En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 8 de marzo de 2021

Desayuno en Tifanny´s – Truman Capote

 


 

              Leyendo Desayuno en Tiffany´s el lector tiene una sensación extraña, por cómo una novela publicada en 1958 parece haber sido imaginada tal cual fue luego la película que inspiró, protagonizada por Audrey Hepburn y dirigida por Blake Edwards, aunque es obvio que el mérito solo puede ser exactamente el opuesto: cómo una película y sus intérpretes se adaptaron tan bien a una novela. O si queréis lo digo de otro modo: el éxito de la película es deudor de la fidelidad en la adaptación a unos cuantos puntos básicos (principalmente, al personaje de Holly Golightly), pero la contundencia de ese éxito (¿quién no conoce la película?) permite al lector vivir la historia con una concreción en la definición de la protagonista que provoca esa sensación extraña. Normal. Casi nunca comenzamos novela conociendo de antemano a la protagonista.

              La historia, agilísima, es conocida: un aspirante a escritor es convocado por el viejo barman de un bar de mala muerte porque un tercero, antiguo vecino del escritor, cree haber tenido noticias de Holly Golightly: por algún lugar de África ha pasado, porque en un poblado recóndito ha encontrado una talla que, sin duda, reproduce su rostro.

              Tremendo comienzo. ¿Quién será esa mujer tan misteriosa y atrayente como para que su paso haya sido recordado en un poblado africano y ese simple y breve paso, esa remota huella, sea capaz de convocar a tres hombres en Nueva York como si desde allí fueran a poder seguirle el rastro? Vaya modo brillante de hacer de un personaje un mito antes siquiera de que sepamos nada de él.

              Lo siguiente es un vistazo al pasado que explica ese encuentro en el bar; un vistazo a la breve historia de vecindad entre Holly y el aspirante a escritor, que viven en apartamentos del mismo edificio de Nueva York. Holly es una mujer joven, de unos diecinueve años, que atrae a todos los hombres; con todos ellos juega y todos, en la esperanza de llegar a ser algo más, se muestran encantados de ser su juguete. Puede tener sin esfuerzo casi cuanto desea, porque todos se empeñan en entregárselo, pero ella se ríe a su modo renunciando a cuanto le ofrecen –hasta a la posibilidad del estrellato en Hollywood- y utilizándolos para sus propios fines; o para su único fin, que es vivir sin más, tan desahogada, cómoda, desordenada y caóticamente como en cada instante le apetece. De hecho, solo tiene una costumbre: su visita semanal a la cárcel de Sing Sing a ver a un caballero, un mafioso, que le cuenta muchas cosas sobre cómo está el tiempo. Obviamente ella sabe lo que eso implica, aunque desconozca el significado de los mensajes en clave que ayuda a transmitir, pero, ¿qué más le da? ¿Cómo no va a adorar a un señor tan generoso cuando además ella puede refugiarse en una deliciosa ignorancia? Holly es una persona auténtica, con un enorme compromiso consigo misma y con el presente, puesto que vive como si el futuro no existiera, y por eso exprime cada momento. En realidad, ni siquiera el pasado existe para ella. No, al menos, en lo que respecta a la Holly que nunca quiso ser. Y si no tienes pasado, no tienes familia ni amigos, aunque, lógicamente, el recuerdo, aunque no lo comparta, yace sepultado en su interior. Al mismo tiempo es una muchacha alocada, frívola e inconsciente. Una mujer tan apasionada por la vida que, sin darse cuenta, rechaza el concepto del tiempo: ni el pasado existe ni se atreve a preocuparse por el futuro. Todo esto crea una atmósfera de alegría, jovialidad y humor tan intensa como frágil; y, tras la fragilidad, acecha la tristeza y la melancolía. Una mujer irresistible para todos, que trae alegría cuando llega y deja melancolía cuando se va.

              Y eso es lo que cuenta esta novela: qué hizo –o más bien cómo fue- Holly Golightly para, en tan breve tiempo, dejar en todos los que la conocieron una huella imperecedera.

              También en ti la dejará. 


jueves, 4 de marzo de 2021

El espejo de nuestras penas – Pierre Lemaitre

 



Gran final para una trilogía memorable, Los hijos del desastre, que engloba Nos vemos allá arriba, Los colores del incendio y El espejo de nuestras penas. Si la primera comienza con el fin de la Primera Guerra Mundial y la segunda transcurre en el periodo entre guerras, la última transcurre en los primeros días de la Segunda Guerra Mundial. Como en las dos primeras novelas, en esta el entorno histórico sirve de marco a la vida de unas cuantas personas afectándole de modo tan intenso que, de algún modo, vemos cómo se construye la historia ante nuestros ojos como quien ve la construcción de un muro no con la mirada del arquitecto o del constructor, sino desde la perspectiva de varios de los ladrillos.

Louise Belmont era una niña cuando los dos extraños excombatientes de la Gran Guerra se alojaron en una de las habitaciones de su casa (los dos excombatientes protagonistas de Nos vemos allá arriba). Ahora es una mujer de treinta años, profesora, que ayuda desinteresadamente en el restaurante de un buen hombre ya mayor donde todos los sábados acude a leer el periódico y a tomarse un postre, desde hace años, y siempre en la misma mesa, otro hombre mayor y silencioso que un buen día le hace una proposición indecente y sorprendente.

El resultado de la proposición es horroroso y traumático, pero buceando en sí misma para saber por qué ha hecho lo que ha hecho, Louise acaba indagando, qué remedio, en los motivos del extraño hombre, y de ahí Louise acaba, sin haberlo esperado, buceando en su pasado y en el de su propia familia. ¿Por qué? Porque la causalidad suele ser más importante que la casualidad, y casi nada de lo que pasa animado por la voluntad de alguien es fortuito.

Mientras tanto, los franceses esperan al enemigo (que se hace el remolón) en la Línea Maginot, donde cierto suboficial –un pobre diablo profesor de matemáticas con ninguna dote de mando y con muy pocas ganas tiene de estar allí- se deja dominar, cuando no someter, por un subordinado, un vivales capaz de hacer negocios en cualquier sitio: trilero, ladrón, estafador… Aunque, eso, sí, cuando quiere, y quiere a menudo, es un encanto; el suyo es perfil acabado de embaucador. La línea Maginot acaba como acaba, y estos dos personajes se ven convertidos, sin serlo ni pretenderlo, en desertores unidos por algo parecido a la solidaridad entre hombres que, sin dejar de ser cada uno lo que es, se sienten responsables de al menos de una misión y son capaces de reconocer y admirar a quien la acomete con honestidad.

Al tiempo que esto sucede, otro personaje que se hace querer por todo el mundo acaba también embaucando hasta al más pintado, pues con una osadía mucho más que notable es capaz de hacerse pasar –con éxito- por un avezado profesional en cualquier área, por insólita que sea. Este personaje, una especie de usurpador vocacional que jamás vive bajo su verdadera personalidad, es uno de los más ingeniosos y graciosos de la novela y, también, todo un símbolo por cómo de sencillo es engañar a todo el mundo en los momentos más difíciles: hasta a los embaucadores. Lo mejor de él es, sin duda, que no trata de perjudicar a nadie, más bien al contrario, lo que transforma sus metamorfosis en una especie de pequeños y deliciosos cuentos.

