En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 29 de abril de 2019

Noticias de Ajonio




Estos días varios antiguos lectores de mis novelas me han preguntado por Ajonio, pues, decían, deseaban tener nuevas noticias de él. Tan prolongado silencio, llegó a decirme uno, le hacía temer que el bueno de Ajonio hubiera sido almacenado en la trena por algún asesinatillo de nada o por cualquier otro contratiempo.

              Que yo sepa, no ha sido así. Antes al contrario, en la habitualmente asendereada vida de Ajonio se ha producido la coincidencia de tres felices acontecimientos.

              Primero, como consecuencia de una oferta de Doritos en un supermercado cercano al piso de Claudita, ha sido necesario reforzar la suspensión del camión con el que ésta se gana la vida, lo cual le ha proporcionado a Claudita varios días de asueto.

              Segundo, Ajonio, egregio miembro de la España vaciada pues suele tener vacío desde el estómago hasta el cerebro, ha descubierto Amazon. Ahora ya sabe que desde el pueblecito donde en mala hora instaló su sex shop puede caer en el vicio del consumo tan alegremente como desde el corazón de cualquier centro comercial clónico de los diseminados por todas las ciudades del orbe. Incluso aún puede consumir más que en ellos, pues a través del mondo señor Bezos también se venden todo tipo de extravagancias para minorías. Y para minoría, Ajonio, que de tan minoritario es único (afortunadamente). Aunque, como también es un tipo discreto y con gran sentido de la elegancia, solo adquiere lo que se ajusta simultáneamente a tan elevados valores y a su paupérrimo bolsillo. Para colmo de dicha, el señor Bezos es tan amable que todo se lo envía a casa. O, mejor dicho, al antro donde Ajonio guarece su osamenta.

              Tercero, es primavera, que la sangre altera.

              Dicho de otro modo, estos tres felices acontecimientos y haber birlado una opulenta cartera a un cliente han permitido a Ajonio, sin más que añadiendo los tres o cuatro euros que tenía ahorrados, organizar un romántico viaje con el que sorprender a Claudita y probablemente también, aunque por otros motivos, a vosotros, insignes lectores. A continuación detallo su plan.

              Para trasladarse, no estando disponible el camión ni, por las razones que ya saben los lectores de la segunda novela, su cuatro latas, Ajonio se ha hecho, a través de Amazon, con lo que él denomina un «moderno y ecológico medio de transporte» que, en realidad, no es más que el tándem que aquí veis. Todavía ignora, el desdichado, que si Claudita deposita su cuerpo serrano en el sillín trasero, la rueda delantera se elevará como las pezuñas del caballito rampante de Ferrari, con Ajonio aferrado al manillar y colgando de él mientras zapatea en el aire. Bueno, como el caballito rampante de Ferrari... Más bien como un pollino cojo y enloquecido. Ya lo averiguará. Tampoco sabe que, si Claudita se acomoda en el primer asiento y el tándem no se parte por la mitad, el volumen de las posaderas de Julieta dejará a Romeo solo en situación de pedalear desde el extremo del portapaquetes y, dada la longitud de sus brazos, probablemente más agarrado a las oceánicas bragas de su amada que al manillar.




              Huelga decir que, como la única ley que respeta Ajonio es la de la gravedad, hasta el más parsimonioso caracol adelantará a los ciclistas tan pronto como aparezca una mínima cuesta. En cambio, en cuanto alcancen cualquier leve descenso el tándem se transformará en una apisonadora en caída libre.

              Por no ser agorero, omitiré otros riesgos menos ciertos, como que el tándem se vea clavado en el suelo hasta el manillar si llegan a salir del asfalto y el camino está un poco húmedo.

              Una vez lleguen a algún sitio civilizado, Ajonio tiene previsto invitar a Claudita a un espléndido menú de hasta 5 euros por cabeza y, para no desentonar en restaurantes tan selectos, ha decidido cambiar su habitual cinturón (una cuerda tomatera) por otro más pimpante. Aunque como los que ha visto en Amazon le han parecido caros, al final ha comprado esta elástica serpientecilla que, por poco más de un euro y sin más que haciéndole un simpático nudo, se transformará en un cinturón tan original que ya quisiera lucirlo algún que otro cantante famoso, de esos que salen en la tele y en la prensa con una zapatilla de cada color.


              Además, para que el resto de su aspecto no haga desconfiar al personal y para que les hagan la pelota, en cuanto entren al restaurante y se acomoden en la barra a esperar piensa extraer del bolsillo, con graciosa naturalidad, un enorme fajo de billetes de doscientos euros atados con una gomita. Lo sacará, lo examinará, contará un montón de parné como quien recuenta ovejitas para dormir y, luego, lo guardará despreocupadamente. Aunque, como lo que birló no da para tanto, también se va a proveer de los susodichos billetes en Amazon, pues, sorprendentemente, los ha encontrado a un módico precio. Probablemente, piensa Ajonio fascinado por tamaño ofertón, porque la Fábrica Nacional de Moneda y Trimbre se ha olvidado de cortarlos, aunque para mí que no ha reparado en que el fabricante posiblemente sea Scottex.




