En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

viernes, 30 de noviembre de 2018

Recomendaciones literarias





      Sí bueno, lee mis novelas, que yo, como Umbral, he venido aquí a hablar de mi libro. Peeeero, como también puedes leer muchas otras, he aquí diez sugerencias para leer o regalar en las próximas semanas, todas realizadas a partir de las lecturas de este año reseñadas en este mismo blog. Me permito, por primera vez, recomendar alguna saga entera.

      Que ustedes disfruten estas lecturas. Y si las compran en Amazon desde los enlaces que adjunto, el blog lo agradecerá.



Las novelas de MichaelHjorth y Hans Rosenfeldt con el psiquiatra forense Sebastian Bergman como protagonista

A diferencia de la mayoría de las sagas policiacas, casi cada novela es mejor que la anterior. El trabajo a dúo con un muy elevado nivel de autoexigencia de dos guionistas profesionales como son los autores, se nota y mucho. Novelas interesantes, muy bien estructuradas y con una escritura eficaz y limpia. Adictivas.





 

Las novelas de Daniel Pennac con Benjamín Malaussène de protagonista

Menos la última, todas están ya en edición de bolsillo. Cuatro perras para disfrutar de historias originalísimas con un sentido del humor peculiar e intenso en un modesto barrio de París donde lo viejo se disuelve poco a poco en el recuerdo. Novelas que dejan huella.


 




El sueño eterno, de Raymond Chandler

Chandler es el padre de la novela negra, y El sueño eterno su primera novela. Una historia magnífica que dio lugar a una también muy buena película. Con ustedes, el detective Philip Marlowe.



 



Los miserables, de Víctor Hugo

Un tocho sí, pero como decía Eduardo Mendoza hay novelas que, como las montañas, hay que esforzarse en leer para disfrutar luego de una panorámica única e inolvidable.





 

Risa en la oscuridad, de Vladimir Nabokov

Una novela sobre la infidelidad, la manipulación, el egoísmo… Una historia dura escrita con una maestría inigualable.


 




Filek, de Ignacio Martínez de Pisón


Una investigación, que se lee sobre una novela, sobre un personaje anónimo: Filek, un estafador que llegó a España en los años 30 y que acabó convenciendo al mismo Franco de que era capaz de fabricar, a partir de agua, "gasolina sintética". Fenomenal libro que, además, permite conocer mucho de nuestra historia.





Esa puta tan distinguida, Juan Marsé


Uno de los grandes de la literatura española. Una novela entretenida, llena de crítica, mala leche y humor. Una crítica feroz al mundo de la cultura cuando todo vale por dinero.




Vidas minúsculas, Pierre Michon


Una novela corta, de una calidad inmensa, pero que, como la poesía, hace falta leer en el momento adecuado, sin prisas y con ganas de disfrutar de los detalles.



Allegro ma non troppo, de Carlo M. Cipolla


Dos geniales opúsculos en clave de humor a cargo de un gran historiador: el mundo de la pimienta, o por qué cualquier cosa sirve para justificar cualquier otra si el investigador se empeña, y el famoso análisis de la estupidez  y cómo afecta a la vida de las personas a través de las leyes fundamentales de la estupidez humana.




La mirada del observador, de Marc Behm


Publicada en 1980 y reeditada hace poco, una fantástica novela negra, negra negrísima pero muy distinta a todas las demás. Un libro de coleccionistas.

  


lunes, 26 de noviembre de 2018

Naturaleza muerta – Louise Penny




              Hace poco más de un par de años, en la Semana Negra de Gijón se originó una polémica por un par de asuntos. Uno de ellos, la diferencia entre el «hard boiled», que recoge la esencia de la novela negra, y el «enigma», el cual, según Julián Ibáñez, uno de los maestros de la novela negra española, es algo completamente distinto, un asunto de «jarrones venecianos» o, dicho de otro modo, novelas que más tienen que ver con el misterio, la intriga y el concepto de thriller que con la novela negra en sentido estricto, que es que trata del mundo del crimen y a menudo desde la óptica del delincuente. El «enigma», según Ibáñez, ha aprovechado el éxito histórico del «hard boiled» -que se remonta a décadas atrás- para adueñarse del género y acabar expulsando al «hard boiled» incluso de festivales y premios que siempre habían sido de novela negra.

              Bien, pues Naturaleza muerta es una buena novela de «enigma» o, si se quiere, un buen «jarrón veneciano», una suerte de rompecabezas a resolver en paralelo entre el lector y un protagonista –el inspector jefe Armand Gamache-, que solo se ensucia cuando llueve y pisa el barro. Todo en la novela es pensar y atar los cabos que se recolectan solos. Una historia sin realismo alguno, pero contada con la autenticidad suficiente para resultar entretenida. Una novela, también, que he cogido con curiosidad porque había oído hablar bien de la autora, la canadiente Louise Penny.

