En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 31 de julio de 2014

Lecturas para el verano


¿Algo para leer este verano entre lo que ha sido comentado este año en el blog? Ahí van unos títulos, que incluyen uno que comenté el año pasado, aunque no ha sido hasta 2014 cuando se ha podido leer en papel.

Que os aproveche.


Tom Sharpe

Natsume Soseki

Gore Vidal

Giuseppe Tomasi di Lampedusa

Marta Querol

Yoram Kaniuk

Joseph Roth

Ignacio Martínez de Pisón

Juan Marsé

Alberto Moravia

Juan José Millás

Vicente Marco

Eduardo Mendoza

lunes, 28 de julio de 2014

Reflexiones sobre literatura y humor,



"Esperemos que cuando las personas mayores, las pedantes y los cursis dejen de dar la lata, Álvaro consiga la gran ilusión de todos los humoristas, que es dirigir el Boletín Oficial del Estado. Que esto suceda pronto".

Antonio Mingote. Prólogo a Se busca rey en buen estado, de Álvaro de Laiglesia.


lunes, 30 de junio de 2014

La señorita Hargreaves – Frank Baker



            Escrita en 1939, La señorita Hargreaves cuenta la historia de Horman Huntley, veinteañero y aprendiz de organista en la catedral de la ficticia ciudad inglesa a orillas del Támesis donde transcurre la mayor parte de la acción.

            La novela comienza con un viaje de placer de Norman y su amigo Henry . Visitando una iglesia en un pueblo perdido en Irlanda, por gastar una broma a un pobre hombre se sacan de la manga a una tal señorita Hargreaves, octogenaria a la que atribuyen toda una serie de circunstancias y manías. Cuál no será la sorpresa de ambos cuando la señorita Hargreaves se materializa en sus vidas tal y como la han imaginado.

            Y a partir de aquí, la confusión entre la realidad y la ficción, y, si se quiere, la posibilidad de reflexionar sobre cómo nuestras propias creaciones se adueñan de nosotros e incluso, llegado el caso, pueden llegar a independizarse o a volverse en nuestra contra. En algún sitio he leído que es una reflexión sobre el proceso creativo, pero aunque puede interpretarse así y, sin duda, algo de eso hay al menos como inspiración, no es menos cierto que la literalidad del texto nos sumerge en una especie de “realidad mágica” en la que lo imposible toma cuerpo.

            La primera mitad de la novela se hace lenta, aunque no sé si esa lentitud es precisa para asentar a un personaje irreal entre los reales; luego, a medida que pasan las páginas las cosas van ganando vistosidad e interés, llegando a un final interesante, en el que –al margen de la solución que se da al problema- cabe plantearse la pregunta del papel de la destrucción en los procesos de creación, de hasta qué punto el creador es dueño de lo creado, y, por tanto, de si debe soportar o no todas las consecuencias de sus propios actos. El final en sí también permite pensar que lo creado ahí está, ahí queda para bien o para mal. Cervantes “mató” a Alonso Quijano, quien ya había repudiado a don Quijote, pero don Quijote sigue vivo, sigue siendo real. Como a lo largo de estas páginas es real la señorita Hargreaves, y por haber sido real una vez, lo sigue siendo después.

            Un último apunte: ojo al padre de Norman. Un personaje secundario a recordar. Un librero que va a la suya, que jamás contesta directamente a una pregunta (y pocas veces lo hace indirectamente), bajo cuya apariencia de hombre permanentemente abstraído se oculta una mente sagaz y, a la vez, vulnerable.




lunes, 23 de junio de 2014

Luna de papel – Andrea Camilleri



Luna de papel (Serie Montalbano, 13)

            Pese a que muchas de las cosas que ocurren en esta novela se ven venir, lo cierto es que se trata de una de las más entretenidas, y por momentos enrevesada, de Montalbano. Además, aunque estamos nada menos que ante la decimotercera de la serie no puede decirse (a diferencia de lo ocurrido en alguna de las precedentes) que resulte reiterativa.

            Una mujer de mirada inquietante requiere la ayuda del comisario. Su hermano no aparece y ella no se atreve a entrar en su casa por miedo a que le haya ocurrido algo. Y algo le ha sucedido, efectivamente. Que le han pegado un tiro. El asunto tiene toda la pinta de un crimen pasional, lo cual conduce a al comisario a repasar los amores del caballero, entre los que hay alguna damisela que a Montalbano le hace tilín y hasta tolón.

            Como para conocer al asesino a menudo es preciso conocer a la víctima, una de las vías que suele seguir este género es precisamente ese: reconstruir la vida del finado, la cual, para que sea novelesco, debe proporcionar una sorpresa detrás de otra.

            Y para sorprender, nada como partir de una víctima normalita, de clase media, un pringadillo sin demasiados amigos, ni enemigos conocidos. Un tipo de esos que vive y deja vivir. El muerto, en este caso, es un “visitador médico”. O sea, un comercial de laboratorios, que es una forma de ganarse la vida como cualquier otra. Que hay sorpresas, ya lo he dicho, pero me ahorraré cuáles para no chafar la lectura a nadie.

