Las
relaciones entre madre e hijas han dado mucho juego en literatura. En Mandíbula
dan mucho y bueno.
La
historia, emparentada con las novelas de terror, transcurre en Ecuador, con
saltos en el tiempo y en los escenarios. El protagonismo está repartido entre Clara
-una profesora un tanto lunática, víctima de un ataque de dos alumnas, que imita
en todo a su difunta madre- y un grupo de muchachas adolescentes, entre las que
destacan las dos que lideran el grupo: Fernanda, que sufre ¿o no? un trauma por
algo que no recuerda si hizo de pequeña y que ha oscurecido la relación con su
madre, y Annalisse, la más osada e imaginativa, otra cuya relación con la madre
es, cuando menos, distante.
El
grupillo es tan aficionado a las historias de terror por Internet que se reúnen
para pasar miedo escuchando sobre todo las de Annelise. E incluso van más allá:
asumen riesgos absurdos que, inevitablemente, las enfrentan a otro tipo de
miedo, pero miedo al fin y al cabo.
La novela
comienza con una historia de terror, literalmente: el secuestro e
inmovilización de una de las muchachas a manos de quien sabrá quien lea la
novela. A partir de aquí se construye, desde el pasado, la sucesión de hechos que
han llevado a ese comienzo, y en ese desarrollo es cuando el lector conoce a
esas inquietantes adolescentes –sus diálogos, sus prácticas, las confesiones de
Fernanda al psicólogo…- y a la extraña profesora, y acaba viendo como al fondo
de las cosas se llega mezclando lo que cada una es con los ardides de las más
astutas.
No sabía
lo que iba a encontrar en este libro, y la verdad es que me ha gustado. A pesar
de lo truculento y violento de alguna escena y de la situación con la que
comienza el libro, la irresponsabilidad y desenfado de las adolescentes pone un
punto de liviandad que no llegan a borrar las perturbadoras manías de la
profesora –mucho más inquietante que sus alumnas-. La mezcla de violencia e
ingenuidad lleva de un extremo a otro las sensaciones del lector. El entorno de
un colegio de élite regentado por el Opus ofrece un contraste notable con la
historia, pues nadie en él conoce ni tiene ganas de reconocer lo que en verdad
se cuece entre sus paredes o, mejor dicho, en los cerebros de la profesora de
Lengua y Literatura y en la de algunas de sus alumnas. La historia oscila entre pasajes tenebrosos y plácidos, casi como el miedo, que precisa de un lugar seguro desde el que atisbar lo temido. La novela, sobre todo en boca de Fernanda y Annelisse, ofrece unas maduras e interesantes reflexiones
sobre el miedo. Y, por encima del miedo, de aquello que más paraliza a la
gente: el miedo al miedo.
Mónica Ojeda domina el lenguaje, la estructura y la obra. Se nota que ella ha dirigido la novela más que la novela a ella. Se nota que tiene talento. Una buena
lectura.
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