              Todo sucede en una ficticia localidad canadiense fronteriza y demasiado contradictoria para resultar real: Three Pines. Tan diminuta y recóndita que ni aparece en los mapas, pero a la vez a tiro de piedra de Montreal, con todos los servicios y en la que, donde debería haber explotaciones forestales, agrícolas o ganaderas, lo que hay es una pila de artistas y cazadores.

              Sin embargo, las descripciones que se hacen del lugar consiguen trasladar un tono intimista y acogedor que hacen de Naturaleza muerta la novela ideal para leer en días lluviosos de otoño, y no lo digo en broma. Menos me ha gustado, en cambio, el poco jugo que se saca –apenas se apunta- a los conflictos entre francófonos y angloparlantes; el conflicto se cita como para dejar constancia de su existencia, pero sin que luego se integre en la novela más allá de especificar, en momentos puntuales, en qué idioma habla cada cual.

              La historia comienza con una serie de personajes que mantienen relaciones de amistad más o menos intensa, habitantes de Three Pines, bastantes de ellos ya entrados en años –setenta y más- y otros de edad indeterminada pero que uno acaba situando como cuarentones y cincuentones. Todos viven en paz y aparente armonía, y así sabemos que una de las damas del grupo, Jane Neal, todo bondad, por primera vez se atreve a mostrar un cuadro pintado por ella, un cuadro raro, de los que no se sabe si es una patochada o una genialidad. Ocurre, sin embargo, que un buen día, poco antes de la exposición, Jane aparece muerta. Al parecer, alguien le ha disparado una flecha. La primera hipótesis apunta a que puede tratarse de un accidente de caza, aunque ni el lector más tonto cree que finalmente vaya a ser así.

              El inspector Gamache, que se nos presenta como un tipo experimentado, de vuelta de casi todo y cuyo método  experto consiste en callar, observar y no moverse mucho, activa el «modo esponja» recolectando datos e integrándose en la vida de Three Pines de una forma irreal pero con cierto encanto literario. Los datos, observaciones y deducciones lo conducen por diferentes caminos, unos más acertados que otros, hasta desembocar en el final que, obviamente, me callo. Eso sí, el caballero no actúa solo: tiene un ayudante de una eficacia y lealtad solo comparable a la admiración/fascinación que siente por su superior, y al grupo han unido a una nueva y joven agente, la cual considera el logro todo un avance profesional, pero la chica es tan rematadamente soberbia y tonta que acaba siendo el peor personaje del libro: ni realismo ni verosimilitud.

              El protagonismo, sin embargo, es compartido con algunos de los personajes implicados en el asunto. Todos tienen sus momentos de gloria, aunque destaca una mujer llamada Clara, amiga de la fallecida y fuera de toda sospecha, un personaje relevante que tarda demasiado en definir su personalidad.

              Y en cuanto al final… Los he visto bastante mejores, pero como el objetivo del rompecabezas es pasar el rato, cumple su función.

              Lectura agradable, con la que se pasa un buen rato, que ha recibido varios premios pero que, a mi juicio, está lejos de los mejores.


domingo, 25 de noviembre de 2018

Reflexiones sobre literatura y humor




«¿Dice usted que en mis libros hay humor? El humor es esencial para sobrevivir, y no me refiero a los chistes: a veces el humor se refleja simplemente en una actitud de tolerancia que debe empezar por uno mismo»








miércoles, 21 de noviembre de 2018

Duelo – Eduardo Halfon



              
                            Magnífica novela breve, de tintes autobiográficos, de este autor guatemalteco que hace unos años figuró, con motivo, entre los mejores escritores jóvenes latinoamericanos.

              El protagonista, trasunto del autor, se ha criado en Estados Unidos, donde se exilió siendo niño. La novela comienza cuando el protagonista regresa a Guatemala en busca de sus recuerdos, entre los que se abre paso lo que una vez le contaron sobre un niño de cinco años, Salomón, que murió ahogado en el lago aledaño a la casa donde la familia veraneaba; un niño que hubiera sido tío del protagonista.

