En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

martes, 30 de enero de 2024

Betibú – Claudia Piñeiro

 


Un amigo me prestó Betibú. Lo tuve meses en el estante de libros prestados sin hacerle caso, como si lo gris y oscuro de la portada, como si ese título que no alcanzaba a ser Betty Boop, anunciaran una lectura igualmente desangelada y triste. Al final, lo devolví sin leer y mi amigo, alarmado, me lo volvió a poner en la mano diciendo algo así como «¡Pero qué haces, hombre! ¡Con lo bueno que es este libro! Anda, llévatelo otra vez y ya lo leerás antes o después». Y con él volví a casa.

Tenía razón mi amigo, así que justo es comenzar esta reseña dándole las gracias.

La acción transcurre en Argentina, entre la redacción de un periódico en declive cuyo director intenta combatir al presidente argentino y una urbanización de lujo en la que hasta las moscas deben pedir permiso y someterse a registros para entrar (por si pretenden hacerlo con malas intenciones) y para salir (por si han birlado algo). En ella, un señor adinerado ha abandonado este mundo degollado, como dos o tres años antes lo fue su esposa, nunca probada víctima del ahora finado. Se dice que el muerto se ha suicidado así, a lo bestia, no en plan obra de arte sino en plan charcutería. Es un asunto truculento, llamado a hacer las delicias de los lectores ávidos de carnaza, así que el director del periódico le da trato preferencial.

¿En qué consiste ese tratamiento?

Periodísticamente, en nada: el experto en estos temas, un experimentado periodista ya próximo a la jubilación, ha sido degradado a la confección de noticias tontas de sociedad, así que se hace cargo un jovenzuelo recién llegado que solo sabe buscar información en Google. Tan poca cosa es el pobre que en toda la novela no pasa de ser «el pibe de Policiales». Cierto es, no obstante, que Jaime Brena, el viejo periodista, le echa una mano, y a veces las dos, por lo que la novela tiene un componente de iniciación (el pibe), otro de desarrollo de la amistad (Brena y el pibe) y un tercero de aceptación de la vejez y realidad (Brena).

Ahora bien, en materia de espectáculo el periódico incluye entre su «información» los artículos no informativos, sino reflexivos de Nurit Iscar, apodada Betibú por los más íntimos, una escritora de poco más de cincuenta años que, tras conocer hace tiempo el éxito, vive una agónica época de vacas flacas tras haber cambiado de género y de registro pasando de la novela negra a la romántica (¿o romanticona?) inspirada en cierto idilio que conocerá quien lea la historia.

Nurit, Betibú, es «destinada» a un casoplón en la urbanización para tomar el pulso al vecindario y escribir con conocimiento de causa. Pero por allí pasa más gente: Jaime Brena, el pibe de Policiales, las amigas de Nurit, que tienen con ella una confianza extrema y andan vigilantes para meterla a la cama con alguien pero no con cualquiera, la parentela, un viejo comisario vieja fuente de Brena… Y a partir de estos encuentros, de datos dispersos de apariencia casual y de otras zarandajas la investigación periodística consigue llegar más lejos de lo previsto en lo que resulta ser casi una novela negra de salón, un puzzle entretenido y verosímil dentro de lo irreal del planteamiento, y por momentos brillante, en la que cada personaje está tan perfectamente definido que no hay puntos confusos ni de fricción. Cada uno es como es y como debe ser, y hay historias personales suficientes (algunas con un conflictivo pasado común) como para que la novela no sea solo un misteriete a resolver.

Con un ritmo en lento pero en constante crescendo, la acción desemboca, ya a velocidad de desenlace, en lo que parece el final más lógico, aunque a falta de las páginas suficientes para intuir alguna sorpresa que haga honor al habitual reclamo de que nada es como parece. Una gran novela de intriga escrita con multitud de giros argentinos y en la que el lector pronto coge la dinámica necesaria para seguir sin problemas la por muchos odiada técnica de no separar e identificar los diálogos con los signos de puntuación correspondientes.

Seguiré leyendo a Claudia Piñeiro.


viernes, 26 de enero de 2024

De profundis – José Cardoso Pires

 


          El escritor portugués José Cardoso Pires sufrió, uno o dos años antes de morir, un accidente cerebrovascular que lo dejó sin habla, sin memoria y sin capacidad para leer y escribir. Por fortuna, pronto se recuperó, y dejó constancia de la experiencia en esta breve obra que se lee de una sentada o, como ha sido mi caso, en dos.

          Antes de añadir nada más, me permito avisar que la foto que ilustra esta reseña tiene una finalidad humorística, dado el título, nada mejor que acompañar la profundidad de las emociones con las esencias de la buena vida, para no olvidar nunca que lo más inteligente que podemos hacer con la vida es vivirla como mejor sepamos.

          La obra tiene tres partes. 

          La primera, el prólogo de Lobo Antunes, algo enrevesado, en cuyo humor se aprecia la gratitud al amigo que lo fue más gracias a la enfermedad y, sobre todo, el alivio de la recuperación.

          La segunda, la narración de Cardoso Pires en la que cuenta la manifestación de la enfermedad y, sobre todo, su consecuencia: su desaparición y la aparición de «otro» que no era él, que no era nadie pero era, ambos solo unidos, en contadísimos y fugaces instantes, por unos pocos chispazos de recuerdos.

          Y, tercera, la recuperación, en la que se aprecia no poco humor motivado, creo yo, al igual que en el prólogo de Lobo Antunes, por la alegría y el alivio de haber superado tamaño trance.

          Un librito interesante, en el que la idea de lo poco que separa la salud de la enfermedad y la muerte puede resultar esperanzador o descorazonador, según la experiencia de cada lector.



martes, 23 de enero de 2024

Ojos de agua – Domingo Villar

 


Tanto y tan ardientemente me ha recomendado las 712 páginas de «El último barco», tercera y última novela del prematuramente fallecido Domingo Villar (1971-2022), que para hacerlo bien he decidido comenzar por el principio y leer antes las dos primeras novelas de la saga, para conocer así los protagonistas: el inspector de policía gallego Leo Caldas y su ayudante, un aragonés bastante bestiajo llamado Rafael Estévez.

