La muerte del Decano se publicó en 1992, cuando Torrente Ballester tenía ya 82 años. La acción se sitúa en algún lugar de Galicia, en algún momento no muy lejano a los años cuarenta o cincuenta del siglo XX, según se deduce de las referencias a la guerra y a la edad del Decano.
El Decano, experto y prestigioso historiador, comienza la novela haciendo una confidencia a un fraile amigo suyo: esa noche va a ser asesinado, pero él ha tomado una cautela: enviar a la Academia de la Historia un sobre cerrado que debe ser abierto dentro de veinte años; entonces pondrá de manifiesto un enorme plagio. Después queda para cenar con su ayudante, Enrique, un hombre cultísimo que adora intelectualmente al Decano, de quien es íntimo colaborador, y con quien está escribiendo a dúo un libro que el Decano se niega a firmar, aunque está dispuesto a hacer el prólogo. En la cena el Decano se pone las botas; luego acude al colegio donde vive, se toma una copita con Enrique y este se va a su casa, no sin que antes el Decano le dé una caja de bombones para su esposa. Poco después, el Decano aparece muerto.
Qué ha ocurrido, no es fácil saberlo. El Decano puede haberse suicidado, como piensan unos, o puede haber sido asesinado, como piensan otros entre los cuales se encuentra el comisario.
A través de los claros y elevados diálogos entre el comisario, el fraile, Francisca (la esposa de Enrique), el juez de instrucción, el fiscal y el abogado defensor, el lector intenta salir de la duda sobre qué es lo que ocurrió, para llegar a la conclusión de que la realidad que aceptamos depende, en última instancia, de la aceptación de una palabra o su contraria, aunque, objetivamente, ninguna de ellas merezca más confianza que la otra.
Durante toda la novela sobrevuelan varias sospechas, que son las que animan al lector a seguir leyendo: ¿Mató Enrique al Decano? Y si es así, ¿por rivalidad académica o por celos? ¿O se suicidó el Decano? Y si lo hizo, ¿fue por verse superado académicamente por un discípulo cuyo prestigio está dispuesto a destruir desde la tumba, o por despecho amoroso? Dos posibles “criminales” y para cada uno de ellos dos posibles causas. La solución, leyendo La muerte del Decano, que es una novela bien breve.
Esa brevedad es, junto con la claridad y nivel intelectual de los diálogos, lo mejor de una novela que no está entre lo mejor de Torrente Ballester –aunque sí sea mejor que la mayoría de best sellers, dicho sea de paso-. Entre lo malo, demasiadas reiteraciones de información ya sabida (claro que al fin y al cabo los personajes no dejan de rumiar una y otra vez sobre los mismos datos), y la falta de algo de chispa, debida probablemente al fatalismo y sangre fría con que todos los personajes asumen su destino. Lo que más se echa de menos, el peculiar humor de Torrente Ballester, del cual prescinde por completo en La muerte del Decano.
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