En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 2 de diciembre de 2024

Comandante de la ciudad de Bugulmá - Jaroslav Hasek

 



    «Un tema de debate y especulación es cómo se comportó Hašek en el Ejército Rojo, sobre todo en la época en que era comisario -y comandante adjunto- de Bugulmá», dice, al biografiar a Jaroslav Hasek, ese dechado de rigor que es la Wikipedia.

    En la introducción del ejemplar de la foto, que además de la obra que le da título contiene la que ahora reseño, Monika Zgustova afirma algo menos eufemístico al decir que Hasek, que tras desertar se había incorporado al Ejército Rojo, «llegó a ser un importante jefe militar cuando en octubre de 1920, durante la ausencia del comandante del departamento político del Quinto Ejército, fue nombrado su sustituto, cosa que significaba que estaba encargado de tomar todas las decisiones políticas del ejército que controlaba la Siberia soviética entera. Las últimas investigaciones han dejado claro que en el ambiente revolucionario ordenó un elevado número de ejecuciones».

    No me cabe en la cabeza que alguien pueda cometer ninguna atrocidad, pero no seré yo quien enjuicie hasta qué punto Jaroslav Hasek era o se transformó en un monstruo o se vio arrastrado por las circunstancias que le tocó vivir. Ni tengo otra información que la que acabo de mencionar ni me interesa hacerlo, dado que soy de la opinión de que la catadura moral de un autor no invalida la calidad de su obra ni su mensaje. Las incoherencias entre obra y vida van al debe de la persona, no de la obra. Y, por si faltase algo para completar el lío, la obra de Hasek es profundamente antimilitarista y, en lo esencial, posterior a los acontecimientos de Bugulmá.

    Cuento todo esto porque Hasek anduvo por Bugulmá a finales de 1920, esto es, a los treinta y siete años. 

    Como murió a cuatro meses de cumplir los cuarenta, en enero de 1923, está claro que escribió Comandante de la ciudad de Bugulmá poco después de su paso por esta localidad, que no sé cuántos habitantes tenía entonces. Ahora, 93 000. 

    Cualquier relación que tenga este conjunto de relatos que forman una historia completa con la realidad permite vislumbrar en esta momentos convulsos, donde pensar en matar para no ser matado podía ser una duda razonable e incluso inevitable; duda que mostraría, además, un modo de vida desquiciante, alienante, que transformaba en riesgo mortal mirar más allá del instante presente. Por eso, como el lapso entre esas intensas vivencias y la escritura fue tan corto, sorprende la intensidad del humor de estas páginas. No hay otra cosa más que humor, humor sin reservas en medio de muertes, huidas, encarcelamientos y constantes amenazas de fusilamiento, un humor que jamás busca la seriedad en el texto, sino en lo que cada lector extraiga de él, un humor que, conociendo la fuente de inspiración, solo puede ser obra o de un mayúsculo cínico o de un hombre tan desesperado que no se atrevía a mirar la realidad si no era a través de la deformación humorística. Probablemente por eso es también un humor violento y cruel, pero también una obra maestra.

    Este conjunto de relatos, más bien capítulos, cuenta la absurda llegada del protagonista, un Hasek que habla en primera persona, a la ciudad de Bugulmá, donde toma posesión como comandante; y luego narra sus peripecias hasta el final de su mandato, peripecias que consisten, básicamente, en revolotear en torno al puesto, ejerciéndolo o cediéndolo con el objetivo fundamental de preservar su propio pellejo. La sinrazón de todo se mezcla con los personalismos de cada cual y la sospecha de que nadie es leal a nada que no sea seguir vivo. La fidelidad a las personas dura lo que determina la conveniencia. Ni un segundo más. Como recurso humorístico, muy emparentado con el absurdo, Hasek recurre con frecuencia a los requisitos burocráticos para frenar las vías de hecho que, precisamente, son tales por prescindir de ellos. Vamos, que no puede usted fusilarme con ese rifle porque no es el arma reglamentaria, así que váyase usted por donde ha venido, so incumplidor, ¡que debería darle vergüenza fusilar de esta manera!

    La otra fuente de humor es el contraste entre el trato voluntariosamente cortés, educado, amable, casi exquisito, como si no pasara nada, que los personajes se empeñan en usar entre ellos, y las animaladas que a través de él se cuentan, traman, excusan y proponen.

    La historia tiene algo de cuento del ratón y el gato entre el propio Hasek y un mando militar que cuando no está intentado deponerlo y fusilarlo está cantando loas a su amistad. Ambos saben de su incompatibilidad y nefastas intenciones pero, sin embargo, ambos actúan como si ese comportamiento fuera natural, aunque, eso sí, el personaje Hasek es siempre piadoso y no se dedica a ir apiolando a nadie. Antes al contrario: hurta de la muerte a un buen número de personas.

    Que cada cual saque sus conclusiones sobre lo que esto último puede significar a la luz de las acusaciones que he señalado al principio, pero, en cualquier caso, Comandante de la ciudad de Bugulmá es, como la obra maestra de Hasek, Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, un brillante alegato antimilitarista, pues ni una sola de las decisiones, todas caprichosas y absurdas, que toman en esta breve novela quienes detentan el poder de facto se sustentan en el interés del pueblo, y todas, en cambio, hasta las más violentas y salvajes, lo hacen en beneficio de quienes las toman.