... Los días que duraba esto andaba como embobada, no quisiera ver ni hablar, sino abrasarme con mi pena, que para mí era mayor gloria, que cuantas hayan tomado lo criado.

Detalles del «Éxtasis de santa Teresa», de Bernini

De la juventud a la madurez de Teresa, Sender ofrece su versión de la vida de la santa con un lenguaje claro y rico en el que dos diminutivos con reminiscencias aragonesas, «Teresica» y el «conventico», se bastan para dar cuenta de en qué fase de la vida estaba la protagonista y en qué momento de desarrollo la orden que fundó, porque en lo que a este libro respecta son más importantes los inicios que los finales. Ese tratamiento también establece un doble juego: ¿es un hablar cariñoso -como algunas veces lo parece- o refleja la posición de superioridad del autor respecto a la protagonista? Esto último también se da, y no deja de ser una muestra velada de anticlericalismo. Volviendo al plano temporal, vemos a la Teresica adolescente coqueteando con el amor y con la religión, a la que finalmente se entrega por hallar en ella una plenitud mayor que en el amor humano; vemos también su evolución hasta experimentar el éxtasis místico que bien puede confundirse con el sexual, porque Teresica no ha dejado de pensar ni un momento en el amor, más que en Dios o en los hombres; y vemos el crecimiento de un proyecto que, en sus duros y dubitativos comienzos, la pone con un pie y medio en la ruina y la herejía.

El libro también plantea abiertamente un debate clásico: lo cerca que está la locura de la genialidad, lo fácil que es ser tenido por loco si no se es tenido por genio, y cómo que los demás te tomen por una cosa u otra no depende, a menudo, ni de tu locura ni de tu genialidad, sino de cómo encaje en cada momento en los intereses de los demás tomarte por cualquiera de las dos cosas, lo cual no hace menos loco al tenido por loco, pero sí menos genio al tenido por genio. Este caso resulta especialmente provocador, porque como la historia ha optado por proclamar la genialidad, plantear que bien pudo imponerse la declaración de locura no deja de ser un atrevimiento. Un atrevimiento, además, especialmente osado: algo así como sugerir que la Iglesia podría estar adorando la blasfemia. Sender publicó esta obra en 1931, cabe pensar que influido por el anticlericalismo nacido en el XIX, que había ido tomando fuerza (como reacción a la condición de la Iglesia como estamento extractivo y al alineamiento eclesial con las oligarquías terratenientes dominantes) y que, como hace poco leí a Julián Casanova, perdió casi toda su fuerza (y hasta la memoria de su tradición) tras la barbarie anticlerical del verano de 1936, lo cual seguramente explica, al menos en parte, el ostracismo de esta novela durante décadas. 

El libro, ni corto ni largo, conciso, con una pátina de buen humor que puede hacer menos visible la crítica y lo mordaz del planteamiento, es cualquier cosa menos inocente: aunque puede leerse «iocandi causa», fijaos especialmente en los breves diálogos y en la carga de profundidad que tienen muchas de sus frases. La otra carga de profundidad, la más contundente, es la que he señalado antes.




lunes, 27 de febrero de 2023

Número dos - David Foenkinos

 


        Cada vez me gusta más David Foenkinos. De tan sencillo y claro como escribe se diría que es liviano y superficial, pero en realidad no deja de apuntar los detalles significativos de las relaciones interpersonales mostrando las consecuencias de modo natural, directo y sin perderse en elucubraciones. A eso hay que unir una capacidad notable para encontrar historias originales, no necesariamente realistas pero veraces, que permiten argumentos muy atractivos que sabe usar para exponer lo que en cada momento quiere acerca del modo en que las personas reaccionamos ante las situaciones que ponen a prueba nuestra identidad.

        Sabido es que J. K. Rowling pasó de una anónima vida achuchada a la fama mundial y la abundancia gracias a su primera novela sobre Harry Potter. El éxito fue tan rápido e intenso, casi violento, que se ha escrito lo indecible sobre él y, a los efectos que ocupan a este libro, la fama mundial de Harry Potter fue tan grande desde el primer momento que, para cuando se quiso hacer la película, cualquier aspirante al papel de protagonista sabía que, de ser elegido, alcanzaría la celebridad en todo en planeta y su vida cambiaría para siempre. Además, se anunciaba una serie de siete películas. Por contra, los candidatos fracasados no tendrían nuevas oportunidades: si difícil es ser seleccionado para un éxito mundial, aún más difícil lo es cuando los actores deben tener 10 u 11 años.

        En la historia que Foenkinos nos cuenta -que es ficticia, pero como mezcla realidad y ficción y no sé mucho de la historia de Harry Potter no sé precisar en qué momentos pasa de la una a otra-, al final del proceso de selección quedan dos candidatos, y ambos lo saben. Se trata de Daniel Radcliffe y de Martin, que solo por casualidad había participado en el casting. Todos sabemos el nombre del elegido, pero la novela cuenta la historia de Martin.

        ¿Pero cómo se digiere estar tan cerca de la celebridad y conformarte con el más oscuro anonimato? ¿Qué cosas piensa uno? ¿Qué siente? ¿Cómo afronta la situación? ¿Cómo se enfrenta a la imagen del éxito que no fue capaz de alcanzar cuando durante años le asalta desde cualquier sitio y a todas horas? ¿Cómo afecta eso a la personalidad? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Es posible olvidar? ¿Es posible volver a a normalidad? ¿Cómo?

        La respuesta a estas preguntas está a su vez condicionada por la peripecia vital de Martin, especialmente en lo concerniente a las relaciones con su familia y con sus parejas. Eso es lo que narra esta obra de ficción, cuyo máximo interés -aparte de la historia es sí- es el análisis de cómo afrontar los traumas. Como quien más y quien menos todo el mundo ha tenido que remontar ilusiones frustradas -y más en la adolescencia- no es difícil para el lector reconocer sensaciones y, sobre todo, reacciones; y tampoco es difícil ver cómo a medida que la madurez avanza, uno acaba encontrando las mejores soluciones en sí mismo;. La lectura de este libro es una ocasión para reflexionar sobre cómo afrontar racionalmente los problemas.       

        Una buena novela con un final brillante. Un original modo de reconciliar a Martin consigo mismo, de valorar lo que vale y vadear lo que nunca fue. Un final feliz y en cierto modo melancólico: tanto sufrimiento para lograr ser quien siempre has sido. 

          Al fin y al cabo, de eso va la vida.


jueves, 23 de febrero de 2023

El precio del honor – Andrea Camilleri

 


No sé qué induce más a confusión, si la edición de Destino o el comienzo de la obra, una de las primeras que publicó Camilleri (lo hizo en 1993).

La edición no ha estado muy inspirada. Cuatro motivos:

-El título debería ser «La bula de componenda», en traducción directa del original, el cual se ajusta al contenido infinitamente más que «El precio del honor».

-El dibujico de la portada, el titulico ya citado y la alusión en la faja a la novela negra invitan a pensar que nos encontramos precisamente ante una novela negra. Pues no.

-Tampoco el marco temporal que insinúa la portada se corresponde con mediados del siglo XIX, que es lo que verdaderamente se examina en las páginas.