              Los recuerdos de toda una vía comienzan a fluir, y el lector conoce a los abuelos polaco y libanés, los campos de concentración del nazismo, el exilio a otro continente, la creación de nuevas familias, los exilios subsiguientes… Tres generaciones de una misma familia a las que la historia lleva a deambular por la geografía de medio planeta. Esto hace que el texto tenga reminiscencias árabes, europeas, latinoamericanas, norteamericanas… Y entre todos esos recuerdos de vez en cuando surge algo, una chispa, que ilumina algo más sobre Salomón. Una vez es un dato, otras un silencio, algunas un reproche o una discusión oía al azar. En medio de tanto drama, ¿qué pasó con Salomón? ¿Por qué a tantos les duele tanto? Al final, cuando el lector lo comprende, el sentimiento es convulso no tanto por la realidad en sí, sino por cómo las vivencias dolorosas de las personas hacen que, al final, la preocupación no sea tanto lo que cada uno ha sufrido sino lo que ha hecho sufrir.

              Una gran lectura.


sábado, 17 de noviembre de 2018

Silencios inconfesables - Michael Hjorth y Hans Rosenfeldt



Serie Sebastian Bergman, 4

        A diferencia de otras tantas sagas, que mueren de éxito, la de Sebastian Bergman mejora a cada nueva entrega, revelando –no me canso de decirlo- un magnífico trabajo de planificación unido a una escritura eficaz y apta para todos. Si los casos y el modo en que se cuentan no bastaran para hacer atractiva la lectura, la organización de la novela y el control de los ritmos, situaciones y tiempos también dan motivos sobrados para disfrutar.
En esa búsqueda de equilibrios, los autores restan protagonismo esta vez a las complejas relaciones entre los personajes de la unidad de homicidios. Por supuesto todo sigue estando ahí, y por supuesto pasan cosas, pero, como digo, en esta ocasión el hilo conductor vuelve a ser el caso concreto: el asesinato de una familia en una pequeña localidad.
No conviene leer la contraportada, pues, contra lo que suele ser habitual, anticipa lo suficiente como para destripar algo que aumentará la tensión del lector en el primer tercio de la novela. Y aunque es cierto que resulta complicado explicar el argumento sin mencionar ese algo, lo voy a intentar.
Como las novelas de esta serie hay que leerlas por orden para poder disfrutar de los misterios que vinculan a los personajes, desde antes de comenzar la primera página de Silencios inconfesables el lector está ya expectante, habida cuenta de cómo terminó la tercera novela de la saga. Qué ocurrió se sabe pronto, como es lógico, y a partir de aquí se abre el caso con los asesinatos que he citado, el desplazamiento de la unidad a la localidad y la búsqueda de datos y testigos, que da ocasión al protagonista, el psiquiatra forense Sebastian Bergman, para lucirse en su especialidad: averiguar las razones profundas de las personas, siempre expuestas con concisión, brillantez y lógica; además, Bergman acaba asumiendo un papel que va más allá de la investigación propiamente dicha y que permite enlazar esta con su propia vida. Unamos que uno de los personajes de la unidad apuntala algunos problemillas que ya dejó entrever en la anterior novela, y la típica novela en la que se alterna la narración en tercera persona con pequeños y esporádicos capítulos que ocurren en la mente del asesino –a quien una vez más los autores nos permiten conocer pero no identificar- y de una de las víctimas, y así es como acabamos devorando en un par de días las alrededor de quinientas páginas de la novela.
Novela negra magistralmente diseñada y muy bien escrita. De las que crean adicción, pero «adicción buena».


martes, 13 de noviembre de 2018

El señor Malaussène – Daniel Pennac




                La cuarta novela de la saga Malaussène, publicada en 1995 es la más larga y, de las cuatro primeras, una de las mejores. ¿Por qué?

                Por el inteligentísimo humor que se mantiene constante a lo largo de toda la obra apoyado en una ironía que a su vez se sustenta en un lenguaje rico y divertido intencionadamente altisonante. Se disfruta con el lenguaje y ánimo del narrador tanto como con las situaciones.

                Por la complejidad de la trama. Es muy complicado sacar adelante a la vez varios asuntillos de la envergadura de misteriosos asesinatos de prostitutas a las que extirpan tatuajes, el salvamento de cierto cine, los cambios de personajes por la desaparición de unos y la aparición de otros, la historia de un viejo matrimonio chiflado por el cine y autor de la Película Única -supuesta obra maestra destinada a ser vista solo una vez- es complicado escribir así por cóm entre todo eso se mezclan otros crímenes y por cómo -no puede ser de otra manera- Malaussène acaba en situación de cargar con ellos, pero no de un modo no repetitivo que imite las anteriores novelas, sino distinto pues en esta ocasión la cosa se debe al empecinamiento de un personaje concreto que… Muy complicado llevar todo eso de modo armonioso, sin que el lector se pierda y manteniendo el humor, y aún más en un contexto con innumerables personajes, idas y venidas en el tiempo e incluso en la posición del narrador. Muy complejo y, sin embargo, qué bien y fácilmente se lee.

