Luna
de papel (Serie Montalbano, 13)
Pese a que muchas de las cosas que
ocurren en esta novela se ven venir, lo cierto es que se trata de una de las más
entretenidas, y por momentos enrevesada, de Montalbano. Además, aunque estamos nada menos que ante la decimotercera de la serie no puede decirse (a diferencia
de lo ocurrido en alguna de las precedentes) que resulte reiterativa.
Una mujer de mirada inquietante
requiere la ayuda del comisario. Su hermano no aparece y ella no se atreve a
entrar en su casa por miedo a que le haya ocurrido algo. Y algo le ha sucedido,
efectivamente. Que le han pegado un tiro. El asunto tiene toda la pinta de un
crimen pasional, lo cual conduce a al comisario a repasar los amores del
caballero, entre los que hay alguna damisela que a Montalbano le hace tilín y
hasta tolón.
Como para conocer al asesino a
menudo es preciso conocer a la víctima, una de las vías que suele seguir este
género es precisamente ese: reconstruir la vida del finado, la cual, para que
sea novelesco, debe proporcionar una sorpresa detrás de otra.
Y para sorprender, nada como partir
de una víctima normalita, de clase media, un pringadillo sin demasiados amigos, ni enemigos conocidos. Un tipo de esos que vive y deja vivir. El muerto, en
este caso, es un “visitador médico”. O sea, un comercial de laboratorios, que
es una forma de ganarse la vida como cualquier otra. Que hay sorpresas, ya lo
he dicho, pero me ahorraré cuáles para no chafar la lectura a nadie.
Por lo demás, Mimí Augello tiene un
trabajo extra: calmar al jefazo de Montelusa responsable del tráfico de drogas.
El motivo: han muerto por sobredosis varias personas eminentes. La causa del
óbito no se ha hecho pública (oficialmente los infartos y similares son muy
socorridos para no manchar la reputación de nadie), con lo que se han guardado las formas, pero la policía cree que un
camello bien relacionado está vendiendo mercancía defectuosa, y teme hasta
dónde puede llegar el desaguisado. Una trama que corre paralela a la otra sin
que el comisario se meta en ella, aunque es puntualmente informado.
Ojo con los detalles. De todas las
que he leído de Camilleri, esta es una de las que más detalles significativos tiene;
y como es fácil que el lector los pase por alto, más vale que la lectura no se
prolongue más allá de dos o tres días.
Luna de papel confirma también uno
de los sellos típicos de Camilleri: junto al extraordinario realismo de alguno
de los detalles personales del comisario conviven rasgos propios del personaje
osado, un tanto heroico y alocado, amén de unas tramas que, como el personaje,
saltan continuamente desde el realismo a las situaciones, complicaciones e
incómodas casualidades propias de las novelas de aventuras.
Y termino como casi siempre, con una
referencia al humor, que cada vez se fundamenta más en tres recursos: el
voluble temperamento del comisario, la pasión que pone en todo sin que pase por
su cabeza el concepto de “riesgo”, un Catarella especializado en destrozar el
lenguaje y en idolatrar al comisario hasta desembocar en la caricatura, y el
recurso a la reiteración. A la reiteración de costumbres peculiares que se
repiten de una novela a otra, y a la reiteración de situaciones dentro de una
misma novela, como en este caso es la cita con el jefe superior. El efecto: el
humor aligera la lectura y es imposible leer estas novelas sin terminar de buen
humor, cuenten lo que cuenten y haya los muertos que haya.
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