-Y, por último, la sinopsis tampoco ayuda: habla de una breve anécdota personal que cuenta el autor como si a partir de ella se fuera a desarrollar una historia y, para colmo, se califica el libro de «hilarante», cuando a nadie hará reír salvo que se use el tomo para hacer cosquillas.

¿Quizá Camilleri ha despistado con los comienzos de esta obra hasta al editor?

A saber. Porque lo que comienza con unos pocos y brevísimos capítulos que parecen tener en común solamente el escenario (Sicilia) y las componendas (o acuerdos ilegales y carentes de ética entre delincuentes y autoridades para, hasta con la aquiescencia de las víctimas, echar tierra sobre los delitos de modo que el delincuente gane o no pierda, la víctima no pierda tanto o no asuma tantos riesgos y la autoridad se haya quitado un problema de en medio), lo que comienza así, digo, acaba siendo una investigación sui géneris acerca de la «bula de componenda», o bula por la cual la iglesia en Sicilia, previo pago de la bula, perdonaba los pecados cometidos y por cometer –sobre todo delitos contra la propiedad-, de modo que no solo legitimaba éticamente el delito sino que, para colmo, se convertía en beneficiaria. La investigación se realiza sobre todo en torno a las actas de una comisión que en 1875 fue a Sicilia a tratar el problema de la mafia, problema inexistente a juzgar por las declaraciones de todos excepto de algún escaso mando que trató de hacerse oír entre oídos tapados. Como hablan de su experiencia, de por qué los sicilianos son como son en aquel momento, hablan de la Sicilia de mediado el siglo XIX. La que conocieron. Es en el análisis de la permisividad social, de cómo el siciliano tiene interiorizadas según qué cosas, cuando sale a relucir la «bula de componenda» que da al libro su título original. La bula sin duda jugó durante décadas un papel legitimador: si pagando un poquito Dios te perdonaba, ¿cómo iban a ser los hombres más rigurosos con el infractor?

          Por este motivo la bula más que el precio del honor era el de la tranquilidad espiritual, porque para el siciliano, bendecido por la iglesia, el honor seguía intacto. Es más: la tranquilidad espiritual se tiene frente a uno mismo, mientras que el honor se tiene frente a los demás; y en el caso del delincuente contumaz -mafioso o no- es más fácil que esté preocupado por las exigencias divinas que por su prestigio humano; como los actos acogidos a la bula no solían ser públicos, la referencia al honor cojea. El título en la traducción española se debe a una pirueta arriesgada, que de algún modo equipara la honorabilidad con la paz espiritual, relación que a veces se da y a veces no, porque son cosas distintas. Pero si Camilleri no optó por ella, sino que prefirió un título claro y directo, ¿por qué no se ha respetado? El respeto al autor y a la integridad de las obras comienza por el título.

Hecho lo cual Camilleri termina de nuevo jugando al despiste, añadiendo el colofón de una minúscula historia inventada que viene a sugerir que en el imaginario siciliano todo puede retorcerse hasta hacer que la bula alcance hasta los delitos que teóricamente no cubría (razón de más para pensar que no es el honor lo que está en juego, pues el honor no entiende de triquiñuelas). A fin de cuentas, la naturaleza solo entiende de vida o muerte, y conceptos como «asesinato» o «robo» son cosillas surgidas de la mente del ser humano. A la hora de calificar una realidad, la semántica es importante. Y Dios –la Iglesia- nada ha dicho sobre juegos de palabras.


lunes, 20 de febrero de 2023

El doctor Zhivago – Borís Pasternak

 


Mayúsculo novelón que, en esta edición y por obra de Marta Rebón, es la primera traducción del ruso al español. Las anteriores ediciones habían sido traducciones del italiano, debido a que la novela vio la luz en 1957 en Italia. Por su carga crítica, hasta 1988 fue imposible publicarla en la Unión Soviética.

El doctor Zhivago es una novela que, por su grandeza, entronca con los grandes clásicos del siglo XIX. Narra la peripecia vital del protagonista, Yuri Zhivago, en un entorno histórico que cambió para siempre la vida de generaciones enteras y la historia de Europa y el mundo. Un entorno tan avasallador que el individuo se transforma en un pelele cuya vida no vale nada; quién has sido, quién eres o qué suponga alguien que quieres ser puede hacer de ti una cosa o la contraria en función de dónde estés o de quién tengas enfrente. Aunque en ese sálvese quien pueda, si es que alguien puede, la vida se abre paso y en medio de la tragedia, prospera una historia de amor dolorosa, terrible y hermosa.

El entorno histórico es, como he dicho, de una intensidad monstruosa: los aires de cambio impulsados por las diferentes teorías sociales surgidas en el siglo XIX a raíz de los monumentales cambios derivados de la industrialización están en el origen de la Primera Guerra Mundial, en la que desaparecieron buena parte de los sistemas totalitarios europeos. En Rusia, en medio de esa guerra a la que había entrado desde un sistema totalitario, tuvieron lugar varias revoluciones; la primera, unos años después del comienzo de la guerra, la de febrero de 1917, supuso la abdicación del zar y la instauración de un régimen de inspiración liberal (con dos gobiernos en pocos meses). No consiguió satisfacer a casi nadie, ni tuvo tiempo de hacerlo, y como para muchos ese cambio se quedaba corto y creían llegado su momento, la convulsa situación desembocó en la revolución de octubre, que a su vez desencadenó una guerra civil en un territorio gigantesco y la aparición, allí donde se asentaba la revolución, de un poder tan teórico e ideologizado sobre el dogma de la existencia de un sueño colectivo –la dictadura del proletariado, la colectivización de la vida económica y el poder de los soviets (consejos)- que en realidad era un poder fanatizado que negaba la individualidad hasta el punto de arrebatar la vida a quien pretendiera mantenerla. Ese sueño colectivo –proclamado, pero de imposible existencia- chocaba con la realidad aplastando a quienes encontraba en medio; por ejemplo, ¿cómo garantizar alimentos si de un día para otro los propietarios de la tierra la pierden y el comercio se prohíbe? ¿Y quién estaba en medio? La población. Y, por supuesto, Yuri Zhivago.