Con estos mimbres y alguno más, Lemaitre nos muestra cómo cuando todo está en juego la picaresca campa a sus anchas en todo el cuerpo social; desde lo más bajo a lo más alto la verdad cotiza poco y la mentira es el asidero donde todo el mundo trata de salvarse del naufragio. La única que persigue la verdad, Louise, es precisamente la más arrastrada por las aguas.

El monumental éxodo entre la población francesa que provoca el avance de las tropas nazis es el marco en el que transcurre buena parte de la novela. Tantas veces hemos visto imágenes de refugiados que no somos conscientes de lo que supone dejar todo atrás ni de las penalidades que un éxodo masivo comporta y provoca. Cuando todo el mundo huye en la misma dirección mientras todo se viene abajo, hasta el agua es un bien escaso. Y no hablemos de comida o combustible. Unos huyen, sin más, tratando de encontrar un destino; otros, como Louise y el dueño del restaurante, no han huido, sino que iban en búsqueda de alguien, pero la búsqueda de quien huye se transforma, a su pesar, en una huida. Otros, presidiarios, intentan una huida dentro de la huida. Del resto, casi todos andan perdidos y solo unos pocos, muy pocos, encuentran su sitio en todo este berenjenal ejerciendo de lo que no son… O siendo lo que no son. 

E el éxodo nos topamos con un pequeño campamento en la zona del Loira. Lugar de encuentro y reencuentro de unos personajes con otros y de muchos consigo mismos. Un oasis que demuestra, en plena desbandada, que cuando peor están las cosas la colaboración tiene más recorrido que el mucho más practicado sálvese quien pueda.

Hecho este pequeño resumen, solo me queda señalar que esta novela comparte con las anteriores el estilo cariñoso, rápido y divertido, dentro de lo trágico, que tanto me recuerda al mejor Camilleri, aunque Lemaitre no lo cite en sus influencias. Por otra parte, creo que Lemaitre escribe mejor que el italiano, a costa de sacrificar algo de agilidad (no mucha). Capítulos no demasiado largos, diálogos siempre significativos, detalles esclarecedores… Y, por supuesto, mantiene su capacidad para hacer sencilla la exposición de situaciones complejas. Su modo de expresarse y el lenguaje sencillo, que no pobre, usado con maestría. Por eso es capaz de decir mucho con pocas y claras palabras. Una delicia para cualquier buen lector.



lunes, 1 de marzo de 2021

El nadador en el mar secreto – William Kotzwinkle

 


 

                El nadador en el mar secreto es una novela de profundas emociones, pero también de emociones contenidas, porque del joven padre que la protagoniza conocemos lo que le sucede y lo que hace, pero lo que siente lo deduce el lector. Una breve historia de hechos, sin calificaciones, con el halo poético que producen esos personajes que pasan por el mundo como levitando porque no bajan al barro de mostrar sus sentimientos. Lo cual, como digo, no significa que el lector no los conozca, sino que los encuentra en su propio cerebro.

                De esta manera, El nadador en el mar secreto es una obra que provoca una intensa relación entre la historia y lector, una conversación silenciosa del lector consigo mismo que versa sobre la felicidad y la desgracia, y el modo en que cada uno las aborda. La felicidad del nacimiento de un hijo, y la desgracia de su pérdida. La serenidad de los personajes hace que la violencia de los sentimientos –que, insisto, quedan a la interpretación del lector- sea mayor, porque carecen de otra vía de escape que el enfrentamiento silencioso a la realidad hasta, si es posible, su asimilación.

                Una obra breve, que se lee en un par de horas que merecen la pena. Una obra que, por su naturaleza, además, puede convenir releer en más de una ocasión en la vida.



jueves, 25 de febrero de 2021

Mort – Terry Pratchett

 



Serie Mundodisco, 4


Mort, abreviatura de Mortimer, en un muchacho entre torpe e inútil que, en el último momento, consigue trabajo como ayudante de la Muerte en el pintoresco mundo creado por Terry Pratchett en el que conviven en paz y armonía la lógica, la magia y los anacronismos. Pero la Muerte, aunque a todos nos inquieta, es buena persona (o buena lo que sea) y, sobre todo, muy profesional: hace su trabajo sin dejarse llevar por emociones o intereses, sin sentimiento de justicia o injusticia.

Ocurre, sin embargo, que Mort es algo más torpe que ella, y en el momento en que debe liquidar a cierta princesa que le ha parecido guapísima, acaba cargándose al tipo que la iba a asesinar. Con semejante desaguisado, y dado que futuro es como es y todo está predeterminado en los relojes de arena que marcan la existencia de cada cual, el lío está asegurado. En concreto, con su torpeza Mort ha creado dos realidades paralelas. El problema es, sin embargo, temporal: la realidad, la buena, con su inercia y amplitud, acabará imponiéndose a la creada por la torpeza de Mort, lo cual implicará, cómo no, la muerte de la princesa. Claro que Mort ha hecho tilín a alguien, la joven adolescente de cincuenta y tantos años –pero con apariencia de dieciséis- que es hija adoptiva de la muerte, y en medio se meterá también un joven hechicero no muy brillante y hasta nada menos que el fundador de la Universidad Invisible, a quien todos daban por muerto dos milenios atrás.

Con todo este disparate y jugando con el concepto del tiempo en relación a la muerte (¿existe el tiempo para la muerte?) Terry Pratchett consigue el milagro de construir una historia completamente lógica, racional y plena de humor inteligentísimo, donde el eufemismo, el disimulo y los juegos de palabras tienen un papel esencial. Mort es una novela muy entretenida, divertida y con el gran mérito de saber entrelazar todos esos elementos tan locos para hacer algo coherente. Una especie de milagro. Ni Saramago, aunque en otro registro, consiguió algo así en Las intermitencias de la muerte, que comenzó bien y se le acabó yendo de las manos, que comenzó siendo una novela de reflexión y terminó siendo una parodia de sí misma. Mort, en cambio, es lo que es de principio a fin: una fantástica novela de humor llena de inteligencia e imaginación donde, si algo tiene la muerte, es que por ella el tiempo no pasa.



lunes, 22 de febrero de 2021

El crimen del padre Amaro – José María Eça de Queiroz

 


 

              La novela, un clásico de la literatura portuguesa del siglo XIX publicada en 1875, transcurre en un entorno (la vida del clero en una pequeña ciudad portuguesa en la época) que poco tiene que ver con la película mexicana que inspiró (que transcurre en el México actual con toda la corrupción el narcotráfico como telón de fondo).

              Amaro es un niño muerto de hambre, con una infancia repleta de soledad y sinsabores, al que la caridad de una familia noble conduce, sin pedirle opinión, al sacerdocio. Una vez ordenado y tras un primer destino angustiosamente solitario y apartado, los contactos de sus protectores lo convierten en el joven párroco de Leiría. Allí se encuentra con dos cosas: un clero aposentado en sus privilegios y solo preocupado por mantener el mínimo disimulo para ocultar la ruptura total de casi todos sus votos (en especial, el del celibato) y la joven hija de su casera: Amélia, que le hace tilín, tolón, ding-dong y ringgggggggggg.

