«Érase
una vez un hombre llamado Albinus, que vivía en Berlín, Alemania. Era rico,
respetable, feliz. Un día abandonó a su mujer por una amante joven; amó; no fue
amado; y su vida acabó en un desastre.»
Con
este resumen de lo que viene después comienza Risa en la oscuridad, brillante
obra de Vladimir Nabokov en la que se relata, más que una historia de amor y
desamor, el proceso de envilecimiento al que conduce el egoísmo, así como el paralelo
proceso de degradación de quien se deja arrastrar por un egoísta.
Dar el
primer paso para aprovecharse de alguien que se ha fijado en ti es tentador por
lo sencillo y efectivo. Pero una vez hecho, ese pequeño egoísmo pasa a
convertirse en la nueva normalidad y, si las ambiciones no se han visto colmadas,
será fácil dar otro paso en la misma dirección. No hacen falta más de cuatro o
cinco pasos para convertirse en un miserable y arruinar la vida de quien, por
amor o debilidad y siempre por candidez, consiente en someterse al abuso.
Es lo
que ocurre en Risa en la oscuridad. Albinus, el protagonista, es un hombre que
tiene cuanto para la mayoría de sus conciudadanos son solo aspiraciones. Sin embargo, de improviso
se encapricha de Margot, una joven aspirante a actriz que trabaja de
acomodadora en un cine. Si solo de atracción sensual o emocional se hubiera
tratado, Albinus no hubiera tenido ninguna oportunidad, pero Margot, zambullida
en su propia soledad y a falta de alguien a quien amar, piensa que por qué no
aprovechar las ventajas de tener un amante adinerado que, además, la puede introducir
en los círculos cinematográficos. Es así como da el primer paso: se deja
querer, e incluso induce a Albinus a pensar que puede llegar a ser
correspondido.
Hasta
ese momento, una de tantas relaciones interesadas en las que alguien sacrifica
algo solo incierto –el amor futuro hacia otra persona que puede llegar o no-
para conseguir otra cosa cierta –dinero, posición, relaciones, diversión...-.
Pero Margot es demasiado egoísta, e intenta no renunciar a nada. Para empezar, aunque
ha accedido a ser «la otra» no le gusta serlo, así que su segundo paso es
estimular el egoísmo del propio Albinus para hacerle sacrificar a su familia en
aras de un amor que él cree correspondido pero que sabe frágil y teme perder. Cada
paso que Margot da para satisfacer sus aspiraciones, es, en realidad, un engaño.
Albinus pronto será un pobre imbécil, un tonto útil que vive en una gigantesca
mentira que, para mantenerse, necesita ser cada vez más grande.
Como
suele ocurrir, cuanto mayor es el engaño y la manipulación a los que Margot
somete a Albinus, más desprecio siente por él. Y ese mismo desprecio es una
nueva excusa para seguir aprovechándose de él; cada nuevo engaño es la sanción por ser tan tonto como para dejarse engañar. Y cuando el engaño ya no basta, sigue la burla disimulada. El proceso se retroalimenta hasta que al
final, lógicamente, Margot siente una profunda aversión hacia Albinus, pero no
advierte que la causa de su rechazo no es el hombre que ve, sino lo que su
propia y miserable conducta ha hecho de él. Así es el egoísmo profundo: cuando
aborrece lo que ve en el espejo, le echa la culpa al espejo.
Frente
a esto, llama poco la atención el papel ciertamente secundario de la esposa de
Albinus y del hermano de ésta. Y, sin embargo, son personajes a analizar. Han
sufrido el egoísmo de Albinus, como Albinus sufre el de Margot pero, a
diferencia de él, no se han dejado arrastrar. No han suplicado al egoísta. Le
han dado la espalda. Eso los salva.
El
argumento, magnífico, no es precisamente de lectura risueña. El lector es espectador
de un espectáculo degradante, directo, duro, porque el proceso de degradación
de Margot es causa del deterioro de la vida de Albinus. ¿Quieres saber lo
miserable que eres? Mira los daños que has causado, mira las responsabilidades
que has eludido, mira si acompañaste a tu víctima para ayudarla a superar las
consecuencias de tus actos o si saliste corriendo a vivir tu vida. Margot no
asume ninguna responsabilidad, pero en cambio sí inflige numerosos daños no
por el placer de hacerlo, sino de disfrutar de la vida a la que cree tener derecho.
En esta aventura se ve apoyada por un hombre como ella y también antiguo amor,
Axel, y cuando dos egoísmos se refuerzan entre sí, más vale que no te pillen en
medio.
La
escritura de Nabokov es de una eficacia y precisión impresionantes: cuenta lo
que quiere contar y nada más, con claridad, sin escatimar ni
derrochar lenguaje. Ni palabras ni ideas superfluas, pero sin que tampoco el
lector deba aportar nada más que unos cuantos sobreentendidos. Máxima
concisión. Una prosa de altísima calidad al servicio de una historia en la cual
el autor nos traslada, a veces con ironía o humorística mala sombra, el juicio
que le merecen las intenciones y capacidades de los personajes y sus fortalezas y
debilidades, pero que apenas entra en valoraciones morales sobre los hechos porque, precisamente,
el juicio moral surge en el lector a través de la desagradable sensación de
este crudo aviso y recuerdo: el egoísmo puede transformar cualquier vida, en
cualquier momento, en desastre.
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