Pero antes de hablar de Ojos de agua quiero mencionar que, sin haber leído hasta ahora nada de Domingo Villar, había algo en él que me atraía, que me hacía creer que era «de los míos»: su nula prisa por publicar me hacía pensar (y por lo que he oído creo no equivocarme) que estaba más preocupado por escribir bien que por el éxito de ventas, de ahí que entre esta su primera y breve novela pasaran tres años hasta la segunda (mucho tiempo para la voracidad del mundo editorial) y nada menos que una década entre la segunda y la tercera, periodo que incluyó el aviso de publicación y la retirada del libro porque Villar, muy perfeccionista, no acababa de estar satisfecho con el resultado. Y yo, qué voy a contar, me rindo siempre ante la coquetería intelectual del mismo modo que me rebelo frente a los escritores que aprovechan cualquier éxito para bajar su propio listón y matarse a vender fast food.

He leído que la segunda novela, La playa de los ahogados, fue «la de la confirmación», y bien puede que sea así (lo sabré en cuanto termine de leerla, porque ya la he comenzado), porque esta primera, Ojos de agua, relativamente breve (187 páginas) más parece una novela de iniciación que una obra para recordar.

En Ojos de agua ocupa un especio relevante la presentación del protagonista, Leo Caldas, y su entorno: la familia, las ausencias, los lugares, su modo de vida, su temperamento… como si el autor tuviera conciencia (digo yo que la tendría) de estar comenzando una saga. Menos nítido aparece su ayudante, solo definido por su temperamento expeditivo y colérico.

Ojos de agua echa mano de muchos recursos del género negro en la modalidad «jarrón veneciano», que diría Julián Ibáñez. Por ejemplo, el fiambre que se ofrece al lector para abrir el apetito aparece en una isla frente a Vigo, Toralla, a la que solo se puede acceder por una carretera, que además está controlada por guardas de seguridad, lo que conduce a pensar en un número limitado de sospechosos, un poco a lo Agatha Christie. Otro recurso clásico, que no voy a explicitar para no reventar nada, es el manido «nada es como parece» o, dicho de otro modo, el lector es conducido con el anzuelo de la lógica, pero no según los designios del investigador, sino de… Bueno, ya lo verá quien lo lea. Y, por último, Villar echó mano en esta novela de otros topicazos del género: el crimen truculento que avisa de algo anormal, el asesinos que deja mensajitos como si el crimen fuera un juego, el jefe gruñón y malhumorado más preocupado de su silla que de su trabajo, los bares o restaurantes refugio que tantos y tantos detectives novelescos tienen (y que aquí, parece ser, son reflejo de lugares reales), cierta quijotesca dicotomía entre el poli bueno (Caldas) y el malo (Estévez), la aparición de ricos soberbios, poderosos e influyentes, los turbios secretos y secretillos personales y familiares… y, sobre todo, el recurso, bastante frecuente en las últimas décadas, a sacar a los protagonistas de los entornos urbanos tradicionales en las grandes ciudades para situarlos en lugares menos comunes, menos conocidos (la imaginaria Vigàta, el también imaginario Three Pines, Venecia, Trieste…) y por tanto con un plus de atractivo por lo desconocido del lugar y de la idiosincrasia de sus habitantes: Vigo y su entorno son lo bastante bonitos y peculiares como para asumir buena parte del protagonismo de la historia.

Mezclando todo eso Domingo Villar fue capaz de articular a los 35 años, y partiendo del asesinato de un saxofonista de jazz, una novela con personalidad propia, pero no avasalladora; bien narrada, bien construida, en la que conocer a la víctima sirve -no es muy imaginativo- para buscar al asesino, con personajes que se hacen querer.. Una buena obra que no es una gran obra probablemente porque carece de recursos originales y fue menos trabajada que las siguientes, o esa impresión tengo. Como si Ojos de agua hubiera sido para el autor una prueba. La de saber si era capaz de escribir novela negra. La respuesta fue afirmativa, y espero que causa de que en las novelas siguientes pusiera mejor empeño. El que le ha dado la fama. En él confío para leerlas. La segunda, ya le he empezado, y es muy diferente, para mejor.


viernes, 19 de enero de 2024

El hombre invadido – Gesualdo Bufalino

 


La heterogeneidad de los relatos contenidos en El hombre invadido hace complicado escribir esta reseña, porque lo único que tienen en común es su enorme calidad literaria, que puede verse en el dominio del lenguaje, en lo elegante y pausado de la expresión, en la profundidad de las ideas y en la rapidez y precisión con que se llega a ellas, y, también, en las numerosas referencias culturales, tan abundantes que harán que más de un lector no acierte a identificar ni a valorar unas cuantas.

Dicho lo cual, los personajes son muy distintos, de Georgias a Jack el Destripador y muchos más que ahora mismo no me vienen a la cabeza, unos están inspirados en personajes ficticios y otros en personas reales, hay relatos muy serios y otros casi humorísticos, finales efectistas y otros planos, y, como lógico colofón, se diría que cada relato tiene su razón de ser y su objetivo y que lo único que los une en mismo volumen es su filiación.

¿En resultado? Un libro a la vez agradable y complicado de leer. Agradable, porque todos los relatos son, como ya he dicho, de altísima calidad. Complicado, porque la heterogeneidad afecta a la continuidad de la lectura. Yo cometí el error de leerlo de corrido. Si tuviera que hacerlo ahora, lo simultanearía con otras lecturas: un día leería un relato; otro día, otro; tres más allá, el siguiente… Así hubiera evitado la sensación de estar y no estar al mismo tiempo. O de estar en veinte sitios a la vez sin sentir los pies en ninguno.


martes, 16 de enero de 2024

Un asunto demasiado familiar – Rosa Ribas

 


Que cada libro tiene su momento es algo que jamás he dudado, y este es un buen ejemplo: lo compré cuando salió, ha estado tres o cuatro años sin que le hiciera caso y, de pronto, no me preguntéis cómo, ha exigido ser leído. Y lo he disfrutado.

