No hay que
leer Becas Flacas sin haber leído Zafarrancho en Cambridge. En esta
última conocemos el colegio de Porterhouse,
en Cambrigde, y lo chapado a la
antigua de sus responsables. Y también nos da el punto de partida de Becas flacas: la suerte del Rector, que
pretendía modernizar Portherhouse.
Becas flacas comienza cuando la esposa del Rector decide crear una cátedra con su nombre y poner al frente a alguien que
pueda esclarecer qué ocurrió (cosa de la que el lector de Zafarrancho en Cambridge está completamente informado). La
selección del candidato queda en manos de unos pintorescos abogados y de su secretaria, la
cual acaba eligiendo a su primo, que mantiene grotescas teorías sobre la
culpabilidad del criminal y, además, está locamente enamorado de una tal Madame Ma´Ndangas, que se gana la vida
dando conferencias sobre técnicas masturbatorias e informando a quien quiera
escucharla sobre cómo Idi Amín se
papeó a su esposo.
La cátedra
viene de perlas a Porterhouse, porque no tiene un penique; y todavía les viene
mejor otra cosa: la posibilidad de sangrar a una cadena de televisión por los
destrozos causados en la capilla. Al frente de la cadena está un lunático
estrafalario, pero no tan loco como para haber entrado en contacto con
Porterhouse casualmente.
El Decano, por su parte, anda buscando
candidato al rectorado entre los antiguos alumnos acaudalados. Acaudalados
económicamente, claro está, porque intelectualmente son dignos discípulos de
Porterhouse. Skullion, el antiguo
portero y actual Rector, está en silla de ruedas pero ha recuperado el habla, y
el pintoresco General, con su mezcla
de conservadurismo y amor al vicio, es otro de los apoyos que sirven para
mezclar todo y construir una historia divertidísima.
Es más: una
historia magníficamente hilvanada,
porque no es nada sencillo unir tantas cosas tan alejadas y disparatadas y
hacerlas avanzar de forma fluida, sin desajustes, con el ritmo justo. Cierto es
que para que la historia avance alguien, desde dentro, debe tomar la batuta. En
esta ocasión el personaje elegido ha sido el Praelector, lo cual no lo transforma en protagonista. Toda una muestra de buen hacer en una de las cosas
más complicadas a la hora de escribir una historia como esta: guardar las
proporciones, que todo vaya en la misma dirección, que todo concuerde, que
todo tenga su razón de ser.
El humor, como es habitual en Sharpe surge
de los malos entendidos, de lo ridículo de muchas personas y de sus comportamientos,
de la opinión y prejuicios sobre los americanos, a quienes algunos personajes
consideran poco menos que seres intelectualmente inferiores debido a la
modernidad de sus costumbres, en la exageración a que conduce la inamovilidad
de los principios y, sobre todo, en los irónicos comentarios que completan la
información que Sharpe da sobre cada
personaje. Habitual en Sharpe es
también presentar una caterva de individuos con extravagancias muy diferentes,
incluso opuestas entre sí, y cada uno, a su manera, un poco monomaníaco. Las
referencias a Madame Ma´Ndangas, por ejemplo, son muy divertidas (más que el
desenvolvimiento del personaje cuando aparece); la prostituta de baja estofa
que contrata el General es también un secundario impagable, y así hay unos
cuantos, además del Decano, que gana peso y personalidad. Solo chirría, creo
yo, la loca estética de los miembros de la cadena de televisión y la locura
delirante de sus responsables: demasiado irreal para encajar, y demasiado
chocante en el ambiente casi medievalesco de Portherouse, porque hubiera sido chocante
incluso en un ambiente normal.
Un par de
“peros”, para que no todo sean elogios. Hay algunos “trucos” que Sharpe repite aquí de otras novelas,
como por ejemplo el de la administración de fármacos cuyo efecto secundario es
trastornar la personalidad. No es que me parezca mal, pero parece una solución demasiado
fácil (aunque aquí es más recurso humorístico que solución literaria). Y, el
mayor “pero”, se lo doy al final de la novela: es un desenlace demasiado simple
e inofensivo, como si Sharpe fuera
consciente de que la chicha de la novela está en su desarrollo, y, una vez
hecho lo difícil, se hubiera relajado.
Y termino con
una anécdota: uno de los “golpes” del libro ha hecho reír a carcajada limpia
como no recuerdo haber reído nunca con un libro.
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