            Por lo demás, Mimí Augello tiene un trabajo extra: calmar al jefazo de Montelusa responsable del tráfico de drogas. El motivo: han muerto por sobredosis varias personas eminentes. La causa del óbito no se ha hecho pública (oficialmente los infartos y similares son muy socorridos para no manchar la reputación de nadie), con lo que se han guardado las formas, pero la policía cree que un camello bien relacionado está vendiendo mercancía defectuosa, y teme hasta dónde puede llegar el desaguisado. Una trama que corre paralela a la otra sin que el comisario se meta en ella, aunque es puntualmente informado.

            Ojo con los detalles. De todas las que he leído de Camilleri, esta es una de las que más detalles significativos tiene; y como es fácil que el lector los pase por alto, más vale que la lectura no se prolongue más allá de dos o tres días.

         Luna de papel confirma también uno de los sellos típicos de Camilleri: junto al extraordinario realismo de alguno de los detalles personales del comisario conviven rasgos propios del personaje osado, un tanto heroico y alocado, amén de unas tramas que, como el personaje, saltan continuamente desde el realismo a las situaciones, complicaciones e incómodas casualidades propias de las novelas de aventuras.

            Y termino como casi siempre, con una referencia al humor, que cada vez se fundamenta más en tres recursos: el voluble temperamento del comisario, la pasión que pone en todo sin que pase por su cabeza el concepto de “riesgo”, un Catarella especializado en destrozar el lenguaje y en idolatrar al comisario hasta desembocar en la caricatura, y el recurso a la reiteración. A la reiteración de costumbres peculiares que se repiten de una novela a otra, y a la reiteración de situaciones dentro de una misma novela, como en este caso es la cita con el jefe superior. El efecto: el humor aligera la lectura y es imposible leer estas novelas sin terminar de buen humor, cuenten lo que cuenten y haya los muertos que haya.

            

lunes, 16 de junio de 2014

Asesinos sin rostro – Henning Mankell



Serie Kurt Wallander, 1

Comienzos de 1990. Sur de Suecia, Ystad, una localidad de unos 17.000 habitantes frente a las costa alemana y polaca, cerca de Malmö (que tiene alrededor de 300.000). Kurt Wallander, cuarentón, trabaja allí de policía. Su jefe está de vacaciones en España; él ha quedado al frente de la policía justo en el momento en que se comete un doble crimen: el de una pareja de ancianos que vivía en una apartada granja. El hombre ha sido brutalmente asesinado. Ella, que ha sido sometida a torturas, muere poco después sin alcanzar a pronunciar más que una única palabra (un recurso algo peliculero, dicho sea de paso). Solo hay otras dos pistas: el extraño nudo con el que la anciana ha sido casi asfixiada, y que alguien ha echado de comer al caballo a las tantas de la madrugada, que ya son ganas. La cosa se complica cuando, debido a la hostilidad reinante hacia los extranjeros, que los hace ser de inmediato sospechosos, el mismo Wallander recibe un par de llamadas amenazando con represalias contra ellos.


Ystad. A 60 kms. de Malmö, a 323 de Goteborg y a 667 de Estocolmo.

Asesinos sin rostro fue publicada en 1991. Veinte años después su protagonista es ya un clásico de la novela negra. Al menos lo bastante como para que más de uno me haya reprochado no haber leído nada de esta serie (aunque sí había leído un par de libros de Mankell). Bueno, pues ya he leído el primero de Wallander. Y no me queda más remedio que darle la razón a un amigo que sabe infinitamente más que yo sobre este género; al decirle que estaba leyendo Asesinos sin rostro me contestó algo así como “Las novelas de Wallander están bien. La intriga no suele ser gran cosa ni está muy elaborada, pero el personaje cae bien”. 

Así es la novela: no hay una investigación brillante, sino interrogatorios no muy elaborados, y no se buscan ni se encuentran otros datos que los lógicos, sin sitio para las extravagancias; tampoco estamos ante esos “héroes” que viven por y para su trabajo. Wallander y sus chicos trabajan pensando que acumulan horas extras con las que se pegarán unas buenas vacaciones, y son perfectamente capaces de olvidar por completo una investigación para atender a otra, amén de para dedicarse a sus cosillas.

Y cosillas, Kurt Wallander tiene muchas. La primera, un padre ya anciano que lleva toda la vida pintando el mismo cuadro, y sobre el que existen serias dudas de que pueda seguir viviendo solo; la segunda, un reciente divorcio que tiene al hombre traumatizado porque todavía no ha sido capaz de asimilarlo; la tercera, una hija rarita que no se deja ver el pelo; la cuarta, la soledad; la quinta, una fiscal recién llegada a la que el policía no ve con malos ojos; y la sexta, cierta apetencia por ahogar las penas en alcohol.

Así es como la historia se transforma de una novela policial en una novela sobre el protagonista (lo cual es compatible con lo que he leído hace poco del ego del autor, del cual Wallander, al parecer es un alter ego). El detalle de cómo está el protagonista y de lo poco que hace por estar de otra forma se combina con la investigación, algo torpe, de los crímenes. Y hablo en plural. La variedad de casos permite una alternancia oxigenante, facilita la escritura, y hace que el centro de la historia se desplace del "caso” (por ser varios no hay tal) al protagonista. Seguramente es lo que pretendía el autor, porque las entregas siguientes de la serie salen a una por año hasta 1999, así que la intención de crear una serie está clara y precisaba un personaje potente; una de las formas de lograrlo era evitar, en esta primera novela, que el misterio quedara por encima del protagonista (aunque sea discutible si no es mejor lo contrario). Una última ayudita recibe Wallander de su autor: los secundarios, en especial el resto de policías, le ayudan a resaltar porque son personajes grises, sin apenas personalidad, excepto el más estrecho colaborador de Wallander (lo cual me hace preguntarme si el final que se le reserva es inocente).

