En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 11 de septiembre de 2025

El hombre del puerto – Cristina Cassar Scalia

 


Me resulta complicado explicar por qué los libros de Cristina Cassar Scalia me entretienen tanto. Quizá sea porque logra un difícil equilibrio entre las tramas (una mezcla de novelas negras de salón y novelas de acción) y el ritmo: constante, ágil, sin prisas, con textos que no dan rodeos, que solo olvidan lo principal para mencionar lo visible. Cristina Cassar Scalia practica una escritura muy eficaz, limpia, directa, que comunica con facilidad, aunque sin pretensiones artísticas. Es una contadora de historias. Y buena.

Para adentrarse en esta cuarta entrega de la saga de la subcomisaria palermitana de Catania Vanina Garrasi (Guarrasi en la edición original y en otros países) conviene haber leído las tres anteriores, porque si en algo Cassar Scalia es igualita a tantos otros escritores es en que utiliza la peripecia vital de su protagonista para crear una especie de trama de fondo que evoluciona de libro a libro, con el fin de crear un vínculo entre el personaje y el lector. Un vínculo que, aunque uno disfrute con él, suele buscarse por fines mercantiles.

Lo digo porque el final de la novela anterior, La cuesta de los saporani, supuso para Vanina un problemilla que se manifiesta en cada página de El hombre del puerto. Un problemilla que hace distinta y amena esta historia pero que Cassar Scalia resuelve al final porque cargar con él en futuras entregas hubiera sido un lastre al condenar a la reiteración de situaciones. El problemilla tiene como efecto, en esta novela, que la algo glotona subcomisaria no puede dar un paso sin escolta. Una escoltas un tanto pintoresca, pues, por conveniencia del guion sus propios compañeros la han asumido. Alegremente hacen jornadas de trabajo infinitas de modo indefinido.

El hombre del puerto que da título a la novela es el fiambre que aparece en un restaurante sin duda inspirado en A Putia dell´Ostello; en concreto, en la cueva-sótano de ese local, por la que pasa un río subterráneo, el Amenano (y que ustedes pueden visitar en Google Maps, buscando fotos en internet o cotilleando en este enlace a uno de los reels del restaurante en Instagram). Como siempre, el primer investigado es el finado. Hay que saber en qué ambientes se movía, con quiénes se relacionaba… Esas cosillas. Es así como pronto averiguamos que vivía en un barco (de ahí el título) y que era una bellísima persona, sin enemigos y apreciado por todos. O, al menos, por todos menos uno. El único hilo del que tirar es que el caballero, profesor venerado por sus alumnos, practicaba una especie de voluntariado para librar de la droga a jóvenes que habían caído en ella. ¿Será la mafia quien se lo ha cargado por jorobarle la clientela? Algo sabía el hombre sobre adicciones, pues en su juventud estuvo un tiempo en una comuna hippie, o algo similar, con flipados diversos que, tantos años después, ya no son fumetas sino gente respetable.

Y ya he contado demasiado, porque como los seguidores de la saga conocen, Vanina Garrasi suele echar mano de la experiencia y conocimientos del excomisario Biagio Patanè, que los tiene en abundancia por ser octogenario. No me voy a pronunciar sobre la gallina y el huevo (atribúyase la condición de gallina a la voluntad de la autora de enlazar presente y pasado y a Patanè la de huevo) pero es la memoria del excomisario lo que permite moverse en el tiempo y dar a los casos de Garrasi el atractivo literario de resolver viejos casos abordando los nuevos. Cuáles sean los antiguos y su relación con el presente lo sabrá quien lea esta novela.

Patanè y su celosísima esposa son la guinda de una panoplia de personajes ya conocidos por los lectores, variados en edad, habilidades, torpezas, vicios, debilidades, aspiraciones y hasta belleza, aunque todos, vamos a decirlo así, de la misma clase media que la mayoría de los lectores. Para terminar, como ocurre con tantos otros protagonistas de sagas, la relación de Vanina Garrasi con la comida sigue siendo importante y, al igual que esos ancestros literarios, se centra en la comida local y en locales tradicionales y ajenos al turismo. 

Y con todo lo dicho en los últimos párrafos vuelvo al principio: quizá el éxito de Cristina Cassar Scalia se deba a la naturalidad, sencillez y eficacia con que, sin que apenas se note, combina magistralmente muchos de los recursos típicos del género.


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