En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 16 de febrero de 2023

La tristeza del Samurái – Víctor del Árbol

 


No había leído nada de Víctor del Árbol, pero cualquiera que transite con frecuencia por la parte literaria de las redes sociales ha oído hablar de él desde hace ya una década. En general, positivamente. Viendo sus intervenciones allí parece un tipo sensato y cae bien. A lo cual debo unir que una de las personas en la que más confío a la hora de hablar de libros me dijo hace ya tiempo (aunque bien es cierto que sin mucho entusiasmo) que este autor «no estaba mal». Cuento esto porque cuando las expectativas sobre una novela se ven frustradas más culpa tiene la información previa que la novela, aunque la frustración ahí queda.

Por algún motivo esperaba una obra más «literaria», y también de cierta profundidad, y aunque reconozco haberme entretenido leyendo La tristeza del samurái, me he quedado con una sensación extraña: la de una obra construida ensamblando imágenes y recursos tópicos de manera tan evidente y obsesiva que se ha olvidado dar alma al fondo. Como un castillo infantil hecho con piezas recolectadas aquí y allá, de diferentes juegos, todas reconocibles pero que no acaban de encajar. Entre esas piezas, un malo malísimo, frío, elegante, cruel, todopoderoso y tan calculador que con seguridad y eficacia pasmosas se anticipa al pensamiento y la acción de cualquier hijo de vecino, ¡y con precisión de minutos!; heroicas «princesas» secuestradas; malos feotes, desfigurados, contrahechos, escondidos del mundo y enamoradizos (a su manera); viejas mansiones decrépitas; cartas antiguas que revelan culpas; «héroes» víctimas de su propio afán de justicia y en dramáticos problemas de apariencia irresoluble; traidores que se regodean en su propia vileza, traidores de medio pelo, y, sobre todo, gente que parece ser una cosa y es la opuesta; todo tejiendo una trama que enlaza sucesos de 1941 y 1981, con los mismos personajes y sus hijos; todo con tal mezcla que cada relación entre dos personajes se convierte en un circense «más difícil todavía». Una puesta en escena con muchas imágenes prestadas de la cultura cinematográfica popular y hasta de los cuentos, ensambladas de un modo demasiado tosco y que, por la voluntad de impacto que el autor quiere lograr generan dos efectos negativos: por una parte, saciedad; por otra, tanta atención a la puesta en escena desdibuja a los personajes, deshumanizados para limitarlos a encarnar su misión/obsesión en la novela. Mucho soponcio y encorsetamiento en clichés y poca psicología. Unamos un apreciable grado de truculencia para echar sal a las escenas e improvisadas soluciones extravagantes que lo mismo permiten hacer creso, sin explicación, al personaje en cuya penuria se han recreado el autor páginas atrás, que intentar, de modo fallido, vincular la trama al intento de golpe de Estado del 23-f (en realidad, con las referencias hechas lo mismo podría vincularse a cualquier otro suceso). Para colmo, ciertos anacronismos, la flagrante superficialidad de los datos en torno al 23-f y algunos fallos documentales evidentes acaban por reforzar la tosquedad a que antes he aludido. A título de ejemplo, Alfonso Armada –quien, dicho sea de paso, no pinta nada en el argumento- es calificado de «almirante» en vez de «general». Mira que como el autor se hubiera hecho un lío con lo de «Armada»…

Lo dicho: la trama, debido a los constantes malabares históricos, personales y emocionales y al uso continuo de imágenes tópicas, consigue resultar lo bastante atractiva para leer la novela con cierta placidez, lo que también facilita un lenguaje correcto pero simple, que ni se plantea provocar emociones por nada distinto a la descripción directa y poco elaborada. Esperaba mucho más. No me extraña que el samurái, encajado en la trama como podría haberse encajado a su tía la del pueblo -o como ha sido encajado el 23-f y algunas otras cosas- esté triste. Y hasta deprimido.

Termino volviendo al principio: quizá esta mala impresión sea culpa mía. O no supe interpretar la información que hasta mí había llegado, o me dejé engañar por una información incorrecta fruto de un aparato publicitario mejor engrasado que el literario. El caso es que mis buenas expectativas han resultado equivocadas.

En cualquier caso, un autor con cierto éxito. Por algo será. Pero los motivos no los he sabido encontrar.




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