Por lo demás, Kurt Wallander tiene muchos elementos típicos del personaje policíaco de éxito comercial: resulta cercano porque no desempeña ningún puesto de relumbrón (¿cómo, en una localidad tan pequeña como Ystad?), está en un lugar poco dado a la gloria porque nunca pasa nada (vamos, que Ystad no es el Chicago de los años 20), tiene un jefe que ve las cosas de otra manera pero al que siempre es un alivio poder echar encima la responsabilidad de los casos, una relación amistosamente tensa con la prensa (una prensa, también es típico, mucho más curiosa que la real), “disfruta” de problemas familiares que le acarrean ciertos complejos, y, como era de esperar, tampoco anda sobrado de dinero. En resumen, no falta nada del estereotipo novelesco.


Vista de la calle de Mariagatan, en Ystad. Aquí sitúa Mankell la vivienda de Wallander
 
     Es una novela entretenida (aunque en algunos momentos me he cansado de la continua referencia al protagonista por su nombre y apellidos, tan intensa que llega a perder todo el significado que pudiera tener al principio), con unos recursos lingüísticos al alcance de cualquiera, con una claridad expositiva y un orden notables (es lo mejor, y lo que hace sencilla la lectura), con un personaje que como he apuntado antes cae bien; con unos métodos de investigación rudimentarios -apoyados en la constancia más que en el genio- que humanizan la situación y dejan como único factor de intriga la incógnita sobre la identidad de los malos; una novela donde la acción no está apenas presente. Una obra de género que sigue la tradición de otras muchas, sin innovar en casi nada.

Quizá, lo reconozco, esperaba algo más. O al menos algo distinto. Pero en cualquier caso la novela se deja leer, consigue captar el interés del lector y entretiene, que no es poco.




lunes, 9 de junio de 2014

María bonita – Ignacio Martínez de Pisón




Obra breve, intensa, tierna y algo dura a la vez, una novela que si se lee con facilidad es por el dominio que el autor muestra del idioma y, sobre todo, del orden expositivo y de los hechos significativos, porque le basta muy poco para crear un mundo completo.

La historia comienza en los años sesenta. María es la hija de una madre amargada que escamotea cualquier muestra de afecto y que “se tuvo que casar” para tener a su primer hijo, y de un padre obrero. Su mundo es el de la fábrica, porque viven en la colonia que el industrial, de origen catalán, fundó alrededor de la factoría, con sus viviendas, su iglesia, su cantina e incluso su economato. Un entorno que los aísla del mundo y los aleja de la pobreza en la que terminan cayendo cuando la empresa cierra y deben marcharse de allí.

María, cuyo hermano mayor apenas le hace caso y cuyo padre solo se preocupa por ella muy tangencialmente, al estilo de la época, vive enfrentándose poco a poco a su madre, hasta que con el paso de los años el amor se transforma en algo parecido al resentimiento. O, a veces, al odio.

En el deambular de la familia desde la colonia a un pisito en el extrarradio de Madrid interfieren dos cosas: el activismo sindical del padre, hecho con una buena fe y una ingenuidad que hacen de él más un pobre hombre que un luchador; y, por otra parte, está la tía Amalia, la hermanastra de la madre que, además, es todo lo contrario a ella: tiene dinero, es hermosa, tiene buen humor y prodiga su afecto a María.

Amalia ofrece el contraste las penurias del matrimonio, pero también la esperanza de que esa niña que es María, que con el paso de las páginas llega casi a la adolescencia, vea en su vida algo más que miseria y amargura. Maria bonita se convierte así en una novela en la que el contraste y la esperanza son la fuerza motriz, aunque cuando Amalia se lleva a su sobrina de vacaciones a Estoril aparece también la incertidumbre, pues llegamos a saber cómo es que Amalia vive tan bien.

Todos los personajes son profundamente humanos: la madre, que ha visto arruinada su vida viéndose condenada a vivir aislada en una colonia, a fregar suelos, a deshacerse los huesos por un “error de juventud”; el padre, una buena persona con afán de justicia pero cuyas evidentes limitaciones para comprender la complejidad de la vida le hacen ir de ingenuidad en ingenuidad; María, a quien la infancia se le hace cuesta arriba en ese ambiente y trata de salir a flote asiéndose a su tía Amalia, quien siendo un dechado de bondad y cariño, no puede evitar ser víctima de sus errores, de su pasado, y de una ambición con la que satisface su egoísmo y dulcifica la existencia de aquellos a quienes quiere. Seguramente es Amalia el personaje más impactante, el que mejor refleja las contradicciones humanas, aunque para confirmarlo debamos esperar al final, donde vemos que no es más que una víctima de sí misma.

