El
italiano Carlo M. Cipolla (1922-2000) es uno de los grandes historiadores del
siglo XX. Su especialidad fue la historia económica. Sus trabajos le llevaron a
ser catedrático de la universidad norteamericana de Berkeley, y en 1995 recibió
el Premio Balzan (que, entre otros, han recibido la madre Teresa de Calcuta,
Borges, Jean Piaget o Norberto Bobbio).
Sin
embargo, la mayoría de las personas lo conocen en España por un pequeño librito
humorístico o, más bien, inteligentemente humorístico: Allegro ma non troppo,
que contiene dos «ensayos» con dos únicos puntos en común: el humor y cómo la
estupidez puede servir para justificar cualquier cosa.
El primero,
El papel de las
especias (y de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad
Media, es un divertidísimo ejercicio histórico en que el se «demuestra» cómo la
pimienta fue tan esencial para la caída del Imperio Romano como para explicar
la Edad Media y alumbrar después el Renacimiento. La pimienta o el pimiento,
porque la gracia de este pequeño trabajo consiste en demostrar cómo cualquier
disparate puede ser explicado desde un punto de vista aparentemente racional.
Especialmente divertidas son las numerosas puyas al trabajo poco riguroso de otros
historiadores.
El segundo trabajo es el más
conocido: Las leyes fundamentales de la estupidez humana parten de la
definición de estúpido como aquella persona cuya acción causa a los demás un
perjuicio y a él ningún beneficio o incluso también un perjuicio.
Sobre la base de que nuestras
acciones causan beneficios o perjuicios a los demás y a nosotros mismos,
Cipolla hace un análisis económico básico, sumamente divertido, valiéndose de
un sencillo gráfico. En él podemos situar a las personas inteligentes,
malvadas, ingenuas y estúpidas y, ni que decir tiene, como la economía es
cuestión de equilibrios, hasta podemos establecer el ideal de inteligencia,
maldad, ingenuidad y estupidez, amén de ver cómo cualquier persona calificada
de una de esas maneras tiende a acercarse peligrosamente a alguno de los otros
grupos, porque un malvado puede ser inteligente o estúpido, y un inteligente
puede ser malvado o ingenuo.
La conclusión es que la dinámica
del mundo está dominada por los estúpidos. La razón es la subestimación de su
número y, también, de su potencial destructor. Y es que el estúpido causa daños
sin pretenderlo y, lo que es peor, de un modo irracional, por lo que es
imposible prever y combatir la estupidez, a diferencia de lo que ocurre con el
resto de conductas, que se sabe por qué están animadas. El estúpido es lo peor
que le puede pasar a la sociedad, porque siempre resta bienestar al conjunto.
Siempre. Algo que no ocurre ni con el malvado (el cual compensa en todo o en
parte el daño que causa con el beneficio que obtiene).
Lo cierto es que tras leer este
pequeño divertimento y echar un vistazo a las burradas que hemos vivido en el
recién terminado 2017, es imposible no pensar que, en el fondo, Cipolla tiene
mucho de razón, y que lo que mueve el mundo, desde la historia de las sociedades hasta la vida de
cada uno de nosotros, es más la estupidez que la racionalidad. Pero que la
idea nos haga sonreír no significa que sea baladí: ni un solo hecho histórico o personal se explica
completamente con los postulados de la teoría económica clásica, ni incluyendo
el modelo posterior de las expectativas racionales. El error, la estupidez,
condiciona de tal manera la realidad que en modo en que la irracionalidad
afecta a la toma de decisiones es ahora un asunto de moda en el análisis
económico. Allegro ma non troppo, publicada en 1988, es toda una colleja a la
teoría económica de aquella época para advertir «eh, que el camino es este». Aunque
para lo que ha de servir si la teoría es cierta...
No hay comentarios:
Publicar un comentario