Borís Pasternak (1890-1960)

La acción transcurre entre Moscú y diversas ciudades y localidades de los Urales, recorriendo distancias gigantescas con medios escasos y en condiciones infames. Yuri Zhivago, huérfano de origen acomodado protegido por un pariente con veleidades intelectuales, es demasiado joven para vivir de modo consciente las primeras trifulcas contra el zarismo a principios del siglo XX, pero la Primera Guerra Mundial llega cuando ya es médico, y esa profesión, la de médico, va a ser su salvación –quizá le libra de pelear y morir en el frente- y su condena –en todas partes hacen falta médicos, especialmente en el frente, por lo que todo médico es siempre un botín valioso-. Zhivago es un hombre pacífico, honesto, con inquietudes intelectuales, amante de la lectura, de la poesía y de la escritura, a la cual apenas puede dedicarse por falta de tiempo y medios. La historia lo zarandea, lo lleva de un lado a otro poniendo en peligro su vida y la de su familia; por no haber sido rematadamente pobres –aunque lleguen a no tener, literalmente, nada-, acaban transformados en enemigos del régimen. En la vorágine de la supervivencia afronta penurias, separaciones traumáticas y otras desgracias, aunque también encuentra manos amigas; alguna, algo misteriosa porque Pasternak no explica mucho de casi ningún personaje (y los hay por docenas, hasta el punto de que esta edición de Galaxia Gutenberg tiene un índice de personajes que, cuidado, a veces puede destripar alguna cosilla). En medio de esa desazón, Zhivago ejerce de médico sin poder ser nunca el médico ni la persona que había proyectado ser; afronta con resignación y lucidez la incertidumbre, el miedo, las penalidades, sin poder disfrutar de su familia o del ínfimo placer de escribir en un papel; rodeado de un océano de frustración y carestía, con la muerte siempre como una posibilidad inminente… En ese mundo Zhivago no es dueño ni de sí mismo ni de su tiempo, pero sí de la conciencia de su individualidad. Eso es algo que nunca llega a perder. Y, como he dicho antes, como las plantas en primavera (y cuántas líricas alusiones a la naturaleza hay en la obra, delatando la condición de poeta de Pasternak, más que de novelista) la vida se acaba abriendo paso hasta en las condiciones más difíciles. Así, pese al enconado empeño de Yuri en proteger a su familia, pese al amor que siente por su mujer, a la que conoce desde que eran niños, acaba enamorándose de otro personaje que, como él, forma parte de la leyenda de la literatura: Lara. Larisa Fiódorovna Guichard, más tarde Larisa Antípova. Niña, muchacha, joven, mujer, cuya existencia, siempre un peldaño por debajo de la de Zhivago, trascurre en su entorno sin que ninguno de los dos sea consciente durante años hasta que el destino los acaba situando frente a frente, como si cada uno fuera para el otro el único hogar reconocible y posible. Lara (que también está casada, que también tiene una hija y cuyo marido, un hombre admirable, de modo incomprensible se fue de voluntario a la guerra y ni siquiera es posible saber a ciencia cierta si ha muerto o si se ha «reencarnado» en otra personalidad) es un personaje de una fortaleza solo comparable a la de Zhivago. Ambos se caracterizan más por su espíritu de sacrificio, por su compromiso con sus familias y por su capacidad de renuncia que por su ambición o su egoísmo.

Una epopeya en la que la historia acaba arrasando a las personas, a las que convierte en espectros irreconocibles para ellas mismas y hasta para los suyos, pero en las que el mensaje de Pasternak, crítico con la guerra y el bolchevismo (crítica limitada a la exposición de hechos, por cierto) por cuanto suponía de anulación del individuo, hace que, pese al aparente triunfo de la historia colectiva sobre la individualidad  reivindicada por el autor, esta última transcienda a través de una historia de amor, la de Yuri y Lara, tan bonita como amarga. Un amor no buscado; no querido, un amor al que se resisten por fidelidad a unas relaciones también machadas con las circunstancias; pero un amor necesario y al que, en última instancia, se rinden porque ya no tienen fuerzas para más; luchar contra él no sería luchar por los suyos, sino luchar por la nada. Cuando nada te queda, cuando ni siquiera te dejan ser quien eres, amar es el único modo de sobrevivir. Aunque el amor, las circunstancias mandan, tampoco es para siempre.




jueves, 16 de febrero de 2023

La tristeza del Samurái – Víctor del Árbol

 


No había leído nada de Víctor del Árbol, pero cualquiera que transite con frecuencia por la parte literaria de las redes sociales ha oído hablar de él desde hace ya una década. En general, positivamente. Viendo sus intervenciones allí parece un tipo sensato y cae bien. A lo cual debo unir que una de las personas en la que más confío a la hora de hablar de libros me dijo hace ya tiempo (aunque bien es cierto que sin mucho entusiasmo) que este autor «no estaba mal». Cuento esto porque cuando las expectativas sobre una novela se ven frustradas más culpa tiene la información previa que la novela, aunque la frustración ahí queda.

Por algún motivo esperaba una obra más «literaria», y también de cierta profundidad, y aunque reconozco haberme entretenido leyendo La tristeza del samurái, me he quedado con una sensación extraña: la de una obra construida ensamblando imágenes y recursos tópicos de manera tan evidente y obsesiva que se ha olvidado dar alma al fondo. Como un castillo infantil hecho con piezas recolectadas aquí y allá, de diferentes juegos, todas reconocibles pero que no acaban de encajar. Entre esas piezas, un malo malísimo, frío, elegante, cruel, todopoderoso y tan calculador que con seguridad y eficacia pasmosas se anticipa al pensamiento y la acción de cualquier hijo de vecino, ¡y con precisión de minutos!; heroicas «princesas» secuestradas; malos feotes, desfigurados, contrahechos, escondidos del mundo y enamoradizos (a su manera); viejas mansiones decrépitas; cartas antiguas que revelan culpas; «héroes» víctimas de su propio afán de justicia y en dramáticos problemas de apariencia irresoluble; traidores que se regodean en su propia vileza, traidores de medio pelo, y, sobre todo, gente que parece ser una cosa y es la opuesta; todo tejiendo una trama que enlaza sucesos de 1941 y 1981, con los mismos personajes y sus hijos; todo con tal mezcla que cada relación entre dos personajes se convierte en un circense «más difícil todavía». Una puesta en escena con muchas imágenes prestadas de la cultura cinematográfica popular y hasta de los cuentos, ensambladas de un modo demasiado tosco y que, por la voluntad de impacto que el autor quiere lograr generan dos efectos negativos: por una parte, saciedad; por otra, tanta atención a la puesta en escena desdibuja a los personajes, deshumanizados para limitarlos a encarnar su misión/obsesión en la novela. Mucho soponcio y encorsetamiento en clichés y poca psicología. Unamos un apreciable grado de truculencia para echar sal a las escenas e improvisadas soluciones extravagantes que lo mismo permiten hacer creso, sin explicación, al personaje en cuya penuria se han recreado el autor páginas atrás, que intentar, de modo fallido, vincular la trama al intento de golpe de Estado del 23-f (en realidad, con las referencias hechas lo mismo podría vincularse a cualquier otro suceso). Para colmo, ciertos anacronismos, la flagrante superficialidad de los datos en torno al 23-f y algunos fallos documentales evidentes acaban por reforzar la tosquedad a que antes he aludido. A título de ejemplo, Alfonso Armada –quien, dicho sea de paso, no pinta nada en el argumento- es calificado de «almirante» en vez de «general». Mira que como el autor se hubiera hecho un lío con lo de «Armada»…

Lo dicho: la trama, debido a los constantes malabares históricos, personales y emocionales y al uso continuo de imágenes tópicas, consigue resultar lo bastante atractiva para leer la novela con cierta placidez, lo que también facilita un lenguaje correcto pero simple, que ni se plantea provocar emociones por nada distinto a la descripción directa y poco elaborada. Esperaba mucho más. No me extraña que el samurái, encajado en la trama como podría haberse encajado a su tía la del pueblo -o como ha sido encajado el 23-f y algunas otras cosas- esté triste. Y hasta deprimido.