              Tras el pedaleo vespertino cree Ajonio que alcanzarán algún hotelito coqueto y seductor o, en su defecto, una paridera abandonada donde pasar la noche. Allí, el muy pillín, tiene previsto dar otro par de sorpresas a Claudita.

              La primera, obsequiarla con un romántico regalo. En concreto, con un detector de metales para ver si, de una vez por todas, encuentran el anillo que Claudita perdió hace un par de meses entre las pelusas del sex shop.



              La segunda, vestirse de modo sexy para provocar en Claudita un contento que dé con ambos en el tálamo (o, si están en una paridera, sobre un confortable montón de hierbajos). Para lo cual Ajonio ha decidido jugar, en plan picante, a Caperucita Roja y al lobo feroz. Ya sabéis, ¡que te como, que te como! Claudita será Caperucita. O Caperuzonotota. O lo que sea, pero roja estará seguro: por el empapuzón de la comida, por el esfuerzo del pedaleo y por la excitación que le producirá ver a Ajonio sensualmente ataviado del lobito que pretende comérsela bien comida (si bien, en honor a la verdad, para zamparse a Claudita harían falta cien jaurías de lobos celebrando una boda). Para lo cual un sensual Ajonio lucirá, por toda vestimenta:

              Un distinguido gorro de lobito.


              Un no menos distinguido rabo.




              Unas zapatillas que evoquen al resto de lobos que completan la manada…




              …calzadas con unos distinguidísimos calcetines que disimulen lo enflaquecido de sus canillas al tiempo que den forma y vida al bosque donde viven los lobos.




              Todo lo cual será completado con un discreto chupete que ayudará a Ajonio a mejorar el aspecto de su sonrisa, pues su dentadura anda un tanto menguada desde los sucesos ocurridos al final de La sota de bastos jugando al béisbol.

              Hale, ya tenéis nuevas noticias de Ajonio. Las de siempre, siguen donde siempre: en todas las librerías, pues hasta en la última podéis pedir los libros publicados por Mira Editores; y en ebook, en Amazon, donde, además de mis novelas, ya veis qué cosas tan raras venden. Si queréis comprobar que no miento y/o, ejem, adquirir alguno de tan refinados adminículos, pulsad en los enlaces que he puesto en el texto para escarmiento de incrédulos.


jueves, 25 de abril de 2019

«El misterioso caso del furgón cargado de vibradores que cayó por un acantilado.»





Un amigo me ha enviado esta noticia del Heraldo de Aragón: un hombre de Reus alquiló el jueves una furgoneta en el aeropuerto de Barcelona; el domingo, cuando debía devolverla, no lo hizo; el motivo, la furgoneta había sido encontrada el sábado estampada en un acantilado en Lugo; no había signos de que el hombre fuera dentro, pero no hay rastro de él en la pensión donde se alojaba; nadie sabe qué había ido a hacer a Lugo, ni si transportaba algo; tampoco contesta al teléfono. Hasta aquí, una desaparición más o menos «normal» que a saber cómo acaba. Más extraño es que alrededor de la furgoneta descacharrada hubiera varias cajas vacías de vibradores. Bueno, el ABC habla de «montones» de cajas vacías.

Si el conductor aparece sano y salvo, la cosa terminará en anécdota cuya explicación merecerá la pena conocer. Si no es el caso, en tragedia. Pero, sea como sea, muchos enigmas hay aquí.

Muchos.

El primero, por qué me envían a mí estas cosas. Como alguien intercepte mis comunicaciones va a pensar cualquier cosa sobre mí, excepto que una vez publiqué una novela de humor titulada La terrible historia de los vibradores asesinos.



miércoles, 24 de abril de 2019

Siete cuentos morales – J. M. Coetzee




              Siete breves relatos, la mayoría relacionados entre sí, que justifican el título del volumen porque todos sitúan al lector frente a una duda, frente a un qué hacer ante un caso como el que se cuenta. Siete preguntas que no lo son para pasar el rato, sino para hacernos reflexionar sobre aspectos ocultos de propio yo, sobre las consecuencias de nuestros actos, sobre nuestras motivaciones, sobre… Hay algunos temas aislados, como el concepto de infidelidad y otros recurrentes: la vejez, cómo afecta el envejecimiento a la independencia, la postura ante nuestros hijos, ante nuestros padres, la libertad de elegir y la responsabilidad de hacerlo sin hacer recaer sobre otros las consecuencias… Muchas cosas en páginas tan escasas como claras y densas.

              Siete cuentos morales es un libro fino como una aguja y, como ella, agudo y capaz de alcanzar profundidades dolorosas porque al leerlo se clava. El pinchazo, cómo no, sobresalta, despierta los sentidos, y hace de la lectura una experiencia intensa.

              Siete historias complicadas escritas sin complicaciones, con una prosa limpia y directa. Complejidad, pero también claridad. Lo mejor que se puede esperar de un escritor.

