En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 20 de febrero de 2023

El doctor Zhivago – Borís Pasternak

 


Mayúsculo novelón que, en esta edición y por obra de Marta Rebón, es la primera traducción del ruso al español. Las anteriores ediciones habían sido traducciones del italiano, debido a que la novela vio la luz en 1957 en Italia. Por su carga crítica, hasta 1988 fue imposible publicarla en la Unión Soviética.

El doctor Zhivago es una novela que, por su grandeza, entronca con los grandes clásicos del siglo XIX. Narra la peripecia vital del protagonista, Yuri Zhivago, en un entorno histórico que cambió para siempre la vida de generaciones enteras y la historia de Europa y el mundo. Un entorno tan avasallador que el individuo se transforma en un pelele cuya vida no vale nada; quién has sido, quién eres o qué suponga alguien que quieres ser puede hacer de ti una cosa o la contraria en función de dónde estés o de quién tengas enfrente. Aunque en ese sálvese quien pueda, si es que alguien puede, la vida se abre paso y en medio de la tragedia, prospera una historia de amor dolorosa, terrible y hermosa.

El entorno histórico es, como he dicho, de una intensidad monstruosa: los aires de cambio impulsados por las diferentes teorías sociales surgidas en el siglo XIX a raíz de los monumentales cambios derivados de la industrialización están en el origen de la Primera Guerra Mundial, en la que desaparecieron buena parte de los sistemas totalitarios europeos. En Rusia, en medio de esa guerra a la que había entrado desde un sistema totalitario, tuvieron lugar varias revoluciones; la primera, unos años después del comienzo de la guerra, la de febrero de 1917, supuso la abdicación del zar y la instauración de un régimen de inspiración liberal (con dos gobiernos en pocos meses). No consiguió satisfacer a casi nadie, ni tuvo tiempo de hacerlo, y como para muchos ese cambio se quedaba corto y creían llegado su momento, la convulsa situación desembocó en la revolución de octubre, que a su vez desencadenó una guerra civil en un territorio gigantesco y la aparición, allí donde se asentaba la revolución, de un poder tan teórico e ideologizado sobre el dogma de la existencia de un sueño colectivo –la dictadura del proletariado, la colectivización de la vida económica y el poder de los soviets (consejos)- que en realidad era un poder fanatizado que negaba la individualidad hasta el punto de arrebatar la vida a quien pretendiera mantenerla. Ese sueño colectivo –proclamado, pero de imposible existencia- chocaba con la realidad aplastando a quienes encontraba en medio; por ejemplo, ¿cómo garantizar alimentos si de un día para otro los propietarios de la tierra la pierden y el comercio se prohíbe? ¿Y quién estaba en medio? La población. Y, por supuesto, Yuri Zhivago.

Borís Pasternak (1890-1960)

La acción transcurre entre Moscú y diversas ciudades y localidades de los Urales, recorriendo distancias gigantescas con medios escasos y en condiciones infames. Yuri Zhivago, huérfano de origen acomodado protegido por un pariente con veleidades intelectuales, es demasiado joven para vivir de modo consciente las primeras trifulcas contra el zarismo a principios del siglo XX, pero la Primera Guerra Mundial llega cuando ya es médico, y esa profesión, la de médico, va a ser su salvación –quizá le libra de pelear y morir en el frente- y su condena –en todas partes hacen falta médicos, especialmente en el frente, por lo que todo médico es siempre un botín valioso-. Zhivago es un hombre pacífico, honesto, con inquietudes intelectuales, amante de la lectura, de la poesía y de la escritura, a la cual apenas puede dedicarse por falta de tiempo y medios. La historia lo zarandea, lo lleva de un lado a otro poniendo en peligro su vida y la de su familia; por no haber sido rematadamente pobres –aunque lleguen a no tener, literalmente, nada-, acaban transformados en enemigos del régimen. En la vorágine de la supervivencia afronta penurias, separaciones traumáticas y otras desgracias, aunque también encuentra manos amigas; alguna, algo misteriosa porque Pasternak no explica mucho de casi ningún personaje (y los hay por docenas, hasta el punto de que esta edición de Galaxia Gutenberg tiene un índice de personajes que, cuidado, a veces puede destripar alguna cosilla). En medio de esa desazón, Zhivago ejerce de médico sin poder ser nunca el médico ni la persona que había proyectado ser; afronta con resignación y lucidez la incertidumbre, el miedo, las penalidades, sin poder disfrutar de su familia o del ínfimo placer de escribir en un papel; rodeado de un océano de frustración y carestía, con la muerte siempre como una posibilidad inminente… En ese mundo Zhivago no es dueño ni de sí mismo ni de su tiempo, pero sí de la conciencia de su individualidad. Eso es algo que nunca llega a perder. Y, como he dicho antes, como las plantas en primavera (y cuántas líricas alusiones a la naturaleza hay en la obra, delatando la condición de poeta de Pasternak, más que de novelista) la vida se acaba abriendo paso hasta en las condiciones más difíciles. Así, pese al enconado empeño de Yuri en proteger a su familia, pese al amor que siente por su mujer, a la que conoce desde que eran niños, acaba enamorándose de otro personaje que, como él, forma parte de la leyenda de la literatura: Lara. Larisa Fiódorovna Guichard, más tarde Larisa Antípova. Niña, muchacha, joven, mujer, cuya existencia, siempre un peldaño por debajo de la de Zhivago, trascurre en su entorno sin que ninguno de los dos sea consciente durante años hasta que el destino los acaba situando frente a frente, como si cada uno fuera para el otro el único hogar reconocible y posible. Lara (que también está casada, que también tiene una hija y cuyo marido, un hombre admirable, de modo incomprensible se fue de voluntario a la guerra y ni siquiera es posible saber a ciencia cierta si ha muerto o si se ha «reencarnado» en otra personalidad) es un personaje de una fortaleza solo comparable a la de Zhivago. Ambos se caracterizan más por su espíritu de sacrificio, por su compromiso con sus familias y por su capacidad de renuncia que por su ambición o su egoísmo.

Una epopeya en la que la historia acaba arrasando a las personas, a las que convierte en espectros irreconocibles para ellas mismas y hasta para los suyos, pero en las que el mensaje de Pasternak, crítico con la guerra y el bolchevismo (crítica limitada a la exposición de hechos, por cierto) por cuanto suponía de anulación del individuo, hace que, pese al aparente triunfo de la historia colectiva sobre la individualidad  reivindicada por el autor, esta última transcienda a través de una historia de amor, la de Yuri y Lara, tan bonita como amarga. Un amor no buscado; no querido, un amor al que se resisten por fidelidad a unas relaciones también machadas con las circunstancias; pero un amor necesario y al que, en última instancia, se rinden porque ya no tienen fuerzas para más; luchar contra él no sería luchar por los suyos, sino luchar por la nada. Cuando nada te queda, cuando ni siquiera te dejan ser quien eres, amar es el único modo de sobrevivir. Aunque el amor, las circunstancias mandan, tampoco es para siempre.




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