Termino volviendo al principio: quizá esta mala impresión sea culpa mía. O no supe interpretar la información que hasta mí había llegado, o me dejé engañar por una información incorrecta fruto de un aparato publicitario mejor engrasado que el literario. El caso es que mis buenas expectativas han resultado equivocadas.

En cualquier caso, un autor con cierto éxito. Por algo será. Pero los motivos no los he sabido encontrar.




lunes, 13 de febrero de 2023

Europa contra Europa (1914-1945) – Julián Casanova

 



Compré este libro hace ya bastante tiempo, años, en la presentación que su autor, Julián Casanova, hizo en la Librería Anónima en Huesca. Pero no ha sido hasta ahora cuando ha llegado el momento de leerlo, lo cual no ha supuesto ningún problema, porque su contenido sigue y seguirá indefinidamente de actualidad, ya que el estudio de ese periodo de la historia es imprescindible para comprender importantes temas del presente y los posibles rumbos del futuro. 

Sería una osadía y un desastre por mi parte, dada mi supina ignorancia en la materia, juzgar este libro por lo que cuenta y lo que no, pero sí puedo hacerlo desde la perspectiva de si cumple o no el objetivo con que lo compré: hacer algo de luz en mi mollera, oscurecida, como la de casi todo el mundo, porque dos generaciones de españoles –incluidas dos generaciones de profesores- no tuvieron la ocasión de leer y formarse con estudios rigurosos en materia de historia contemporánea; en consecuencia es eso, ignorancia, lo único que han podido transmitirnos; mollera oscurecida, también, por la monumental empanada propiciada por la pervivencia de lugares comunes que llevan toda la vida asaltándote desde todas partes, por los efectos a largo plazo de la propaganda interesada y por la popularidad en las últimas décadas de bastantes pseudohistoriadores –omnipresentes en medios de comunicación- poco o nada interesados por la historia.

Julián Casanova, historiador profesional, catedrático de Historia Contemporánea, ofrece en este libro divulgativo pero de corte académico un breve pero riguroso cuadro de un periodo crucial –el de entreguerras- haciendo luz sobre los orígenes y consecuencias de la Primera Guerra Mundial –y su íntima relación con el establecimiento de los primeros regímenes democráticos en sustitución de las monarquías autoritarias- y el devenir de los posteriores autoritarismos, que en su mayor parte con la excusa de prevenir el comunismo acabaron con esas incipientes democracias tratando  de aunar los intereses de las viejas clases dominantes que los auspiciaron con la nueva situación socioeconómica y de política de masas derivada de la industrialización, hasta acabar en la brutal catarsis de la Segunda Guerra Mundial.

Divulgar es relativamente sencillo. Divulgar desde el rigor es bastante más complicado. Julián Casanova lo consigue gracias a una exposición sumamente clara y ordenada que resume bastante bien una montaña de información histórica en la que, si uno llega a ciegas, lo normal debe de ser acabar extraviado.

Una gran obra que merece la pena leer tanto si lo que buscas es un breve compendio que te permita tener unas pocas ideas fundamentales claras, como si lo que buscas es iniciarte u orientarte.




jueves, 9 de febrero de 2023

La desaparición de Adèle Bedeau – Graeme Macrae Burnet

 



Adèle Bedeau es una chica joven, guapetona, no muy extrovertida en su trabajo como camarera en el pequeño restaurante francés de una también pequeña localidad, Saint Louise tan cercana a la ciudad suiza de Basilea que forman un mismo núcleo urbano artificialmente dividido en dos.

Un buen día Adèle desaparece. ¿Se ha ido, ha tenido un accidente, ha sido secuestrada…? ¿O ha sido asesinada? Quien más y quien menos está convencido de lo último, pero para confirmarlo hace falta encontrar el cadáver de la pobrecilla.

El inspector de policía Gorski, ya entrado en años, se enfrenta al caso con cierta parsimonia y no muchas ganas. No está habituado a investigaciones de este tipo, porque Saint Louise es un lugar muy tranquilo, y además le persigue el recuerdo de una investigación por asesinato, en sus primeros años, saldada con la condena de un hombre al que él siempre ha creído inocente. Aquel éxito que él sabe fracaso aún le duele y le hace desconfiar de sí mismo y de su capacidad.

Como no se sabe qué ha sucedido con Adèle no es fácil encontrar sospechosos de no se sabe qué, pero entre ellos pronto aparece un tipo peculiar, un tal Baumann, solterón, director de una oficina bancaria, hijo de un padre excesivamente riguroso, que come y cena en el restaurante de marras y que como anda obsesionado por lo que los demás puedan opinar de él a partir de lo que hace, por nimio que sea el detalle, a la hora de hablar se metería en menos líos si contara las cosas tal y como son. De Baumann, el verdadero protagonista, el lector llega a saber muchas, muchas cosas, dándole una ventaja sobre el investigador -un buen hombre pero todo un pasmarote- que permite crear una atractiva tensión en la lectura.

Con este planteamiento (una muchacha desaparecida y dos hombres taciturnos, poco movidos y hasta aburridos, aunque uno de ellos algo grillado, el autor construye una novela que va de menos a más, de muy poco al principio a mucho al final, en la que va edificando una historia contundente que, al tiempo que crece, permite ir avanzando hacia la resolución de… De lo que sabrá quien lea la novela, porque el pasado suele alcanzar a todo el mundo y el caso presente se acaba confundiendo con el caso pasado.

El final es sorprendente, y, casualidades lectoras, tiene cosas en común con dos novelas que he leído hace poco: la suerte del protagonista (en común con La avería) y lo guapos que hubiera estado el protagonista si se hubiera limitado a no hacer nada (El largo camino a casa)

Claridad expositiva, lenguaje adecuado, con cierta fuerza, estructura estupenda, buena mezcla entre la tensión de la acción y la tensión psicológica de los personajes, y un entorno fácil y agradable de imaginar.

Una lectura de lo más entretenida y de factura más que buena.




lunes, 6 de febrero de 2023

La avería – Friedrich Dürrenmantt

 



Breve y buenísimo, este librito cuenta la historia de un comercial que sufre una avería en su nuevo cochazo y acaba alojado en un pueblo, en casa de un antiguo juez, ya jubilado, que lo invita a compartir una velada con unos amigos, todos también octogenarios, jubilados y que en el pasado, como el anfitrión, tuvieron profesiones del ámbito jurídico: un antiguo fiscal, un abogado y, ejem, un verdugo (en este caso dejémoslo en que si a la justicia corresponde «juzgar y hacer ejecutar lo juzgado», al verdugo le toca «ejecutar al juzgado», ejem). La cena, opípara, viene acompañada de otra invitación/petición que el protagonista puede aceptar o no: prestarse a la pantomima con que los cuatro amigos se divierten en sus encuentros: escenificar un juicio donde el quinto invitado –siempre variable- asume la condición de acusado.

Y es que, como quien más y quien menos todo el mundo ha hecho en su vida algo de lo que no se siente orgulloso, todos somos susceptibles de enjuiciamiento. Con la ventaja que da la ausencia de formalismos, el «juicio» transcurre en un ambiente de juerga alimentada por los mejores vinos y pitanza suficiente como para saciar a cinco hipopótamos.  