              Aunque la obra está dividida en largos capítulos, se pueden agrupar en cuatro partes:

              La primera, breve, nos cuenta la vida de Amaro y cómo llega a ser párroco de Leiría.

              La segunda despierta la simpatía del lector por el amor imposible. Narra el proceso de enamoramiento, de acercamiento entre Amaro y Amélia, con las dudas de ambos, sus miedos y vacilaciones. Y además los separa un tercero, el joven que, con el beneplácito general, echa los tejos a Amélia, de quien se supone que pronto será esposo; un joven que pronto irrita al lector, porque parece el obstáculo que impide una bella historia de amor y porque -siendo este personaje el menos ciego de todos- acaba por ser víctima de los celos, lo que le hace adoptar alguna medida más que cuestionable.

              En la tercera parte ha triunfado un amor que solo puede vivirse en precario. Pero es precisamente esa precariedad la que acaba demostrando qué lleva de verdad cada uno dentro, porque es en las dificultades cuando se ve quién escapa como una miserable comadreja y quién asume los costes. Lo cual quiere decir que de la precariedad pasamos a los problemas que conducen a la novela a su desenlace.

              Y en la cuarta y última parte, brevísima, el autor ofrece al lector en muy pocas escenas una evidente conclusión acerca de cada uno de los personajes, de modo que no es hasta ese momento cuando acabamos a saber quién es cada uno y queda un poso de amargura e injusticia.

              El crimen del padre Amaro es una novela psicológicamente compleja. Amaro es primero un niño desamparado, que jamás llega a conocer el cariño, y luego es un hombre sometido a un destino que no ha elegido; pero como es también un adulto egoísta y manipulador que abusa de su posición de superioridad moral, cabe preguntarse hasta qué punto es así por simple egoísmo, o porque no le queda otro remedio al no haber conocido jamás el cariño ni la generosidad que lo acompaña, o por rebeldía ante el ineludible destino que le ha sido impuesto. La solución al dilema, a elección del lector.

              Hay otra segunda complicación psicológica: el amor. O lo que los personajes y el lector creen amor. ¿Es amor lo que siente Amaro por Amélia? ¿Lo es siempre o solo al principio? ¿O es solo mera atracción? Sea lo que sea, ¿no evoluciona a obsesión? ¿Y por qué termina como termina? Lo que comienza pareciendo un enamorado termina siendo, simplemente, un cazador necesitado de cobrarse constantemente su pieza para satisfacer su ego y escapar de la soledad. Amaro, que parece comenzar amando a Amélia, termina teniendo como objetivo, simplemente, su rendición.

              Amélia, el otro gran personaje de la novela, ofrece un perfil más puro y nítido. Es víctima de un amor fundado en la atracción y la admiración y, a diferencia de Amaro, tiene mucho que perder si se decide a vivirlo. Amaro puede temer el escándalo, pero las consecuencias serían mucho peores para Amélia. Él no piensa más que en sus miedos; ella, en cambio, elude pensar en los riesgos. Si algo puede criticarse a Amélia es su inconsciencia e imprudencia más que su generosidad, porque evitar pensar en lo que se está jugando. Sin embargo, y pese a que las peripecias de Amélia ocupan buena parte de la novela, esta versa sobre Amaro, al que desea reflejar. O desenmascarar.

              La acción transcurre entre la catedral, la casa de la madre de Amélia y un par de lugares más, entre reuniones de clérigos y señoras piadosas que conversan sobre los chismes del lugar y los enjuician moralmente con mayor rigidez ellas que ellos. En torno pululan algunos personajes ajenos a ese mundo, críticos con él pero, en el fondo, más opuestos que enfrentados.

              La novela siempre se ha tachado de anticlerical, porque, aunque muestra algún cura casi lindante con la santidad, es la excepción en un mundillo donde todos se comportan de modo distinto al que predican: están muy preocupados por su peculio, por comer y beber bien, por eludir problemas y responsabilidades y, quien más y quien menos, «conoce mujer». Un clero más epicúreo que sacrificado, más apegado al este mundo que al otro, que parece tener una confianza limitada en el más allá o que, cuando menos, considera que ese más allá va a ser tan indulgente con las debilidades humanas que resistirse a ellas solo puede conducir al sufrimiento inútil y a la ansiedad enloquecedora. Dicho todo esto, es normal que la novela recibiera el calificativo de «anticlerical», pero este término debe ser entendido en sentido estricto: se crítica a las personas, no a lo que representan.

              Sin embargo, El crimen del padre Amaro es, sobre todo, una novela sobre el egoísmo, sobre el modo en que unas personas manipulan a otras, sobre la inconsciencia e injusticia de perseguir pequeñas victorias personales a costa de imponer a otros gigantescos costes. Es una invitación a reflexionar sobre el modo en que satisfacer nuestros caprichos puede sembrar la desgracia a nuestro alrededor.

              Por último, El crimen del padre Amaro es también una novela adelantada a su tiempo por lo que tiene de reivindicación del papel de la mujer. Y eso que Amélia no es ninguna heroína, sino una mujer con los valores de su época que se deja arrastran a una pasión estimulada por quien puede manipularla y lo hace hasta el abuso. Visto desde el simplismo de creer que una novela es lo que escenifica, podría decirse que es una novela machista, lo cual no sería extraño en la época en la que se escribió. Pero no lo es porque, precisamente, el autor utiliza a una mujer, Amélia, para dejar claro quién es el padre Amaro. Dicho de otro modo, la censura al padre Amaro, lo que justifica el «crimen» que da título al libro, es la dignidad de Amélia. Si el autor hubiera considerado a la mujer un ser de segunda, ¿qué sentido tendría hablar de «crimen»? El crimen del padre Amaro es, en realidad, doble: sus actos lo envilecen por oponerse a lo que representa; pero si hubiera compartido con Amélia los costes de su aventura lo hubieran reconducido a su condición humana. Es el abuso, el trasladarle a ella los costes que él contribuye decisivamente a provocar, lo que constituye el verdadero crimen.



lunes, 15 de febrero de 2021

El juego de la luz – Louise Penny

 




              Volvemos a «Tripines», como ya en broma llamamos a Three Pines, el pueblecito canadiense en medio del bosque, tan renacuajo y apartado que no sale en los mapas. Sin embargo, curiosamente, está situado razonablemente cerca de grandes urbes y tiene su coche de bomberos, su buena librería, un «hotelito con encanto», su bistrot, y su «bed and breakfast». Nadie sabe a qué se dedican sus escasos vecinos, pues no hay mención a actividad económica alguna excepto la de los personajes recurrentes: el matrimonio Morrow, dedicado a la pintura artística, la poetisa famosa, anciana, gruñona y maleducada Ruth Zardo, la dueña de la librería, el matrimonio al frente del hotelito y la pareja homosexual que regenta el bistrot y el «bed and breakfast». En resumen, un idílico mundo de bolsillo inexplicablemente desconocido en el que sus habitantes dedican su tiempo a las bellas artes, al paseo por hermosos bosques y jardines y a tomar cafés con leche y papear en el coqueto bistrot, que ofrece una pitanza de lo más selecta y elaborada. Demasiado bueno para ser cierto, lo cual, dicho sea de paso, es lo que más afecta a la credibilidad de algunas cosas, en especial el empeño en considerarlo una especie de «lugar oculto» que haga inexplicable la presencia de cualquier persona ajena a los que allí viven.



