Todos podemos recordar crímenes que han protagonizado horas y horas de televisión. La mayoría de los crímenes mediáticos, además, desembocan en una fangosa mezcla de información y especulación. Por qué, entre crímenes similares, unos alcanzan fama y otros no, requiere un estudio del caso concreto y de su contexto mediático, pero no es esto lo relevante. Lo importante es que el crimen interesa mucho y a muchas personas, y que ese interés se manifiesta allá donde existe comunicación: televisión, periódicos, redes, conversaciones en un bar… ¿Cuánto tiempo no se dedica a los sucesos? Y, por supuesto, la literatura es comunicación. De hecho, la novela negra es, probablemente, el género literario más conocido y difundido. En los últimos quince o veinte años, además, ha sido el género de moda. El crimen interesa hasta cuando es ficticio.
El gusto por lo truculento no es exclusivo del siglo XXI, sino que viene de antiguo, lo cual quiere decir que las razones que han movido a las personas hacia este tema seguramente han cambiado menos que las sociedades en las que han vivido: ¿será que en vano intentamos comprender la violencia? ¿O que sentimos la necesidad de «ver» morir a otros para comprender la muerte o perderle el miedo? ¿O que como la violencia nos atemoriza experimentamos alivio al ver que las cosas malas les suceden a otros, lo cual nos deja temporalmente a salvo? ¿O es que el atractivo de transgredir es tan elevado que, si tenemos a mano un medio impune para vivir la emoción del delito, no resistimos la tención de utilizarlo?
A saber.
Este gusto constante se ha ido satisfaciendo a lo largo de los siglos humeando bien en la ficción literaria, bien en casos reales cuyas circunstancias eran hijas del concreto momento histórico. Por eso, con el hilo conductor de esa apetencia invariable, el análisis cronológico de diferentes casos reales permite tener una vista panorámica de la evolución del entorno criminal e institucional penal, y, con ellos, de la sociedad. A estos efectos es importante que los crímenes estudiados sean «mediáticos» (lo cual exige que sean reales, claro) porque, siéndolos, además de tener más fuentes, se puede observar la reacción del ciudadano corriente, de los protagonistas, estudiar mejor los valores, las costumbres, los cambios normativos…
Es lo que ha hecho Rebeca Martín en este estupendo libro que, con el atractivo del crimen famoso, pregonado de boca en boca y por todos los medios de comunicación de la época, navega entre la investigación histórica y la sociológica exponiendo cinco casos reales y célebres en su momento, ocurridos entre los últimos años del siglo XVIII y finales del XIX. Rasgo común –imprescindible para dar sentido al análisis- es que todos compartieron un mismo entorno, el entorno español en este caso; es decir, lugares, sociedades y grupos que compartían en gran medida cultura, costumbres, valores y hasta ordenamiento jurídico. Solo de este modo se puede atisbar la evolución de las cosas.
Así, siguiendo la pista a cinco criminales, conocemos la Manila de finales del siglo XVIII, la regulación de esclavitud, las costumbres en torno a ella, el gueto colonial en el que vivían los colonizadores (una especie de burbuja de la España burguesa trasplantada a Filipinas)…; también conocemos el Madrid burgués en el que un relevante hombre de negocios fue asesinado por su esposa y el amante de ésta; observamos desde Barcelona el nacimiento y desarrollo de la psiquiatría y las tensiones entre jueces y peritos (un modo de ver cómo ha variado la influencia de los peritos en justicia y la concepción que los jueces tienen de su propio papel) a través de un empleado de aduanas monomaníaco; viajamos a Galicia, al mundo rural, tan parecido en esa época a los siglos precedentes, persiguiendo a un famoso asesino en serie; y, por último, hasta con escala en París, observamos los aledaños de la alta sociedad y de los círculos artísticos a través del crimen del pintor Juan Luna Novicio, gloria de la pintura filipina. Entre medio, conocemos multitud de anécdotas de cada proceso y muchos otros crímenes citados para contextualizar.
La investigación de la autora permite deslindar los hechos y la especulación a la que al principio me refería, de tal modo que el lector puede ver lo que en cada momento hubo de unos y otra, y sacar sus conclusiones.
Y conclusiones, de eso y de muchos otros aspectos, pueden sacarse a mansalva, porque del mismo modo que se ve la evolución de la psiquiatría, se observa la del derecho, o la de la posición de la mujer en la sociedad, a la que la autora otorga especial atención (es llamativo que la mujer del siglo XIX estuviera más protegida que ahora por el derecho, si por protección se entiende la gravedad de las penas en los delitos de los que era víctima, pero infinitamente desprotegida si atendemos a la fase, siempre clave, de obtención y valoración de la prueba, que a menudo tendía a convertir a la víctima en culpable de su destino, lo cual induce reflexiones interesantes en torno a la importancia del derecho procesal, al que tan poca atención se presta, y, aunque esto sea ya un tema harto estudiado, a la escasa relevancia de la gravedad de la pena en la prevención de los delitos). También es muy interesante la influencia del estatus social: que el criminal rico siempre tiene más posibilidades de irse de rositas no es nada nuevo, pero no es lo mismo que lo sea porque puede pagarse los mejores peritos y abogados a que su estatus dé especial credibilidad a su testimonio. A través de los alegatos de fiscales y abogados se aprecia la lenta evolución en esta materia: para el criminal, llevar fama de honrado, laborioso, discreto y de buena familia debilitaba la fuerza de la acusación y/o disminuía la pena con frecuencia. La relevancia social también era y es causa de la celebridad de unos delitos, cuando el morbo azuza la noticia, y de la ignorancia de otros, cuando el poder o la prevención ante él imponen el silencio.
Crímenes pregonados es un libro de investigación histórica y sociológica riguroso y sumamente interesante, y aún tiene un atractivo más: no es menos entretenido que la mejor novela negra. El lector se enfrenta a múltiples dudas que siempre aclara leyendo un poco más: desde las razones de los crímenes, a cómo se las ingenió el criminal para defenderse, por qué tuvo o no éxito en su defensa, cual fue su destino, qué sucedió con sus víctimas, por qué una víctima puede ser convertida, contra su voluntad, en su propio verdugo o, como último recurso emocional para el lector, si la justicia poética se pasea o no por donde debe.
Una excelente lectura.
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