No
hay conversación, tertulia o programa de radio sobre novela negra donde no se
cite y elogie a Raymond Chandler, uno de los padres del género y, también, padre
del célebre detective Philip Marlowe.
Ocurre,
sin embargo, que como hasta hace pocos años apenas había leído novela negra todavía
no conocía a Chandler, así que cuando he participado en esos actos me he
limitado a poner cara de «pues sí». El remedio ha comenzado, original que es
uno, por la primera de sus novelas: El sueño eterno, publicada en 1939 y reeditada constantemente desde entonces.
No me resulta fácil opinar de ella. Cuando has escuchado tanto resulta imposible
prescindir de toda la información previa, y en lugar de dejarte sorprender
acabas, sin pretenderlo, comprobando si lo que lees encaja en lo que te han
contado. O al menos así he leído al principio, muy a mi pesar, hasta que por
fin me he olvidado de todo y me he dejado llevar por la lectura. O, mejor dicho, la lectura me ha absorbido.
Si
a partir de Chandler y unos pocos como él creció un género que, desde entonces,
lleva casi un siglo estando periódicamente de moda, es bueno preguntarse por
qué. No es sencillo responder desde el presente, porque el ejército escritores
apuntados a la moda ha hecho que lo que en su día fue original ahora sea común hasta el aburrimiento. El gran mérito de la novela negra surgida en la primera mitad del siglo
XX radica en popularizar un género vendido como menor, para gente con pocas
pretensiones intelectuales, pero que conseguió entretener y lo hizo con una
calidad literaria notable, bien que limitada más al uso del lenguaje y a la
estructura de las historias (cuya importancia, cuando de generar intriga se
trata, es superior) que a contar las razones del ser humano, aunque respecto a
estas últimas los personajes límite, capaces de cometer crímenes o de permanecer
impasibles ante ellos, despierten interés y faciliten ciertos análisis. Otra
razón que explica su éxito es que hasta entonces se habían desarrollado las
novelas de intriga «de salón», mientras que la novela negra en sentido estricto
es la primera en descender al barro de la acción y la violencia y, por tanto, a
sus causas y modos, lo cual, además, iba acompañado de unas referencias
sexuales que también llamaban la atención.
Todo
esto encontramos en El sueño eterno. Alusiones sexuales, violencia, intereses innobles…
y todo contado en primera persona por Marlowe, un tipo demasiado duro y socarrón como
para ser realista -como tampoco lo son muchos de sus métodos o las situaciones
en las que se ve envuelto- pero tan bien retratado que acaba dándonos igual que
no lo sea.
El
argumento, una excusa para lucir todo lo que acabo de decir: Marlowe es
contratado por un ricacho; lo que se le pide no es lo que todo el mundo cree,
ni lo que va encontrando se corresponde a sus expectativas. ¿Qué hay de verdad
en la petición y en lo que cada uno piensa? ¿Y cómo interfiere la propia
personalidad del detective y sus propios objetivos, cuando no su compromiso
consigo mismo? El interés del argumento es componer el puzle, pero lo mejor de
la novela es el desenvolvimiento de los personajes.
Y la película, que también fue estupenda.
Descubrí a Chandler hace unos años, después de ver la película de Bogart, y la verdad es que me sorprendió. El libro es —como casi siempre— más rico en matices, y la trama se revela de las más enrevesadas que haya existido nunca. Tal es así que los propios guionistas del film enviaron un telegrama al autor para preguntarle sobre una muerte, y Chandler les dijo que él tampoco sabía lo que le preguntaban, así de extraña resulta la sucesión de acontecimientos. Dicho esto, considero al autor un maestro en el arte de atrapar al lector en una historia con truculentos matices para la época en la que había sido escrita. Marlowe es un detective creíble, honesto y con sus propias reglas, que pueden chocar con la legalidad. Aun así, la historia se lee con facilidad, ansiando que cada acontecimiento nos lleve al siguiente, hasta llegar al final, en el que no todos los interrogantes son revelados. Un clásico del género. Recomendable. Salu2.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! No conocía esa anécdota.
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