              En tan bucólico paraje, a juzgar por las novelas de la saga, no hay más que ardillas y asesinados. Entre los últimos, la mujer llamativamente vestida de rojo que aparece en el jardín de los Morrow justo cuando estos estaban celebrando, por fin, el ascenso al olimpo artístico de Clara; ascenso que, por otra parte, deja en complicada posición a su esposo, que durante años había ejercido como «el artista» de la familia y que ahora ha quedado reducido a su verdadera dimensión al quedar enfrentada su realidad a sus ambiciones. A lo que deben añadirse las complicaciones del amor hacia quien con su sola presencia hace patente tu fracaso.

              Pero hay un fiambre, he dicho, y allá se va el inspector jefe de la Sûrete du Québec, el eficaz, calmoso y culto Armad Gamache, con su joven segundo, Jean Guy Beauvoir (recién divorciado y dudando de si la hija del jefe le hace tilín o tolón), ambos traumatizados por los soponcios vividos en la anterior novela de la saga (Enterrad a los muertos), donde fueron tiroteados; los dos van acompañados de todo su equipo y, en particular, de una inspectora que parece ir a ganar protagonismo en próximas novelas. Todos ellos, digo, se presentan en Three Pines dispuestos a investigar con sus métodos habituales: indagar, ver, y no hacer nada hasta que las cosas se hayan cocido más que bien en su propio jugo. Todo, además, con la peculiaridad típica de estas novelas de la endogámica relación entre sospechosos e investigadores, todos los cuales, por culpa de lo renacuajo del lugar, conviven casi veinticuatro horas al día, comen y cenan juntos y hasta acaban haciéndose amigos que nunca acaban de poder distinguir entre conversaciones e interrogatorios.

              Pese a que estoy usando un tono un tanto frívolo, la novela es muy interesante. Y ello por varios motivos: primero, porque Louise Penny tiene la habilidad de utilizar sus novelas para hablarnos de asuntos de lo más atractivos. Si en Enterrad a los muertos era la independencia de Canadá y las relaciones entre francófonos y angloparlantes, aquí nos ofrece un montón de lúcidas reflexiones sobre el mundo del arte y el ego de los artistas, con todas sus inseguridades a cuestas, que lo mismo son aplicables a pintores que a escritores o escultores, y que permiten ver más allá de lo que brilla en estos mundos. También ofrece una visión interesante del mundo del alcoholismo y, sobre todo, de quienes intentan rehabilitarse. En segundo lugar, porque la trama en sí es sorprendente (aunque sea un «caso de laboratorio») y, por tanto, despierta la curiosidad: la muerta es una antigua amiga de Clara, a la que hace siglos que no veía porque se habían enemistado, a la que nadie había visto en una fiesta a la que no había sido invitada y en la que ha aparecido muerta. En tercer lugar, consigue hacer evolucionar bien algo que en entre la primera y la segunda novela apenas existía: las vivencias de los protagonistas y de su entorno. Cierto es que pueden objetarse puntos débiles que afectan al realismo y a la verosimilitud de algún detalle relevante, y que al final, a lo Ágatha Christie, no se sustenta en prueba alguna sino en conjeturas que desembocan en una confesión regalo a los lectores y al sr. Gamache, pero a pesar de todo esto la solidez de El juego de la luz es grande y por encima de lo habitual. Es cierto, también, que es una novela de «jarrones venecianos», que diría Julián Ibáñez, alejadísima del «hard noir», pero eso no es un crimen: todo tiene derecho a existir.

              Una novela para disfrutar con una lectura sosegada y sin prisa, porque lo importante no es el destino sino el camino. Una buena novela con consigue algo muy difícil: que una saga de novela negra vaya a más; lo normal es lo contrario.

              Lo confieso: estoy ya irremediablemente atrapado por todo lo que sucede en «Tripines».








jueves, 11 de febrero de 2021

Mandíbula – Mónica Ojeda

 


 

              Las relaciones entre madre e hijas han dado mucho juego en literatura. En Mandíbula dan mucho y bueno.

              La historia, emparentada con las novelas de terror, transcurre en Ecuador, con saltos en el tiempo y en los escenarios. El protagonismo está repartido entre Clara -una profesora un tanto lunática, víctima de un ataque de dos alumnas, que imita en todo a su difunta madre- y un grupo de muchachas adolescentes, entre las que destacan las dos que lideran el grupo: Fernanda, que sufre ¿o no? un trauma por algo que no recuerda si hizo de pequeña y que ha oscurecido la relación con su madre, y Annalisse, la más osada e imaginativa, otra cuya relación con la madre es, cuando menos, distante.

              El grupillo es tan aficionado a las historias de terror por Internet que se reúnen para pasar miedo escuchando sobre todo las de Annelise. E incluso van más allá: asumen riesgos absurdos que, inevitablemente, las enfrentan a otro tipo de miedo, pero miedo al fin y al cabo.    

              La novela comienza con una historia de terror, literalmente: el secuestro e inmovilización de una de las muchachas a manos de quien sabrá quien lea la novela. A partir de aquí se construye, desde el pasado, la sucesión de hechos que han llevado a ese comienzo, y en ese desarrollo es cuando el lector conoce a esas inquietantes adolescentes –sus diálogos, sus prácticas, las confesiones de Fernanda al psicólogo…- y a la extraña profesora, y acaba viendo como al fondo de las cosas se llega mezclando lo que cada una es con los ardides de las más astutas.

              No sabía lo que iba a encontrar en este libro, y la verdad es que me ha gustado. A pesar de lo truculento y violento de alguna escena y de la situación con la que comienza el libro, la irresponsabilidad y desenfado de las adolescentes pone un punto de liviandad que no llegan a borrar las perturbadoras manías de la profesora –mucho más inquietante que sus alumnas-. La mezcla de violencia e ingenuidad lleva de un extremo a otro las sensaciones del lector. El entorno de un colegio de élite regentado por el Opus ofrece un contraste notable con la historia, pues nadie en él conoce ni tiene ganas de reconocer lo que en verdad se cuece entre sus paredes o, mejor dicho, en los cerebros de la profesora de Lengua y Literatura y en la de algunas de sus alumnas. La historia oscila entre pasajes tenebrosos y plácidos, casi como el miedo, que precisa de un lugar seguro desde el que atisbar lo temido. La novela, sobre todo en boca de Fernanda y Annelisse, ofrece unas maduras e interesantes reflexiones sobre el miedo. Y, por encima del miedo, de aquello que más paraliza a la gente: el miedo al miedo.

              Mónica Ojeda domina el lenguaje, la estructura y la obra. Se nota que ella ha dirigido la novela más que la novela a ella. Se nota que tiene talento. Una buena lectura.


lunes, 8 de febrero de 2021

Cómo robar un banco suizo – Andrea Fazioli

 


 

              El título, que parece el de un manual de instrucciones, es lo mejor de esta novela, porque tiene el atractivo de invitar al lector a compartir con los personajes la aventura de un robo en un entorno casi mítico. Es lo más emocionante. Sin embargo, la novela es fast food literario y, lo que es peor, bastante mal cocinado; mira que hace siglos que apenas veo películas, pero, como en tantas otras novelas escritas para vender y solo para eso, no me cuesta identificar, una vez más, un montón de lugares comunes de todas esas peliculejas clónicas que durante años poblaron las televisiones.