                En resumen, porque el conjunto es brillante.

                Por poner un «pero»,  para apreciar esta novela es mejor haberse leído las tres anteriores, lo cual, a su vez, hace que en determinados momentos las abundantes  referencias al pasado, aunque sean sucintas, se hagan innecesarias, dándose además la paradoja que de esas aclaraciones que sobran a los lectores de las tres primeras novelas no parece que sean suficientes para orientar a quien no las hayan leído.

                Si al terminar La pequeña vendedora de prosa decía en este mismo blog que la novela me había parecido la más floja de las tres primeras y eso me hacía pensar en el modo en que a veces los escritores aprovechan el éxito aun a costa de su propia obra, en esta ocasión no puedo decir lo mismo: El señor Malaussène es una gran y divertida novela, con un humor de altísima calidad. Dedicarle una lectura atenta es una magnífica manera de disfrutar.



sábado, 10 de noviembre de 2018

Juego de espejos – Andrea Camilleri




Juego de espejos (Serie Montalbano, 23)



                Solo en esta serie de novelas Andrea Camilleri ha mostrado más creatividad que muchos escritores superventas en toda su vida, y es que casi todas las peripecias de Salvo Montalbano, comisario de Vigàta tienen la complejidad suficiente para dotarlas de su particular dosis de originalidad. Originalidad, dicho sea de paso, que puede quedar oculta por la reiteración de las manías y costumbres de los personajes -es lo que tienen las sagas- así que, atentos a las tramas.

                En la de Juego de Espejos el comisario Montalbano se encuentra con unos nuevos vecinos: un comercial que nunca está en casa y su esposa, una mujer joven y con un físico espectacular y que –como otros personajes similares a los que Camilleri nunca renuncia- tiene una relación peculiar con el sexo, en la que las apariencias suelen no mostrar los motivos.

                La dama en cuestión está encantadísima de conocer a Moltabano, es de lo más cariñosa con él, y Salvo pues… Lo de siempre: debatiéndose entre la tentación y sus sexto, séptimo y octavo sentidos, que le dicen que él ya no está para romper corazones con flechazos como misiles. Entretanto, una bomba explota no se sabe muy bien si ante un local abandonado o en la puerta de la lado, un edificio de viviendas con un vecindario peculiar. El asunto parece cosa de la mafia. Una advertencia por no pagar. ¿Qué puede tener que ver tanto cariño de la vecina con las explosiones? Aparentemente nada, pero de sobras sabemos que alguna relación habrá, y en el tejer y destejer los hilos que conducen al desenlace, hilos que siempre adoptan la forma de personas e intereses que unas veces son económicos y otras emocionales, se pasa la novela.

                Lo típico de Camilleri, pero, reitero, sin repetirse en las tramas, siempre lo bastante complejas para darnos cuenta de que no se limita a vivir de la fama, sino que su cabeza se trabaja los libros y su pluma es capaz de trasmitir esa complejidad con sencillez.          

                Una novela completamente fiel al estilo del autor y del personaje y, como todas las de la saga, estupenda para pasar un buen rato.


sábado, 3 de noviembre de 2018

El día que se perdió la cordura - Javier Castillo




              Un amigo me prestó El día que se perdió la cordura. La leí impulsado por la curiosidad de comprobar la calidad de una novela que había triunfado como autoeditada hasta el punto de ser «fichada» por el mayor grupo editorial y de haber alcanzado unas ventas astronómicas, según la faja: 150.000 ejemplares.

              Y me he encontrado con una novela que tiene una cosa muy buena, excepcional, y dos muy malas, malísimas, horrorosas.

              ¿El balance? La leí en dos días, así que supongo que es bueno, aunque, eso sí, El día que se perdió la cordura solo da para entretenerse, lo cual no es poco pero no basta para situar a esta novela en un nivel digno en cuanto a calidad.

              ¿Qué es eso tan bueno que tiene? El dominio de la curiosidad del lector. Capítulos breves que abren y cierran continuamente interrogantes de los que parece depender la suerte de la historia. Esa es la clave: crear misterios que el lector desea resolver de un modo acuciante y producir la continua sensación de que la solución de tanto enigma está en la página siguiente. Una habilidad que, en cierta medida, recuerda a El código Da Vinci. Los escritores que han querido usar la técnica que hizo famoso entre otros a Dan Brown y han fracasado se cuentan por millares. Javier Castillo, en cambio, ha demostrado una maestría notable, ayudado, solo en parte, porque lo que durante muchas páginas parece solo una novela de misterio acaba rozando, para mantener el suspense, con lo paranormal.

              ¿Cuáles son las dos cosas horrorosas?

