Sexta novela del comisario Proteo Laurenti. Novela que ofrece síntomas de agotamiento. Pero antes de señalarlos, el argumento:
La inspectora Pina, que sigue compartiendo protagonismo con Laurenti, es mordida por un pitbull cuando practica ciclismo por la zona fronteriza del Carso. De hecho, toda la acción transcurre entre Italia y Eslovenia. La asiste un discapacitado que llega montado a caballo, y la conduce a su modesta casita: una mansión tremebunda donde vive con su papá, un amable caballero que siempre lleva guantes y que está hecho un tiburón de las finanzas internacionales; un tipo que nos es pintado como uno de esos caballeros que tras un vistazo de reojo a una pantalla llena de números dicen “compra” o “vende” y el mercado de futuros del maíz se viene abajo o pega un brinco hasta la estratosfera, lo que convenga al buen señor; en resumen: un perfil peliculero, simplificado y exagerado.
Padre e hijo tienen dinero como para inundar el planeta, aunque cada uno va a su aire; mientras el padre es un especulador, el hijo parece tener otro tipo de objetivos más elevados. Entre los cuales, por cierto, pronto se encuentra Pina.
Vista aérea del paso fronterizo donde transcurre parte de la acción |
Si he dicho al principio que La calma del más fuerte da síntomas de agotamiento es porque aunque el final tiene un ritmo muy elevado, la primera mitad es bastante lenta y porque, sobre todo, la prueba de que los personajes ya dan poco de sí es que los hechos se van enlazando unos con otros y ni Proteo Laurenti ni la inspectora Pina deben hacer grandes esfuerzos para que las cosas cuadren. Más que investigadores, son certificadores de evidencias, aparte de alguna acción aislada. Tampoco forman un dúo especialmente integrado ni coordinado literariamente hablando. De hecho el comisario anda de acá para allá preparando las navidades, que va a pasar toda la familia junta por primera vez en mucho tiempo, lo cual es el toque “costumbrista”, aunque en esta ocasión no está demasiado logrado; Pina, por su parte, lo que hace no es tanto investigación como dejarse querer con Sedem, que así se llama el pintoresco galán del corcel. Una de esas casualidades que tanto ayudan en literatura a falta de ideas más originales. Y los nuevos personajes, ya he dicho, resultan demasiado tópicos.
Línea fronteriza |
Respecto a los antiguos, Galbano no solo pierde peso en esta ocasión, sino que se diría que aparece para que no nos olvidemos de él. Marietta, en su sube y baja permanente, en esta novela la vemos arisca con el mundo. Y volviendo a Laurenti y su familia, parece que la gracia vuelve a estar en que sus numerosas transgresiones de las normas de convivencia quedan siempre superadas gracias a las influencias de papá cuando no, directamente, a que el propio Laurenti tapa las vergüenzas familiares con su propia y contagiosa desvergüenza.
Entre Italia y Eslovenia hay otros muchos pasos fronterizos en los alrededores de Trieste, algunos en sinuosas carreteras secundarias. |
En definitiva, una novela solo relativamente entretenida y bastante pobretona desde el punto de vista de la originalidad, pues los tópicos en los que se basa apenas quedan disimulados por el ornato supuestamente especial de Schengen y el fiestorro, ni por las costumbres navideñas que cambian el día a día que hasta ahora conocíamos del comisario y su familia.
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