              Argumento:

Un señor que en su día fue un as del birle está apaciblemente retirado de la delincuencia y entregado a la jardinería, con sus margaritas, sus petunias, sus bichitos y sus cosas, pero, ¿os suena?, hete aquí que debe retornar a los escenarios presionado por un tipo malísimo con el que la hija del «jardinero», una cabeza de chorlito, se ha metido en líos. ¿Y qué debe hacer la figura del birle? Usar su sapiencia, habilidad y experiencia para robar un banco suizo sin que nadie se manche las manos y, luego, entregar la guita al malvado.

Lo de las manos es importante por aquello del crimen perfecto, que a nadie le apetece que lo trinquen, y porque, claro, el as del birle es un caballero o, dicho de otro modo, fue un chorizo sofisticado, que ni usaba pistolas, ni apiolaba al personal, ni amenazaba ni nada. No un bruto tosco y rudo, sino un elegante orfebre del choriceo. Aunque, eso sí, el pobrecico se había llevado el disgusto de pasar por la trena, así que ojo, lector, porque como nos enseñó Con faldas y a lo loco, nadie es perfecto.

              El as del birle no está por la labor de reeditar viejos éxitos, porque podar setos es muy relajante y porque, siendo el protagonista, le añade un toque buenecillo para caer bien (si es que ser víctima de un chantaje no le ha bastado al lector para solidarizarse) pero, por desgracia para el buen señor, a pesar de intentarlo no consigue solucionar el desaguisado de su hija de otra manera que cediendo al chantaje del malvado (no descubro nada porque, si no, obviamente, se hubiera terminado el libro enseguida).

              ¿Qué decir de los secundarios? Todos, desde la hija hasta el alocado, osado e ingenuo tipejo que contacta con ella para comenzar el estropicio y los voluntarios inexpertos que el pitísimo tío recluta se incorporan a la aventura como quien se apunta a dar una caminata con los amigos por el Monasterio de Piedra, creando al lector una apabullante sensación de historia sosa y ñoña. «¿Te apetecen unas croquetas?» «¡Claro!» «¿Y luego atracamos un banco?» «¡Pues cojonudo!» Sin duda el autor es consciente de la avería, porque durante el resto de la novela no deja de repetir que esa buena gente se había apuntado a la fiesta como quien se apunta a una fiesta, y luego, claro, lo de las orejas y el lobo. En fin…

              Entre los reclutados figura un insulso detective privado que, al parecer, protagoniza la saga de novelas de la que ésta forma parte. Aquí, protagonizar no protagoniza nada, solo hace unas cuantas cosillas, echa un cable relevante (¿será eso el protagonismo?) y además se dedica a estar muy disgustado por verse envuelto en semejante fregado.

              A todo esto, el lector puede asistir al secuestro más pintoresco que recuerdo: los secuestrados salen a pasear por la calle y todo, lo cual refuerza esa sensación de poco currelo, porque narrar de verdad las sensaciones de un secuestrado, lo mismo que las de la gente normal que se embarca en la comisión de delitos premeditados exige un trabajo que a Andrea Fazioli ni se le ha pasado por la cabeza intentar. ¿No os suenan también los personajes ingenuos que, llegado el momento de la verdad, se pasman unos y sacan la vena heroica otros? Pues eso.

              A lo que no va a asistir el lector es a la planificación del golpe, que se supone que es la gracia de la novela, porque el protagonista, como es tan pito y tan profesional, lo lleva todo en la cabeza y con tal sigilo que, si no se lo cuenta ni al Tato, mucho menos al lector. Al lector hay que sorprenderlo tanto como al banco (al fin y al cabo también se ha jugado su dinero en esta historia). De resultas, los personajes vagabundean por la novela hasta que, cuando no queda más remedio, nos enteramos de que, ¡oh, sorpresa!, alguno va a vigilar desde una esquina o  a realizar alguna otra proeza similar.

              Pero como semejante banda no es capaz de llegar a todo, por supuesto el protagonista tiene amigos expertos en la resolución de cada problema por difícil e intrincado que sea, todos ellos tipos a medio camino entre el genio y el trilero. Todos tipos que, si llamas a su puerta diciendo «¿No tendrás algo para interceptar misiles intercontinentales disparados desde un portaaviones en el Pacífico?» te responden, tras pensarlo un segundo y medio, «¡Creo que tengo justo lo que necesitas!», y se meten en la trastienda a buscarlo. ¿A que también os suena?

              ¿Qué queda para que la novela resulte atractiva al lector mínimamente exigente? Tampoco nada muy original: queda que, quien supere la primera mitad, comenzará a sentir ganas de saber, ya que ha llegado hasta ahí, en qué queda el asunto, si acabarán robando el maldito banco o no, si el malo se saldrá o no con la suya y si el protagonista podrá volver a ocuparse de sus geranios y plantar unas cebollas. El desenlace es para pegarse un tiro: el plan del malo malísimo deja patitieso al lector, incrustándole en la mente aquello de «para este viaje no hacían falta alforjas», y demuestra que tras urdir la trama las neuronas del autor seguían muy descansadas; luego incluye un golpecillo poco creíble pero que da un giro esperadamente inesperado –y peliculero- al desenlace de la acción y, también, un final del final que enlaza directamente con la ñoñería que he mencionado antes.

              Todos leemos con cierta frecuencia fast food literario, pero solo se puede disfrutar si está bien cocinado. No es el caso. Por cierto, la crítica que la faja atribuye a Andrea Camilleri deja al pobre Camilleri a la altura del esbirro. 


viernes, 29 de enero de 2021

El Maestro y Margarita – Mijaíl Bulgàkov

 


               

                Una de las mejores novelas que he leído jamás. El mejor resumen de lo que es y supone El Maestro y Margarita podéis leerlo en la magnífica y emocionante breve nota que, tras el fin de la novela, ha incluido Marta Rebón, la traductora de esta excelente edición de Navona.

                A quien haya llegado a esa nota le sobra esta reseña, pero para quien no haya leído la novela y esté dudando si disfrutar de la maravillosa aventura literaria, histórica y personal que es El Maestro y Margarita, allá van unas cuantas ideas.

El lector que quiera apreciar y disfrutar al máximo esta obra hará bien en informarse previamente de la biografía del autor, de todas las humillaciones, sinsabores y problemas que sufrió y, especialmente, de la larguísima gestación de El Maestro y Margarita (escrita entre 1929 y 1940), novela que sabía que era su gran obra y con la que también sabía que sacrificaba cualquier posibilidad de bienestar material para preservar su honestidad intelectual; una novela tan importante para Bulgákov que fue a ella a la que dedicó los que sabía que eran los últimos momentos de su vida. El resultado, imposible de publicar en la Unión Soviética de su época, lo disfrutamos todos hoy, aunque Bulgákov tuviera que escribir desde la amargura de saber que él nada bueno iba a sacar de ella en vida, salvo la tranquilidad de conciencia, lo cual da idea de su compromiso intelectual y de su honestidad.