Y además me ha sorprendido, porque por algún motivo (o la publicidad fue mejorable o, cosa bastante probable, no me enteré bien) pensaba que Un asunto demasiado familiar tenía toques de humor. Pues no: es posible que el apellido «Hernández» no tenga el pedigrí de «Marlowe», o que la empresa familiar afectada por las rarezas de toda la parentela no tenga el glamour de los investigadores de élite de un cuerpo policial, pero Un asunto demasiado familiar es también un asunto muy serio, que muestra las cosas desde un ángulo poco frecuente: lo cotidiano desconocido.

          Por esto y por algunas cosas más, se trata de una novela ambiciosa. Y bien resuelta. 

El asunto demasiado familiar del título alude a la desaparición de una de las hijas del protagonista, Mateo Hernández, un detective privado con sede en el barrio obrero de Sant Andreu, al norte de Barcelona, lindante con Santa Coloma de Gramanet. Un detective, también, de juventud descarriada, en cuya empresa prestan servicios otro hijo y la hija que acaba de volver a casa tras separarse. Colabora también un tal Ayala, hombre eficaz y expeditivo. Completa el cuadro la esposa, cuya salud mental es manifiestamente mejorable y, en la vivienda de enfrente en el caserón que habitan con un jardín-huerto en medio, la tía.

La novela es en parte engañosa, porque comienza con un encargo que parece destinado a conducir la acción cuando, en realidad, la autora lo utiliza para hacer una larga y cuidadosa presentación de los miembros de la familia. Hay tantos y la situación de cada uno es tan compleja que se agradece este modo de conducir pausadamente al lector hasta las profundidades de la familia, en lugar de intentar zambullirlo en pocas páginas.

Cuando ese caso es resuelto, queda tanto texto por delante que parece un reto. Si algún lector se ha dejado llevar demasiado por ese primer enigma, quizá tenga la impresión de que le están contando dos historias sucesivas, pero no es así. Son dos historias simultáneas, pero de distinta duración, una de las cuales sirve de lanzadera de la segunda.

Y esta segunda… Bueno, a mi juicio es planteada y resuelta de un modo brillante. Planteada porque no es sino hacia mitad del libro cuando aparece con toda su fuerza, tomando el relevo del primer caso; y resuelta, por lo ingenioso de lo ocurrido.

Una buena lectura que me va a llevar, más pronto que tarde, a seguir con el resto de la saga.




miércoles, 10 de enero de 2024

Lecciones de química – Bonnie Garmus

 



Lecciones de química es la primera y, que yo sepa, única obra de Bonnie Garmus. Un exitazo internacional, lo cual me hace comenzar por el final, por los agradecimientos. Cualquiera que los lea y vea la legión de gente implicada en la promoción y lanzamiento de este libro comprobará que su éxito no ha sido casual, sino tan programado como máximo se pueda programar cualquier éxito literario. En ocasiones esto puede ser una crítica: como los grandes grupos editoriales tienen capacidad para decidir cuál de sus títulos va a tener más éxito de ventas antes de que haya pasado por las manos de un solo lector, a veces endilgan a sus lectores librillos bastante flojos, por no decir auténticas birrias, confiando en que, si por chiripa el texto gusta, el éxito literario sea apabullante y, si no, se quede en «éxito» de mercadotecnia. Por supuesto, esos títulos no son elegidos al azar; lo que quiero decir es que, por supuesto también, no siempre pueden elegir entre textos con garantías, y de ahí la necesidad de dar trabajo al azar.

Pero hay casos, como yo diría que es este, en los que el esfuerzo promocional tiene una buena excusa o, lo que es lo mismo, menos componentes dejados al azar: hacía falta ser muy tonto para no darse cuenta de que Lecciones de química tenía enormes posibilidades de gustar a un público amplísimo en un montón de países, dada su temática y los recursos que utiliza. Así ha sido: publicado por primera vez en Estados Unidos en enero de 2022, muy poquitos meses después ya estaba en traducido a varios idiomas y en un sinfín de librerías. Raro es el lector que habla mal de este libro, y no seré yo quien lo haga

¿Por qué Lecciones de química es una novela tan atractiva?

Primero, por la protagonista, omnipresente en todas sus páginas: Elizabeth Zott es, a principios de la década de 1950, cuando comienza la historia, una mujer admirable: tiene juventud, cultura, una inteligencia aguda y un ánimo despierto, es química y tiene una acusada vocación investigadora, y posee un atractivo seductor del que no hace caso porque, por encima de todo, tiene una personalidad arrolladora cuya única voluntad es la de vivir su vida conforme a sus propios gustos y ambiciones.

Segundo, porque el cariño del lector hacia un personaje guarda relación directa con las tribulaciones que éste afronta, y, no digamos ya si además son injustas. Y Elizabeth Zott, que además se ha sobrepuesto con brillantez y esfuerzo a unos orígenes complicados y hasta odiosos, se enfrenta a un montón de problemas e injusticias, todos con una misma causa.

Tercero, porque el personaje protagonista se sabe rodear de otros personajes a su modo tan perdedores y heroicos como ella: su propia hija, capaz de desarrollar una inteligencia y unas facultades fuera de lo común para una renacuaja de su edad; el perro que acoge, listo de por sí y sabio gracias a su dueña; un marido brillante en lo profesional y desastroso en todo lo demás, especialmente en las relaciones humanas; la vecina generosa con problemas matrimoniales; o el bienintencionado productor televisivo sobrepasado por cuanto le rodea.