Una buena novela que nadie se arrepentirá de leer: Maria bonita.




lunes, 2 de junio de 2014

La muerte del Decano – Gonzalo Torrente Ballester



La muerte del Decano se publicó en 1992, cuando Torrente Ballester tenía ya 82 años. La acción se sitúa en algún lugar de Galicia, en algún momento no muy lejano a los años cuarenta o cincuenta del siglo XX, según se deduce de las referencias a la guerra y a la edad del Decano.

El Decano, experto y prestigioso historiador, comienza la novela haciendo una confidencia a un fraile amigo suyo: esa noche va a ser asesinado, pero él ha tomado una cautela: enviar a la Academia de la Historia un sobre cerrado que debe ser abierto dentro de veinte años; entonces pondrá de manifiesto un enorme plagio. Después queda para cenar con su ayudante, Enrique, un hombre cultísimo que adora intelectualmente al Decano, de quien es íntimo colaborador, y con quien está escribiendo a dúo un libro que el Decano se niega a firmar, aunque está dispuesto a hacer el prólogo. En la cena el Decano se pone las botas; luego acude al colegio donde vive, se toma una copita con Enrique y este se va a su casa, no sin que antes el Decano le dé una caja de bombones para su esposa. Poco después, el Decano aparece muerto.

Qué ha ocurrido, no es fácil saberlo. El Decano puede haberse suicidado, como piensan unos, o puede haber sido asesinado, como piensan otros entre los cuales se encuentra el comisario.

A través de los claros y elevados diálogos entre el comisario, el fraile, Francisca (la esposa de Enrique), el juez de instrucción, el fiscal y el abogado defensor, el lector intenta salir de la duda sobre qué es lo que ocurrió, para llegar a la conclusión de que la realidad que aceptamos depende, en última instancia, de la aceptación de una palabra o su contraria, aunque, objetivamente, ninguna de ellas merezca más confianza que la otra.

Durante toda la novela sobrevuelan varias sospechas, que son las que animan al lector a seguir leyendo: ¿Mató Enrique al Decano? Y si es así, ¿por rivalidad académica o por celos? ¿O se suicidó el Decano? Y si lo hizo, ¿fue por verse superado académicamente por un discípulo cuyo prestigio está dispuesto a destruir desde la tumba, o por despecho amoroso? Dos posibles “criminales” y para cada uno de ellos dos posibles causas. La solución, leyendo La muerte del Decano, que es una novela bien breve.

Esa brevedad es, junto con la claridad y nivel intelectual de los diálogos, lo mejor de una novela que no está entre lo mejor de Torrente Ballester –aunque sí sea mejor que la mayoría de best sellers, dicho sea de paso-. Entre lo malo, demasiadas reiteraciones de información ya sabida (claro que al fin y al cabo los personajes no dejan de rumiar una y otra vez sobre los mismos datos), y la falta de algo de chispa, debida probablemente al fatalismo y sangre fría con que todos los personajes asumen su destino. Lo que más se echa de menos, el peculiar humor de Torrente Ballester, del cual prescinde por completo en La muerte del Decano.



jueves, 29 de mayo de 2014

La calma del más fuerte – Veit Heinichen



Sexta novela del comisario Proteo Laurenti. Novela que ofrece síntomas de agotamiento. Pero antes de señalarlos, el argumento:

La inspectora Pina, que sigue compartiendo protagonismo con Laurenti, es mordida por un pitbull cuando practica ciclismo por la zona fronteriza del Carso. De hecho, toda la acción transcurre entre Italia y Eslovenia. La asiste un discapacitado que llega montado a caballo, y la conduce a su modesta casita: una mansión tremebunda donde vive con su papá, un amable caballero que siempre lleva guantes y que está hecho un tiburón de las finanzas internacionales; un tipo que nos es pintado como uno de esos caballeros que tras un vistazo de reojo a una pantalla llena de números dicen “compra” o “vende” y el mercado de futuros del maíz se viene abajo o pega un brinco hasta la estratosfera, lo que convenga al buen señor; en resumen: un perfil peliculero, simplificado y exagerado.

Padre e hijo tienen dinero como para inundar el planeta, aunque cada uno va a su aire; mientras el padre es un especulador, el hijo parece tener otro tipo de objetivos más elevados. Entre los cuales, por cierto, pronto se encuentra Pina.

Vista aérea del paso fronterizo
donde transcurre parte de la acción
Entretanto otros buenos señores vinculados a la mafia se dedican a organizar peleas clandestinas de perros donde se mueve un dineral en apuestas, y el lugar elegido para la ocasión es la tierra de nadie entre Italia y Eslovenia, coincidiendo con el acontecimiento que marca toda la novela: la apertura de la frontera por la ampliación del acuerdo de Schengen (lo que sitúa la acción en 2004) y la pachanga que se organiza para celebrarlo, con asistencia de la flor y nata de la política y de la economía (aunque, parece mentira, con lo detallista que es Heinichen para otras cosas aquí se le han escapado bastantes). Además, y con esto arranca la historia, el malo malísimo de la mansión, aunque ahora es un señor honorable contra el que nadie tiene nada, tuvo en el pasado unos socios poco recomendables, a quienes ahora desprecia y quienes han decidido apiolarlo. Claro que él se entera del asunto (que para eso es muy listo) y se encarga de liquidar a su asesino. Y así es como empieza la novela, con el asesinato de un pelagatos dedicado a todo tipo de chapuzas ilegales. Cómo se enlazan la manipulación de las finanzas internacionales con las peleas de perros en un descampado y el matonismo más salchichero, lo sabrá quien lea la novela. 