                Aunque las anotaciones de editores y traductores tienen un número de forofos limitado, me cuento entre ellos; ayudan a saborear las cosas, y en el caso de El Maestro y Margarita especialmente, pues la carga crítica de muchos detalles sería inapreciable para la mayoría de los lectores. Además, así como los pormenores de las andanzas de otros regímenes totalitarios son más conocidos, los del régimen soviético, en especial durante el periodo estalinista, no forman parte de la «cultura general», por lo que toda información es poca.

                El Maestro y Margarita es muchas cosas a la vez. Ante todo, una sátira demoledora del régimen soviético y su violenta locura por uniformizar, que sobrepasó el ansia de poder típica de cualquier dictadura y el ansia de uniformización económica propia de la ideología que la sustentaba para intentar reducir la mente de cada ciudadano al reflejo de una mente colectiva dictada desde el poder. Bulgàkov, como otros grandes escritores, recurre al humor como instrumento de crítica. La secuencia de sucesos absurdos, de situaciones cómicas, es tal, que El Maestro y Margarita es también una novela de humor, aunque a veces al lector se le olvida abrumado por lo ambicioso y arriesgado del proyecto. Pero la novela es también una maravillosa novela de amor y de reflexión sobre el bien y el mal y, ante todo, una obra tan ambiciosa que se transforma en colosal cuando, página a página, esa gigantesca ambición intelectual de Bulgàkov va tomando forma ante los ojos del lector.

                La historia entremezcla la presencia del diablo en Moscú (bajo el nombre de Woland, en el que hasta la morfología de la W es significativa, por lo que sabrá quien lea la novela) acompañado de un séquito tan pintoresco que más parecen una compañía de cómicos que un hatajo de demonios. Su capacidad para predecir el futuro y para alterar el funcionamiento natural de las cosas produce una catarata de acciones y reacciones insólitas con las que casi todos se retratan. Todas esas idas y venidas tienen un fin, que afecta a las otras dos historias que a su vez se entremezclan: la de aquellos a quienes todo les da igual -hasta la compañía del diablo- porque tienen objetivos sublimes que están por encima de ellos mismos (el amor) y la historia de Poncio Pilatos. He dicho antes que además de una crítica del régimen estalinista El Maestro y Margarita es también una obra sobre la naturaleza del bien y del mal. Bien, pues por esto último, lo es también sobre la naturaleza el perdón.

                Merece la pena leer con sosiego para disfrutar del alarde de imaginación y, también, de conocimientos: las alusiones y el simbolismo contribuyen a elevar esta novela hasta las mejores que cualquier lector pueda leer en su vida, como también la elevan sus peligrosos silencios, que lo mismo denuncian los modos de operar de las autoridades soviéticas que muestran las arriesgadas decisiones y determinaciones de algunos personajes. Bulgákov trabajó con todo: con palabras, silencios, humor, crítica, amor, historia, valores…

                Leí esta novela durante el lluvioso puente de la Constitución, aprovechando la disponibilidad de tiempo. Fue un acierto. No es especialmente larga (incluyendo las notas, unas 550 páginas), pero sí merece la pena leerla despacio, con sosiego, y también con continuidad. Buscadle el momento adecuado. La novela os devolverá el esfuerzo centuplicado. 


  


lunes, 25 de enero de 2021

Pequeñas mujeres rojas – Marta Sanz

 


 

              Tercera y última entrega de la trilogía del detective Arturo Zarco, al que no vemos el pelo porque esta novela la protagonizan, a medias, la madre del amante de Arturo –que se erige en narradora- y la exesposa del detective: Paula Quiñones, inspectora de Hacienda coja, dato este último imposible de omitir desde el momento en que se menciona cientos de veces a lo largo de la obra.

              Mis sensaciones ante esta novela son contradictorias: Marta Sanz escribe fantásticamente, con un dominio de la expresión muy elevado, el tema de fondo (las reflexiones que inducen unas semanas de voluntariado para abrir fosas de la Guerra Civil) es interesantísimo, conviene anañizarlo, incluso es necesario, y abordarlo de modo tangencial es un recurso inteligente para sortear la resistencia de las molleras más impermeables. Y, sin embargo… Y sin embargo los procesos mentales se expresan de modo demasiado retorcido para mi gusto, demasiado barroco, con demasiadas interrupciones e interrupciones de las interrupciones, casi como el pensamiento real pero mucho más elaborado lingüísticamente, lo que recarga tanto que, en un momento dado, dije, con toda naturalidad y sin premeditación, que estaba leyendo Pequeñas mujeres rococojas, término este último con el que jugaba con tres de los factores relevantes del libro: la alusión al «rojerío», porque quienes se oponen a la apertura de fosas con los motivos más dispares suelen ver casi como forofos de izquierdas a quienes se empeñan en abrirlas, alusión también a lo rococó del modo de expresión y, por último, a la condición de coja de la protagonista que, como ya he dicho, es omnipresente. Luego, claro, está el «pequeñas mujeres», porque todo el mundo es pequeño ante la Historia y porque en esta novela, además, muchas de las mujeres que aparecen han jugado un papel condicionado por su sexo –lo cual justifica el «mujeres»- y cuando se han tratado de imponer a él se han topado con la pequeñez de lo individual.

                Con este objetivo, Marta Sanz urde una trama que sustenta la acción de los personajes -expresada primero a través de las cartas de Paula y luego de los escritos de su amiga y madre del amante de su exmarido- para, aprovechándose de ella, inducir las reflexiones que he mencionado. La trama es una excusa, pero una excusa bien traída que refuerza el conjunto aunque al final, qué remedio, el desenlace eclipsa la reflexión y aún lo eclipsa más el detalle de las truculencias a las que se enfrenta Paula, tan pormenorizado que si pretende resaltar o denunciar algo que no sea la simple crueldad, no lo consigue. Eclipse del eclipse.

              Respecto al libro no creo necesario añadir nada más. Sí lo voy a hacer respecto a la trilogía, aunque solo sea para preguntarme el significado de la palabra en esta ocasión: ¿son tres libros con personajes comunes o tres historias que, una vez leídas, forman una cuarta más amplia?  Lo cierto es que entre la primera –Blak, black, black- y las dos siguientes –Un buen detective no se casa jamás y Pequeñas mujeres rojas- hay una diferencia de estilos notable (las dos últimas, mucho más recargadas), tampoco las tres historias de fondo tienen mucho más en común que incluir personajes de colectivos cuyos derechos se reivindican en el presente, y, en lo que se refiere a los personajes comunes, solo hay interacción entre ellos en la primera novela, por lo que en las dos restantes la evolución es nula y se limita a cierto ajuste de cuentas mental con el pasado en el que cada cual debe asumir y repartir (o no) errores y culpas. Novelas singulares, trilogía singular.




jueves, 21 de enero de 2021

Silencio administrativo – Sara Mesa

 



 

                Breve obra en la que se narra, reconstruidas como la experiencia de una mujer, las desventuras de la autora y alguna otra persona, incluida alguna de su familia, cuando decidieron ayudar a una indigente que no tenía ni dónde dormir.