Cuarto, porque frente a los buenos están los malos. Y cada personaje es claramente o lo uno o lo otro. Para el lector tomar partido no es fácil, es inevitable. Además, los malos son más mezquinos que inteligentes, lo que sitúa el combate no en el terreno de la lucha de habilidades sino en el de la justicia y la injusticia: ¿cabe mayor injusticia que el triunfo de unos malos que, para colmo, son torpes, mediocres y jactanciosos? No. ¡Nada puede causar más desazón que ese triunfo! Por eso, y gracias a lo burdo y descarado de esa maldad, el lector no deja de esperar que la justicia, de tal evidente como le resulta, brille en cualquier momento.

Quinto: el entorno. Hay tres escenarios muy atractivos: el de la investigación científica puntera, el del éxito mediático y el lado oculto de ambos: la vida doméstica de sus protagonistas, con todos sus brillos y miserias.

Sexto: como leiv motiv de la acción, a la duda de si triunfará la justicia se une el misterio, traído a la novela de la mano de los orígenes de un personaje muy presente al principio y que nunca llega a irse: el joven y deslumbrante investigador Calvin Evans. Un tipo que antes de los treinta años ya suena como candidato al Nobel

Séptimo: el humor. Todo está narrado con una pátina de humor (basado en el cariño a la protagonista y a su entorno más cercano) que mueve a la sonrisa cuando los estrafalarios héroes afrontan y superan los problemas y a la frustración y la melancolía cuando les llueven los palos. El humor es importantísimo en este libro, porque si bien el lector se solidariza con la temperamental protagonista gracias a las injusticias que sufre y a su capacidad de superación, no es menos cierto que Elizabeth Zott es –en defensa propia o, más bien, en defensa de sus principios- también una pequeña dictadora que no duda en hacer de su capa un sayo sin respetar la voluntad, por ejemplo, del pequeño productor local que se ha jugado en ella el dinero de la productora y hasta su puesto de trabajo. Sin ese humor, el personaje quizá sería visto de un modo más amargo y menos amable.

Octavo, porque Elizabeh Zott alcanza el éxito gracias a ser ella misma. No el éxito que ella busca, pero sí el éxito que busca la autora: que se le reconozca al personaje su valía por lo que es. ¿Cómo no sentirse identificado por alguien cuya única referencia de éxito es ella misma? ¿Acaso alguien aspira a ser juzgado por una vara de medir distinta de su propia personalidad? Que la valía triunfe incluso allí donde no tenía previsto aparecer, consuela y anima.

Noveno, porque Elizabeth Zott es una rebelde que lucha contra la sociedad. Como don Quijote, es ella contra el mundo por una buena causa. Y qué atractiva es la rebeldía, ¿eh?  Elizabeth-Quijote es tan consecuente en sus convicciones que es capaz de luchar incluso contra su propio éxito no buscado. 

Y, décimo, con lo que llego al meollo del argumento, el cual, unido a lo que llevo dicho, sin duda justifica el éxito de esta novela: ¿Cuál es el origen de todos los males de Elizabeth Zott? 

El machismo.

Es decir, un asunto de la máxima actualidad, que implica a todo el mundo y en el que todos podemos reconocernos unas veces en el lado bueno y otras en el malo. Unas veces por acción, otras por omisión; unas por convicción buena o mala, y otras por conformismo siempre malo.

Al transcurrir la acción en la década de 1950 y los primeros años sesenta, momentos en los que rol social de la mujer no era, ni de lejos, el actual, Bonnie Garmus consigue mostrar el machismo de modo natural (y esta naturalidad creo que es la esencia del libro) creando una protagonista que, simplemente, quiere ser una mujer normal según los parámetros actuales, pero hace setenta años. 

No hacen falta muchas líneas para dejar claro que tal ambición en esa época es, en realidad, una osadía de satisfacción que parece imposible: la mujer está relegada al hogar o, en el mejor de los casos, a labores secundarias y no reconocidas; es un mero apéndice profesional del que los hombres pueden servirse; está sometida a una dictadura moral que contrasta con la laxitud  ética que los hombres se reservan, lo que facilita, por ejemplo, las agresiones sexuales; no pueden moverse sin topar con una muralla y todo el sistema confluye, al final, en que las mujeres no solo carecen de voz para reivindicarse sino también para protestar. De hecho, la protesta se suele volver en su contra, agravando los problemas y estimulando, por tanto, la sumisión.

A ese mundo se enfrenta la protagonista, con una actitud decidida, desafiante y rebelde. Y ese mundo le depara sopapos sin fin, lo que provoca el afecto y la solidaridad del lector; tantos y tan intensos sopapos recibe Elizabeth Zott que parece rendirse (y entonces el lector se angustia) pero, como digna protagonista de una epopeya, su capacidad es tanta que sale a relucir incluso en las circunstancias más desfavorables. El triunfo allá donde no quería estar (porque quien vale, vale) es lo que, finalmente, abre las puertas al éxito buscado y por supuesto merecido.

El camino a la cumbre rara vez es el más recto. Este libro nos cuenta, con habilidad y humor, que los obstáculos a sortear incluyen, para la mitad de la población, a una parte considerable de la otra mitad.

Y concluyo por el final, no para contarlo sino para señalar que quizá sea lo menos logrado: un tanto peliculero y sensiblero, cuya única virtud es la de permitir dar un rápido vuelco a la situación para encarrilar la historia hacia un desenlace sin sabor amargo. Más bien, a mi juicio, tan justiciero y dulzón que pierde la naturalidad a la que antes he aludido. 


lunes, 1 de enero de 2024

La naturaleza de la bestia – Louise Penny

 


Comienzo la reseña entonando el mea culpa: el argumento me parecía inverosímil (en el sentido de irreal), aunque como buena escritora Penny siempre escribe con verosimilitud sobre lo irreal, como es el caso, pero he aquí que, al llegar al final y ver lo que cuenta la autora, supe que estaba equivocado, y tras buscar someramente en internet comprobé que el peliculón que yo había atribuido a la imaginación y a la osadía más que generosas de Louise Penny respondía, en realidad, a la historia de una persona de chicha y osamenta, Gerald Bull (1928-1990), ingeniero canadiense al que le dio por desarrollar cañones como catedrales, con clientes más que dudosos, en lo que se denominó «Proyecto Babilonia».