Vista del paso fronterizo, todavía en Italia. Eslovenia, a 100 metros.

Si he dicho al principio que La calma del más fuerte da síntomas de agotamiento es porque aunque el final tiene un ritmo muy elevado, la primera mitad es bastante lenta y porque, sobre todo, la prueba de que los personajes ya dan poco de sí es que los hechos se van enlazando unos con otros y ni Proteo Laurenti ni la inspectora Pina deben hacer grandes esfuerzos para que las cosas cuadren. Más que investigadores, son certificadores de evidencias, aparte de alguna acción aislada. Tampoco forman un dúo especialmente integrado ni coordinado literariamente hablando. De hecho el comisario anda de acá para allá preparando las navidades, que va a pasar toda la familia junta por primera vez en mucho tiempo, lo cual es el toque “costumbrista”, aunque en esta ocasión no está demasiado logrado; Pina, por su parte, lo que hace no es tanto investigación como dejarse querer con Sedem, que así se llama el pintoresco galán del corcel. Una de esas casualidades que tanto ayudan en literatura a falta de ideas más originales. Y los nuevos personajes, ya he dicho, resultan demasiado tópicos.


Línea fronteriza

Respecto a los antiguos, Galbano no solo pierde peso en esta ocasión, sino que se diría que aparece para que no nos olvidemos de él. Marietta, en su sube y baja permanente, en esta novela la vemos arisca con el mundo. Y volviendo a Laurenti y su familia, parece que la gracia vuelve a estar en que sus numerosas transgresiones de las normas de convivencia quedan siempre superadas gracias a las influencias de papá cuando no, directamente, a que el propio Laurenti tapa las vergüenzas familiares con su propia y contagiosa desvergüenza.

Entre Italia y Eslovenia hay otros muchos pasos fronterizos en los
alrededores de Trieste, algunos en sinuosas carreteras secundarias.
Lo mejor, sin duda, es la forma en que se lían las cosas para que todo esté relacionado con todo. Pero en ese armónico mejunje, insisto, los protagonistas son los delincuentes (incluso hay un perro que nos cuenta su historia), mientras que quien da excusa a la novela, el comisario Laurenti, casi podemos decir que pasaba por allí. Trieste y su entorno, que siempre es protagonista, también comienza a agotarse; aunque Heinichen es minucioso en los datos y siempre aporta nuevos, lo cierto es que en una sexta novela las peculiaridades de los territorios fronterizos aportan ya pocas sorpresas. Tampoco falta, y no lo digo en sentido elogioso, los “problemas” con los capitostes de Roma, que obviamente “no saben nada” y se desentienden de todo (otro tópico) pero para eso están los héroes de las novelas, capaces de luchar contra los elementos internos y contra el enemigo externo al mismo tiempo. Y todo sin descuidar totalmente las obligaciones familiares.

En definitiva, una novela solo relativamente entretenida y bastante pobretona desde el punto de vista de la originalidad, pues los tópicos en los que se basa apenas quedan disimulados por el ornato supuestamente especial de Schengen y el fiestorro, ni por las costumbres navideñas que cambian el día a día que hasta ahora conocíamos del comisario y su familia.




lunes, 26 de mayo de 2014

La analfabeta que era un genio de los números – Jonas Jonasson



            Cuando leí el título, tan del estilo de El abuelo que saltó por la ventana y se largó, temí lo que la lectura ha confirmado: que Jonas Jonasson, y/o su editorial, etc., han querido pasar por caja aprovechando el éxito del abuelete. Y Jonasson lo ha hecho sin romperse la cabeza: se ha limitado a imitarse a sí mismo, y lo ha hecho con resultados muy discretos (por decirlo de algún modo) si tenemos en cuenta que la anterior sí es una muy buena novela de humor. En cambio, La analfabeta que era un genio de los números es solamente un producto de consumo.

            El abuelo usaba el estilo indirecto libre de forma muy divertida, habida cuenta de la personalidad del protagonista. Me veo obligado a decirlo porque esa es la voz –la del abuelo- que habla en La analfabeta que era un genio de los números, pero como ahora ni hay abuelo saltarín ni Nombeko, la protagonista, tiene nada que ver con él, el resultado es un narrador que adopta un tono que, alejado de cualquier personalidad reconocible, poco tiene que ver con el estilo indirecto libre, y la historia se transforma así poco menos que en un chiste, porque una cosa es que el protagonista sea más o menos peculiar, y otra que lo sea un narrador ajeno historia. Es decir, tratando de repetir el éxito del abuelo se ha adoptado su visión del mundo sin que haya causa que lo justifique; el resultado también es obvio: algo falta, o alguien; lo que mengua la diversión. Si el narrador no resulta creíble ni justificada su "locura", ¿qué queda?. No es que el realismo sea exigible, sino que andar con un pie en la realidad y otro en el delirio es un equilibrio tan complicado y requiere tanta habilidad que rara vez sale bien. Y aquí no ha salido. Cosas de las prisas por cobrar, supongo.