De este modo es como, con la «ayuda» del vino y la habilidad del fiscal y el juez, y ante la impotencia de su abogado defensor, el «acusado» acaba sabiendo no solo las cosas que ha hecho en la vida, que ya las sabía y las cuenta sin recato porque no creía tener nada que esconder, sino, y esto es lo importante, al verlas en boca de otros expuestas de modo metódico y lógico averigua por qué las ha hecho. Es así como vemos el modo en que muchas pequeñas decisiones mezquinas son tomadas sin reparar más que en su miserable efecto inmediato, sin pensar jamás en sus eventuales consecuencias últimas.

El final, distinto al que todo lector espera e impactante.

Una grandísima novela que no alcanza las cien páginas y se lee de un tirón.

Más que recomendable.




jueves, 2 de febrero de 2023

Tiempo curvo en Krems – Claudio Magris

 


Cinco relatos componen este breve volumen. No existe un hilo conductor entre ellos, más allá de la edad de los protagonistas y del papel que los recuerdos juegan en casi todos.

Se lee rápido y bien, siendo el relato que da título al volumen el más largo y confuso de todos. Sin embargo, pese al prestigio del autor, confieso que esta lectura me ha dejado más o menos como estaba, que ningún relato ha conseguido impactar en mí, salvo, quizá, el relato en el que un viejo profesor asiste al rodaje de una película inspirada en una novela que a su vez se basaba en un hecho real que él protagonizó en su juventud; y en aquel hecho real había una mujer, y lo que pasó y no pasó entre ellos no es, sin duda, ni lo que cuenta la película ni lo que él hubiera deseado. Así, en medio de una acción en todo momento moribunda y un ambiente desazonador, llega un final que parece anodino y que, con solo una breve frase que da cuenta la improvisada acción de un personaje hasta ese momento absolutamente secundario, cambia todo con una brillantez tal que transforma desde el inicio el relato. O cómo hacer magia y, con una sola idea, hacer que el lector, que ha leído todo el relato menos una frase con sensación de pesadez, acabe entusiasmado.




lunes, 30 de enero de 2023

Tres días y una vida – Pierre Lemaitre

 



Me había rendido a Pierre Lemaitre hace ya unas novelas, y aquí estoy otra vez, vuelto a rendir.

¡Qué buena es esta breve obra! Qué manera más concisa y clara de explicar y afrontar el sentimiento de culpa y los miedos y zozobras que genera. Qué manera, a la vez, de plantear una intensa situación de suspense a un lector que todo lo sabe excepto lo que nadie en la novela sabe. Y, por último, qué final tan brillante, qué modo de dar un giro a la situación y, de paso, humanizarla aún más. Y esto último es lo más importante: por más interés que despierte la trama, esta novela es, sobre todo, humana.

Los tres días del título hacen referencia a aquellos, durante la Navidad de 1999, en que el protagonista, un niño de doce años, se ve envuelto un crimen en la pequeña localidad francesa de Beuval, una zona rural al norte de París, a medio camino entre Paris y Calais. Conocemos con detalle ese día y los dos siguientes: lo que sucede, quién hace qué, quién va, quién viene y, sobre todo, el miedo de Antoine Courtin, el niño, víctima de sí mismo, incapaz de asumir la responsabilidad por sus actos, espantado ante las consecuencias que el conocimiento de la verdad puede tener para él y para su madre.

¿Pero es necesario que ser reconocido culpable por los demás para serlo? ¿La condena social es la única posible?

La novela, yendo desde esos tres días a la vida posterior a la que alude el título, nos dice que la respuesta a las dos preguntas es negativa. Que quien es y se siente culpable vive o malvive con ello, y que esa culpabilidad «privada» puede no ser menos atroz que la eventual condena social que te deja extramuros de la sociedad pero con la tranquilidad de que ya no tienes nada que esconder.

Argumento interesante, acción intensa, ideas complejas expuestas con claridad, concisión expositiva y profundidad en las emociones. Y, para colmo, brevedad. No sé qué más se puede pedir a un autor.


jueves, 26 de enero de 2023

Bouvard y Pécuchet – Gustave Flaubert

 



Bouvard y Pécuchet es una obra inacabada de la que, afortunadamente, podemos saber lo que tenía pensado Gustave Flaubert para su desenlace, el cual, por cierto, no es difícil de prever a la vista del discurrir de esta obra cómica que aúna lo absurdo, la elegancia, el dominio del lenguaje, un montón de conocimientos más o menos superficialmente expuestos y -de haber alcanzado el final previsto- cierto efecto moralizante.

Bouvard y Pécuchet son dos tipos físicamente opuestos y con trabajos similares en oscuras oficinas.  Un buen día se conocen paseando y, gracias a la infinidad de coincidencias de sus caracteres y una verdadera catarata de afinidades, se convierten en amigos inseparables. Tanto que acaban viviendo juntos tras «jubilarse» ambos gracias a una herencia que Bouvard recibe. 

El planteamiento de la obra es simple y un tanto soso al principio, hasta que el lector comprende que más que rumbo hacia un final se busca el placer de la navegación. Por eso, tras ese primer momento en el que se nos cuenta la historia de cómo esta pareja acaba compartiendo techo y vivencias, nos encontramos con que el ingenuo entusiasmo de ambos les lleva de una dedicación a otra, a cada una de las cuales se dedica un capítulo. El esquema de todas ellas es similar. Así, cuando les da por ser agricultores, se toman el asunto tan en serio que amenazan con convertirse en estudiosos de la naturaleza, aunque, ¡ay!, al final todo les sale mal porque cuando no la pifian por una cosa lo hacen por otra, y es que su voluntad y su trabajo, siempre intensos y entregados, no alcanzan a compensar su torpeza, su voluntarismo y la monumental ignorancia que los libros lo alcanzan a cubrir y que acaba tomándola con ellos. Consumado un fracaso se olvidan de él ilusionándose por cualquier otro asunto; y, nuevamente, estudian y experimentan con científica intensidad hasta que intentando descubrir la pólvora les explota hasta la arena. Las sucesivas ilusiones y subsiguientes fracasos de la pareja, que paso a paso se va dejando pelos económicos en la gatera, marcan el paso de la historia, junto a las relaciones sociales del lugar, que mucho tienen que ver con una viuda interesada y con los avatares políticos de la época.

Una novela divertida, y más brillante por cómo está escrita –la maestría en el lenguaje y la abundancia de datos y razonamientos son de los que hacen calificar a estas historias de «deliciosas»- que por el argumento en sí, que de alguna manera precede a todas las parejas de tontos muy tontos que en el mundo han sido después, aunque desde luego también los había habido antes. Algunos, incluso, más célebres que Bouvard y Pécuchet. En cualquier caso, ambos personajes son dos consumados ejemplos de cómo mezclar bondad, torpeza e ingenuidad produce todo tipo de divertidos sobresaltos.




lunes, 23 de enero de 2023

El huerto de Emerson – Luis Landero

 



Creyendo citar a Emerson, indica el narrador que cada ser humano recibe un pequeño huerto que cultivar cuyos frutos van a ser su vida. Lozanas o mustias, lechugas tendremos. Pero, en cualquier caso, por más esmero que pongamos, debemos asumir que en muchos huertos vecinos se crían mejores lechugas y que las nuestras, en comparación, son una birria. La cuestión es conformarse con la propia lechuga sabiendo que nunca será mejor de lo que nosotros seamos capaces de hacer con ella.

