En la reseña de Hasta aquí hemos llegado expliqué por qué pretendo leer la serie entera del comisario Jaritos,
de la que Offshore es el penúltimo título en estos momentos. Lo aviso porque
Offshore no me ha dado motivos adicionales para terminar de leer la saga, sino
que ha ratificado mi tesis de que el autor ha decidido aprovechar el éxito y
sus últimos años en activo para publicar lo que sea. Offshore es un
despropósito.
Trataré
de explicar por qué:
-Porque
a Márkaris, que ya jugó a brujo –y se dio un trompazo- cuando trató de
anticipar la salida del euro de Grecia, Italia y España, le ha vuelto a dar por
la «economía-ficción», y en esta ocasión un grupo de desconocidos hacen una campaña
publicitaria que les permite ganar las elecciones en un santiamén con mayoría
absoluta y, lo que es más sorprendente, llevar a Grecia, ¡en solo tres meses!,
a una prosperidad desconocida desde hacía años. Nadie sabe de dónde viene la
pasta, pero hasta el gato está eufórico. A ver quién es el guapo que puede imaginarse algo así y, falto de realismo, Márkaris no consigue darle la autenticidad necesaria.
-Porque
cuando Jaritos dice que no tiene ni idea de economía quien lo está diciendo en
realidad es Márkaris. Personaje y autor comparten una ignorancia sideral que
hace calamitoso el intento de crear una trama en torno a un asunto tan de moda
en los últimos años como la economía y, en particular, el flujo de capitales hacia paraísos fiscales. Repito: no hay realismo ni la autenticidad exigible
cuanto se prescinde de éste. Más bien se da una imagen de «hombres de negro» que mueve a la risa.
-Porque
Jaritos (y Márkaris) también están reñidos con la informática más elemental,
por lo que es mejor omitir según qué detalles para evitar el riesgo de que los
disparates contribuyan a dinamitar realismo y autenticidad.
-Porque,
una vez más, ¡una más! el comisario no avanza y debe esperar la repetición de crímenes a
ver qué tienen en común.
-Porque
el vagabundear de Jaritos dando tumbos de un interrogatorio a otro y viendo a
sus jefes cada vez que mueve un papel, todo a la espera de que pase algo, es
llenar páginas sin más, y se hace aburrido y repetitivo, aunque al comienzo del
libro parece que no va a ser así.
-Porque
las «novedades» (un nuevo jefe ignorante y prepotente que estorba y no ayuda y
que algo le suceda a uno de los personajes habituales) son un recurso pobretón
de puro manido.
-Porque
el final es horroroso y ridículamente irreal.
-Porque
el costumbrismo está agotado y los personajes no cesan de repetirse a sí mismos
sin que se tenga la sensación de que el autor haga algo por evitarlo.
En
cuanto al argumento... Pues bueno, la típica sucesión de muertos con algunas
cosillas en común, entre las que figuran la insólita facilidad con que se pilla
a los autores materiales, pero es que, claro, seguro que hay algo más y como de
un modo u otro la cosa puede relacionarse con la inesperada prosperidad
económica...
En
fin...
Qué
pena hacerle esto a un personaje que, en su origen, fue bueno. Por cierto,
tengo un amigo que lleva muy mal que el tiempo pase y los personajes no
envejezcan, y creo que comienzo a comprenderlo. El comisario Jaritos, que ya no
veía muy lejos la jubilación en su primera novela, cuya acción transcurría en
el momento de su publicación, 1995, más de veinte años después siguen teniendo
más o menos la misma edad que entonces, y ahí sigue el tío, inmune al paso del tiempo y a los adelantos tecnológicos, desde Internet al teléfono móvil, que se suceden sin que a él le salga una arruga más. Por supuesto, al
resto de personajes les sucede lo mismo. No han hecho un pacto con el diablo, sino
con Márkaris. Lo malo, para los personajes, es que por el autor sí ha pasado el
tiempo.
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