              La primera, el pobrísimo lenguaje. No es simple, ni sencillo, ni llano. Es pobre. Demasiadas reiteraciones incluso de expresiones simplísimas. Incluso utiliza mal algún términos.

              La segunda, un ineficaz uso de la gramática que hace sobrar cantidades ingentes de pronombres, artículos y otros términos que no aportan belleza y sí información redundante, aludiendo varias veces a una misma cosa en una sola frase. A pesar de lo cual, en la sección de agradecimientos en autor agradece la edición realizada. Cómo sería antes.

              En definitiva, que por más que la novela se haya vendido tanto sigue arrastrando los peores vicios de la autedición, y justifica el repelús que a tantos lectores y con toda lógica, dadas sus características, nos produce el invento.

              El argumento entrelaza varias historias que se alterna por capítulos: la derivada de la aparición, en Boston, de un caballero que va por la calle desnudo, ensangrentado, y con una cabeza en la mano, situación que ocurre en la década actual; otra, situada en los años noventa del siglo XX, en un pueblecito norteamericano más o menos turístico, en el que se suceden cosas extrañas y aparentemente inexplicables; la del caballero de la cabeza en los momentos previos a su actuación estelar; la de uno de los personajes de la historia de los noventa casi veinte años después y, finalmente, la historia de uno de los psiquiatras que intervienen. No descubro nada si digo lo evidente en todos estos casos: que todas las historias tienen algo en común y terminan convergiendo. Una estructura muy de moda desde hace tiempo.

              Quién ha muerto, quién ha de morir y, sobre todo, el misterioso por qué, son el motor del argumento.

              Ya digo: una novela fantástica para entretenerse, pero pésima para disfrutar de la literatura. En los primeros capítulos esto último me indignó tanto que a punto estuve de dejar de leer, cabreado como una mona, y de mandar el libro al diablo; sin embargo, terminó enganchándome.


              

miércoles, 31 de octubre de 2018

El sueño eterno - Raymond Chandler



              No hay conversación, tertulia o programa de radio sobre novela negra donde no se cite y elogie a Raymond Chandler, uno de los padres del género y, también, padre del célebre detective Philip Marlowe.

              Ocurre, sin embargo, que como hasta hace pocos años apenas había leído novela negra todavía no conocía a Chandler, así que cuando he participado en esos actos me he limitado a poner cara de «pues sí». El remedio ha comenzado, original que es uno, por la primera de sus novelas: El sueño eterno, publicada en 1939 y reeditada constantemente desde entonces.

              No me resulta fácil opinar de ella. Cuando has escuchado tanto resulta imposible prescindir de toda la información previa, y en lugar de dejarte sorprender acabas, sin pretenderlo, comprobando si lo que lees encaja en lo que te han contado. O al menos así he leído al principio, muy a mi pesar, hasta que por fin me he olvidado de todo y me he dejado llevar por la lectura. O, mejor dicho, la lectura me ha absorbido.

              Si a partir de Chandler y unos pocos como él creció un género que, desde entonces, lleva casi un siglo estando periódicamente de moda, es bueno preguntarse por qué. No es sencillo responder desde el presente, porque el ejército escritores apuntados a la moda ha hecho que lo que en su día fue original ahora sea común hasta el aburrimiento. El gran mérito de la novela negra surgida en la primera mitad del siglo XX radica en popularizar un género vendido como menor, para gente con pocas pretensiones intelectuales, pero que conseguió entretener y lo hizo con una calidad literaria notable, bien que limitada más al uso del lenguaje y a la estructura de las historias (cuya importancia, cuando de generar intriga se trata, es superior) que a contar las razones del ser humano, aunque respecto a estas últimas los personajes límite, capaces de cometer crímenes o de permanecer impasibles ante ellos, despierten interés y faciliten ciertos análisis. Otra razón que explica su éxito es que hasta entonces se habían desarrollado las novelas de intriga «de salón», mientras que la novela negra en sentido estricto es la primera en descender al barro de la acción y la violencia y, por tanto, a sus causas y modos, lo cual, además, iba acompañado de unas referencias sexuales que también llamaban la atención.

              Todo esto encontramos en El sueño eterno. Alusiones sexuales, violencia, intereses innobles… y todo contado en primera persona por Marlowe, un tipo demasiado duro y socarrón como para ser realista -como tampoco lo son muchos de sus métodos o las situaciones en las que se ve envuelto- pero tan bien retratado que acaba dándonos igual que no lo sea.