                ¿Y en qué consiste «apoyar»? En ayudarla a conseguir una prestación pensada, en teoría, para ayudar al excluido. Unos poquitos euros al mes que por sí solos no bastaban para pagar una habitación y comer.

                Pero lo que se encuentra la protagonista al decidir ayudar a la indigente no son solo algunos trámites sino una muralla de problemas. Los que dan título al libro son los administrativos: algo tan básico como que la administración debe poder relacionarse con el ciudadano para pedirle esto o lo otro, o decirle que sí o que no, se convierte en un mayúsculo follón, en un imposible cuando tu lugar de residencia es cada día un rincón y cuando ni siquiera puedes pagarte un teléfono para estar localizable; por no hablar de las cautelas legales que para prevenir listillos o, simplemente, para acotar beneficiarios, se vuelven contra el más vulnerable, como ocurre en este caso con el requisito del empadronamiento, amén de la completa vulnerabilidad de quien nada puede, nada sabe y nada espera ante funcionarios que, humanos como son, no siempre atinan a saberlo todo –sobre todo cuando llegan casos atípicos- y entre los cuales siempre es posible topar con alguno manifiestamente mejorable. En resumen, el mundo no está pensado para los excluidos, y la ayuda al excluido está pensada por el no excluido; por eso se dan paradojas como que a personas sin techo les lleguen, procedentes de bancos de alimentos, productos –legumbres, arroz…- que de poco sirven a quienes, careciendo de techo, carecen también de cocina donde hacerlos comestibles.

                Junto a todos estos problemas el libro refleja también, o quizá incluso mejor, los prejuicios de la sociedad manifestados en multitud de pequeños detalles, como por ejemplo las miradas que la gente le echa a la desdichada protagonista el día en que la mujer que la ayuda le regala un móvil: el teléfono, que para la indigente es su única posibilidad de protección ante las agresiones que regularmente sufre, así como su único medio de contacto con el mundo –con la Administración y hasta con sus conocidos-, a ojos de muchos es un lujo superfluo: «Mírala, aquí pidiendo, pero con móvil». Y como este ejemplo, unos cuantos más.

                Mención aparte merece la referencia que la obra hace a la creencia demasiado corriente de que a quienes nada tienen se les regala todo y se benefician de un sinfín de ayudas que, en opinión de quien eso creen, fomentan la vagancia y el parasitismo. La realidad que muestra este libro, en cambio, es bien distinta: apenas hay ayudas; las que hay, tienen condicionamientos draconianos; las que los políticos anuncian a bombo y platillo como nuevas rara vez aportan nada porque sustituyen a otras ayudas que desaparecen; cuando llega la ayuda, llega tarde; además, son temporales y, para colmo, apenas sirven para mitigar aquello que pretenden paliar. Como varias veces repite la autora, ¿cabe mayor urgencia social que la de quien no tiene ni dónde meterse a la noche siguiente ni dónde dejar sus cosas?

                Una obra breve, muy bien escrita, que no pretende juzgar sino mostrar (y lo consigue), y que posiblemente cambiará muchas cosas en la mente de quienes la lean.

                Leedla.




lunes, 18 de enero de 2021

Un año - Jean Echenoz

 

 

Victoire, la protagonista de este pequeño librito publicado en Argentina, despierta un día en su cama junto a un hombre muerto. Posiblemente, muerte natural, pero decidida a no meterse en líos se mete en uno mayúsculo: escapa llevando consigo un escueto equipaje y todos sus ahorros.

¿Qué puede hacer desde ese momento? Sobrevivir. Pero no es sencillo manteniendo el anonimato y con recursos limitados que enseguida comienzan a esfumarse. El lector asiste así a la peripecia de cómo una persona con una vida normal puede, sin más que dejando de trabajar, desembocar, sin darse cuenta, en la indigencia. Qué provoca cada cosa, de cuánto se puede prescindir, cuánto tiene de adaptación mucho de lo que nos parece inadaptación y la impotencia de la pobreza es todo lo que encontrará en lector en estas breves pero intensas y angustiosas páginas que demuestran que incluso cuando uno lo tiene todo dentro de sí para salir a delante, conseguirlo deviene imposible cuando en lo material se carece de absolutamente todo. Una invitación a la reflexión. 

Y el final… Algún final había que darle, pero la pirueta de la última página no solo es magistral, sino que explica el único misterio (o, más bien, situación extraña) que de vez en cuando asoma la nariz por la fuga, durante un año, el año que da título a la obra, de Victoire.



miércoles, 13 de enero de 2021

Bajo los vientos de Neptuno – Fred Vargas

 


 

                Nueva entrega del comisario Adamsberg, la más movida desde el inicio y no solo porque la acción vuele en varias ocasiones de París a Quebec, sino porque la incertidumbre sobre la suerte del protagonista produce una tensión narrativa inédita en las anteriores novelas de la serie.

                Adamsberg, tan peculiar, tan irracional o, más bien, tan intuitivo, se enfrenta al recuerdo de una serie de casos, uno de los cuales afectó a su hermano, inocente que a punto estuvo de ser declarado culpable de un crimen que no podía recordar si había cometido o no. Una desmemoria que, además, opera como una tortura perpetua. El modus operandi a través del cual muchos inocentes (para el comisario) han acabado en la trena, se había repetido a lo largo de los años, pero Adamsberg, aunque había llegado a detectar los casos, no había logrado esclarecer nada.

                En este entorno, el comisario y sus chicos viajan a Quebec a hacer un curso sobre «policía científica», y allí le sorprende un nuevo crimen de la serie.

                Aunque se trata de una trama «de laboratorio», irreal, está bien narrada y tiene verosimilitud, si bien hay algunos puntos débiles en torno a la historia y a algunos personajes en los que la autora no llega a entrar porque no le interesa. Bajo los vientos de Neptuno recurre al viejo pero efectivo truco de transformar al héroe en víctima, para provocar la angustia de un lector que si ha llegado al quinto libro de la saga es porque ya tiene en la suficiente estima al comisario.

                Una novela de buena factura, entretenida, con bastantes puntos peliculeros y personajes en general demasiado nítidos, blancos o negros sin apenas grises. Una novela que se sale un poco de la norma en las anteriores (ver, observar, dejar que las cosas sucedan) con una principal pega: el malo malísimo parece sacado de una ínfima peliculeja, con lo que el conjunto produce una sensación de «novela negra de salón». Una historia más centrada en plantear un misterio y aclararlo que en contar nada del ser humano. Entretenimiento puro y duro.

               



viernes, 8 de enero de 2021

El mal de Portnoy – Philip Roth

 


 

                Brillante y divertidísima novela de Philip Roth (1933-2018), eterno candidato al Nobel, que nos cuenta en primera persona, a modo de monólogo ante un psiquiatra, la vida de Alexander Portnoy, de algún modo trasunto del propio autor, judío de Newark (Nueva Jersey), como Roth, y nacido en el mismo año.

                El protagonista, hijo de un agente de seguros entusiastamente consagrado a su empresa y de una madre absorbente y sobreprotectora, nos narra su vida desde la infancia hasta el momento en que las confesiones se producen, a los 32 o 33 años (la novela fue publicada en 1969, cuando Roth tenía 36 años, luego fue escrita algo antes). Todo lo hace tratando de encontrar respuesta a lo que para el protagonista son a la vez pulsiones vitales y limitaciones: su origen judío y su relación con el sexo. Las dos están relacionadas, porque de la primera surge un sentimiento de culpa que afecta a la segunda y ésta, a su vez, quién sabe si puede ser una forma de liberación de la primera.

