Entre
los trabajos más honrosos no suele figurar escribir novelas porno de tapadillo, en
calidad de negro de un autor famoso que las publica con seudónimo. Sin embargo,
este es el modo que tiene de ganarse la vida el protagonista de Adiós,
Sherezade (1970).
De no
ser porque todo lo encajado en un «género» se minusvalora, Adiós, Sherezade
sería un novelón para disfrutar y estudiar. ¿De qué género estamos hablando?
Pues a saber, porque en España fue publicada en una colección de novela negra
–con debates entre los editores sobre si encajaba o no- aunque lo único negro
que tiene es el trabajo del protagonista; para mí, en cambio, más bien es una novela de humor. Sus
méritos, trascender cualquier género por abordar, con gran originalidad e
inteligencia, el proceso de hacer frente a los fracasos vitales y, también y
sobre todo, un dominio de la escritura y –lo que es más difícil- de la
estructura de una novela, fascinante. Además culmina con un final magnífico e
inesperado que completa el sentido de todo lo leído hasta ese momento.
El
protagonista, en los Estados Unidos de los años 60, es un estudiante
universitario del montón que mantuvo un romance con una chica y que, cuando se
largó de vuelta a su casa y el romance terminó, enseguida se encontró con que «se tenía
que casar» porque había dejado embarazada a la muchacha. Han pasado unos
cuantos años y a la frustración de no haber elegido su vida se une, poco a
poco, la frustración «laboral», porque lo de escribir una novela porno al mes
cada vez lo lleva peor, y rondando ya las treinta el buen hombre se enfrenta,
de sopetón, a la incapacidad de responder a las exigencias de la editorial y,
en particular, de un editor que se puede permitir ser despiadado porque siempre
hay algún pringado dispuesto a aceptar ese empleo.
Sin
embargo, el protagonista intenta cumplir. Pero al sentarse a escribir su cabeza
se va a lo que de verdad le preocupa –su propia vida y sus recuerdos- y es así
cómo vamos conociendo sus cuitas y cómo, desde una mezcla aparentemente estrafalaria de
novela porno –en realidad solo subidita de tono- y confesión, las cosas se van
mezclando de un modo magistral hasta llegar a saber cómo ese peculiar trabajo y
todas las circunstancias que lo rodean han condicionado su vida incluyendo la
provocación de algunos equívocos decisivos en su vida personal.
La decadencia
familiar y profesional corren parejas y la vida del protagonista, que nos habla
en primera persona, se desmorona y descompone ante los ojos del lector, lo
cual, sin embargo, no resulta especialmente doloroso porque, aunque desde la
amargura, el protagonista no pierde el sentido del humor no tanto para reírse
de sí mismo como para burlarse de él, como si la burla de uno mismo, por amarga
que sea, fuera un mecanismo de abandono de ese «yo» fracasado para refugiarse
en una nueva identidad.
A
diferencia de tantas novelas donde se nos quiere vender la simpleza del
lenguaje como un mérito (cuando solo es una facilidad para los que menos
esfuerzo desean hacer) en Adiós, Sherezade el lenguaje no es inane, juega un
papel esencial para trasladar el tono en que el protagonista se dirige al
lector. Utiliza términos directos y con cierta frecuencia malsonantes, pero no por afán de provocar, sino arrastrado por su
propia frustración. Hay términos que hay que saber usar, y Westlake sabe
hacerlo.
Una
novela extremadamente buena que, por desgracia, está descatalogada. ¿A qué
espera nadie para reeditarla o, al menos, para publicarla en ebook?
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