Hace poco
más de un par de años, en la Semana Negra de Gijón se originó una polémica por
un par de asuntos. Uno de ellos, la diferencia entre el «hard boiled», que
recoge la esencia de la novela negra, y el «enigma», el cual, según Julián Ibáñez, uno de los maestros de la novela negra española, es algo completamente
distinto, un asunto de «jarrones venecianos» o, dicho de otro modo, novelas que
más tienen que ver con el misterio, la intriga y el concepto de thriller que
con la novela negra en sentido estricto, que es que trata del mundo del crimen
y a menudo desde la óptica del delincuente. El «enigma», según Ibáñez, ha aprovechado el éxito histórico del «hard boiled» -que se remonta a décadas atrás- para adueñarse del género y acabar expulsando al «hard boiled» incluso de festivales y premios que siempre habían sido de novela negra.
Bien,
pues Naturaleza muerta es una buena novela de «enigma» o, si se quiere, un buen
«jarrón veneciano», una suerte de rompecabezas a resolver en paralelo entre el
lector y un protagonista –el inspector jefe Armand Gamache-, que solo se
ensucia cuando llueve y pisa el barro. Todo en la novela es pensar y atar los
cabos que se recolectan solos. Una historia sin realismo alguno, pero contada con
la autenticidad suficiente para resultar entretenida. Una novela, también, que
he cogido con curiosidad porque había oído hablar bien de la autora, la
canadiente Louise Penny.
Todo
sucede en una ficticia localidad canadiense fronteriza y demasiado
contradictoria para resultar real: Three Pines. Tan diminuta y recóndita que ni
aparece en los mapas, pero a la vez a tiro de piedra de Montreal, con todos los
servicios y en la que, donde debería haber explotaciones forestales, agrícolas
o ganaderas, lo que hay es una pila de artistas y cazadores.
Sin
embargo, las descripciones que se hacen del lugar consiguen trasladar un tono
intimista y acogedor que hacen de Naturaleza muerta la novela ideal para leer
en días lluviosos de otoño, y no lo digo en broma. Menos me ha gustado, en cambio, el poco jugo que se
saca –apenas se apunta- a los conflictos entre francófonos y angloparlantes; el conflicto se cita como para dejar constancia de su existencia, pero sin que luego
se integre en la novela más allá de especificar, en momentos puntuales, en qué
idioma habla cada cual.
La
historia comienza con una serie de personajes que mantienen relaciones de
amistad más o menos intensa, habitantes de Three Pines, bastantes de ellos ya
entrados en años –setenta y más- y otros de edad indeterminada pero que uno
acaba situando como cuarentones y cincuentones. Todos viven en paz y aparente armonía, y así sabemos que una de las damas del grupo, Jane Neal, todo bondad, por primera
vez se atreve a mostrar un cuadro pintado por ella, un cuadro raro, de los que
no se sabe si es una patochada o una genialidad. Ocurre, sin embargo, que un
buen día, poco antes de la exposición, Jane aparece muerta. Al parecer, alguien
le ha disparado una flecha. La primera hipótesis apunta a que puede tratarse de
un accidente de caza, aunque ni el lector más tonto cree que finalmente vaya a
ser así.
El
inspector Gamache, que se nos presenta como un tipo experimentado, de vuelta de
casi todo y cuyo método experto consiste en callar, observar y no moverse mucho,
activa el «modo esponja» recolectando datos e integrándose en la vida de Three
Pines de una forma irreal pero con cierto encanto literario. Los datos,
observaciones y deducciones lo conducen por diferentes caminos, unos más
acertados que otros, hasta desembocar en el final que, obviamente, me callo.
Eso sí, el caballero no actúa solo: tiene un ayudante de una eficacia y lealtad
solo comparable a la admiración/fascinación que siente por su superior, y al
grupo han unido a una nueva y joven agente, la cual considera el logro todo un
avance profesional, pero la chica es tan rematadamente soberbia y tonta que acaba
siendo el peor personaje del libro: ni realismo ni verosimilitud.
El
protagonismo, sin embargo, es compartido con algunos de los personajes implicados
en el asunto. Todos tienen sus momentos de gloria, aunque destaca una mujer
llamada Clara, amiga de la fallecida y fuera de toda sospecha, un personaje
relevante que tarda demasiado en definir su personalidad.
Y en
cuanto al final… Los he visto bastante mejores, pero como el objetivo del
rompecabezas es pasar el rato, cumple su función.
Lectura
agradable, con la que se pasa un buen rato, que ha recibido varios premios pero
que, a mi juicio, está lejos de los mejores.
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