              Si alguien duda si Coetzze es un grande, que lea esta obra y comprobará qué pocas palabras hacen falta para transmitir preguntas profundas, que es, al final de lo que va la literatura: no de ofrecer respuestas, sino de plantear las preguntas correctas.


miércoles, 17 de abril de 2019

Día del libro




Se acerca del día del libro, una época en la que se agradecen las ideas para leer, lo cual es compatible con el placer de dejarse sorprender por los libros que nos asaltan desde las casetas. Como ya he pescado y agradecido unas cuantas sugerencias, para los pescadores que suelen acudir a este blog allá van, por orden cronológico inverso a su lectura (sesudo criterio relacionado con mi comodidad para poner los enlaces), diez de los libros que más me ha alegrado haber leído en los últimos meses. En los títulos tenéis los enlaces a las reseñas.


de Karina Sainz Borgo

de Lucia Berlin

de Santiago Lorenzo

de Virginie Despentes

de Leonard Michaels

de Pedro Mairal

de Donald Westlake

de Victor Hugo

de Vladimir Nabokov

de Ignacio Martínez de Pisón


Que ustedes los disfruten.






sábado, 13 de abril de 2019

Pasado perfecto – Leonardo Padura





                Por fin he leído algo de Padura y, original que es uno, he comenzado por el principio. Pasado perfecto es la primera novela protagonizada por el teniente cubano Mario Conde.

                Publicada en 1991 Pasado perfecto transcurre en la Cuba de los años 80, en un ambiente que se desenvuelve entre la clase obrera a la que más o menos pertenece el teniente y la clase privilegiada del entorno del poder, lo cual no quiere decir que haya un tono de denuncia más allá de dar cuenta de un tipo de prácticas estatales que sorprenderá a los habituados al libre mercado. Habitualmente, las novelas sobre Cuba que se han abierto camino fuera de allí son bastante críticas no solo con la organización económica, sino también con la desigualdad que genera y con la falta de libertades propia de cualquier régimen dictatorial. No es el caso de Pasado perfecto, obra en la que vemos desigualdades y el control de las autoridades, pero de un modo «suave».

                El teniente Conde recibe un aviso: el reciente día de Año Nuevo ha desaparecido Rafael Morín, un alto responsable de la empresa nacional de exportaciones e importaciones; uno de los pocos cubanos, por tanto, que puede entrar y salir de modo habitual de Cuba, lo que implica que su adhesión al régimen se supone inquebrantable.

                Ocurre que el teniente Conde sabe mucho sobre Morín, puesto que fueron compañeros de colegio, y no puede evitar que su opinión sobre él condicione su actitud ante la investigación. Morín, de adulto, ha confirmado cuanto prometía siendo un chaval. El tipo brillante, buen orador, rápido de reflejos, ambicioso y sociable como pocos ha conseguido llegar donde apuntaba: lejos. Todo lo contrario que Conde, que carecía de tales habilidades y ambiciones y su destino ha llegado en oscura consecuencia. Pero es que además Rafael Morín se acabó casando con Tamara, de la que Conde estaba enamorado.

                La investigación vuelve a ponerlo en contacto con ella, y además obliga a escarbar en la vida Morín para tratar de averiguar qué ha sido de él, por lo que existe la oportunidad de que, muchos años después, Conde pueda desenmascarar ante Tamara al trepa oculto tras el cúmulo de virtudes –impostadas, en opinión de Conde- que Morín siempre había derrochado. Las cosas, sin embargo, no son tan sencillas. A lo mejor el tipo era, verdaderamente, un encanto. Lo sabrá quien lea hasta el final la novela.

                En estas transcurre la investigación, y las reflexiones del protagonista permiten que el lector lo vaya conociendo tanto en su pasado como en su presente y, sobre todo, en sus dudas e inquietudes.

                Una obra correcta, bien escrita, con dominio de los tiempos y de las situaciones, donde la acción transcurre sin prisas, que se lee con facilidad y resulta agradable, aunque no se lee con voracidad.



jueves, 4 de abril de 2019

El apocalipsis fue ayer




              Dicen que las grandes editoriales asfixian el mercado con prácticas oligopolísticas, impidiendo a las pequeñas editoriales distribuir en condiciones de igualdad; dicen que se fomenta la literatura-basura; que ciertas editoriales seleccionan autores más por sus seguidores en las redes sociales que por su talento para escribir; que el ebook sigue sustituyendo lento, pero sin pausa, al papel; que no hay mamarracho televisivo que no expulse a la literatura de los escaparates firmando un libro que ni siquiera ha escrito; que entre la falta de demanda y el cambio de hábitos de consumo las librerías independientes -refugio de las editoriales pequeñas, donde nace la biodiversidad literaria- van cerrando o reconvirtiéndose en negocios con menos espacio para el libro; que las bibliotecas tienen menos fondos para adquirir ejemplares; y que la piratería corroe lo que queda en pie después de todo lo anterior.

              Dicen, pues, que está llegando el apocalipsis de la literatura.

              Y, sin embargo, la literatura floreció a partir del siglo XVI y sobre todo del XVII, cuando las tasas de alfabetización eran ínfimas (aquí podéis ver untrabajito sobre siglo XVIII y, en el encabezado de la entrada, un corto vídeo sobre el asunto). Una época de sociedades rurales donde las librerías estaban en capitales solo accesibles tras caminar a pie o en borrico decenas de kilómetros. De todas formas, ¿para qué iba a haber librerías en los pueblos, si en una economía de subsistencia casi nadie podía permitirse el lujo de comprar un libro? Así estuvimos hasta comienzos del siglo XX. Y, sin embargo, ahí están Cervantes, Dickens, Víctor Hugo, Tolstoi, Shakespeare, Quevedo, Dumas, Andersen, Poe, Gogol, Dostoievsky,…

              Ahora la alfabetización está en máximos históricos; hasta en el pueblo más recóndito se puede tener un libro casi ipso facto comprándolo en las muchas librerías que venden a través Internet; y, además, los niveles de renta hacen frecuentísimos los dispendios de valor equivalente o superior al de un libro, así que, ¿por qué no dilapidar leyendo?