            Además, La analfabeta toma prestados los principales ingredientes del éxito de El abuelo, pero cocinados de forma precipitada, poco trabajados y sin la gracia de la novedad: introduce una versión abreviada de acontecimientos históricos y hace participar a diversos políticos, desde presidentes sudafricanos a presidentes chinos, pasando por la realeza y los gobiernos suecos, amén del Mosad. Y, por supuesto, el narrador más que los personajes hacen suya la peculiar filosofía de la vida del abuelo.

            ¿Cuál es el argumento? Nombeko es una niña negra que nace en la Sudáfrica de los años 60, en el apogeo del Apartheid. Analfabeta, se gana la vida transportando excrementos, pero como es muy pita pronto prospera. Por accidente acaba de “chica de la limpieza” de un ingeniero blanco, perfecto borrachín, que está al frente del programa nuclear sudafricano como, habida cuenta de su talento, saber y hacer, podría regentar una churrería ruinosa. Paralelamente conocemos la vida obra y milagros de una saga de locos suecos, donde de padres a hijos se va transmitiendo la pasión por la monarquía. O mejor dicho, los sentimientos que genera la monarquía, porque si primero son de adhesión inquebrantable, la adhesión se quebranta y se transforma en furibundo republicanismo con la tonta ocasión que sabrá el lector. Esta familia sueca está como unas maracas, lo cual hace que uno de los dos gemelos llamados a tomar el testigo del padre zumbado ni siquiera exista legalmente. Los caminos de los gemelos y de Nombeko acaban convergiendo a lo largo de los años (desde los sesenta hasta la actualidad), en una “aventura” que tiene como único aliciente saber qué demonios pasará con la bomba atómica de tres megatones que circula por ahí como Pedro por su casa. Este asuntillo de la bomba tampoco es demasiado original. Las historias (sobre todo en el cine) que desarrollan las peripecias derivadas posesión más o menos forzada de algo peligroso, son infinitas.

            Lo cierto, sin embargo, es que el tema de la bomba no da para mucho y enseguida resulta repetitivo. Así que Jonasson, llegado ese punto, cambia el objetivo de la novela, que pasa a ser averiguar si la pobre Nombeko y los locos suecos serán capaces alguna vez de llevar una vida normal y de satisfacer sus loables ambiciones intelectuales. Nada hace presagiarlo a corto plazo, porque la excusa para que nada se resuelva (la conversación eternamente pendiente con el primer ministro sueco) es tan inane como forzada, y desde el comienzo apunta a que el lector deberá tener paciencia. El desenlace se hace esperar, pero cuando llega es demasiado largo y exagerado. Y el final del final, mejor no hablar: tiene tan poco sentido como relación con la novela, y toma de nuevo algo prestado de la comedia cinematográfica, con la diferencia de que no es lo mismo gastar al espectador una broma de cinco segundos a costa de un secundario para dejarlo con buen humor, que hacer leer al lector unas cuantas páginas sin ton ni son.

            Por último, o se me ha hecho de lectura pesada por que no ando muy fino, o el libro está desequilibrado: en la primera mitad –que es lo que más pesado se me ha hecho- ni hay méritos literarios que admirar ni una historia que interese, más allá de una sucesión de anécdotas que no se sabe a dónde quieren llevar.

            Conclusión: con lo bueno y divertido que es El abuelo que saltó por la ventana y se largó, es una pena que Jonasson, movido por las prisas que enseguida entran cuando hay un éxito comercial, no se haya consolidado como un gran escritor de humor, y haya firmado esta amalgama de cosas que quieren ser algo nuevo sin dejar de ser El abuelo, lo cual es imposible.  




jueves, 22 de mayo de 2014

El crimen de Lord Arthur Saville - Oscar Wilde



Breve y sutilmente divertido, El crimen de Lord Arthur Saville se pitorrea de las clases altas inglesas de la época (finales del XIX) presentándolas como un hatajo de desocupados que no tienen otra cosa más importante que hacer que mirarse el ombligo y rascarse complacientemente la barriga. Entre tan feliz tropa se encuentran, además, quienes tienen las neuronas tan relajadas que están dispuestos a creerse cualquier cosa.

Lord Arthur Saville es un jovenzuelo de familia rica, con un futuro opulento en el que pronto va a contraer matrimonio con una chica que, como no puede ser de otra manera, es una extraordinaria mezcla de belleza, bondad, altruismo y cuantas cataratas de virtudes quepa imaginar. La esposa perfecta para la época, que en todo agrada a su marido y en nada discute sus designios.

Pero antes de que llegue tan feliz acontecimiento, Lord Arthur está en uno de los fiestorros de lady Windermere, y allí el quiromántico de cabecera de la tal lady, al examinar la mano de Lord Arthur, queda muy preocupado (lo cual, en la literatura de la época, implica una palidez mortal). Alguien con dos dedos de frente podría pensar que era una patraña para despertar el interés del Lord y vaciarle el bolsillo a cambio de satisfacer su curiosidad, pero Lord Arthur anda tan escaso de dedos de frente como sobrado de alocada voluntad, y así, previo desembolso, llega a saber que el destino le depara cometer un crimen.

Quien vive opíparamente sin dar un palo al agua a costa, por tanto, de los sudores de vaya usted a saber quién (ni él lo sabe), queda horripilado: ¿cómo él, con lo bien que le va la vida, va a convertirse en un criminal?