              El argumento, una excusa para lucir todo lo que acabo de decir: Marlowe es contratado por un ricacho; lo que se le pide no es lo que todo el mundo cree, ni lo que va encontrando se corresponde a sus expectativas. ¿Qué hay de verdad en la petición y en lo que cada uno piensa? ¿Y cómo interfiere la propia personalidad del detective y sus propios objetivos, cuando no su compromiso consigo mismo? El interés del argumento es componer el puzle, pero lo mejor de la novela es el desenvolvimiento de los personajes.



 

 Y la película, que también fue estupenda.

 

viernes, 26 de octubre de 2018

Agua verde, cielo verde – Mavis Gallant



              Las relaciones entre padres e hijos es argumento recurrente en la literatura. Es el caso de Agua verde, cielo verde, breve y magnífica obra de la autora canadiente Mavis Gallant, que publicó en 1959 y que a España ha llegado de la mano de Impedimenta.

              Pero que sea una magnífica novela no quiere decir que sea de lectura tranquila. Leerla produce inquietud y desasosiego, porque nada de lo que se cuenta es agradable. Las dos protagonistas, madre e hija, viven en una situación de mutua dependencia tras la huida de la primera de los Estados Unidos tras una infidelidad. Pasan la vida en Europa, alternando vacaciones aquí y allá con la vida en París, donde la hija acaba casándose e instalándose con la madre a cuestas mientras el marido se ve continuamente en una complicada situación.

              Con un lenguaje certero y una prosa limpia, sin florituras y muy eficaz, Mavis Gallant se mueve entre el presente y el pasado relatando muy pocos episodios de la relación entre ambas, pero tan elocuentes y significativos que el infierno que cada una de esas dos mujeres representa para la otra acaba formándose en la mente del lector. La destrucción de la personalidad a través del autoengaño de creer que se está aprovechando la vida, de eso trata Agua verde, cielo verde.

              Una gran novela corta que transmite más en pocas páginas que otras similares en centenares.


domingo, 14 de octubre de 2018

Offshore – Petros Márkaris




En la reseña de Hasta aquí hemos llegado expliqué por qué pretendo leer la serie entera del comisario Jaritos, de la que Offshore es el penúltimo título en estos momentos. Lo aviso porque Offshore no me ha dado motivos adicionales para terminar de leer la saga, sino que ha ratificado mi tesis de que el autor ha decidido aprovechar el éxito y sus últimos años en activo para publicar lo que sea. Offshore es un despropósito.

                Trataré de explicar por qué:

                -Porque a Márkaris, que ya jugó a brujo –y se dio un trompazo- cuando trató de anticipar la salida del euro de Grecia, Italia y España, le ha vuelto a dar por la «economía-ficción», y en esta ocasión un grupo de desconocidos hacen una campaña publicitaria que les permite ganar las elecciones en un santiamén con mayoría absoluta y, lo que es más sorprendente, llevar a Grecia, ¡en solo tres meses!, a una prosperidad desconocida desde hacía años. Nadie sabe de dónde viene la pasta, pero hasta el gato está eufórico. A ver quién es el guapo que puede imaginarse algo así y, falto de realismo, Márkaris no consigue darle la autenticidad necesaria.

                -Porque cuando Jaritos dice que no tiene ni idea de economía quien lo está diciendo en realidad es Márkaris. Personaje y autor comparten una ignorancia sideral que hace calamitoso el intento de crear una trama en torno a un asunto tan de moda en los últimos años como la economía y, en particular, el flujo de capitales hacia paraísos fiscales. Repito: no hay realismo ni la autenticidad exigible cuanto se prescinde de éste. Más bien se da una imagen de «hombres de negro» que mueve a la risa.

                -Porque Jaritos (y Márkaris) también están reñidos con la informática más elemental, por lo que es mejor omitir según qué detalles para evitar el riesgo de que los disparates contribuyan a dinamitar realismo y autenticidad.

                -Porque, una vez más, ¡una más! el comisario no avanza y debe esperar la repetición de crímenes a ver qué tienen en común.

                -Porque el vagabundear de Jaritos dando tumbos de un interrogatorio a otro y viendo a sus jefes cada vez que mueve un papel, todo a la espera de que pase algo, es llenar páginas sin más, y se hace aburrido y repetitivo, aunque al comienzo del libro parece que no va a ser así.

                -Porque las «novedades» (un nuevo jefe ignorante y prepotente que estorba y no ayuda y que algo le suceda a uno de los personajes habituales) son un recurso pobretón de puro manido.

                -Porque el final es horroroso y ridículamente irreal.

                -Porque el costumbrismo está agotado y los personajes no cesan de repetirse a sí mismos sin que se tenga la sensación de que el autor haga algo por evitarlo.