Luego, en un giro divertido, el autor explica que no sabe de dónde sacó lo del Emerson y el huerto, ni lo de las lechugas. Que Emerson jamás dijo una palabra sobre el tema.

Da igual, obviamente, porque este breve libro de recuerdos y reflexiones parte de esa idea esencial: la vida es lo que somos capaces de hacer con ella, y la mayoría de nosotros no somos hortelanos especialmente brillantes.

De este modo, la vida se equilibra o desequilibra en función de las dosis de insatisfacción y de resignado realismo por la que optemos. O, dicho de otra manera, hay que elegir entre la frustrante persecución de quimeras y la lacerante conciencia de nuestra ridícula pequeñez.

Escrito en un lenguaje claro pero rico, y sumamente cercano al lector, El huerto de Emerson se lee como quien recibe las confesiones de un amigo. El tono basta para crear un ambiente agradable, hogareño, confianzudo. Un diálogo con el lector que permite mirar sin ira al pasado y con melancólica resignación al futuro. Lechugas tendremos. No muy pimpantes.


jueves, 19 de enero de 2023

El Ejército Furioso – Fred Vargas

 



Serie Adamsberg, 8


Empiezo a pensar si la estrambótica brigada Anne Capestan, de Sophie Hénaff (dos novelas que me gustaron mucho y que están reseñadas en el blog) no se habrá inspirado en parte en la extravagante brigada que el comisario Adamsberg ha ido formando en las dos o tres últimas novelas de la saga que he leído y que fueron publicadas bastante antes: junto al comisario, cuyo método de investigación consiste, básicamente, en pasear pensando en las musarañas y en olvidarse del caso mientras se fija en cada mosca que pasa, tiene a su número dos, el comandante Danglard, un policía alcohólico con cinco hijos y con una cultura enorme, erudita; a un teniente antiguo rival de juventud en el Bearn, también siempre dispuesto a saltarse las normas siguiendo unas inspiraciones tan espirituales e intuitivas que no desmerecen a las de su jefe, un tipo con mechas rojizas naturales que, además, declama versos a todas horas; sigue la versátil e imponente figura de Violette Retancourt, tan próxima a una gigante estoica y todopoderosa; añadamos la agente que acumula comida por todas partes, el que se sabe las preferencias de todos a la hora de comer, el que se queda dormido a todas horas y en todas partes… En fin, una banda de lunáticos capaces de todo eso y de acoger gatos en la comisaría, esconder bebidas, habilitar dormitorios delante de una máquina de café… ¿Por qué no, si al fin y al cabo su jefe tiene una cornamenta de ciervo en el suelo del despacho procedente de uno de los últimos casos, en Normandía?

          Y allí es donde vuelve la acción, porque el Ejército Furioso al que alude el título es un fantasmal ejército compuesto por guerreros mutilados y medio despellejados que, según una ya milenaria leyenda local, puede ser visto por las noches por cierto camino llevando consigo a varios prisioneros, gente de la zona que en realidad está durmiendo a pierna suelta en su casa, pero que, por el hecho de haber sido vistos con el ejército, se saben condenados a muerte. Estos prisioneros, además, suele ser lo mejorcito de cada casa. Vamos, que el ejército, además de furioso es justiciero.

Y ocurren dos cosas: la primera, que cierta joven dama de pecho opulento y tentador y perteneciente a una familia desarrapada y medio pirada ha visto al ejército, y que uno de los prisioneros vislumbrados ha sido luego hallado muerto. ¿Suicidado o asesinado? El capitoste policial del lugar, un tipo también rarico, con ínfulas de mariscal de campo napoleónico, piensa en lo primero. Adamsberg no pinta nada en este asunto, pero la vela en el entierro se la da la madre de la dama presentándose en París para contar la película. Una película tan extraña que no puede dejar de atraer una mente como la del comisario.

La segunda es que mientras tanto, en París, alguien ha achicharrado un lujoso coche con un anciano potentado dentro. Un tipo tan bien relacionado con las altísimas esferas que la cabeza Adamsberg puede caer en cualquier momento si no soluciona el caso de inmediato y detiene al principal sospechoso: un pirómano, un chispas aún joven, pero ya viejo conocido de la policía, que a ojos o a las sospechas de muchos parece beneficiarse de las intuiciones (o locuras) del comisario.

Para complicar aún más el asunto Adamsberg quiere averiguar quién ha sido el malnacido que ha puesto la trampa para palomas en la que ha caído la que han rescatado en la acera, frente a la comisaría. Adamsberg ha acogido en su casa al palomo, y el maltrecho animalico también le acompañará a Normandía. Al comisario y a su hijo recién descubierto en la novela anterior; un personaje en gran medida parecido a su padre.

Ni que decir tiene –para esto está la literatura- que Adamsberg encuentra el modo de encargarse del primer caso, de culebrear en el segundo para que no le pase nada pese a los riesgos que asume y que, además, el azar le planta en las narices a alguien que algo puede decir de ambos casos. Todo muy fantasioso, pero, aunque monumentalmente irreal, con la verosimilitud necesaria para hacer disfrutar de la literatura.

Esta novela, marca de la casa Fred Vargas, se disfruta, pese a que continúa por el camino de introducir en el planteamiento elementos supuestamente sobrenaturales que presentan cierto atractivo para el lector, amén de la deriva del protagonista hacia una extravagancia cada vez más clamorosa.

La única objeción que le pongo es que para entender la novela en plenitud es necesario haber leído en orden todas las anteriores, especialmente las dos o tres precedentes. Y, a ser posible, que no transcurra mucho tiempo entre esas lecturas, para no olvidar los principales detalles y las circunstancias de los personajes que se van incorporando al show.


lunes, 16 de enero de 2023

Petirrojo – Jo Nesbo

 



Comienzo con una confesión: tengo algún amigo al que le encanta Jo Nesbo. Eso, y la advertencia por otra vía de que Petirrojo era una de sus mejores novelas, me hizo comenzar a leer desde el principio estas obras protagonizadas por el policía noruego Harry Hole, y así leí Murciélago y Cucacharas para no perderme nada del nacimiento y crecimiento de un personaje relativamente célebre en la novela negra.

Siguiendo con los bichos en el título, por fin le ha llegado el turno a Petirrojo, cuya lectura, habida cuenta de las flores que le habían echado, era el objetivo.

La primera sorpresa es que podría haberme ahorrado la lectura de las dos primeras novelas (aunque tampoco me arrepiento de haberlas leído) ya que el personaje es el mismo solo nominalmente, puesto que la mayoría de sus traumas y su tendencia al alcoholismo que otrora lo caracterizaron apenas asoman la patita en Petirrojo, haciendo de Harry Hole, en esta ocasión, un personaje casi nuevo, un policía más normalito, un buen vecino solterón entregado a su trabajo y capaz de digerir casi todos los problemas.