             

              

miércoles, 27 de marzo de 2019

El hilo rojo – Olga de Llera




              Dicen que algunas personas están unidas por un hilo invisible que los condena a encontrarse, a formar cada uno parte de la vida del otro a pesar del tiempo. Es la idea que da título a la novela y que guía su acción, y me permito añadir que hay quien deja en herencia alguno de esos hilos como una suerte de red que atrapa, antes que a nadie, a sus descendientes.

              Estamos tan acostumbrados a que todos los títulos que salen al mercado sean clasificados que resulta complejo resistir la tentación de hacerlo con cada lectura. No es sencillo hacerlo con El hilo rojo. O sí, pero hay que explicarlo.

              La historia comienza en 1900 y termina en 1946, tiempo suficiente para que los adultos envejezcan, los niños se hagan adultos y otros nazcan y alcancen la juventud. Tiempo suficiente, también, para sufrir dos guerras mundiales y una civil, y para que la sociedad cambie más de lo que son capaces de cambiar las personas, pues todos, cuando no por comodidad por incapacidad, tendemos a anclarnos en algún momento de nuestra evolución. La acción transcurre en Barcelona, principalmente, y en París, con algunos pasajes en otros lugares, y narra la historia de una familia de la burguesía catalana en la que encontramos empresarios, como el matrimonio de Anna y Joaquim, y personajes como Daniel, que, aunque tiene negocios, a menudo vive como un rentista.

              Dicho lo cual podría parecer que El hilo rojo es una novela más o menos costumbrista o de sagas familiares, pero no. Su argumento no desarrolla el conjunto de vicisitudes que distinguen unas vidas de otras, sino, principalmente, las pulsiones emocionales y sexuales de los personajes. En El hilo rojo quien más y quien menos tiene como referencia en la vida o el sexo o el amor, pero en este último caso con una concepción muy sensual. Ocurre, además, que los apetitos de esta endogámica historia no suelen encontrarse entre los bendecidos por la sociedad, lo cual crea una maraña de historias ocultas: casi todos tienen sus apetencias, de ellas provienen sus pecados y, de estos, sus secretos. En consecuencia, lo que hace avanzar el argumento no son los acontecimientos comunes, ni siquiera el sexo, sino lo que se rompe con cada secreto creado y con cada secreto desvelado.

              Esto provoca que la novela sea una adictiva sucesión de intrigas que discurre entre relaciones afectivas y sexuales que son a la vez causa y cauce de cuanto viene después, amenazando constantemente con desbordarse y llevarse por delante la vida, al menos en lo emocional, de alguno que otro de los personajes. Hace más interesante el viaje el hecho de que toda iniciativa afectiva o sexual implica un previo condimento tan atractivo como el vértigo de la tentación.

              Pero que la mayoría de personajes se muevan por intereses similares e incurran en prácticas que más de uno considerará perversas, no significa que compartan perfil. Hay malos malísimos que no lo son tanto porque solo buscan el provecho propio, aunque sin reparar en daños, como es el caso del egoísta Daniel; hay personas, como Anna, comprometidas con un secreto inconfesable, pero nobles en su fidelidad a él; hay víctimas que durante mucho tiempo desconocen serlo y que sufren por los mismos vicios que por otro lado abrazan; hay personas pragmáticas, otras idealistas, alguna víctima de sí misma, amantes del amor platónico mezclados con amantes del sexo, además de un elenco de personajes secundarios bien definidos que dan forma al mundo en el que se desenvuelven los Dalmau y los Richards.

              Entre la concepción sensual del amor que he citado en unos y el amor al placer en otros, el sexo tiene un papel nuclear en El hilo rojo. Su presencia es constante. Cuando no lo está de forma latente lo encontramos de modo explícito. Estas últimas escenas suelen ser breves, pero contundentes, y a ellas hay que unir el apunte de un catálogo de vicios y perversiones, -desarrolladas por la imaginación del lector, hábilmente estimulada por cuanto precede-  en las que conviven filias y fobias sexuales con escenas en las que el sexo se nos presenta exclusivamente como una provocación. El placer de lo prohibido tiene un amplio recorrido en El hilo rojo, no siempre limitado al sexo en sí, y su viaje hace escala en casi todas las estaciones clásicas del escándalo.