El ingeniero canadiense Gerald Bull

Pero centrémonos en la novela.

Volvemos a Three Pines, el pueblecito olvidado de la mano de Dios, de los cartógrafos,  de los señores que ponen las señales en las carreteras y hasta de los ferrocarriles canadienses, que una vez llevaron allí una vía no para que pasara ningún tren sino, al parecer, para pasar el rato; un lugar que no aparece en los mapas pero que, con cada libro de Penny, parece más y más grande. Tiene iglesia, una antigua estación reconvertida en parquecillo de bomberos, escuela, teatro, hostal, tiendas… Aislados del mundo, de internet, de todo, y rodeados de bosque denso, salvaje y también bucólico. En este paraíso perdido un renacuajo fantasioso ha desaparecido, por lo que Armad Gamache, ya un jubilado dedicado a rascarse la panza bajo los pinos que dan nombre al lugar, toma en el asunto las cartas que generosamente le dejan sus antiguos colegas de la Sûreté du Québec (una especie de Guardia Civil).

La cosa se va liando porque las trolas que contaba el niño conviven, por otro lado, con la obra de teatro amateur que se va a representar, obra cuyo autor -desconocido- puede ser un tipo de lo más indeseable, por no decir pavoroso. Un tipo tan deleznable que nadie tiene más ganas de verlo que de sufrir un infarto, y que da a monsieur Gamache tal repelús que más parece una alergia mortal.

Añadamos cierto pequeño aparatito que es localizado en las cercanías del pueblo -porque esos bosques dan hasta para ocultar a portaaviones enteros en cualquier recodo- y con todo esto tenemos el mejunje con el que Louise Penny ha cocinado una de la novelas más interesantes y al mismo tiempo extravagantes de la saga.

La Ramera de Babilonia, trasunto del Anticristo, también tiene su papel en la novela


Por cierto, la autora da, por primera vez si no me equivoco, una buena pista para situar Three Pines, al ubicarlo a poco más de treinta kilómetros de una localidad diminuta y fronteriza llamada Highwater. Desde ella, la frontera con Estados Unidos está a solo 2,3 kilómetros hacia el sur, de modo que la localización del ficticio Three Pines está en algún lugar de la casi semicircunferencia de diez kilómetros de anchura delimitada por dos radios de treinta y cuarenta que me he molestado en trazar para disfrute y solaz de quienes lean esta reseña y sean asiduos de Gamache. Hay otra pista, esta habitual: que la localidad está a unas dos horas de coche de Montreal, lo cual hace decantarse, con toda claridad, por el lado este la semicircunferencia. Aún así, en dos horas de coche te has salido hasta de la parte más al sudeste, así que me atrevo a afirmar que Penny planta sus tres pinos allá donde le da la gana en cada novela. Pero hale, a buscar el paraje inspirador.

La línea casi horizontal de abajo es la frontera entre Canadá y Estados Unidos. El ficticio Three Pines debería estar en la zona de abajo, a la derecha, entre las dos semicircunferencias. Pero no sé, no sé... Pulsad en la imagen para ampliarla.

Dicho lo cual, la novela, como he apuntado antes, es de las más interesantes de la serie: no solo es preciso localizar a los malos, pues Three Pines es el mundo menos plácido entre los plácidos mundos de ficción, y en sus alrededores no dejan de ocurrir sucesos, de aparecer cadáveres o de volatilizarse el personal, sino que, además, el lector se va a topar con una inesperada cantidad de buenos que no tienen por qué tener los mismos objetivos, con lo que algún bueno parece malo, si es que no lo es, amén de haber también un malo malísimo cuya mención parece evocar a Luzbel en persona y que no me extrañaría que reapareciera en alguna novela posterior. Al tiempo.

Las tramas de Penny desembocarían en monumentales atascos  sin la intervención de la diosa Chiripa, pero el mérito es que no se nota. Todo parece lógico y racional porque está organizado y bien dispuesto de antemano, de modo que la autora no improvisa. Y se nota. Eso le da ocasión de organizar también el ritmo, siempre suave, siempre pausado como el propio Three Pines, de cuidar el lenguaje, conciso y elegante, de dar entrada a las referencias al arte, en cualquiera de sus formas, en la trama, y de disfrutar de esa minúscula sociedad que forma un ecosistema aparte, donde todos comparten todo, o casi todo, sin dejar de ser ellos mismos. Forman, casi, una comunidad involuntariamente investigadora.

Intriga presente, misterios históricos, policía, espías, vecinos de aluvión que arrastran cada uno su propio pasado… Un cóctel de lo más atractivo que transcurre, en general, entre las confortables cuatro paredes del bistró y en los domicilios de los afables vecinos, todos siempre con el fuego encendido, con una gran taza de té caliente en las manos y a resguardo del descomunal fresquito que hace fuera, porque al comienzo de la novela está principiando un otoño que se parece mucho a nuestro invierno.

Una buena lectura para la temporada otoño-invierno.


sábado, 16 de diciembre de 2023

Manifiesto por la lectura - Irene Vallejo

 


          En algún lugar leí que para apreciar el valor artístico de un cuadro no hace falta saber nada de técnica pictórica, ni de historia de la pintura, ni de nada. Basta con abandonarte a su contemplación con el único y sosegado ánimo de dejar fluir sentimientos y emociones. La intensidad del flujo te dirá si lo que tienes enfrente es arte o solo algo que, en el mejor de los casos, aspira a la perfección técnica.

          Me pareció una idea cierta y maravillosa, y me lo siguió pareciendo tras preguntarme si mi entusiasmo no se debería a que me permitía sortear mi propia ignorancia. Pero lo cierto es que no: mi ignorancia sigue ahí, pero esa idea me permite disfrutar más y mejor de muchas cosas y minimizar el resquemor de pasar otras por alto.