Y el primero es no pequeño: con ocasión de la visita a Noruega del Presidente de los Estados Unidos, Harry Hole se ve metido en un lío, lo cual afecta a su carrera y, de rebote, lo sitúa ante dos encomiendas muy distintas y aparentemente banales: la de controlar los movimientos de grupos de extrema derecha y la de averiguar, casi por pasar el rato, quién diablos y por qué ha comprado un fusil tremebundo.

Subrayo lo de los grupos de extrema derecha porque, curiosamente, su crecimiento en los últimos años dota a esta novela hoy, en 2022, de una actualidad mayor que la que tenía en el momento de su publicación en el año 2000.

En las investigaciones citadas el grandullón de Harry está ayudado por una policía agradable y simpática, cuyo destino es el que Nesbo, por lo visto, reserva a las chicas guapas que salen en sus novelas. Aunque en esta también sale otra: una comisaria hija de un anciano noruego que en la II Guerra Mundial se piró a luchar en favor del nazismo y en contra del comunismo. 

Y esto enlaza con otra de las novedades de esta novela: los saltos temporales entre el presente (1999) y los años cuarenta; movimiento acompañados por saltos geográficos, porque lo que se nos cuenta de aquellos ya lejanos años son las vicisitudes en el frente de batalla de varios de aquellos noruegos que pelearon en favor de Hitler y que cuando regresaron a su país, al final de la guerra, fueron considerados traidores a la patria, juzgados y condenados. Todos ellos son, a finales del siglo XX, hombres que rondan los sesenta o setenta y muchos años, la mayoría con achaques, ya más ancianos que adultos y con un pasado vergonzante.

Nesbo juega con la expectación que provoca lo obvio: aquel lejano pasado y el presente que aparentemente nada tiene que ver seguro que están relacionados. El lector lo sabe, o lo intuye, y desea saber más. Para colmo, respecto a las investigaciones en marcha, aunque en realidad no ha pasado nada, aunque no hay crimen que investigar, sin duda algo ha de pasar y sin duda de alguna manera estarán interconectadas entre sí y con ese pasado al que acabo de aludir.

Azuzada por este múltiple gancho y lubricada la lectura por capítulos muy cortos y ágiles, lo cierto es que Petirrojo es, con mucho, la novela más adictiva de las tres que he leído de Jo Nesbo. La acción atrapa y la lectura se disfruta. No es ningún prodigio literario ni desde el punto de vista de la forma ni por los escasos sentimientos y reflexiones que inspiran la acción o los personajes, pero es una excelente novela de entretenimiento que impulsa una alta curiosidad por el desenlace y solo algo de curiosidad por conocer un retazo del pasado ignorado por casi todos fuera de Noruega; una de las infinitas situaciones que se dieron en la II Guerra Mundial cambiando para siempre la vida y el destino de tantas y tantas personas.


jueves, 12 de enero de 2023

Los extraños – Jon Bilbao

 



En un escenario fácilmente localizable en Google Maps, en el lado oeste de la ría de Ribadesella, el cual aconsejo «visitar virtualmente» a medida que se lee la novela, hay una casita en una ladera, rodeada por una verja tras la cual, antes del camino a la vivienda, hay una cueva en la roca. Esto, según la novela y según lo que podréis ver googleando las imágenes. Ya solo según la novela, en la casa vive una joven pareja –Jon y Katharina- entregada a una rutina que parece peligrosa para la estabilidad de su relación por decepcionante, hasta que en muy poco tiempo surgen dos novedades.

La primera, que sobre el mar, cerca de la costa, se avistan unas luces raras, lo cual provoca, en los días siguientes, la aparición y acampada de un nutrido rebaño de ufólogos, la mayor parte de los cuales están como regaderas.

La segunda, que un buen día aparece en la casa un hombre de la edad de Jon, llamado Markel, que asegura ser pariente suyo. Markel, un tipo afable y desenfadado, dice andar recorriendo el mundo para dejar atrás ciertas cosillas, y viaja acompañado de una mujer joven llamada Virginia. Los visitantes se acomodan en la amplia casa obligando a Jon y Katharina a cambiar algunas de sus costumbres, pero aportando, también, la frescura de la novedad.

Sin embargo, a medida que pasan las páginas de esta breve obra narrada con frases frías y concisas, la inquietud del lector va creciendo: los huéspedes van colonizando la vivienda, cada paso que dan es un paso que retroceden sus anfitriones, que pueden perder no solo su soberanía sobre la casa sino también sobre sí mismos; además, los ufólogos y sus delirios contribuyen poco a la tranquilidad, y  poco a poco se va generando una tensión que sufre el lector tanto o más que los personajes. Y así, con esa tensión creciente y la aparición de otro personaje que da la impresión de que puede ser clave para desentrañar las razones de la extraña conducta de los invitados, se llega a un final que cada lector interpretará de una manera, pero que, en cualquier caso, hace imaginar varias posibilidades.

Un buen y breve libro.


lunes, 9 de enero de 2023

El largo camino a casa – Louise Penny

 



          Es admirable cómo de un planteamiento algo tonto unido a un modo de investigar entre infantil, calamitoso y grotesco puede salir una novela tan entretenida y en cierto modo enriquecedora como El largo camino a casa, que comienza cuando Clara Morrow, la pintora recién entrada en la fama, que había acordado con su marido -también pintor famoso- separarse y reencontrarse justo un año después para reevaluar la situación matrimonial, anuncia que Peter no ha vuelto en ese plazo y que a saber qué ha sido de él. ¿Ha decidido poner pies el polvorosa o es que le ha sucedido algo al pobrecico?

          Aunque la policía seguro que tiene métodos mejores para encontrar a un supuesto desaparecido, Armand Gamache, que ya no es policía sino ilustre jubilado residente en ese idílico pueblecito llamado Three Pines, comienza una peculiar investigación policial -porque cuenta con la ayuda de su yerno, el inspector Beauvoir- en la que a través de los viajes y las pinturas intentan reconstruir el pensamiento, las emociones y las intenciones de Peter, para, de este modo, dar con él. ¿Se puede investigar mirando cuadros? Tras leer esta novela uno diría que, a efectos novelescos, sí.

          Lo curioso de esta novela es que ayuda a los profanos a ver e interpretar el arte: frente a un cuadro cualquiera, da igual si figurativo o abstracto, no intentes ver nada; simplemente contempla y céntrate en los sentimientos que te provoca; cuáles sean esos sentimientos y de qué intensidad te dará la medida de la calidad del cuadro, aunque no sepas ni patata de técnica, y aunque no sepas si lo que estás viendo es una bailarina o un pimiento morrón.

          Lo cierto es que mirando, mirando, van siguiendo la pista a Peter, que anduvo por acá y por allá y pintó esto y lo otro, lo cual quiere decir vaya a saber usted qué, porque elucubraciones hacen unas cuantas, casi todas interesantes y con un componente psicológico notable. Y de este modo, persiguiendo personas y pinturas, Gamache, Beauvoir, la propia Clara (¿esposa despechada o viuda?) y la oronda librera de Three Pines, con la colaboración en la distancia de la famosa poetisa borracha Ruth y de la esposa del excomisario, deambulan por buena parte del Canadá más urbano para acabar en la desolada costa este, donde un vistazo con Google Maps permite al lector confirmar que hay pueblecitos sin carreteras a los que solo puede llegarse con avioneta o barco, y con tal número de casas -apenas media docena o una docena- que localizar a alguien en ellos más que fácil es inevitable.