              La novela, larga, se lee bien gracias a sus capítulos cortos y bien estructurados, en los que se va al grano. El lenguaje es sencillo, con algunos localismos que recuerdan dónde transcurre todo, aunque alguna vez me han sonado raros. Dada la abundancia de personajes, la autora recurre con habilidad a las manías de cada uno de las que se burlan otros para refrescarnos la memoria. En cambio, hay breves aclaraciones –normalmente limitadas a una frase entre paréntesis- de las que podría prescindirse por la cercanía o evidencia de lo que aclaran. En cualquier caso, una lectura que se agradece encontrar y que navega con decisión, volviendo al principio, en medio de unos cuantos géneros: la intriga familiar, las sagas, el erotismo…

              Hale, a leerla.




domingo, 17 de marzo de 2019

La hija de la española - Karina Sainz Borgo






                Llevo años, muchos, siguiendo las crónicas y artículos culturales de Karina Sainz Borgo en Voz Pópuli y, más tarde, en Zenda. Me gustan por su fondo, por su particular y literaria forma y por cómo se empapa de la obra de aquellos a quienes entrevista, un infrecuente ejercicio de rigor y de respeto a entrevistado y lectores. Además, a través de las redes he podido atisbar el proceso de creación de una novela escrita con la mezcla de ilusión, dudas y el punto de sufrimiento de quien está haciendo algo que sabe importante aunque le resulta difícil porque le enfrenta a demonios invencibles; una novela escrita desde las entrañas, en medio de un vertiginoso ritmo de trabajo en el que La hija de la española ha sido cocinada en la hoguera donde ha ardido el escaso tiempo libre de su autora, alguien a quien durante mucho tiempo he considerado una escritora que vivía del periodismo, aunque ahora, tras leer algunas entrevistas, no tengo tan claro qué vocación va primero.

                Dicho lo cual, comprenderéis que esperaba esta novela –la primera publicada por Karina Sainz Borgo en España, aunque no la primera que ha escrito- con expectación. También, lógicamente, le deseaba cuanto de bueno merece quien trabaja con la honestidad, el sacrificio, el rigor y la dedicación necesarios para dar lo mejor de sí misma. Y comprenderéis también que cuando de golpe y porrazo supe que los derechos de esta novela habían sido vendidos a partir de la Feria de Frankfurt nada menos que a veintidós países, mis expectativas se multiplicaron.

                Y, con todo, me quedé corto: La hija de la española es una novela que perdurará, porque en ella encontramos lo mejor de la literatura: un tema de fondo contundente e importante, que supera lo local –el chavismo y su enloquecida deriva- porque prima el concepto; un lenguaje que traslada, con insólita fuerza y belleza, la extrema sensibilidad que producen la desesperación, el terror y el derrumbe; la opresiva historia que da soporte al tema es dura, mucho, pero también hermosa porque junto a la denuncia de los totalitarismos escuchamos el canto a la vida de toda lucha por la supervivencia; hermoso también es el paisaje de la determinación necesaria para prescindir de uno mismo, hasta de la propia conciencia, mientras las lágrimas humedecen el camino; una historia, además, con el  punto de intriga implícito en todo escenario de violencia incontrolada, y con un final magnífico, alegórico, que advierte que a veces solo renunciar a ser lo que somos nos permite seguir siendo, aunque en el proceso nos dejemos jirones del alma.

                A lo largo de la novela es posible encontrar influencias de otros autores como, sin duda, el mejor Vargas Llosa, aunque ahora me viene a la cabeza la cita indirecta de una idea de Javier Marías –muchas veces citada por la autora en entrevistas y artículos- sobre que la vida es también lo que nos hicieron. Influencias que enriquecen la novela, y es que, por no salir de este ejemplo, entre lo que le hicieron a Adelaida Falcón, la protagonista, no solo se cuentan las barbaridades propiciadas por los Hijos de la Revolución, sino también lo que «le hicieron» las lecturas que poblaban su apartamento y su maleta, entre las cuales La hija de la española, por feliz contagio, no desmerece.

                Adelaida Falcón acaba de enterrar a su madre, de igual nombre. Y como uno «es del lugar donde están enterrados sus muertos», ya la primera línea de la novela es una proclamación: la rotunda afirmación del punto del que partirá el dolor; el suelo del que brota el desarraigo. Enseguida vemos cómo hasta la muerte, lo más íntimo que le puede pasar a un ser humano, ha sido degradada en un país envilecido por un gobierno despótico que ha transformado a la población: ya no hay trabajadores, estudiantes, jubilados o amas de casa, solo delincuentes y víctimas. No lo digo en sentido figurado: la hiperinflación provocada por la emisión de dinero para pagar la fiesta de los poderosos tras el declive del petróleo ha derruido, en tiempo récord, los ahorros de toda la población; con el billete con el que antes vivías siete días ahora es mejor que te suenes los mocos, porque no alcanza para comprar un pañuelo de papel; la incertidumbre, la angustia de saber que con lo que ayer comprabas una casa hoy no te alcanza para un huevo y que mañana necesitarás diez veces más para comprar otro, corroe de tal manera a la sociedad que, en el afán de supervivencia, todos se transforman en ladrones, multiplicando la inseguridad y, a medida que esta crece, la brutalidad y la desesperación. Quien no prescinde de sus valores para alcanzar un paupérrimo enriquecimiento, lo hace para defenderse, aunque sea del hambre.

                El ambiente angustioso y claustrofóbico se apodera del lector. Imposible no sentir la desesperación de la protagonista: imposible no comprender su determinación de salir adelante prescindiendo de cualquier otra consideración; imposible no comprender sus decisiones. Cuando la desgracia se adueña del horizonte, cualquiera puede acabar siendo la hija de la española.