          Cuento esto porque lo fundamental de este Manifiesto por la lectura, redactado por Irene Vallejo a petición, en febrero de 2020, de la Federación de Gremios de Editores de España para pedir un «Pacto de Estado por la lectura y el libro», es lo que te hace sentir.

          Las emociones que provoca este breve texto, que se lee en un ratito, son de enorme intensidad, al menos si quien lo lee es, como yo, un lector habitual. Las palabras de Irene Vallejo te hacen tomar conciencia de que llevas toda tu vida siendo una parte diminuta pero necesaria del todo ancestral del que forman parte los seres humanos de todos los tiempos y al que se incorporarán los futuros. Te hace sentir que tanto la escritura como la lectura, esas actividades que tantas veces asociamos a la soledad, porque se escribe y se lee en solitario, son en realidad el mayor nexo de unión entre personas, generaciones y épocas. 

          Somos, intelectualmente, resultado de todo lo que se ha hablado, escrito y leído. Todo texto es comunicación, lenguaje, y, por tanto, forma parte de lo que ha permitido al ser humano diferenciarse de otras especies, nos cuenta la autora. Habla de la capacidad para compartir ideas profundas a través del lenguaje. La lectura es el modo en que nos comunicamos con los seres humanos del presente y del pasado, como la escritura es la forma en que nos dirigimos a nuestros coetáneos y a quienes vivirán en el futuro fuera de nuestro alcance; la palabra escrita es, también, el modo de trasmitir las ideas más prolijas, de explicar y analizar con detalle nuestros miedos, ansias, aciertos, errores y esperanzas. Leer este manifiesto sirve para advertirlo y comprenderlo.

          Vuelvo al principio: todo lo que Irene Vallejo cuenta a través de estas páginas lo transmite directamente al corazón del lector. Sus palabras, más que saberlas o recordarlas, las sientes. Por eso este pequeño librito es, también, una obra arte. Una obra pequeña en su dimensión, pero tan grande como la sienta el lector.





lunes, 11 de diciembre de 2023

El ancho mundo - Pierre Lemaitre

 



          El Ancho Mundo es un lugar de Saigón mencionado en la novela y en el que convergen diferentes oportunidades de ocio y vicio. Pero el ancho mundo, con minúsculas, es el escenario de esta novela. Lo digo con doble sentido. Primero, geográfico, porque transcurre entre Beirut, Saigón, París y hasta en algún pueblo francés. Y, segundo, personal, porque son tantos los protagonistas (en realidad, la protagonista es una familia), tan variados sus caracteres e intereses y tan diverso el modo en que afrontan la vida, que lo de ancho bien puede hacer referencia a la infinita variedad de personalidades que existen en el mundo.

          Beirut. Finales de los años cuarenta del siglo XX. Louis Pelletier es un empresario francés que tiene en la capital del Líbano una fábrica de jabones. La empresa es su gran obra, y su vida es el jabón. En la empresa encuentra un cómodo y rentable modo de vida que, sin duda, facilitará la existencia de sus hijos cuando él ya no esté. O eso desea él. Con este buen señor conviven su mujer y sus cuatro hijos. O, al menos, convivieron hasta los momentos iniciales de la novela, porque enseguida sabemos que su hijo mayor se ha casado con la extraña hija del jefe de Correos. El siguiente dice que quiere irse a estudiar a París, aunque no parecen ser los estudios lo que lo atraen. El tercero no sabe lo que quiere pero sí a quién quiere, y está dispuesto a correr cuanto mundo sea preciso para estar a su lado. Y la joven benjamina tiene bastante genio, ganas de perder de vista a todos y algo no muy parecido a un romance, salvo por el sexo, con un profesor un tanto pervertido. Todos los hijos andan entre los 18 y los 30 años, aproximadamente.

          Basta lo dicho para comprender que el nido de los Pelletier se está quedando vacío, y que cada polluelo intenta volar a su manera, lo cual incluye no pocas triquiñuelas para evitar la eventual oposición de los padres. De este modo la historia se transforma en cinco (la del matrimonio y la cada uno de los cuatro hijos) que van evolucionando y, gracias a los lazos familiares, terminan convergiendo tras haber dado un insólito rodeo, no solo físico, por el ancho mundo. Entre medio, claro, se han relacionado con otros mil personajes y han sucedido un sinfín de cosas que han puesto patas arriba la vida de todos. Hasta qué punto la situación es o no remediable y cómo, lo sabrá quien lea esta larga novela que, pese a su longitud, es de lectura rápida y agradable.

          La complejidad de la acción no se percibe, debido a la maestría de Lemaitre a la hora de crear y explicar mundos. Aunque es compleja, parece sencilla. Y, además, cuenta con el lubricante de la pátina de humor que recorre casi cada línea, apoyada unas veces en lo estrambótico de algunos personajes y muchas otras en la particular filosofía del cabeza de familia, la cual, por estar basada en la comprensión de anhelos y debilidades, conduce la historia por derroteros distintos a los que podían inspirar los temores de sus hijos. Otro efecto humorístico contundente es lo expeditivo de algunos personajes ante situaciones concretas e irreversibles. Y es que todos somos unos santos hasta que la conciencia te enfrenta al dilema de dejar de serlo o de dejar caer sobre los demás las aplastantes consecuencias de tu santidad.

          Una última advertencia: he dicho que las historias de los personajes se separan para converger luego. No todas. En realidad, el lector verá cuál, hay una que se mezcla con el resto sin interferir, pero que tiene entidad y autonomía propia. El resultado es que en una pagina el lector está dudando de si se descubrirá a un asesino, en la siguiente se pregunta si el bueno de la película logrará sacar a la luz algo que nada tiene que ver con asesinato alguno y, en la de más allá, está preocupado por temas familiares que nada tienen que ver con los asuntos anteriores. Y es que el ancho mundo da para mucho.

