Eduardo Manzano Moreno es profesor de Investigación en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales, que dirigió seis años, del Centro Superior de Investigaciones Científicas. Ha sido investigador invitado en la universidad de Oxford y profesor invitado en la de Chicago, y es uno de los grandes especialistas en la historia de al-Andalus, que es como decir en algo que aún tiene un crucial reflejo en el día a día.
España diversa parte de una idea motriz que, dicho sea de paso, comparto hasta el punto de que es ella la que, en los últimos años, me ha llevado a leer libros de historia: la historia apadrinada por el poder (esto es, la más difundida, empezando por la educación y los medios) ha sido, desde el siglo XIX, un instrumento para afianzar los nacionalismos (lógico, puesto que la mayoría de las naciones y estados, en su configuración actual, nacieron en esa época). Es el caso tanto del nacionalismo español como de los nacionalismos periféricos. Todos ellos se buscan, individualizan y legitiman en un pasado que, supuestamente, justifica sus ambiciones de presente y futuro. Y no solo se buscan: se encuentran, aunque no es estén o no como les gustaría. Para lo cual ambos nacionalismos recurren a mitos fundacionales y tergiversan y manipulan, términos estos con que la prudencia y la corrección política han suavizado otros como «mentir» o «engañar», sin que ello impida admitir, al contrario, y por eso libros como este, que mitos, tergiversaciones y manipulaciones han llegado a ser, para millones de personas, hechos ciertos e incontrovertibles.
Como, por deformación profesional, desde hace años he ido reflexionando sobre la importancia de los devenires económicos en la historia, particularmente en los dos últimos siglos, la existencia de patrañas históricas era para mí una certeza en unos casos y una sospecha en bastantes otros. Sin embargo, poco ducho en la historia sin adjetivos, y consciente de que la generación anterior solo pudo legar a la mía la ignorancia y la manipulación de cuarenta años de monopolio «formativo e informativo», me resulta complicado, cuando no imposible, completar las lagunas yo solito. Es decir, a menudo sé cuándo me están contando una versión mendaz de la historia, pero carezco de conocimientos para saber cuál es la más ajustada a la realidad o, al menos, a lo más probable. De ahí que de un tiempo a esta parte me haya dado en leer algunos libros de historia, a los que la única condición que pongo es que sus autores sean historiadores profesionales y de prestigio académico.
El título de esta obra ya aventura por dónde va su discurrir. Comenzando por la época prerromana y terminando en la actualidad, Eduardo Manzano hace un recorrido por la historia con un hilo conductor: el territorial. Qué pasó en la península ibérica, por qué, cómo… Destacan las explicaciones del qué y del cómo, que aclaran el modo en que se desarrollan los procesos históricos, y, fundamentalmente, que no es posible buscar en la historia un «nosotros» y un «ellos», porque el «nosotros» del presente es un resultado del «todos» del pasado.
Invasiones que más lo fueron por asimilación de culturas que por sustitución de personas (el número de invasores casi siempre ha sido ridículo en comparación con la población autóctona), el papel de la religión en el ejercicio del poder y en la definición de quiénes de los nuestros son «los otros», y muchas otras cosas que el autor explica con claridad y con la necesaria concisión que un libro como este requiere, permiten al lector una comprensión cabal de algunos procesos históricos que, con frecuencia, más tienen que ver con lo fortuito o con prosaicas conductas que con los «inamovibles designios de de Dios o del destino». Especialmente interesante es el análisis de la época de los Reyes Católicos y del «descubrimiento» de América, por ser el mito fundacional por excelencia del nacionalismo español, aunque tenga otros. También lo es el análisis de al-Andalus, o el posterior de las «monarquías compuestas».
La historia peninsular, concluye el autor, es la historia de su diversidad. Diversidad étnica, cultural, institucional, lingüística, jurídica, económica, con aduanas entre territorios, exclusividades comerciales, militares, dignatarias… Diversidad por todas partes, desde tiempos lejanísimos y hasta la actualidad, pero con un condicionante común: el territorio que tomamos en consideración hoy en día, y uso esta expresión porque durante siglos la vida de los habitantes de cada sitio de la península en poco o nada se vio afectada por las vicisitudes del resto, hasta el punto de poder afirmar que, en general, más se ha vivido pacíficamente de espaldas que conjuntamente.
Hace hincapié Eduardo Manzano en el modo en que esa diversidad ha convivido de modo pacífico (durante siglos, las guerras nunca fueron entre comunidades, entre sociedades, sino entre quienes se disputaban su control) y que, además, esa diversidad ha sobrevivido a todos los intentos de eliminarla, algunos de ellos, literalmente, a sangre y fuego.
Si hay algo que tenemos en común, es la diversidad, y si hay algo que nos puede unir es el respeto a la diversidad que permite a cada uno, sin temor, ser quien es. Cuando no ha sido así, el resultado ha sido triple: escabechinas para unos, empobrecimiento económico y cultural para el resto, y, al final, resurrección de la diversidad, porque no es posible eliminarla sin eliminarnos.
Una ocasión para reflexionar sobre la diferencia entre la convivencia entre los diversos y la homogeneización.
Termino con la cita con que comienza el libro. Alrededor de 1640, Baltasar Gracián (a ver quién le tose) dejó escrito en «El Político Don Fernando el Católico»: «Los mismos mares, los montes y los ríos le son a Francia término connatural y muralla para su conservación. Pero en la monarquía de España, donde las provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados, assi como es menester gran capacidad para conservar, assi mucha para unir».
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