                Una novela dura, cuyo final infunde esperanza en el individuo y desesperanza en la sociedad. Uno de esos extraños y felices casos en los que un libro muy vendido –todo apunta a que lo va a ser- es también de extraordinaria calidad.

                Algo me dice que, en un foro u otro, Karina Sainz Borgo y Mario Vargas Llosa van a verse cara a cara a no tardar. No habrá que perdérselo.



miércoles, 13 de marzo de 2019

La ridícula idea de no volver a verte – Rosa Montero





              A menudo no somos conscientes de cuánto tenemos en común con las grandes celebridades. Mucho más de lo que nos separa, aunque en lo poco que se distancian resulten inalcanzables. Pero precisamente por ser celebridades acabamos conociendo sobre ellos no solo aquello que justificó su fama, sino hasta cómo se rascaron; gracias a lo cual todo hijo de vecino puede comprobar que ha compartido miles de experiencias con Einstein, Marie Curie, Cervantes o Velázquez, porque todos acabamos afrontando el miedo, la duda, el amor y el desamor, la muerte de los seres queridos, la propia enfermedad…

              Al hilo de la vida de Marie Curie, y en particular girando alrededor de la muerte de Pierre, su esposo, Rosa Montero hace una serie de reflexiones aprovechando los paralelismos y las distancias entre su propia vida y la de Marie Curie, reflexiones llenas de sensatez y un punto de buen humor salvador que no buscan su identificación con la celebridad, sino, al contrario, partir de lo particular para alcanzar lo general, para llegar a pensamientos y razonamientos que todos, de un modo u otro, acabamos haciéndonos y en los que a veces -en especial cuando hay que afrontar la muerte de quienes nos rodean- viene bien que una voz clara y sosegada ayude a poner orden. Un orden que es más sencillo establecer cuando nos vemos reflejados en otros.

              La ridícula idea de no volver a verte es un libro que pretende reconciliarnos con las propias limitaciones y errores, un ejercicio de comprensión sobre las carencias humanas y, por tanto, una ocasión de ser más feliz conociéndose a uno mismo; es, también, una mirada larga, a todo un siglo, para ver el gigantesco avance que, en ese periodo de tiempo, corto en términos históricos, ha dado la mujer.

              Una buena lectura en la que el tono amistoso e íntimo crea el clima de complicidad entre autora y lector necesario para que la confesión surta efecto. 


miércoles, 6 de marzo de 2019

Manual para mujeres de la limpieza – Lucia Berlin






                Debo reconocer que el título me había despistado: no sabía qué esperar de este libro, y no ha sido lo que más probable creía.

                Lo que he encontrado supera, con mucho, las mejores expectativas que hubiera podido hacerme. Lucia Berlin es una escritora mayúscula, aunque para sacar el mejor jugo de su escritura sea preciso conocer un mínimo de su biografía: su escoliosis, su alcoholismo, el alcoholismo superado, los matrimonios y divorcios, los cuatro hijos criados en soledad, la figura de la madre distante, cuando no enfrentada, del padre ausente, de la hermana, el ir y venir por distintas ciudades y diferentes culturas, desde Alaska a Chile pasando, sobre todo, por la zona fronteriza por excelencia, El Paso, donde solo unos metros separan dos culturas y dos economías muy distintas. Unamos un montón de trabajos muy diferentes y un ambiente social próximo a una marginalidad más deseable, en el fondo y a juzgar por la actitud de sus hijos, que la vida acomodada al alcance de algunos de los ex de la familia.

                Es preciso conocer todo esto (para lo cual no hace falta más que leer las palabras del editor incluidas en el libro) para disfrutar de un conjunto de relatos pseudobiográficos que son a la vez tiernos y duros, porque trasladan la impresión de que, pese a todos los pesares, al final la vida merece la pena ser vivida; unos relatos donde se cuente lo que se cuente siempre hay claridad, contundencia y ni una pizca ni de autocompasión ni autoflagelación. Tampoco busca redimirse de nada ni reconciliarse con nadie, ni consigo misma. Esta objetividad hace que algunas veces las cosas parezcan vistas con el filtro del humor, porque a menudo la vida tiene ironías o detalles que, vistos en la distancia, son humorísticos. Simplemente, la escritura de Lucia Berlin es el testimonio de una vida. Una vida que está en los detalles del día a día, de la soledad en casa y de los problemas en el trabajo. Una vida donde lo que para uno es un drama para el de al lado es una circunstancia.

                La escritura de Lucia Berlin es poderosa, tiene la fuerza de la sinceridad y la verdad, y una capacidad tremenda de acercarse al lector sin perder su independencia: juntos, pero manteniendo las distancias, respetando cada uno su terreno, y el de Lucia Berlin es el terreno de su propia vida, independientemente de que lo que cuenta se corresponda más o menos con alguna realidad, porque el literatura la verdad no es la verdad de los hechos, sino la de los conceptos.

