Vidas
minúsculas es un libro sensacional. Tan bueno como difícil de leer. Literatura,
con mayúscula. Nada que ver con las listas de los más vendidos, aunque de vez
en cuando algún libro como este se infiltre en ellas. Hace falta ser un lector
avezado para adentrarse en sus páginas, y concentración y sosiego para
disfrutarlas porque si algo no se puede hacer con Vidas minúsculas es leer
rápido.
Vidas
minúsculas consiste en ocho pequeñas biografías de personas con algo en común:
el narrador, cuya biografía queda indirectamente construida, pues cada uno de
los ocho protagonistas influyó de un modo u otro en la formación de su «yo»,
desde sus antepasados hasta los compañeros de colegio, algún amor, la madre, el
padre que los abandonó y del que no guarda recuerdos, un sacerdote... Ocho
personas que también tienen algo más en común: la pequeñez de su existencia; si
bien una vida no es minúscula por lo importante o conocida que una persona sea,
ni por lo feliz o infeliz que haya sido, ni por lo que ha sufrido, ni por su
valentía o cobardía, ni porque haya influido mucho o poco en otras vidas, sino
por la inevitable facilidad con que es olvidada. Cuántos leerán esta reseña
que, un día después de morir o incluso antes, serán menos que un recuerdo para
todo el mundo excepto para dos o tres personas, aunque ahora confíen o estén seguros de lo contrario. Todos acabaremos así. De ahí
que Vidas minúsculas sea un grito de protesta, una reivindicación del yo, de todos
los yos, y tampoco es casual el papel que la palabra juega en la vida del velado
protagonista –escritor incapaz de escribir- y en el modo en que los demás la usan influye en él. A fin de cuentas, ¿no es la palabra, entendida
como cualquier medio de expresión, el único mecanismo, si existe alguno, para
perdurar?
Construir
una biografía contando otras ocho es un mérito relativo, al alcance de muchos.
Lo meritorio en Vidas minúsculas es el cómo. La profunda y aguda introspección,
cómo de real (y, por tanto, de cruel) puede ser una pintura con unos pocos
trazos dados con maestría; lo meritorio es también el lenguaje poético, pasionalmente
recargado y en ocasiones confuso por las figuras que utiliza y por las largas y
complejas frases que entrelazan y mezclan ideas con una profusión que con
frecuencia obliga a releer.
Un
libro fantástico, de los que enriquecen intensamente como lector. Merece la pena hacer el
esfuerzo que su lectura requiere.
Y al próximo que cuestione la existencia de la «alta literatura» (de algún modo
hay que remediar la trivialización del término «cultura»), le dais a leer este
libro antes de aguantaros la risa.
Otro más para la lista de "pendientes", aunque igual lo cuelo...
ResponderEliminarNo te arrepentirás.
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