          La novela evoluciona quizá demasiado lentamente durante el primer tercio, para coger luego velocidad de crucero y acelerarse al final. Como en otras de sus obras, Lemaitre introduce giros geniales porque son a la vez inesperados e insólitos, pero también racionales (salvo uno, el del papa vietnamita, que parece una pirueta), de modo que nada queda forzado en la acción. En esta novela destacaría dos: los giros debidos a la peculiar afición del hijo mayor y al carácter caprichoso e imprevisible de su mediocre esposa y, sobre todo, algo que le atiza un soberano sopapo al corazoncito del lector que haya leído la primera entrega de la trilogía Los hijos del desastre (Nos vemos allá arriba). Este último giro abate todas las resistencias y peros que pudiera poner a esta obra cualquier lector de Lemaitre, al tiempo que, sin que lo advirtamos, nos cuenta y completa de modo maravilloso una historia más: una historia que comenzó en aquella novela y parecía terminada, y que aquí se convierte en una historia de tres décadas.. Quien lea El ancho mundo obtendrá una satisfacción adicional si ha leído Nos vemos allá arriba, pero no es imprescindible.  El cariño que inspiran los personajes al lector hace el resto para conseguir que la lectura de este libro deje un sabroso sabor de boca.





jueves, 7 de diciembre de 2023

La Iglesia de Franco - Julián Casanova

 

Con cada libro de historia que leo soy más consciente de mi ignorancia y, también, como ya he dicho otras veces aquí, de que casi dos generaciones de españoles educados en la ignorancia y la desinformación solo pudieron dejar en herencia ignorancia y desinformación. Mitos y falsedades se perpetúan con una facilidad pasmosa y, en cuanto pasa algo de tiempo, son casi invulnerables porque cada día hay menos personas interesadas en acercarse a una verdad cada vez más lejana. Es una de las razones por las que la historia es apasionante. Y, puesto a repetirme, insisto en que al hablar de libros de historia me refiero a obras de historiadores profesionales, en general procedentes del mundo académico, y no a los seudohistoriadores caídos del cielo mediático y literario, que son a la historia lo que los hechiceros a la medicina.

¿Qué analiza este libro?

Vayamos por partes. De algún modo Franco traicionó (y dominó repartiendo y equilibrando cargos, poder y posibilidades de corrupción) a quienes en teoría, según la hagiografía oficial del régimen, fueron sus apoyos: los generales que impulsaron el golpe de estado al que él se apuntó en el último momento pretendían restaurar la monarquía, cosa a la que Franco fue dando largas durante lustros porque pronto fue evidente su voluntad de perpetuarse en el poder; otra pata de su apoyo, la Falange, también tenía motivos para sentirse traicionada, pues el régimen jugó con ella dándole más puestos que influencia, sin llegar a hacer realidad las aspiraciones de reforma del ideario falangista. En cambio, la tercera pata, la Iglesia, fue la única que en ningún momento cuestionó a Franco ni se sintió traicionada por él. Es más, cuando la II Guerra Mundial comenzó a inclinarse hacia los aliados, Franco, por miedo a la reacción internacional hacia un régimen nacido del apoyo militar y económico de Hitler y Mussolini (por quienes él había expresado un sinfín de veces su rendida admiración y agradecimiento), quiso alejarse de esas ideologías, y encontró la excusa de la religión: el suyo pasó a ser, oficialmente, un régimen de inspiración católica, y no de inspiración nazi o fascista. 

El mutuo apoyo entre la Iglesia y el régimen se dio desde el primer segundo, facilitó el apuntalamiento del régimen ante la comunidad internacional, untó a Franco de la legitimación divina ante el creyente y así llegó hasta los años finales de la dictadura, y ello pese a que la guerra llevada a cabo por Franco no fue de ocupación sino de exterminio, como lo siguió siendo su política posterior, especialmente sangrienta en los primeros años cuarenta, cuando aún creía seguro el triunfo nazi en la contienda mundial.

Pero el libro no aborda solo la relación entre régimen e Iglesia. Dedica unas cuantas páginas, también, a la situación previa que la explica: al recelo, cuando no al odio, de la Iglesia a las nuevas ideologías procedentes de la revolución industrial, que habían tomando forma en la República; ideas que incluso se oponían a la República porque se les quedaba corta; ideas, que, en definitiva, suponían un peligro para el poder e influencia eclesial. El libro aborda también, por otro lado, el anticlericalismo surgido en el siglo XIX, alimentado hasta esa misma época por la deriva social y económica; un anticlericalismo que, al decir de algunos, tomó su fuerza del sentimiento de traición, porque ante la revolución social que supuso la revolución industrial la Iglesia no tomó partido por las nuevas clases menesterosas, como cabría esperar de su prédica, sino por la élite poderosa. Un anticlericalismo, en cualquier caso, aún insuficientemente estudiado, pero que en ciertos sectores sociales había calado de tal manera que desembocó, en los primeros meses de la guerra, en un sinfín de carnicerías a manos, sobre todo, de las milicias anarquistas y comunistas, las cuales exterminaron a casi 8 000 religiosos –fundamentalmente hombres- por el mero hecho de serlo. Estas carnicerías fueron de tal magnitud que han pesado como una losa en la influencia del anticlericalismo en España dificultando, cuando no impidiendo, su laicización.

También deja claro este libro que la violencia que apadrinó la Iglesia no fue una respuesta a esas matanzas, sino que ambas violencias se superpusieron en el tiempo, hasta el punto de no poder afirmar nadie si una precedió a otra, porque los episodios violentos, las soflamas, las inyecciones de odio y los mensajes incitando a acabar físicamente con «el otro» son multitud y previos al inicio de la guerra. No digamos ya después.

Seguramente, la imagen por excelencia del apoyo eclesial a Franco es el privilegio de acceder a los templos bajo palio. Hasta ese momento solo la hostia consagrada recibía ese tratamiento. Es decir, solo Dios o sus representantes humanos, como el Papa, tenían ese derecho. Imaginad el mensaje que la Iglesia lanzó así a los fieles. 

