En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 15 de febrero de 2021

El juego de la luz – Louise Penny

 




              Volvemos a «Tripines», como ya en broma llamamos a Three Pines, el pueblecito canadiense en medio del bosque, tan renacuajo y apartado que no sale en los mapas. Sin embargo, curiosamente, está situado razonablemente cerca de grandes urbes y tiene su coche de bomberos, su buena librería, un «hotelito con encanto», su bistrot, y su «bed and breakfast». Nadie sabe a qué se dedican sus escasos vecinos, pues no hay mención a actividad económica alguna excepto la de los personajes recurrentes: el matrimonio Morrow, dedicado a la pintura artística, la poetisa famosa, anciana, gruñona y maleducada Ruth Zardo, la dueña de la librería, el matrimonio al frente del hotelito y la pareja homosexual que regenta el bistrot y el «bed and breakfast». En resumen, un idílico mundo de bolsillo inexplicablemente desconocido en el que sus habitantes dedican su tiempo a las bellas artes, al paseo por hermosos bosques y jardines y a tomar cafés con leche y papear en el coqueto bistrot, que ofrece una pitanza de lo más selecta y elaborada. Demasiado bueno para ser cierto, lo cual, dicho sea de paso, es lo que más afecta a la credibilidad de algunas cosas, en especial el empeño en considerarlo una especie de «lugar oculto» que haga inexplicable la presencia de cualquier persona ajena a los que allí viven.



              En tan bucólico paraje, a juzgar por las novelas de la saga, no hay más que ardillas y asesinados. Entre los últimos, la mujer llamativamente vestida de rojo que aparece en el jardín de los Morrow justo cuando estos estaban celebrando, por fin, el ascenso al olimpo artístico de Clara; ascenso que, por otra parte, deja en complicada posición a su esposo, que durante años había ejercido como «el artista» de la familia y que ahora ha quedado reducido a su verdadera dimensión al quedar enfrentada su realidad a sus ambiciones. A lo que deben añadirse las complicaciones del amor hacia quien con su sola presencia hace patente tu fracaso.

              Pero hay un fiambre, he dicho, y allá se va el inspector jefe de la Sûrete du Québec, el eficaz, calmoso y culto Armad Gamache, con su joven segundo, Jean Guy Beauvoir (recién divorciado y dudando de si la hija del jefe le hace tilín o tolón), ambos traumatizados por los soponcios vividos en la anterior novela de la saga (Enterrad a los muertos), donde fueron tiroteados; los dos van acompañados de todo su equipo y, en particular, de una inspectora que parece ir a ganar protagonismo en próximas novelas. Todos ellos, digo, se presentan en Three Pines dispuestos a investigar con sus métodos habituales: indagar, ver, y no hacer nada hasta que las cosas se hayan cocido más que bien en su propio jugo. Todo, además, con la peculiaridad típica de estas novelas de la endogámica relación entre sospechosos e investigadores, todos los cuales, por culpa de lo renacuajo del lugar, conviven casi veinticuatro horas al día, comen y cenan juntos y hasta acaban haciéndose amigos que nunca acaban de poder distinguir entre conversaciones e interrogatorios.

              Pese a que estoy usando un tono un tanto frívolo, la novela es muy interesante. Y ello por varios motivos: primero, porque Louise Penny tiene la habilidad de utilizar sus novelas para hablarnos de asuntos de lo más atractivos. Si en Enterrad a los muertos era la independencia de Canadá y las relaciones entre francófonos y angloparlantes, aquí nos ofrece un montón de lúcidas reflexiones sobre el mundo del arte y el ego de los artistas, con todas sus inseguridades a cuestas, que lo mismo son aplicables a pintores que a escritores o escultores, y que permiten ver más allá de lo que brilla en estos mundos. También ofrece una visión interesante del mundo del alcoholismo y, sobre todo, de quienes intentan rehabilitarse. En segundo lugar, porque la trama en sí es sorprendente (aunque sea un «caso de laboratorio») y, por tanto, despierta la curiosidad: la muerta es una antigua amiga de Clara, a la que hace siglos que no veía porque se habían enemistado, a la que nadie había visto en una fiesta a la que no había sido invitada y en la que ha aparecido muerta. En tercer lugar, consigue hacer evolucionar bien algo que en entre la primera y la segunda novela apenas existía: las vivencias de los protagonistas y de su entorno. Cierto es que pueden objetarse puntos débiles que afectan al realismo y a la verosimilitud de algún detalle relevante, y que al final, a lo Ágatha Christie, no se sustenta en prueba alguna sino en conjeturas que desembocan en una confesión regalo a los lectores y al sr. Gamache, pero a pesar de todo esto la solidez de El juego de la luz es grande y por encima de lo habitual. Es cierto, también, que es una novela de «jarrones venecianos», que diría Julián Ibáñez, alejadísima del «hard noir», pero eso no es un crimen: todo tiene derecho a existir.

              Una novela para disfrutar con una lectura sosegada y sin prisa, porque lo importante no es el destino sino el camino. Una buena novela con consigue algo muy difícil: que una saga de novela negra vaya a más; lo normal es lo contrario.

              Lo confieso: estoy ya irremediablemente atrapado por todo lo que sucede en «Tripines».








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