Lucia Berlin (1936-2004) 

                Los problemas que vemos son, además, eternos: la soledad, la muerte de los seres queridos, las relaciones complicadas o imposibles con padres y parejas, el modo en que la infancia y la juventud determina la madurez, cómo los miedos y anhelos de esa época hacen de nosotros unos adultos u otros. Hay también un mensaje de esperanza implícito en la actitud de los personajes de estos relatos –la autora, con un nombre u otro, siempre es uno de los principales-; un mensaje que deriva de la aparente despreocupación en el futuro que revela, en realidad, confianza en la propia fuerza, aunque a veces esa fuerza pueda derivar de la desesperación: alcoholismo, separación de los hijos, muerte de seres queridos, dejar todo atrás, casa, ciudad y trabajo para ayudar a quien está muriendo, constantes vueltas a empezar… Todo determina ese mensaje de esperanza: por complicada que sea la vida, siempre es inevitable volver a empezar. ¿Cómo no, si al fin y al cabo todo es, también, temporal?

                Lucia Berlin tiene, además, la aureola que da haber alcanzado la fama después de muerta, pues su obra, en vida, fue publicada pero no obtuvo reconocimiento. Vistos sus relatos, no sé si le hubiera gustado alcanzar la fama, aunque sí pienso que la hubiera vivido con distancia, como una circunstancia tan mudable como un puesto de trabajo que ahora tienes y luego no, sin que por tenerlo o perderlo la vida deje de ser transcurrir.




miércoles, 27 de febrero de 2019

Los asquerosos – Santiago Lorenzo




              Los asquerosos, o «cómo ser dueño del tiempo de tu vida», combina dureza, ternura y humor con un punto de distancia a medio camino entre lo perplejo y lo cínico. Es, también, un libro excelente por lo que cuenta y –en esto es una excepción respecto a casi todo lo que se publica- por cómo lo cuenta, porque pocos son los escritores que se atreven a utilizar en lenguaje con la osadía y eficacia de Santiago Lorenzo, que no solo ha poblado la novela de un vocabulario rico, sino que la ha rociado con no pocos términos inventados cuyo significado, a base de combinar juegos de palabras y fonética, es siempre claro y divertido. Un libro que gustará a casi todo el mundo (aunque siempre hay algún rarico) y, especialmente, a los buenos lectores.

              La novela contiene una historia dentro de otra. La más evidente, los hechos protagonizados por Manuel, el protagonista, que sirven para el nacimiento de la otra historia, la que se pretende contar: el proceso de cambio, de poner el mundo del revés para enfrentar la ordinariez de lo que somos y desembocar en un modo más lógico de ser uno mismo sin huir a lo que se supone que debemos ser nadie sabe muy bien por qué, la renuncia a buscarse fuera de uno mismo.

              Solitario y sin un céntimo, sin otro apoyo que el de un tío –el narrador- tan pobre como él, Manuel, un joven urbanita menos sociable de lo que a él le gustaría, se ve implicado, involuntariamente, en un lío que amenaza con llevarlo a la trena: no sabe si se ha cargado a un policía. Se esconde, y lo hace improvisando decisiones de una lógica implacable. Así es como acaba en un pueblo abandonado donde la forzada frugalidad le permite descubrir un tesoro que buscará ampliar con ahínco aún a costa de más y más frugalidad: el tiempo.

              Durante algunos capítulos Santiago Lorenzo se recrea en cómo Manuel va saliendo adelante, lo cual produce una sensación extraña: como la historia originaria parece no avanzar el lector puede llegar a temer que el libro se limite a una recopilación de prácticas ingeniosas. Pero no. En Los asquerosos suceden cosas suficientes para que el entretenimiento se combine con la reflexión y, al terminar, quede la satisfacción que producen las novelas que te han hecho un poquito mejor.

              Y a todo esto, ¿quiénes son los asquerosos? Lee esta novela. Quizá tú seas uno de ellos pero todavía puedas salvarte.



              

miércoles, 20 de febrero de 2019

Un filo de luz – Andrea Camilleri





Un filo de luz (Serie Montalbano, 24)


He aquí una novela que me ha engañado. No me gustó demasiado al principio y, sin embargo, no tardó en engancharme y acabé disfrutándola.

El motivo de lo primero es la acumulación de situaciones repetidas que se dan en las primeras páginas: los sueños de Montalbano –a estas alturas ya no hace falta decir que premonitorios- y la pasmosa facilidad con que las damas especialmente atractivas, cultas y en parte adineradas se pirran por él tan pronto como asoma un pelo por la puerta y se muestran no ya dispuestas, sino impacientes por pasar a mayores. Aunque para mayor, el comisario, que con cada novela acentúa más sus reflexiones sobre el proceso de envejecimiento.

Todo lo cual produce la sensación de que la novela va a ser un refrito de manías y lugares comunes de las anteriores, una suerte de explotación del éxito. Pero no. Camilleri tiene en la cabeza tantas historias que por más que recurra, necesariamente en una saga, a repetir algunas cosas, cada historia es distinta. 

Un filo de luz lo es por varias razones. Porque, aunque es típico de Camilleri enlazar historias aparentemente distintas, tiene un mérito indudable lograrlo con las que aquí se dan: un supuesto caso de venta de armas; un supuesto robo que puede encubrir una cornamenta considerable y, finalmente, la historia del comisario, que acaba enamorado, enamoradísimo de una dama, hasta el punto de estar dispuesto a mandar al diablo a Livia, al tiempo que en su recuerdo se cruza lo que más pudo unirla a ella y que, con el correr del tiempo… Un asunto que lanzará sobre la vida de Montalbano un filo de luz que le hará ver las cosas claras. Y es que cosas importantes hay pocas en la vida.