                No parece muy satisfecho el protagonista de su existencia, a pesar de su inteligencia y del prestigioso trabajo que llega a desempeñar. Es crítico con su familia, a la que ve demasiado pagada de sí misma a pesar de su mediocridad, cuando no de su dejarse explotar por la empresa en la que trabaja el padre; sin embargo, tampoco su propio éxito intelectual y profesional parece salvarlo de nada; es crítico consigo mismo por no haber conseguido no sabe qué, pero algo distinto a lo que tiene; es crítico con su religión o, más bien, con los judíos de su entorno, a quienes presenta como un colectivo preocupado por no contaminarse con los gentiles y a quienes acusa de ejercer hacia éstos una fobia simétrica a la que reciben de ellos; es crítico con el amor, que no llega a conocer porque se deja llevar por el sexo, que para él tiene una importancia capital aunque no le satisface emocionalmente, un sexo instintivo, al que acude más por necesidad que por afición y tan compulsivo que impide cualquier relación afectiva normal: nunca dice «no» a la llamada del sexo, sin preocuparse apenas de con quién; y, a la vez, fijarse en alguien por algo que no sea tenga que ver con el sexo le resulta imposible.

                Todo ello, como digo, contado en forma de monólogo, pero en un tono de ingenioso cabreo, de reto, de queja y, de algún modo, de reivindicación, pero nunca en tono de confesión con propósito de enmienda. «Sí, soy así. Muy a mi pesar. ¿Qué pasa?» es lo que parece decir constantemente. Y es de ahí, de ese ingenioso y mayúsculo cabreo existencial consigo mismo y con el mundo en general, de donde brota el humor, porque aunque sea con amargura, el protagonista no deja de reírse de sí mismo y de los suyos desgranando críticas que no solo son aplicables a él, sino que van mucho más lejos de las circunstancias del personaje para ofrecer un cabreado muestrario de la sordidez, acomodamiento, hipocresía y falta de reflexión de la sociedad moderna, una sociedad sometida al dictado de quienes tienen capacidad de dictar (por supuesto, en su propio beneficio) y que, teniéndolo todo para elevarse por encima de sí misma, se conforma con revolcarse en el barro que le han dictado que está calentito: o, dicho de otro modo, nadie encuentra nada porque nadie busca nada.

                Las alusiones sexuales, por explícitas, causaron polémica cuando la novela fue publicada, hasta el punto de que el libro sigue teniendo fama de obsceno. Y sí, hay alusiones explícitas, aunque nunca muy detalladas, pero con todo lo que se ha visto desde entonces tampoco son como para que a estas alturas le dé un pampurrio a nadie.

                Una grandísma novela que merece la pena leer.

 



lunes, 4 de enero de 2021

Los colores del incendio - Pierre Lemaitre


 

                Segunda novela de la trilogía Los hijos del desastre. Como es lógico en una trilogía, el lector disfrutará más y entenderá mejor la segunda novela si ha leído la primera, aunque no es imprescindible haberlo hecho.

                Y si la primera, Nos vemos allá arriba, es una buenísima novela, Los colores del incendio es todavía mejor.

                En Los colores del incendio los protagonistas de Nos vamos allá arriba pasan al olvido, y es un personaje secundario en esa primera novela quien coge las riendas de la segunda: Madeleine Péricourt, heredera del banco que lleva su nombre, separada de un infecto caradura y madre reciente. No obstante, la novela, más que la historia de Madeleine, es también la de quienes se cruzan en su vida, de modo que Los colores del incendio es más bien una «historia de historias». De historias incendiarias.

                ¿Qué ocurre en la previsiblemente plácida vida de la rica heredera? Que las cosas se complican: la vida privada de Madeleine está en el origen de una serie de problemas, alguno mayúsculo, a los que debe hacer frente, qué remedio; pero todos se complican con la enorme crisis económica iniciada en 1929 y con los tambores de guerra que se resuenan tras el triunfo del nazismo en Alemania. Una crisis, un incendio, que es la ruina de unos y la gran oportunidad de otros, al igual que el ascenso del nazismo amenaza con ser una tragedia para casi todos y un negoción para otros. Si el objetivo de Lemaitre es contar cómo la Historia, con mayúscula, se entremezcla y confunde con los millones de historias particulares de los individuos sobre los que ejerce una influencia determinante, lo consigue con brillantez. El mayúsculo incendio es la suma de infinitos pequeños incendios de todos los colores.

                Maravilla la capacidad del autor para exponer, con claridad meridiana, una trama verdaderamente compleja, una maraña de intereses económicos y afectivos interrelacionados entre los que no influyen poco las trampas y engaños de unos y otros. Y maravilla, también, el cariño con el que trata a casi todos sus personajes –manifestado en el tono y en el humorístico  modo en que consigue que sus debilidades nos resulten comprensibles-, cariño que hace que el lector no sienta hacia ellos toda la inquina que producen sus acciones. Y malas acciones las hay a montones, porque entre ambiciones y venganzas casi nadie se salva.

                Aunque Lemaitre no lo cite al final, en la relación de libros que han influido en su obra, encuentro muchos paralelismos entre su modo de escribir y el del mejor Camilleri, aunque Lemaitre recurre menos al diálogo para dar agilidad y tiende un poco más a la descripción. Tres cosas tienen en común: la claridad expositiva que permite que lo intrincado resulte sencillo, la forma en que la debilidad de cada personaje deriva en comprensión hacia él y, para terminar, la pátina de humor que recubre permanentemente la historia. Quizá haya una cuarta y hasta una quinta: el uso de secundarios memorables (cuarta) que dan lugar (quinta) a historias que transforman la novela en, como he dicho antes, una historia construida entrecruzando historias.

                El ritmo de la narración es bueno y constante, sin altibajos, y el lenguaje rico pero sin alardes innecesarios. Lemaitre trata de comunicar, no de demostrar nada. Y lo consigue.

                Una historia de más desamores que amores, de ambiciones grandes y pequeñas vinculadas tanto a lo afectivo como a lo económico y profesional y, sobre todo, al amor propio; de traiciones, venganzas y venganzas de las venganzas; con personajes cuya vida da monumentales bandazos; con personajes de todas las clases sociales y hasta con algún bellezón inquietante; una novela tan agradable que, a medida que avanza la lectura, el lector comienza a sentir pena de que el final se aproxime.

                Una novela deliciosa para los buenos lectores, y de lo más entretenida para los menos exigentes. 




viernes, 1 de enero de 2021

La terrible historia de los vibradores asesinos, en promoción en Amazon

  



Muy buena noticia para los lectores de Ajonio y una ocasión para comenzar el 2021 con una sonrisa: la edición en ebook de La terrible historia de los vibradores asesinos ha sido incluida por Amazon en su «promoción mensual» (Kindle Deal). Durante todo el mes de enero tendrá un descuento del 50%. Es decir, desde hoy su precio es 1,50 eurillos de nada.

Pasen y lean.