Cuarta y penúltima novela de Wilt, un personaje al que la
reciente muerte de Tom Sharpe hace echar ya de menos.
Y de esas cuatro novelas (me falta por leer la quinta, La
herencia de Wilt) Wilt no se aclara quizá sea la que más me ha gustado, aunque Wilt es menos Wilt
que nunca, porque se ve envuelto en una aventura disparatada, en un enredo
magistral, pero en esta ocasión no es él quien lo provoca, sino que su actitud
es pasiva, es más objeto que sujeto. También hay otra diferencia, más leve: los inevitables equívocos
están provocados, a menudo, no por hechos más o menos forzados, sino por
interpretaciones razonables de hechos normales.
Su esposa y las cuatrillizas, ya adolescentes, emprenden un
viaje a Estados Unidos, a casa de unos tíos ricos, con la esperanza de que las
niñas sean designadas herederas. El contacto que en el viaje tienen con un tipo
que traslada droga hace que sobre ellas recaigan las sospechas de la DEA
norteamericana, lo cual no es nada comparado con el alboroto que las
irreverentes muchachuelas montan en los dominios de su ultraconservador
pariente. Wilt, por su parte, ha conseguido escaquearse del viaje, y se dispone
a pasar unos días de vacaciones a su aire, sin informar a su esposa,
que lo supone preparando un curso. En concreto, Wilt quiere conocer la
Inglaterra profunda, lo cual espera conseguir haciendo senderismo por lugares
tan desconocidos que ni él llega a saber dónde está realmente. Y esa ignorancia
es la fuente de todo un cúmulo de problemas, pues acaba viéndose envuelto en
una venganza en la que aparecen implicados un “ministro en la sombra”, su
esposa y el amante de esta. No voy a contar el desenlace, obviamente, pero sí
digo que la maestría de Sharpe en el enredo brilla en cada página.
El humor viene de la mano, precisamente, de ese lío que el
lector ve formarse, desde fuera, sin que los personajes, desde dentro, puedan
hacer otra cosa que quedar atrapados en él. Hay algunas escenas exageradas
(como la de los perros), que dan al conjunto cierto halo caricaturesco sin el
cual seguramente la novela sería distinta, aunque no sé si mejor o peor. Y, por
supuesto, una fuente de humor tradicional en Sharpe son los cáusticos cabreos
de muchos de los personajes, así como el pragmatismo con que algunos de ellos afrontan
las situaciones más complicadas. Señalo también, porque siempre me llama la
atención, que Sharpe deja que las cosas sigan su curso, de forma que no sigue
la “estructura comercial” de todas esas novelas que tienden a dejar el punto
culminante de la acción para el final; con Sharpe el punto culminante puede
darse en cualquier momento, aunque en Wilt no se aclara hay un componente de
intriga (no de acción) que, este sí, solo se resuelve al final.
De lo autores más ingeniosos y recalcitrantes que he tenido oportunidad de leer.
ResponderEliminarLa verdad es que es un maestro del enredo.
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