Y el hombre, cuya urgencia más inmediata es convertirse en un feliz marido, llega a la siguiente extravagante conclusión: no puede cometer el crimen después de casado, porque eso sería hacerle una faena a su bella y abnegada esposa. ¡Pobrecilla! La solución es aplazar la boda hasta que él pueda cometer el crimen; y luego, con el delito ya cometido y la incertidumbre despejada, casarse tan contento. El muerto al hoyo y el vivo al bollo.

Y a ello se dedica el caballero: a matar a alguien. Da igual quién. Para lo que revisa su listado de amistades. Esto son amigos, y lo demás cuentos.

Claro que apiolar gente no es tan sencillo, y desde el veneno a los explosivos pronto don Arthur comienza a acumular fracasos que le exasperan, como si el destino se hubiera empeñado no en hacer de él un criminal, sino en cargarse su matrimonio.

El desenlace es conocido, de alguna manera ejemplarizante y a la vez ridículo para el protagonista y cuanto representa.

El humor se desarrolla en segundo plano, a través de la insensatez de los personajes, en especial de Lord Arthur, y de su peculiar escala de valores, y de la forma en que el destino se burla de ellos. El sentirse por encima del bien y del mal cuando en el fondo se es un ignorante es lo que fundamenta por un lado la crítica implícita en la novela y por otro su aire humorístico.

Una novelilla de esas que justifican el diminutivo por su extensión, pero que en el fondo han devenido en un clásico.




lunes, 19 de mayo de 2014

El primer caso de Montabano – Andrea Camilleri



El primer caso de Montalbano (Serie Montalbano, 12)

A mi juicio, uno de los mejores libros de Montalbano de los doce que llevo leídos, formado por tres relatos que constituyen, cada uno, una pequeña novela. Tres relatos escritos en diferentes momentos del tiempo del autor y del tiempo del personaje. Vemos así a Montalbano cuando llegó a Vigàta y otros casos situados en un momento posterior. Vemos también que los secundarios  cambian bastante de perfil de un relato a otro (Fazio lo tiene aquí mucho más definido, Mimí Augello algo menos, y las locuras de Catarella son cambiantes dentro de un mismo tipo), e incluso hay o deja de haber algunos personajes que se echan de menos en este libro o en los anteriores (así, por ejemplo, en el relato El primer caso de Montalbano no se menciona siquiera a Livia, pero tampoco vuelve a aparecer en otras novelas la psicóloga del último de los tres casos de esta obra).

Cada vez me gustan más estos libros de relatos “montalbanescos”, porque dice mucho de la forma en que escribe Camilleri. Da la sensación de que cualquier idea que pasa por su mente se transforma en una historia y que, en función de lo larga o corta que le sale, acaba en forma de novela o como parte de un libro de relatos. De este modo el personaje y las historias adquieren mucha frescura, porque no están ceñidas de antemano a un determinado patrón. Esto, unido a lo prolífico de Camilleri, hace que lo que no sea aprovechable para una cosa lo sea para otra.

El primer relato tiene un argumento curioso. Comienza con el asesinato de un pez (sí, he dicho bien) y continúa con el de otros animales. Al principio parece una locura digna de no ser tomada muy en serio, pero pronto todo apunta a un crimen ritual. El reto es anticiparse, y Salvo Montalbano es para ello tan pito como suelen ser todos los protagonistas de las novelas; eso sí, en la historia participan secundarios que valen su peso en oro solo por su pintoresco aspecto, y que dan forma al universo de Vigàta, como en este caso ocurre con el anciano erudito, quisquilloso y zampador de biberones que lleva por nombre Alcide Maraventano.

El segundo relato es el que da título al libro: El primer caso de Montalbano. El comisario, rescién ascendido, acaba de llegar a Vigàta, y la historia de su primer caso se alterna con un chorro de información que hará las delicias de los seguidores de Montalbano: su ascenso a comisario, el traslado a Vigàta, la localización de Marinella y en alquiler de la casa, el primer contacto con sus subordinados, con la mafia local, con la trattoria San Calogero, etc.  En cuanto al caso en sí, una guapísima chica es sorprendida con una pistola, pero se niega a decir qué pretendía hacer con ella; y, en realidad, se niega a decir cualquier cosa con una obstinación enfermiza. Como casi siempre le ocurre al comisario, la curiosidad le impele a forzar el cumplimiento de sus obligaciones. Unamos que la chica tiene un origen bastante más que modesto enlazado con la Sicilia profunda, que Montalbano se ve metido en un incidente de tráfico que acaba relacionado, y que algún mafiosillo anda por en medio –con sus relaciones de rigor- y tenemos el cuadro completo.

El tercer y último relato, situado temporalmente en un momento muy posterior, cuenta cómo, durante una tradicional comida campestre interrumpida por una tormenta, una niña de tres años desaparece y vuelve a aparecer dos o tres horas después ante una casa situada cinco o seis kilómetros más allá de lugar de la excursión. Si alguien se apiadó de la niña en la tormenta o si fue un secuestro, es lo que Montalbano trata de desentrañar. Y la historia no defrauda, porque aunque el lector tiene sospechas que se acaban confirmando, Camilleri es capaz de seguir sorprendiendo, porque no toco acaba donde parece.