                En cuanto al argumento... Pues bueno, la típica sucesión de muertos con algunas cosillas en común, entre las que figuran la insólita facilidad con que se pilla a los autores materiales, pero es que, claro, seguro que hay algo más y como de un modo u otro la cosa puede relacionarse con la inesperada prosperidad económica...

                En fin...

                Qué pena hacerle esto a un personaje que, en su origen, fue bueno. Por cierto, tengo un amigo que lleva muy mal que el tiempo pase y los personajes no envejezcan, y creo que comienzo a comprenderlo. El comisario Jaritos, que ya no veía muy lejos la jubilación en su primera novela, cuya acción transcurría en el momento de su publicación, 1995, más de veinte años después siguen teniendo más o menos la misma edad que entonces, y ahí sigue el tío, inmune al paso del tiempo y a los adelantos tecnológicos, desde Internet al teléfono móvil, que se suceden sin que a él le salga una arruga más. Por supuesto, al resto de personajes les sucede lo mismo. No han hecho un pacto con el diablo, sino con Márkaris. Lo malo, para los personajes, es que por el autor sí ha pasado el tiempo.


lunes, 8 de octubre de 2018

Hasta aquí hemos llegado – Petros Márkaris




                La frase hecha que da título a esta novela implica la existencia de un recorrido, temporal o espacial y, a menudo, también emocional.

                «Hasta aquí hemos llegado», decimos al rendirnos al cansancio.

                «Hasta aquí hemos llegado», pensamos también cuando el hastío ante la conducta impertinente o injusta de alguien nos lleva a cambiar drásticamente nuestra relación con él e incluso a mandarlo al diablo.

                Por ambos motivos hubiera sido un buen título para dar por concluido el recorrido del comisario Kostas Jaritos en la literatura.

                Podría pensarse en boca del autor, Márkaris, aludiendo al agotamiento de sus ideas.

                Y lo podría haber suscrito también Kostas Jaritos, el protagonista, harto de ser un clónico de sí mismo hasta dejar tan lejos de la brillantez de sus inicios.

                Ya lo he dicho en alguna otra ocasión: las primeras novelas de Jaritos, publicadas con varios años de diferencia, fueron buenas y originales, pero luego, cuando el éxito alcanzó a Márkaris, la urgencia no sé si de pasar por caja o de qué provocó que publicara una novela por año, a veces más, con una notable pérdida de originalidad que culminó, en el apogeo de su fama, con una «trilogía de la crisis» que Hasta aquí hemos llegado ha transformado en tetralogía y en desastre.

                Para mí lo mejor de esta novela ha sido el reencuentro, tras casi cinco años desde que leí el anterior libro de la serie, con el mundillo de un personaje al que le tengo cariño, aunque, por desgracia, el buen sabor solo ha durado lo que ha tardado Márkaris en calcar las novelas anteriores: bien poco.

                Y es que esta novela reproduce punto por punto el poco ingenioso modelo de las anteriores:

                -Alguien mata a alguien, y tras el finado suele venir algún tipo de reivindicación más o menos misterioso y peliculero.

                -Jaritos se dedica a ir y venir interrogando una o varias veces al personal, nunca más de un par de preguntas, y cada vez se nos cuenta cuál de sus ayudantes le acompaña y por qué, qué medio de transporte elige y por qué, por qué calles pasa y cómo está el tráfico. Es estos detalles se va un número de páginas sorprendente.

                -Pese a tanto minúsculo interrogatorio, Jaritos no llega a ninguna conclusión, de todo lo cual informa a Guikas, su superior, tantas veces como interrogatorios realiza; en cada ocasión nos cuenta si el jefe si lo recibe de pie o sentado y de qué humor.

-La «investigación» avanza porque los malos son contumaces y siguen apiolando al personal a razón de un finado cada sesenta páginas, más o menos, lo cual permite al comisario recolectar detalles comunes a todos los crímenes. Esta recolección permite llegar al final de la novela y, de sopetón, resolver el caso de un modo en general poco brillante y, en el caso de Hasta aquí hemos llegado, particularmente malo y decepcionante.

                -Como no todo transcurre en veinticuatro horas, el comisario va a su casa a cenar, consulta el diccionario que tanto le gusta y nos cuenta qué cocina su esposa, amén de dejar algún detalle sobre el genio de la señora.

                -Añadamos que su hija y su yerno van o vienen o les pasa algo (como en esta ocasión), y que su viejo amigo y oponente Zisis siempre está a punto para traer al presente información útil de toda la segunda mitad de siglo XX en Grecia para encontrar en el presente criminal ramificaciones de aquel pasado de odio.