          Un argumento inverosímil contado con verosimilitud o, lo que es lo mismo, el mejor modo de vivir en un mundo distinto al real. Tiene mucho mérito Louise Penny.

          Por lo demás, el lector fiel a la saga -¿qué otro va a llegar hasta aquí, si este libro es ya el décimo de la serie?- encontrará en esta novela a los personajes de siempre, con sus manías de siempre y con sus miedos de siempre. Un reencuentro con viejos amigos. 

          En cuanto al final… Sorprendente por varios motivos. El que más me ha sorprendido a mí es que ningún personaje se llegue a plantear lo guapos que hubieran estado todos si se hubieran quedado quietos.



jueves, 5 de enero de 2023

Brujas de viaje – Terry Pratchett

 



Saga Mundodisco, 12


Divertidísimo libro en el que Terry Pratchett juega con varios cuentos para niños: la Cenicienta, la Bella Durmiente, Hansel y Gretel, Rapunzel, Caperucita, el Gato con Botas, el Mago de Oz… Solo que en esta ocasión no se trata de que el príncipe bese a la dama para deshacer un hechizo, ni de que la dama bese a una rana asquerosa para transformarla en un príncipe guapetón, sino precisamente de todo lo contrario: se trata de evitar que a Brasas –un alter ego de la Cenincienta- se le ocurra casarse con un príncipe algo más feo que un vulgar batracio. 

          Quien debe velar por tan elevada misión es un personaje ya conocido por los lectores de Pratchett: Magrat Ajostiernos, un hada madrina sobrevenida, porque en realidad es una joven bruja más idealista que competente, cuya inexperiencia se ve acosada por dos colegas, también conocidas de los lectores: Yaya Ceravieja y Tata Ogg. La primera, una horrible gruñona que más sabe por vieja que por bruja; la segunda, una anciana más risueña. A las tres las conocemos por Brujerías, la parodia de Machbeth firmada por Pratchett, y a la primera de estas dos también por Ritos Iguales. Por supuesto, también está presente el hada rival (¿o la bruja rival?) que trata de hacer algo tan cruel como que la realidad se parezca a los cuentos.

          Y esa es la misión de la feorra hada madrina y sus dos amigas: que la realidad siga siendo la realidad sin contaminarse por la fantasía.

          Este planteamiento provoca un largo y divertidísimo peregrinar desde el país de las tres brujas hasta «el lugar de los hechos», peregrinar en el que se topan con muchos lugares y «cuentos» o retazos de ellos, en los que los personajes aparecen ante el lector parodiados de un modo tan inteligente e ingenioso que lejos de pensar que Pratchett se aprovecha de su fama la sensación es la de querer más y más. Por supuesto, también hace apariciones esporádicas uno de los personajes más celebrador de Pratchett, si no el que más: la Muerte.

          Tras ese viaje que justifica el título del libro llega un largo desenlace, el cual, en realidad, es como una segunda historia enlazada con la primera. También muy divertido, aunque en ocasiones un pelín confuso.

          Los recursos humorísticos son infinitos, y aunque no tengo capacidad para juzgar traducciones intuyo que el trabajo necesario para jugar con tanto doble sentido de las frases y con la fonética de las palabras es muy meritorio, y que el traductor debió de sudar tinta y de pasárselo en grande a la vez. 

          A modo de anécdota, las fantásticas portadas y contraportadas de la serie creo que son las mismas en todos los países. Quizá eso haya provocado un error en la editorial: en la sinopsis los personajes de la novela no se citan por el nombre por el que han sido traducidos al español, sino por el original en inglés.

          Lo que nunca acabo de entender es que Pratchett se recomiende como lectura «juvenil». No digo que no lo sea, pero para apreciar tantas parodias como hay en sus novelas hace falta algo más que un barniz cultural.


lunes, 2 de enero de 2023

Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso – Miguel Delibes

 



El protagonista de esta historia –un viejo periodista retirado- tiene alguna cosa más en común con Miguel Delibes, además de la profesión: una edad similar y un profundo amor por la vida rural. Por lo demás, el protagonista, recién jubilado, es un solterón castellano algo maniático, poco o nada consciente de su falta de atractivo, que emprende una correspondencia de tono entre educado y pomposo con una viuda sevillana que en una revista había puesto un anuncio para conocer caballeros.

La correspondencia que se ofrece al lector es unidireccional: solo conocemos las cartas escritas por protagonista. Las respuestas de la viuda las conocemos por lo que el protagonista le responde. Y a través de esta breve correspondencia que dura alrededor de un año el lector averigua la vida, costumbres, manías, valores y aspiraciones del un jubilado presto a enamorarse que, al tiempo que cuenta su historia, reconoce pecados, pesares y aspiraciones insatisfechas. Pero, sobre todo, el lector espía cómodamente el desarrollo de una historia de amor que ve evolucionar desde el primer escarceo, a la vez osado y educado, pasando luego por la ilusión que, pronto transformada en audacia, comienza a dar forma al galanteo y a expresarse de modo cálido y entusiasta para ir a parar, después, a las primeras desavenencias y a un final a un tiempo sorprendente, divertido y doloroso. Un final con algo de tragicómico, por cuanto el protagonista, que siempre ha intentado llevar la batuta y tomarse a sí mismo como vara de medir, queda a merced de lo imprevisto e incontrolable.

Las cuarenta y dos cartas que componen esta obra llevan al lector a través de las aspiraciones, sueños, esperanzas y decepciones del protagonista, haciéndole compartir todos estos sentimientos, junto al temor por si las cosas acabarán siendo como parece o de otra manera. Las misivas son en general breves, y permiten construir en paralelo esas dos historias (la del protagonista y la de su historia de amor), con un elevado grado de detalle. Conviene, para valorar al personaje y disfrutarlo en su justo término, pensar que este recién jubilado tiene sus 65 años en 1983 (Delibes publicó la novela ese año con 63). Es, por tanto, una persona nacida aproximadamente en 1918, por lo que sus valores y modo de ser son los adecuados a un hombre de esa edad y en esa época; y si bien se advierten sus esfuerzos por modernizarse y establecer una relación en pie de igualdad con la viuda, su educación, su cultura y sus costumbres son una losa de la que no acierta a desprenderse; cuando lo hace, buena parte de las cesiones más parecen guiadas por el miedo a la soledad o a perder a ese repentino amor que por ningún otro motivo. Este galanteo epistolar en el que se ve un modo de ser que se va y se adivina un modo de pensar que aún no acaba de llegar es también muy interesante y definitorio de la época en la que transcurre la acción, los años 80 del siglo XX, avanzando ya en las libertades traídas por la Transición, lo cual, con el colofón del final, sitúa al protagonista en la exacta dimensión de lo que su modo de ser ha acabado haciendo de su vida.