Y, como siempre, con los salmonetes que Montabano come en este libro, podría alimentarse un regimiento. Aunque yo me quedo con los entrantes a base de queso y olivas negras.



jueves, 15 de mayo de 2014

Portadas de novelas de humor

        
          La portada es la tarjeta de presentación de cada libro. Al menos en las primeras ediciones, de donde no pasan la mayoría. Pero una tarjeta de presentación puede ser adecuada en un país e inadecuada en otro, o dentro de un mismo país una portada concreta puede ser acertada en un momento y desacertada tiempo más tarde. Es más: cuando un libro llega a ser lo bastante conocido la portada puede dejar de ser un “gancho” para convertirse en una “imagen de marca” que resulte reconocible más por la costumbre que por lo llamativa. O, como a veces sucede cuando la novela es llevada al cine, la portada se inspira en las imágenes de la película, buscando atraer así, probablemente, un público más cinéfilo que lector.

          Algunos de esos libros famosos llegan a serlo tanto y con tanto motivo que acaban en colecciones de “clásicos”, donde la uniformidad de las portadas aportan la solemnidad que uno tiende a atribuir a lo importante.

          También, cuando ha pasado el tiempo suficiente, es posible ver cómo han evolucionado las modas en las portadas. Porque en esto, como en casi todo, también las hay.

           Y, cómo no, también hay portadas que en sí mismas son auténticas obras de arte.

          Al hilo de estas ideas solo apuntadas, y sin otro ánimo que el anecdótico, aquí va una recopilación de portadas de libros más o menos famosos, todos ellos comentados en el blog: Amor se escribe sin hache, Wilt, El malvado Carabel, Duluth, Yo soy Fulana de Tal, Sin noticias de Gurb y El misterio de la cripta embrujada.


Amor se escribe sin hache, de Enrique Jardiel Poncela,
se publicó en 1928. Las primeras portadas, casi de cómic,

transmitían la idea de una novela de humor en algunos
momentos alocada. Con el tiempo ha llegado a ser
un clásico, y ahí está, en Cátedra (que, por cierto, es la
edición que tengo)




En 1976 Tom Sharpe publicó su novela más famosa, Wilt, traducida
a infinidad de idiomas y reeditada sin cesar hasta el día de hoy.

Uno de los temas recurrentes en las
portadas ha sido el comienzo de los disgustos de Wilt: el enterramiento
de una muñeca hinchable bajo un montón de hormigón es visto
y confundido, en la distancia, por un crimen. Sin embargo, 

me da la sensación de que muchas de las portadas que
aquí aparecen pueden hacer pensar que el sexo juega un papel más
importante del que en realidad tiene en la novela, como si lo editores
hubieran pensado que la promesa de sexo era más atrayente que el argumento.
En el caso de "Compactos Anagrama"
las diferentes novelas del personaje han seguido una "imagen
de marca" vinculada al dibujo de portada. Otras portadas hay
a mi juicio demasiado caricaturescas.






En las portadas que he encontrado de El malvado Carabel (1931),
de Wenceslao Fernández Flórez, no se aprecia la influencia de las versiones

cinematográficas que inspiró en 1956 y en 1962. El recurso en todas ellas al dibujo
más o menos cómico traslada la idea de estar ante una novela de humor.



Está claro que en Duluth (1983), de Gore Vidal,
 lo que más inspiró a los diseñadores de portadas
fue la bella policía sádica que aparece en la novela.

Debe de ser que el sexo vende mucho, porque bien
podría haber otros muchos motivos para la portada,
habida cuenta de la complejidad de la novela. O también
puede ser que, después de las primeras portadas,
se reprodujera la estética por aquello de
la imagen de marca




Supongo, pero no lo he confirmado, que dirigiendo La Codorniz
durante más de tres décadas, a Álvaro de Laiglesia no le faltarían
dibujantes dispuestos a ilustrar sus portadas. El mismísimo
Antonio Mingote, que trabajó con él, prologa alguno de sus libros (y

dio a luz algunas de sus portadas).
Yo soy Fulana de Tal fue llevada al cine en 1975,
lo que a la vista está que influyó en posteriores ediciones. En las primeras

los dibujos avisan del elevado componente humorístico. En
otras, en cambio, el lector no avisado podría esperar otra cosa.




No he encontrado muchas portadas de la famosísima Sin noticias de Gurb (1991),
pese a que Eduardo Mendoza advierte en el prólogo de la edición que tengo que es su
obra más vendida y traducida. No me llama la atención la referencia al
camaleón (ver el artículo Noticias de Gurb), pero sí que no haya encontrado
imágenes de marcianos haciendo estropicios.




El misterio de la cripta embrujada (1978) supuso un cambio brutal
respecto a su predecesora, La verdad sobre el caso Savolta.
De una novela de corte clásico a una genial broma.
La adaptación al cine se nota en algunas de sus portadas. En otras,

en cambio, la estética de cómic no puede hacer pensar, en este caso,
en una obra de humor, porque al no ser dibujos caricaturescos
y reflejar una escena violenta, más hacen pensar en algo distinto. Sea como
sea, una novela cuyas portadas alcanzan ya todos los registros.