       Y por si alguien olvidaba que Franco era un enviado de la providencia, su efigie en las monedas iba acompañada de la leyenda (en ningún momento cuestionada o criticada por la Iglesia) Caudillo de España por la gracia de Dios

Los testimonios y documentos que acreditan lo que acabo de resumir son innumerables y aparecen siempre citados. Esto, inevitable en un libro de historia escrito por un historiador, es especialmente importante al tratar el tema que este aborda, porque la posición ante la Iglesia de mucha gente no es racional sino emocional, y hablo tanto de fieles como de anticlericales.

         Entre las fuentes destaca el testimonio de Gumersindo de Estella, sacerdote que, ante su postura poco entusiasta a favor de la violencia contra el rojo, se convirtió en sospechoso de connivencia y marchó de Navarra para evitar que sus propios correligionarios lo mataran. Y aterrizó en Zaragoza, también controlada por el bando sublevado pero con menos influencia de las violentas milicias carlistas. Allí trabajó en la cárcel de Torrero asistiendo espiritualmente a la ingente cantidad de condenados a muerte que fueron fusilados en las tapias del cementerio (tapias, dicho sea para demostrar la intensidad de la barbarie,  que hubo que reforzar porque tantos tiros recibieron a través de los cuerpos de los fusilados que las balas llegaron a atravesarlas y acabar en los nichos). Aquellas experiencias y las reflexiones de Gumersindo de Estella quedaron en un sobrecogedor diario que durante años fue fuente de información para historiadores y que fue publicado, ya en este siglo, por Mira Editores.

La pretensión de La Iglesia de Franco es demostrar, y lo consigue, que el régimen de Franco, un régimen que practicó el terror como modo de mantenerse en el poder, contó con el apoyo de un estamento enormemente influyente y que ese apoyo tuvo por principal causa la conservación (e incluso aumento) de privilegios socioeconómicos y políticos. Obviamente, dados los valores que supuestamente pregona la Iglesia (el perdón, la reconciliación, el apoyo a los más débiles…) llama poderosamente la atención su doble y contradictoria moral, la cual queda diáfana en las páginas de este libro, aunque el autor no la enjuicia más allá de lo que supone ponerla de manifiesto a partir de los numerosos datos y fuentes existentes. 

Como la pretensión del libro es analizar esos años de complicidad por la importancia que tuvieron para el mantenimiento del régimen y por lo que supuso en orden a los valores trasladados a la sociedad durante casi dos generaciones, apenas pasa de puntillas por los últimos años del franquismo, cuando ya había comenzado su descomposición, en los que la Iglesia oficial, de la mano, sobre todo, del cardenal Vicente Enrique y Tarancón («Tarancón, al paredón, clamó la ultraderecha en el funeral de Carrero Blanco, en el que el ministro de Educación negó el saludo al cardenal, que tuvo que salir por la puerta trasera para evitar agresiones), cambió, por fin, de rumbo.


lunes, 4 de diciembre de 2023

Diez libros que quiero leer

 



          Casi todos los años he escrito una entrada en el blog con los libros que estoy contento de haber leído a lo largo del año, que no es lo mismo que de los mejores, los peores o los más vendidos. Hace dos días lo volví a hacer. A alguien le puede servir para pescar lecturas y, además, así me uno a las escasas tradiciones literarias seudonavideñas.

          Pero lo que no he hecho nunca, y esta es la primera vez, es publicar una lista con libros que quiero leer. No supone una promesa de cara al año que viene, ni a mí mismo ni a nadie, porque bastantes veces he podido comprobar lo rápida e inesperadamente que a veces cambian los planes, pero sí es una manifestación de intenciones, las de ahora. Ojalá que si no se cumplen sea, simplemente, porque me ha dado la gana cambiarlas.

          Algunos de los libros ya los tengo en casa. Varios pretendía haberlos leído a lo largo de 2023, pero no ha habido ocasión y siguen esperando. Otros llegarán pronto.

          Aunque, por supuesto, más que leer los diez libros que voy a poner y muchos más, ahora mismo lo que más me gustaría es que fueran legión los lectores a los que en 2024 les apeteciera leer, y leyeran, «La detención de los Reyes Magos», lo cual, cachis, solo cabe confiar al siempre improbable boca a boca.

          El enlace sobre cada título lleva a la web de Amazon, no para que compréis allí, sino por ser una web conocida y de fiar para todos. En ella podréis encontrar sinopsis, precios, ediciones y opiniones de otros lectores (pero cuidado con ellas). Luego, si caéis en la tentación, lo compráis donde os plazca.


Eduardo Mendoza

Tres enigmas para la organización


Haruki Murakami

De qué hablo cuando hablo de escribir


José María Eça de Queiroz

El primo Basilio


La Vecina Rubia

La chica del verano


John Steinbeck

Al este del Edén


Antonio Muñoz Molina

El jinete polaco


Joaquín Berges

El club de los estrellados


Miguel Delibes

Cinco horas con Mario


Domingo Villar

Ojos de agua


Terry Pratchett

Hombres de armas






sábado, 2 de diciembre de 2023

Libros que me alegro de haber leído

 


Esta no es una lista de mejores libros, ni de peores, ni de los más vendidos, pero sí de los que me he alegrado de leer a lo largo de 2023 y que, por la razón que sea, han dejado cierta huella en mí. 

Aquí os la dejo, por orden de aparición de las reseñas. Si queréis leerlas, los enlaces están en los títulos.

 

Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso

Miguel Delibes


El doctor Zhivago

Borís Pasternak


La avería

Friedrich Dürrenmantt




La isla del doctor Schubert

Karina Sainz Borgo



Ganas de vivir

Joaquín Berges


Contando atardeceres

La Vecina Rubia


Castillos de fuego

Ignacio Martínez de Pisón


Buenos días, tristeza

Françoise Sagan


Vivir deprisa

Brigitte Giraud


No te veré morir

Antonio Muñoz Molina



Todas las almas

Javier Marías