Bueno, mejor leer la novela y así no desentraño nada, aunque sí digo que Un filo de luz cierra un capítulo de la vida de Montalbano abierto desde hacía muchas novelas, importante y, por nunca aludido, cerrado en falso. Hasta ahora.



domingo, 10 de febrero de 2019

Erri de Luca – Historia de Irene





Libro tan breve como bueno, con tres relatos, el más largo de los cuales da título al conjunto.

Historia de Irene nos habla, entre la poesía y la mitología, de una muchacha embaraza de la que nadie sabe nada aunque todos dan la espalda porque a saber cómo ha llegado a la isla donde transcurre la acción y quién es el padre. Irene solo se abre lo suficiente al narrador, trasunto del autor, y es así como conocemos su extraño origen y destino, tan vinculado al mar y a lo más humano de él.

Los dos relatos siguientes, mucho más breves, me han gustado tanto o más. El primero, un pequeño canto a la libertad narrando la huida de unos soldados, inspirado en la historia del padre del escritor. El segundo, posiblemente el mejor de los tres, una aguda reflexión sobre la pobreza, la muerte, el pasado y la conciencia de la importancia de lo vivido, lo sentido y, sobre todo, del modo de morir.



lunes, 4 de febrero de 2019

Fóllame – Virginie Despentes



      Leo sobre Virginie Despentes (1969) en un artículo de 2018: «Hace 27 (años) fue prostituta. Trabajó en una tienda de discos, fue punki, durmió en la calle, fue violada a los 17 años cuando hacía autostop, es dj, bebió mucho, dejó de beber y se hizo lesbiana. Tiene una decena de novelas, muchos premios y tres películas dirigidas».

Fóllame es una de esas novelas. La primera. Fue publicada en España en 1993, y si en 2019 Penguin Random House la ha vuelto a publicar es porque se trata de una obra que lo merece, que deja huella, aunque no tanto por el argumento –, una road movie de huida, en sí nada original- como porque la caracterización de las dos protagonistas consigue que, pese a la extrema violencia de los hechos relatados, quede un poso de ternura y algo parecido a la nostalgia.

Las jóvenes protagonistas, Nadine y Manu, llevan una vida sórdida en la que las oportunidades se les han escapado antes siquiera de poder verlas de lejos. Viven en un mundo que no es para ellas, seguramente por ser mujeres: quienes más y quienes menos de los hombres que las rodean condicionan su vida mucho más que a la inversa. Nadine ejerce la prostitución de un modo un tanto peculiar, también es aficionada a la pornografía y se entretiene viendo películas porno. Comparte piso con otra chica joven. Manu, en los tumbos que ha ido dando por la vida ha hecho varias cosas, entre las cuales se cuenta algún papel en películas pornográficas especialmente degradantes.

Las dos son jóvenes, con poca cultura, no muy agraciadas, amantes de un sexo primitivo, instintivo, dadas a beber cantidades ingentes de alcohol y con pocos o ningún recurso intelectual para expresar sus sentimientos. Pero, cuando la mente no es capaz de expresar lo que ocurre en ella, ¿qué ocurre muchas veces? Que las personas explotan y tratan, a la desesperada y mediante actos aparentemente desproporcionados, de restablecer los equilibrios rotos, de hacer justicia, de desahogarse, de… De todo a la vez.

Nadie y Manu se conocen justo en el momento en que ambas, por primera vez, han matado a alguien. Juntas emprenden algo que no es una huida, sino más bien una búsqueda… limitada al presente. Las dos han roto con su pasado y, viéndose tan repentinamente libres, se atreven a imponer su capricho por la fuerza, algo a lo que rápidamente cogen gusto porque ¡es tan fácil todo cuando estás en el lado correcto del cañón de la pistola! Las dos saben, aunque no lo digan, que su viaje ha de ser corto, y precisamente por eso se olvidan del futuro –si no es para disfrutar de la idea de un suicidio en la cumbre del disfrute- y se dedican a vivir el presente más inmediato pasando por encima de todos y de todo. Todo vale. Ni siquiera hace falta que te apetezca un caramelo para justificar la muerte de quien está dispuesto a vendértelo: basta la sensación de poder. Es esta sensación la que emborracha a ambas, la que opera sobre ellas como una droga haciéndoles sentir lo sencillo que es todo cuando se está en disposición de no respetar nada. Es liberador sentirse, por fin, en el otro lado de la vida. En el lado de los que deciden por sí mismos y por los demás.

El modo en que ambas asesinan a un montón de inocentes sin hacerse preguntas ni sentir remordimientos tiene algo de alegórico. Que Nadine y Manu escojan sus víctimas al azar de sus impulsos no es suficiente para que el lector las odie o las aborrezca, porque el mismo azar con que se esfuma la vida de esas personas inocentes es, también, el que ha determinado que Nadine y Manu sean lo que son. De ahí que sus peripecias tengan cierto halo justiciero.

Una novela dura, intensa, violenta, con toques de humor derivados de lo directa y cortoplacistamente que ambas enfocan la vida, con no pocas alusiones sexuales directas. El recientemente fallecido Claudio López Lamadrid, editor de Penguin Ramdom House, incluyó Fóllame, según el Twitter de la empresa, entre los veinte títulos a recomendar este año.