                -Por último, espolvoreemos sobre lo anterior la forma en que la actualidad socioeconómica de Grecia justifica la acción de todo el mundo, buenos y malos, que actúan y se quejan al ritmo de la sección de economía de los periódicos, lo cual justifica también la intensidad del tráfico en las principales avenidas y cuanto podamos imaginar. Como colofón, demos a los asesinatos cierta  intencionalidad justiciera.

Con lo que acabo de resumir tenemos las últimas cuatro novelas de Márkaris, cuyo máximo interés llegó a ser el modo en que refleja la crisis, aunque me da la sensación de que cada vez lo ha hecho de un modo más peliculero, lo cual afirmo no solo por esta novela, sino por el la fallida «predicción» de que Grecia iba a abandonar el euro (en la anterior) y por comienzo de la siguiente, Offshore, que acabo de empezar a leer.

                ¿Y si tengo una opinión tan regular de estas últimas novelas por qué voy a leer la siguiente y luego la última? Porque, como he dicho antes, como le tengo cariño al personaje hace tiempo que me propuse leer toda la serie. Entonces no imaginé que la eventual decadencia de Grecia correría pareja a la de la calidad de las novelas de Márkaris, pero siento que se lo debo al antiguo Jaritos. Nadie podrá decir que no he tratado de reencontrarme con él hasta el final.


                

lunes, 1 de octubre de 2018

Adiós, Sherezade – Donald Westlake




                Entre los trabajos más honrosos no suele figurar escribir novelas porno de tapadillo, en calidad de negro de un autor famoso que las publica con seudónimo. Sin embargo, este es el modo que tiene de ganarse la vida el protagonista de Adiós, Sherezade (1970).

                De no ser porque todo lo encajado en un «género» se minusvalora, Adiós, Sherezade sería un novelón para disfrutar y estudiar. ¿De qué género estamos hablando? Pues a saber, porque en España fue publicada en una colección de novela negra –con debates entre los editores sobre si encajaba o no- aunque lo único negro que tiene es el trabajo del protagonista; para mí, en cambio, más bien es una novela de humor. Sus méritos, trascender cualquier género por abordar, con gran originalidad e inteligencia, el proceso de hacer frente a los fracasos vitales y, también y sobre todo, un dominio de la escritura y –lo que es más difícil- de la estructura de una novela, fascinante. Además culmina con un final magnífico e inesperado que completa el sentido de todo lo leído hasta ese momento.

                El protagonista, en los Estados Unidos de los años 60, es un estudiante universitario del montón que mantuvo un romance con una chica y que, cuando se largó de vuelta a su casa y el romance terminó, enseguida se encontró con que «se tenía que casar» porque había dejado embarazada a la muchacha. Han pasado unos cuantos años y a la frustración de no haber elegido su vida se une, poco a poco, la frustración «laboral», porque lo de escribir una novela porno al mes cada vez lo lleva peor, y rondando ya las treinta el buen hombre se enfrenta, de sopetón, a la incapacidad de responder a las exigencias de la editorial y, en particular, de un editor que se puede permitir ser despiadado porque siempre hay algún pringado dispuesto a aceptar ese empleo.

                Sin embargo, el protagonista intenta cumplir. Pero al sentarse a escribir su cabeza se va a lo que de verdad le preocupa –su propia vida y sus recuerdos- y es así cómo vamos conociendo sus cuitas y cómo, desde una mezcla aparentemente estrafalaria de novela porno –en realidad solo subidita de tono- y confesión, las cosas se van mezclando de un modo magistral hasta llegar a saber cómo ese peculiar trabajo y todas las circunstancias que lo rodean han condicionado su vida incluyendo la provocación de algunos equívocos decisivos en su vida personal.

                La decadencia familiar y profesional corren parejas y la vida del protagonista, que nos habla en primera persona, se desmorona y descompone ante los ojos del lector, lo cual, sin embargo, no resulta especialmente doloroso porque, aunque desde la amargura, el protagonista no pierde el sentido del humor no tanto para reírse de sí mismo como para burlarse de él, como si la burla de uno mismo, por amarga que sea, fuera un mecanismo de abandono de ese «yo» fracasado para refugiarse en una nueva identidad.

                A diferencia de tantas novelas donde se nos quiere vender la simpleza del lenguaje como un mérito (cuando solo es una facilidad para los que menos esfuerzo desean hacer) en Adiós, Sherezade el lenguaje no es inane, juega un papel esencial para trasladar el tono en que el protagonista se dirige al lector. Utiliza términos directos y con cierta frecuencia malsonantes, pero no por afán de provocar, sino arrastrado por su propia frustración. Hay términos que hay que saber usar, y Westlake sabe hacerlo.

                Una novela extremadamente buena que, por desgracia, está descatalogada. ¿A qué espera nadie para reeditarla o, al menos, para publicarla en ebook?